10 octubre 1991

Muere Pío Cabanillas Gallas, ex ministro franquista y de UCD que, tras pasar por el Partido Liberal acabó integrado en el PP

Hechos

El 10 de octubre de 1991 falleció D. Pío Cabanillas Alonso.

11 Octubre 1991

Pío Cabanillas

Carlos Mendo

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La necrológica está ahí, de cuerpo presente, fría y gélida, como todo resumen en blanco y negro de una vida y una vivencia no suficientemente relatadas. La frialdad de la nota necrológica es la antítesis de lo que ha supuesto en la historia reciente española la figura de un gallego ecuménico, universal, cuya contribución a la transición democrática de nuestro país no ha sido, como la de tantos otros de su entorno, debidamente valorada.Pertenecía Pío Cabanillas a esa generación de españoles, herederos, con casi siglo y medio de retraso, del despotismo ilustrado de Jovellanos, que pretendía hacer una transición política desde la dictadura a la democracia basada en la evolución y no en la revolución.

El credo político de esa generación -un amplio abanico que abarca desde Joaquín Ruiz-Giménez a Manuel Fraga Iribarne- se podría resumir en una frase: «Frente a revolución, reforma».

Pío, hijo y nieto de republicanos gallegos, que gana la misma durísima oposición que Manuel Azaña como letrado de la Dirección General de Registros y Notariado, es reclutado por otro gallego, hoy presidente de la Xunta de Galleta, para dar la primera batalla democrática iniciada desde dentro del franquismo: una nueva Ley de Prensa e Imprenta, la de marzo de 1966, que con todas sus imperfecciones y carencias, producto de la situación imperante en aquellos momentos, se convertiría en uno de los pilares básicos que hizo posible la transición democrática española.

Pío sale del Gobierno en la remodelación ministerial de octubre de 1969, que supone el triunfo del oscurantismo de la tecnocracia de Carrero Blanco y del Opus Dei frente a la apertura del sistema iniciada por Fraga con la Ley de Prensa, de Fernando María Castiella con la Ley de Libertad Religiosa y la negativa a firmar una renovación de las bases norteamericanas lesiva para los intereses nacionales españoles y la Ley Sindical de Pepe Solís.

Cabanillas se refugia en su Galicia natal hasta la formación del Gobierno de Arias Navarro tras el asesinato de Carrero, el 20 de diciembre de 1973, en el que es llamado a desempeñar la cartera que mejor conocía: la de Información y Turismo. Pretende desde allí, rodeándose de un equipo joven y del impecables credenciales democráticas, plasmar en la práctica una reforma política acorde con el entorno europeo de España.

El régimen no le deja. Su inocente foto con la barretina catalana en la portada de un periódico nacional se interpreta nada menos que como un apoyo al separatismo catalán. Unos tímidos senos mostrados en Televisión Española se equiparan al Decamerón. Una vez más, Trento se impone al Vaticano II y Pío es destituido fulminantemente.

Lo demás pertenece a la anécdota política reciente, y quizá por ello es menos interesante. Naturalmente, Pío es nombrado titular de la cartera de Justicia en uno de los Gobiernos de UCD -¿quién con mejores títulos?-, e interviene desde las bambalinas en las composiciones de todos los Gabinetes centristas hasta el desastre electoral de la UCD de 1982.

Pero eso, a mi modo de ver, tiene menos, mérito. En la hora del análisis, Pío Cabanillas Gallas protagoniza la actitud gallarda, honesta y serena de una generación que, con su postura abnegada, hizo posible el tránsito pacífico a la actual democracia española.

