14 octubre 1991

Estaba considerado el mayor colaborador de Adolfo Suárez

Fallece Agustín Rodríguez Sahagún, ex alcalde de Madrid por el CDS y ex ministro de Industria y Defensa por la UCD

Hechos

El 14.10.1991 se hizo público el fallecimiento de D. Agustín Rodríguez Sahagún

14 Octubre 1991

Recuerdo de un buen político y un gran amigo

Rafael Calvo Ortega

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La vertiente más conocida de Rodríguez Sahagún ha sido, evidentemente, su tarea política. Desde su nombramiento como ministro de Industria en una etapa de profunda crisis económica hasta su último tramo al frente del Ayuntamiento de Madrid ha tenido responsabilidades públicas diversas. Siempre supo salir airoso de cometidos difíciles y para los que parecía exigirse unos conocimientos especiales. Su secreto fue utilizar las mejores herramientas que pueden emplearse: trabajo infatigable, inteligencia e ilusión. Como hombre de partido, todos los que integramos el CDS tenemos contraída con Agustín una deuda que probablemente no saldaremos nunca.Su vida privada era, obviamente, poco conocida, pero no menos admirable. Hombre honesto, siempre preocupado por practicar como ciudadano lo que predicaba como político y con un sentido de la amistad y del compañerismo que tuve el privilegio de conocer muy de cerca. Su marcha nos deja un hueco muy dificil de llenar, y su vida es un ejemplo para todos sus compañeros.

15 Octubre 1991

El desencanto

Francisco Umbral

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Lejos del lapidario convencional y apresurado de la muerte de Rodríguez Sahagún, parece necesaria una reflexión política (se harán muchas) sobre el destino triste del liberalismo/centrismo en España, que fracasa con UCD, con Suárez, con el CDS y con el propio y notable Sahagún. O sea el desencanto. No. Aunque los que saben digan que la palabra «liberalismo» la inventamos los españoles, como tantas otras expresiones y fórmulas políticas, lo cierto es que nos quedamos en la palabra. En tiempos de Espronceda, ser liberal era ser progresista, europeísta, «afrancesado», como decían ellos, ensayista por libre de la vida y el arte, a lo Montaigne (ver «La voluntad de estilo», del gran Marichal). El liberalismo político es hoy un ensayismo no escrito, un sonar a todo sin sonar a nada, porque esta España pedernal de Blas de Otero, «agua seca en un barranco rojo», no admite sino posturas definidas, concretas, precisas, fijas, violentas y escarpadas. Somos el país de las guerras civiles. Por eso no está de más, claro, que políticos como Suárez y Sahagún ensayen el liberalesmo centrista de vez en cuando, sólo que esto es un imposible metafísico en España, la cuadratura psicópata del círculo de tiza caucasiano dibujado por un loco. Suárez lo ha intentado a nivel nacional, internacional, y ha terminado estos días en Caso y un faz, ni siquiera ha podido imponer al valedero y valioso Raúl Morodo. Sahagún lo intentó a nivel municipal, antes de que la muerte se lo llevase por el procedimiento del tirón, pero lo más que consiguió, aparte algunos túneles urbanos, fue, en sus momentos extáticos, una patética imitación de Tierno Galván. El liberalismo, hoy, muy lejos de Espronceda, no deja de entrañar la avena loca de la derecha (en el Espronceda final lo vemos claro). Faltan muchos años para que España se eduque en un liberalismo inglés, y cuando Corcuera insulta a los jueces y los intelectuales, cuando el narco es el gran problema nacional,no basta con el liberalismo que se limita a una razia de inocentes camellos, sino el asalto al secreto bancario que pide Julio Anguita, o sea, algo mucho más fuerte y definido que un liberalismo humanista. A Rodríguez Sahagún le hubiéramos agradecido menos túneles y más eficacia, decisión y audacia contra el narco madrileño. Una vez me invitó Agustín a comer en «La Aldaba» por encargo de Suárez, para proponerme una revista político/cultural cuyos soportes seríamos Julián Marías y yo. Ya ven ustedes que el solo enunciado del proyecto era un poco circense. Le dije que no, claro (y no por Julián Marías). Quiere decirse que andaban perdidos con su centrismo. Suárez es un Sahagún desplegado, nacional, internacional, y ya se sabe cómo ha acabado. La muerte parisina, que es piadosa, ha besado en la frente al ex alcalde antes de que le llegase la muerte política, con su jefe. No vale ser muy liberal con Sahagún y muy radical con Amedo. Hay que ser radical, crítico y finalista con todos. Hasta con Paesa . No vale ser muy liberal con Aznar , que ha podido .cargarse a Mariano Rubio y no,lo ha hecho por compromisos galaicos, tragándose diez preguntas como diez sapos, según denuncia este periódico, y ser muy radical, exigente e implacable con Felipe González. El país no está para liberalismos, sino para un guerracivilismo ideológico contra el Gobierno, contra la derechona, contra los empresarios, contra Juan Guerra, contra quien usted quiera. No se puede hacer de una tormenta un crucero de placer. El desencanto profundo, clínico, que se ha llevado a Sahagún, es el mismo que hoy retira a Suárez tras las murallas de Ávila. Suárez tuvo la oportunidad única de revolucionar pacíficamente el país y no lo hizo. Felipe ha tenido esa oportunidad después y también está cayendo en un liberalismo aplaciente. El liberalismo es una política opiácea del XIX que ha dormido dulcemente a Sahagún. Que en paz descanse.

