15 febrero 1986

Colaboró con los franquistas en la coordinación del Alzamiento Nacional

Muere Pedro Sáinz Rodríguez, el ministro franquista que pasó a ser conspirador contra el régimen al servicio de Don Juan de Borbón

Hechos

El 15.12.1986 la prensa informó del fallecimiento de D. Pedro Sáinz Rodríguez.

Lecturas

15 Diciembre 1986

ENTREGÓ SU VIDA AL SERVICIO DE LA MONARQUÍA

Luis María Anson

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Don Pedro, ese hombre, el de la altiva lealtad, el sereno exilio, la pasión por España; el de la palabra mordaz, preciso el taco; agudizado el ingenio.

Don Pedro; emperador de las tertulias, soberano del verbo, monarca de todas las conversaciones; capaz de improvisar durante una madrugada entera sobre metafísica de Heldegger y explicar a continuación los cuatro siglos de literatura festiva y censoria de chocolate.

Don Pedro, desprecio de cortesanos, terror de eruditos a la violeta aleccionador de curas descarriados, predicador de monjas etéreas, amigo de cardenales y meretrices; don Pedro, el de la voz de terciopelo ácido, de seda el látigo, cegatos los ojos de ironías, sorda la oreja, fresca siempre la coña, y jugosa para los intelectuales del rojerío.

Don Pedro, o lo que es lo mismo: un hombre a treinta mil libros pegado, león de biblioteca, águila real de bibliografía, hurtador sagaz de ejemplares ajenos, rendido sin remedio al erotismo ardiente de cualquier edición rara, acariciador de cartivanas, cantoneras, nervuras, tejuelos, lomeras, viejas pieles azacanadas por el tiempo, quebrados pergaminos de desvanecidas letras.

Don Pedro y el harén de sus temas permanentes: la literatura mística, las polémicas sobre la cultura española, l crítica literaria, la decadencia de nuestra patria, la historia política del XIX, la obra de Menéndez Pelayo y Erasmo, la gastronomía como culto y cultura.

Don Pedro, enamorado de las lenguas regionales de España, redactor del manifiesto de los escritores castellanos en favor del idioma catalán contra la dictadura corta de Primo de Rivera; ensalzador tenaz de las literaturas de Cataluña, Galicia y Vasconia durante la dictadura larga combatida, sin pausa, sin ira, desde su exilio lusitano.

Don Pedro, una vida entera al servicio del Rey, fiel hasta de pensamiento, crítico con el primer dictador implacable con la República, conspirador sin descanso, organizador del Alzamiento; don Pedro, que cuando aullaban los mastines de la guerra civil estuvo donde debía estar y cuando posó el vuelo la paloma de la paz se alineó con la decencia mientras otros ascendían a zancadas las escaleras de la desvergüenza.

Don Pedro, siempre preocupado por apartar a su Rey de alabanceros, lamerrabeles, traidores y calumniadores de oficio; siempre vigilante para arrojar al basurero de la Historia a los corruptos, porque el fruto sano se zocatea en seguida si no se separa a tiempo del que está cedizo.

Don Pedro, que tras una vida entera dedicada a luchar todos los días por la restauración de la monarquía, recibió la recompensa de oro: nada.

Don Pedro, que se ha muerto sosegadamente con la satisfacción de la razón demostrada, la serenidad de ánimo, la misión recumplida; que vivió los últimos años de su vida con el elogio incesante para el Rey padre con melancolía de viejos días de rosas y esperanza, con el encendido apoyo a la obra del Rey Juan Carlos, casi una revelación para el viejo luchador, ahora caído zurrado por la vida y las cien mil batallas.

Don Pedro, que tras la restauración de la Monarquía embodegó su activida política en el odre de los recuerdos sin asomarse siquiera a las zarceras; don Pedro que ha muerto empachado por la sopa de letras de los mil y un partidos, ahíto de la mediocridad resplandeciente de nuestra clase política, el mayor espectáculo del mundo.

Don Pedro, devorador de películas, amante del cine, huidor de la verborrea al uso – “España ganaría mucho si gran parte de la gente que habla se callara” – ; don Pedro, la delicadeza constante para la mujer, el culto a la buena educación como médula del verdadero espíritu liberal; don Pedro, que lo saboreó todo, lo consiguió todo, el que disfrutó de la vida a bibliotecas llenas, el que escribió de sí mismo, entre la admiración y la crueldad: “He sido todo lo que el español medio de mi tiempo aspiraba a ser, menos general y obispo”.

Don Pedro Sáinz Rodríguez, el que durante cuarenta años afirmó todas las semanas que ‘dentro de unos meses leeré mi discurso de ingreso en la Academia”, por fin, un día de la primavera de 1979, cuarenta años le contemplaban, cuarenta siglos de sabiduría sobre las espaldas, cuarenta millones de heridas en el alma, cicatrizadas unas, sangradas otras, nevada la cabeza por los viejos días, las olvidadas risas, mientras las amapolas enrojecían junto a las piedras de Alcalá; don Pedro, ese hombre segador de las flores del mal, se convirtió en académico de un idioma hecho para hablar con Dios, para el largo paseo, para las apretadas manos, para los dorados días de vino y rosas, para el amor profundo y sosegado.

Creyente profundo en la religión católica ha llegado hoy para don Pedro, en la incierta penumbra del más allá, el momento definitivo de conocer ‘la luz pruísima en sosiego eterno’, según las palabras con que Fray Luis de León definía al Dios del perdón y la misericordia.

Luis María Anson

15 Febrero 1986

El fiel consejero

Joaquín Satrústegui

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La Monarquía española que han encarnado sucesivamente Don Alfonso XIII, su hijo Don Juan y nuestro actual Rey Don Juan Carlos tuvo en Pedro Sáinz Rodríguez el más eminente de sus valedores. El periodo del ‘reinado en la sombra’ del Conde de Barcelona desde el exilio, que tan trascendental fue para hacer posible nuestra pacífica transición a la actual Monarquía parlamentaria, no se podrá comprender en todos sus matices si no se profundiza en la biografía del que fue uno de los más fieles consejeros – desde luego, el más cercano y en el que más confianza depósito – de Don Juan.

Tuvo que mediar muchas veces entre los monárquicos que, leales al Rey en el exilio, teníamos diferente visión de lo que la Corona debería representar en el futuro para España. Y sus opiniones contribuyeron a facilitar a Don Juan su dificilísima misión. Contribuyó por consiguiente, de manera muy importante a que se abriera paso racionalmente, cada vez con más fuerza, entre los políticos democráticos, el convencimiento de que la solución a nuestros graves problemas nacionales estaba en una Monarquía superadora de nuestra guerra, capaz de devolver en paz la soberanía al pueblo español.

Por eso en la hora de su muerte le dedico estas pocas palabras de emocionado y rendido homenaje.

Joaquín Satrústegui.