22 Noviembre 1991

La política como arte de la tolerancia

Raúl Morodo

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Todavía hoy, amigos y compañeros de Pío Cabanillas, estamos asombrados y consternados por su desaparición. Lo súbito sorprende, la muerte súbita anonada. De alguna manera, recordar aquí, en Estrasburgo, entre colegas europeos y españoles, una personalidad política tan excepcional -por su talante, por su inteligencia, por su entendimiento razonable de la política- no es un acto convencional ni ritual: es, sobre todo, un homenaje a la tolerancia.Gracián, nuestro clásico barroco, al que leía Pío Cabanillas, dice en su Oráculo manual y arte de prudencia: «Doblar los requisitos de la vida es doblar de vivir. No ha de ser nunca la dependencia, ni se ha de estrechar una sola cosa, aunque singular: todo ha de ser doblado, y más las causas del provecho, del favor, del gustci». Pío Cabanillas, lúcido barroco gallego, sagaz político, jurista penetrante, lector incansable, entendió, en efecto, la política y la vida en este sentido de tolerancia prudente, como un tertuliano liberal con sólidas convicciones humanistas. Todo arqueo, todo doblamiento, que no doblez, significa precisamente la oblicuidad que soslaya y no se asienta en dogmas.

Nuestra sociedad política española contemporánea -desde el franquismo hasta la democracia- no ha producido muchas personalidades tan variadas y ricas en matices como Pío Cabanillas. En la cultura política del franquismo, las polarizaciones bélicas excluían la tolerancia y el ingenio había que encubrirlo crípticamente: sólo la tertulia furtiva permitía la evasión o la denuncia. En ciertos ámbitos de la actual cultura política, la unidimensionalidad tecnocrática también reduce o enaniza. Pío Cabanillas, hombre de transición, creó su propio sistema: el doblamiento graciano como independencia irónica o dependencia dé soslayo. Nunca, así, fue entusiasta de imperios retóricos, ni amante de cruzadas sagradas, ni devoto de lealtades políticas irracionales. Prudencia y conciliación, contraste y liberalidad, con un fondo heraclitiano de insinuante confusión lúdica, y, en fin, de ironía sin causticidad ( … ).

Muchos aspectos pueden señalarse de su buen hacer político: su papel positivo en nuestra transición democrática, sus actividades políticas ministeriales y parlamentarias, sus posiciones armonizadoras partidistas (… ).

Pero yo quisiera resaltar, como amigo personal y paisano ( … ) En primer lugar, su deuda con un gran poeta gallego, don Ramón Cabanillas. Como Pío, fue también un hombre de transición y de doblamiento cultural: combinar, literaria y políticamente, arcanidad y modernidad, y buscar consensos. Hombre de mar, hombre libre. Don Ramón ejercerá una influencia permanente, modelando él su talante humanista, afirmando la virtud del diálogo. En segundo lugar, como jurista, Pío Cabanillas es deudor de uno de los grandes fundadores del ya lejano derecho público moderno (del iuPubblicum Europeum) de Juan Bodino, de los politiques franceses, obligados a inventar un Estado y un sistema político que reconciliase y estableciese la paz civil. Entre un poeta y un jurista, Pío Cabanillas establecerá su norte de actuación constante: ayudar, como ayudó siempre, a establecer la tolerancia y la convivencia, como presupuestos para reorganizar nuestra paz civil española. El arte de la política se convirtió, así, en nuestro buen amigo Pío, en arte de la libertad.