14 Octubre 1991

Réquiem por un liberal

Pedro J. Ramírez

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eRA abril luminoso del 77, abril desbordante de ilusiones en las calles de Alicante, y Pío Cabanillas, cogiéndome del brazo, con esa especial forma suya de querer decir, me explicó camino del Teatro Principal, que aquel invento -esa UCD que todavía ni siquiera se llamaba UCD- iba dirigida al «tercer español, ese que no se siente ni de derechas ni de izquierdas y al que hasta ahora le han dado por el saco con un régimen o con otro». Trece años después, con las espaldas ya cargadas de memoria, durante el funeral por el décimo aniversario de la muerte de Joaquín Garrigues Walker, me fijé en Agustín Rodríguez Sahagún, todavía alcalde, y me vinieron a la cabeza aquellas palabras del gallego sabio. A la salida, frente a los jesuitas de Serrano, le dije, muy en serio -pero de forma que pareciera en broma: «Animo, Agustín que eres el último liberal que nos queda en el poder…» Cuando casi un año después dejó la alcaldía me llamó para hablarme de resucitar un viejo proyecto de libro titulado «La Sociedad de las Libertades» en el que se suponía que yo debía escribirle el prólogo. Le dije que contara con ello, presintiendo -su deterioro físico era inapelable- que jamás podría llegar a complacerle. Como contrapartida dicté desde Nueva York un artículo ambiguamente titulado «Réquiem por un alcalde» que incluía mi valoración política del personaje, pensando que le resultaría agradable saber lo que diría mi obituario el día en que ya no estuviese. Ni quito ni pongo una línea de aquellos párrafos que él leyó: «Madrid pierde un estupendo alcalde, pero la decisión de Rodríguez Sahagún de no presentarse a las próximas elecciones municipales trasciende con creces el ámbito de la política local. Su retirada es, en realidad, el preludio del inexorable hundimiento de su partido, el CDS, y todo un símbolo del ocaso del centrismo como alternativa política específica». «Rodríguez Sahagún era el «último mohicano» de la generación de dirigentes de UCD que permanecía en un cargo público de relieve, sin haber emigrado al PSOE. Por sus ideas y su talante bien puede considerársele además como el prototipo de esa carnada de políticos que, protagonizando una de las escasas aventuras de poder de la burguesía progresista en la historia española contemporánea, tuvieron que pencar con el tramo más duro de la transición. Sin la firmeza democrática, el coraje y la capacidad de renuncia de gentes como él, o como Iñigo Cavero, o como Alberto Oliart, o como Joaquín Garrigues, o como Fernando Abril o tantos otros colaboradores de Adolfo Suárez, el PSOE nunca habría tenido la oportunidad de gestionar las vacas gordas de los últimos años ochenta». «A diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los miembros de la clase gobernante, la política no supuso para ninguno de ellos una mejora de su nivel de vida o de su consideración social, sino más bien una cadena de sacrificios desde una posición previa económicamente desahogada y profesionalmente brillante». «La trayectoria de Rodríguez Sahagún al frente del consistorio madrileño ha hecho honor a esa doble vertiente de eficacia en la gestión y compromiso con la defensa de las libertades que siempre caracterizó a este grupo de personalidades vinculadas a la llamada «oposición moderna» al franquismo. Al igual que ya le ocurriera cuando accedió al Ministerio de Defensa en plena efervescencia del golpismo y con un Gobierno sin mayoría parlamentaria, las condiciones políticas no podían serle más adversas. Recuérdese que llegó a la alcaldía como consecuencia de un pacto tan polémico y discutido que su propio partido, después de embarcarle poco menos que arrastrado