10 julio 1992

Establecido el sistema de la democracia parlamentaria, al que él siempre se opuso, intentó liderar 'Falange Española de las JONS' como partido político, pero fracasó electoralmente y fue desalojado del mismo

Muere Raimundo Fernández Cuesta, ex ministro franquista y co-fundador de Falange con José Antonio Primo de Rivera

Hechos

El 10.07.1992 se conoció la noticia del fallecimiento del ex ministro D. Raimundo Fernández-Cuesta.

Lecturas

10 Julio 1992

Fundador de la Falange Española

Pedro Calvo Hernando

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La muerte de Raimundo Fernández Cuesta se produce cuando muchos españoles le habían perdido la pista desde años atrás e incluso cuando pensaban que había fallecido hacía mucho tiempo. Muere a los 95 años, es decir, casi centenario, con lo que ya nos está dando una primera idea del espacio temporal de su trayectoria política y humana: la práctica totalidad del siglo XX. El mismo alardeaba de que conocía a José Antonio Primo de Rivera desde 1904. Es el vértigo del tiempo que pasa. Es la historia que creíamos leer ya solamente en los libros. Decir Falange y decir Raimundo Fernández Cuesta es la misma cosa. Pero también lo es emparejar a nuestro personaje con el régimen de Franco y con Franco mismo. Es uno de los grandes protagonistas de la España «nacional», o de la «otra España», una de las dos que helaría el corazón a los españolitos que venían al mundo y que no guardaba Dios. Yo guardo dos vivencias distintas del personaje, una de mi infancia, la otra de la transición. En la primera lo veo como ministro Secretario General del Movimiento, de 1951 a 1956. Tiempos duros-duros del franquismo que se trataban de disimular con invocaciones a la institucionalización del Régimen y a la necesidad de ganar la calle. Lenguaje posfascista, cuando lo del Imperio empieza a flaquear y el Vaticano y los americanos ya le han dado al Caudillo un salvoconducto para que circule por una minúscula vía de la derecha. Fernández Cuesta es protagonista de esos años, con la confianza de Franco y todavía con el señuelo de la Falange, que ya se llamaba otra cosa y que en realidad nadie sabía lo que era exactamente. Y la vivencia de la transición. Ya muerto Franco, en 1976 es elegido presidente de Falange Española de las JONS, que es la versión número 6 ó 7 de lo mismo, ahora ya en predemocracia y enseguida en democracia, como uno de los minipartidos que nunca conseguían arrancar más de unos escasos miles de votos de los españoles. Raimundo Fernández Cuesta se esforzó durante décadas por ser un intérprete fiel del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, «El Fundador». Con el hijo del dictador-general había fundado la Falange en 1933, en el famoso acto del teatro madrileño de La Comedia. Aquel acto del «Nada de un párrafo de gracias, sino escuetamente gracias como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo…». Era el comienzo del discurso fundacional de José Antonio, con cuyo contenido y filosofía Fernández Cuesta no sólo se identificaba plenamente, sino que había sido partícipe y coautor. El lenguaje no posfascista sino prácticamente fascista, algo tan de moda en esos tiempos. Adolfo Hitler al poder en ese mismo año. Benito Mussolini en el poder desde una década antes… Más adelante lo fue todo en las variopintas versiones y adaptaciones -quizá también falsificacionesde la primitiva idea del teatro de La Comedia. En 1934, fusión de Falange con las JONS, pues Raimundo Secretario General de FE y de las JONS. En 1937, fusión de FE y de las JONS con la Comunión Tradicionalista, pues Raimundo Secretario General de FET y de las JONS. Pero aquello ya era el Movimiento Nacional, pues Raimundo secretario general del Movimiento. Ya vimos que lo volvería a ser en la década de los 50, cuando los de mi generación éramos niños de primera comunión o así. Lo fue todo y en primer lugar. Estuvo también en el primer gobierno de Franco, todavía en plena guerra civil: fue ministro de Agricultura entre 1938 y 1939. Fue presidente del Consejo de Estado. Ministro de Justicia del 45 al 51. Es uno de los casos más agudos de versatilidad dentro de la dilatada clase política del franquismo. Un hombre de verbo fácil, que sabía enganchar con sus correligionarios e incluso con las masas mediatizadas de los años más duros de la dictadura franquista. De buena formación jurídica, con eso ya era suficiente para brillar en el Régimen. En 1920 ya era del Cuerpo Jurídico de la Armada. Y en 1926 gana las oposiciones de Notarías. Fue notario hasta que se jubiló en Málaga en 1971. Verán que lo fue todo, hasta notario, que era un lujo de la España de la Restauración y del franquismo. Hace siete años publica su libro Testimonios, recuerdos y reflexiones, un interesante documento para conocer al Raimundo Fernández Cuesta hombre y político, desde la perspectiva de la historia, la propia y la de su país. En 1936 había prestado un involuntario servicio a la democracia futura, al ser canjeado por Justino de Azcárate, detenido cada uno por el bando contrario. No tendría después más ocasiones de rendir esa clase de servicios. Raimundo Fernández Cuesta es Doctor Honoris Causa por la Universidad Primacía de América, está en posesión de la Palma de Oro de la Falange, y de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Se acaba de marchar, pues, uno de los grandes personajes del régimen franquista, diecisiete años después del propio Franco. Con él desaparece también una parte importante de nuestra propia historia. Porque Raimundo Fernández Cuesta ya vivía en la historia.