Raúl Morodo

09 Junio 1992

Pío de piedad

Jesús Aguirre

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Para Blas, este punto que no es redondo. Sé que ocurrió en Sevilla y en Oviedo. Nuestros dos últimos encuentros. En Oviedo, charlaba yo con unos y con otras en el vestíbulo, atestado de esos unos y esas otras, a más de pocos nuevos, los de casi siempre, del hotel Reconquista, y me sentí mirado. Apenas apoyado en la barandilla de la galería alta, Pío anotaba sin papel y sin lápiz mis devaneos fatigados. Y sentí que existía de verdad por la fuerza acuciante de aquella su mirada. En Sevilla asistí por alguna razón menos trivial que otras cualesquiera a una concentración de diputados europeos. Rapaz, me espetó Pío, grande es la decadencia al verte a ti mezclado en tamañas… nonadas. De éstas me rescataron su abrazo, el que nos dimos, tras muchos años sin poder hablamos Juan Mar¡ Bandrés y este su viejo amigo que soy yo, y el paseíllo del bracero con Sancho Gracia, que ahora es cónsul de algo y que de la amistad lo ha sido siempre.No es cierto que intrigase simplemente pensaba. Desaconsejó siempre «la acumulación de los cabreos». De ánimo era bueno. Lo probó en veces varias. Tuvo sí que tomar resoluciones bravas, mas las acompañó todas las veces de cariño por el damnificado. Evitemos sus nombres, entre los cuales el mío no se encuentra, por repetir su pudor, su buen recato. Fue uno de esos españoles a quienes cupo hacer de puente, estirando los huesos entre esto y aquello. No es ésta la incumbencia de su generación o de cualquiera otra solamente, sino la de todos los que no estamos dispuestos al pasteleo, aunque sí a degustar ese sabor amargo que es lote de la historia.

La noticia de su muerte me llegó como un golpe duro, seco, sin eco. Casi enseguida la serenidad. Pío había cumplido. Por no ser doble, quiso guardar silencio. Muy silenciosa fue la antesala de su muerte, la conocía él y nadie más.

Cuando fui recibido, en acto público y solemne, en la Real de San Fernando, me susurro un segundo antes de tener que iniciar el paso hacia SM el Rey, que me llamaba: rapaz, lo estás haciendo bien. Fui su director general de Música, y de música no hablamos jamás. Carecía de oído y confió en el mío. Una mañana de gran dificultad expuso el intríngulis de turno y atendió pronto a otra preocupación: «A cada día le basta su malicia». La sentencia es del Cristo y Pío la hizo nuestra. Me enseñó México y sus culturas superpuestas;

Valencia y el tesoro oreado de sus bandas, y Granada con sus tantos y retorcidos vericuetos. Entendió mi boda con Cayetana antes que nadie. A la que sería, y es mi mujer prestó una guía para un viaje a Polonia; la extravió mi Estuardo particular y le pedía excusas repetidamente. Fue testigo en la boda por mi parte.Su vida no tenía agujerospara el desenlace y tampoco los tuvo su muerte. No rezaría hoy a ciertos beatos, porque sus seguidores, tras una paliza jovencísima (avenida de la Moncloa contra avenida del Valle, esto es el César Cárlos), le obligaron a trasladarse, junto, con otros, a un piso hasta que las aguas volvieran a su cauce. ¡Y más que volverán: que Dios lo quiera! En cuanto a la política, la ejerció siempre con alguna desgana y toda la constancia. Razonaba muy poco sobre los adversarios, pero sí los miraba y pasaba de largo tal Dante en el infierno. Era un maestro en el difícil arte de encantar; cuando resultaba necesario también engatusaba. Le adoraban los niños. En México, los hijos de Regina y Emilio Casinello no se apartaron de él ni medio metro. De noche se escapaba de todo lo oficial hacia los amigos y sus conversaciones o al soliloquio que es el sueño. ¿Bajo qué árboles?Son muchas las anécdotas que nos lega. Pero no nos dejemos enganar y perdamos de vista su sustancia: un juego hábil y alegre con la fidelidad, implacable contra la mentira y respetuoso con las epiqueyas y las litotes. El rodeo larguísimo fue su especialidad. Largo ha de ser, por tanto, nuestro camino alrededor de su memoria. Largo y pausado. Sin él, ¿por qué la prisa y para qué y sobre todo para quién? Mano con mano, compondremos el corro que celebre el recuerdo: las de su hijo Pío y su- mujer, su Blas, son importantes; las otras, estas mías, por ejemplo, son armónicas, graves o agudas, de su tónica espléndida, rotunda, fundamental. ¡Jesús piadoso, Señor nuestro, dale a Pío descanso eterno! ¡Piadoso Pío, amigo impar, ruega por nuestra tranquilidad!

Jesús Aguirre