en el envite, se desmarcó públicamente del mismo a los pocos meses. Añádasele a ello la enorme dificultad de tener enfrente al Gobierno central, dependiendo en gran medida de sus inversiones y recursos, y el hecho de que su segundo de a bordo, el teniente de alcalde Álvarez del Manzano, se perfilara enseguida como su principal contendiente electoral, y se comprenderá que tenía todos los números para que el experimento hubiera terminado como el rosario de la aurora». «Rodríguez Sahagún abandona, sin embargo, el Ayuntamiento en medio del respeto y la consideración general, con una imagen de hombre abnegado, capaz de sacar las cosas adelante a base de tesón y de convertir la casa consistorial en una especie de servicio de guardia, abierto 24 horas de los 365 días del año, en aras de proporcionar a los madrileños un constante seguimiento a pie de obra de sus problemas. No cabe duda de que Rodríguez Sahagún ha consolidado además el peso político que adquirió la alcaldía en tiempos de Tierno Galván y que, lógicamente Barranco -al igual que hipotéticamente ocurrirá con Álvarez del Manzano- no fue capaz de preservar. Desde su plataforma municipal el máximo regidor de Madrid no ha dejado de entrar, con contundencia y coherencia, en uno sólo de los grandes temas de política general que han coincidido con sus dos años de mandato: de ahí sus intensos contactos con la Europa del Este en los meses claves del desmoronamiento de los regímenes comunistas, de ahí sus constantes gestos en defensa de la libertad de expresión en los momentos de mayor acoso gubernamental a la prensa, de ahí sus nada veladas críticas a la implicación militar española en la Guerra del Golfo». «Escribo estas líneas en el extranjero y desconozco por tanto los detalles concretos y el peso real de las razones familiares aducidas por Rodríguez Sahagún como pretexto de su decisión. Y digo pretexto porque aunque se tratara de las más serias circunstancias personales imaginables, éstas no habrían servido en todo caso sino para liberarle de un laberinto político sin salida. Se presente como se presente, a Rodríguez Sahagún le había dejado Adolfo Suárez colgado de la brocha y sin escalera debajo. El «seppuku» político cometido por su jefe y amigo del alma al malbaratarse al poder en el infausto congreso de Torremolinos, empujaba al alcalde de Madrid hacia la rebelión o hacia la esquizofrenia. Lo único que no podía hacer sin perder la propia autoestima era prestarse a colaborar con la estrategia del CDS y poner al servicio del PSOE un capital político en gran medida acumulado como consecuencia de su constante oposición a los abusos y transgresiones de los socialistas». Ahora que el destino ha querido llevarse con sólo tres días de intervalo a quien tanto me impresionó a mis veintipocos años con su definición del centrismo y a quien tan fielmente encarnó ese raro prototipo, el hecho de que mis negros pronósticos respecto al CDS se hayan cumplido electoralmente de forma tan tajante no me produce el menor consuelo. Más bien al contrario, encuentro cierta desazonante lógica en el hecho de que la muerte física de hombres como ellos coincida con el ocaso de la posición política que defendieron. Aunque pueda argüirse que sus ideas han impregnado ya la conducta de partidos como el PSOE y el PP, el valor específico que el centrismo significó en los momentos cruciales de la transición, dificilmente podrá ser sustituido en la vida política española. Y queda además el plano de lo personal. Tal y como escribía ayer en estas mismas páginas Pepe Oneto, respecto a Pío Cabanillas, yo también tengo la sensación de que con Agustín Rodríguez Sahagún «se va algo de mi propia vida, de mi propio ciclo».

15 Octubre 1991

La muerte de dos 'números dos'

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL DESTINO ha querido unir en su aliento postrero a dos importantes políticos de la transición, desaparecidos esta semana. Ambos fueron ministros en Gobiernos de la Unión de Centro Democrático (UCD), heteróclita organización que sirvió de punto de encuentro entre políticos procedentes del sector aperturista del franquismo y del ala más moderada de la oposición. Pío Cabanillas, fallecido el pasado jueves en Madrid, fue un personaje muy representativo del primer grupo. Sin pertenecer específicamente al segundo, Agustín Rodríguez Sahagún, que le sobrevivió en apenas tres días, era hijo de un funcionario de ideas republicanas represaliado tras la guerra civil, y su trayectoria vital y política puede considerarse característica de cierto sector de la burguesía urbana, ilustrada y moderada, no comprometido con el régimen del 18 de julio. Políticos eminentemente transitivos, ambos coincidieron sobre todo en su persistente vocación de número dos: más dotados para convencer que para arrastrar, cada uno de ellos supo buscarse su propio príncipe, por lealtad al cual entraron en la política activa y por cuya causa laboraron en los buenos como en los malos tiempos.Pío Cabanillas, llegado a la política de la mano de Fraga, con quien fue subsecretario en el Ministerio de Información y Turismo durante los años sesenta, compartió con su paisano la idea de que el franquismo era reformable desde dentro. Pío Cabanillas fue protagonista esencial del conjunto del proceso que facilitaría en la década siguiente la transición pacífica de la dictadura a la democracia: verdadero autor de la ley de prensa de 1966, importante factor, pese a sus límites, en la modernización de la sociedad española de aquellos años; principal víctima política, en 1974, siendo ya ministro, del frenazo a la apertura iniciada tras la desaparición de Carrero Blanco; y partícipe, desde el sector liberal de UCI), del pacto con la oposición moderada que abriría paso a la democracia.

La biografía de alguien que ha estado tantos años en el poder o en sus inmediaciones está forzosamente cargada de contradicciones. Pero pocos políticos habrán logrado tanto respeto y reconocimiento por parte de sus rivales -y hasta víctimas de sus decisiones, en algún caso, como el del cierre de la revista Por Favor- como este gallego, cuya inteligencia nadie discutió nunca y del que quedará para el recuerdo su envenenada definición de Franco, ante las cámaras de televisión, horas después del fallecimiento del dictador: «Un profesional del poder».

No sólo reconocimiento, sino afecto sincero, suscitó entre sus rivales no menos que entre sus amigos políticos Agustín Rodríguez Sahagún, cuyos 59 años de vida se repartieron entre su Ávila natal y las ciudades de Bilbao y Madrid, en las que pasó la mayor parte de su existencia antes de ir a morir en París (y con aguacero) este lluvioso mes de octubre. Uno de sus profesores en la Universidad de Deusto recordó ayer por la radio que desde muy joven tuvo lo que por entonces se llamaba inquietudes políticas. En ausencia de un marco democrático en el que desarrollarlas, las canalizó hacia actividades relacionadas con el arte y la edición antes de fundar la patronal de la pequeña y mediana empresa (CEPYME), de donde le sacaría su paisano Suárez para hacerle ministro de Industria en los primeros años de la transición. Desde aquel mismo día supo Sahagún que había encontrado objeto para su lealtad, y a ese objeto dedicó en adelante su inteligencia y capacidad de trabajo.

De su trayectoria como ministro (siéndolo de Defensa vivió el trance amargo del 23-F), presidente de UCI), diputado del CDS y alcalde de Madrid, sería este último cargo, en el que apenas permaneció un par de años, el queje daría mayor popularidad. El anuncio de su retirada, cuando su rostro reflejaba ya la muerte que le acechaba, sirvió para que mucha gente que hasta entonces lo ignoraba cobrara conciencia de hasta qué punto apreciaba a ese hombre cuya principal característica fue su buen corazón. Pío Ca banillas y Agustín Rodríguez Sahagún dedicaron buena parte de sus vidas a vertebrar la sociedad española. Por ello les debemos nuestro agradecimiento.

El Análisis

LEAL A SUÁREZ

JF Lamata

Nadie negaba que el Sr. Rodríguez Sahagún tuvo importantes diferencias con el Duque de Suárez en sus últimos años dentro del CDS. El Sr. Sahagún era partidario de acercarse al Partido Popular (no en balde sus votos le dieron la alcaldía de la capital) cuando el Duque quería erigirse progresista pactando con el PSOE. Pero la lealtad también era criticar las estrategias que uno no compartían.

El hecho es que cuando el Sr. Suárez fue desplazado del liderazgo de UCD a él le tocó sucederle y defender su memoria al frente del sector ‘suarista’. Cuando la  UCD se derrumbaba, el Sr. Sahagún se unió al barco del ‘suarismo’ y compartió con él el humillante grupo mixto de dos únicos diputados (Suárez y él). Después lideró el alzamiento centrista en 1986 que simbolizó su asiento en la alcaldía de Madrid. Por desgracia también incluyó el hecatombe de 1991. El Sr. Sahagún, que probablemente hubiera preferido que en aquellos comicios PP y CDS hubieran hecho coalición, mantuvo su militancia disciplinada y evitó criticar al Duque en público.

Y así falleció: con el título de ‘el gran colaborador de el Duque de Suárez’.

J. F. Lamata