11 Julio 1992

Yo tenía un camarada

Juan Carlos Escudier

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Ni Franco ni José Antonio estuvieron ayer «presentes». Nadie entonó el «Cara al Sol». Nadie levantó el brazo con la palma de la mano extendida para despedir al camarada. Nadie coreó «España, una; España, grande; España, libre». La tierra cubrió el féretro de Raimundo Fernández Cuesta sin que nadie gritara «iArriba España!» y sin que nadie quisiera decir alguna palabra en su memoria. Antes del sepelio, un grupo había tomado posiciones junto a la tumba, situada a lado de una de las tapias del madrileño cementerio de San Isidro. Por su conversación, parecía que la actividad social que les unía era asistir a los entierros de próceres del Antiguo Régimen y desapolillar las páginas de la historia. Uno de ellos, entrado en kilos, empezó a hablar de su salud, de su peso y de su hernia. Este último tema prendió en uno de sus acompañantes que, ni corto ni perezoso, se desabrochó la camisa para lucir la suya.

La exhibición de hernias fue breve y, en seguida, se entró en materia. Le tocó el turno a Manuel Hedilla, jefe de la Falange tras el encarcelamiento de Primo de Rivera, y condenado a dos penas de muerte por Franco por oponerse a la unificación con las JONS de Onésimo Redondo. (De una de ellas fue indultado y la segunda se le rebajó a veinte años de cárcel y después se le conmutó por otra de confinamiento en Mallorca). «Me apuesto mil pesetas a que Hedilla murió antes de 1956», decía el primer herniado. «Apostadas van» le replicó otro del grupo, que mantenía que el finado había dejado este valle de lágrimas en el «sesenta y tantos». Los dos se confundían -Hedilla murió en 1970- pero daba igual. La señora de uno de los contertulios, de edad muy avanzada, reposaba mientras, sentada en una de las lápidas de las inmediaciones sin atreverse a opinar. La conversación no acabó ahí. El hombre que mantenía la muerte más prematura de Hedilla contó la historia de su mujer en la Sección Femenina, en donde recibió cursillos y acabó convirtiéndose en profesora. Al parecer, pretendían certificar que había trabajado durante siete años y había recibido como respuesta que los archivos habían sido quemados. «Pues yo juro, ante Dios y los socialistas, que trabajó allí», dijo. Y lo que son las cosas, el otro herniado también se enfrentaba a una situación similar. Así que, unidos por desgracias físicas y burocráticas, continuaron la charla para matar el tiempo. Había empezado a llegar el resto de familiares y amigos de Fernández Cuesta. Uno de ellos era José Utrera Molina -ex ministro secretario general del Movimiento y ex ministro de Trabajo, con su camisa y traje azules, su corbata negra y una discreta insignia del yugo y las flechas. Fue la única cara conocida que se trasladó al cementerio. Otros como Valdés y Dancausa pasaron desapercibidos. «Ahora vendrá más gente conocida», aventuró uno de los asistentes. «Serán conocidos nuestros, porque ya no los conoce nadie», replicó Dancausa. Si no hubiera sido por un uniformado falangista, con su camisa azul y sus medallas, que se había colocado en la puerta del cementerio, más de uno habría pensado que se equivocaba de sepelio. El hombre llevaba prendidas de la camisa más flechas que el carcaj del mismísimo Guillermo Tell y acompañaba su atuendo con un pantalón beige y unos calcetines blancos, es decir, lo que se dice perfectamente conjuntado.

La avanzada media de edad de los asistentes era compensada por la presencia de algún/a joven. Una de ellas, especialmente atractiva con su pelo rizado y sus ojos azules, lucía un espléndido mantón sobre su traje verde y negro, al que asomaba un collar de perlas, no se sabe si de Majorica o de ostra auténtica. Podía ir de entierro o de boda, con esa elegancia nada informal. Pasadas la una y cuarto de la tarde llegó el coche fúnebre, precedido de una furgoneta con las coronas de flores enviadas al difunto. «iDale para atrás, Manolo!», gritaba un operario ayudando en su maniobra al conductor de la furgoneta. El sacerdote, que se había situado entre ambos vehículos, inmediatamente detrás del que portaba el féretro, miró cautelosamente hacía atrás al sentir el peligro de ser atropellado, pero todo quedó en el susto. Como suele ser habitual en todos los entierros, el cura hizo oír su voz entre las paladas de los sepultureros, con algún pareado involuntario como cuando pidió a los presentes que rogaran a Dios para acogiera en su seno a «tu hijo Raimundo al que te has llevado de este mundo». Cuando concluyó la breve ceremonia, las cerca de cincuenta personas que habían asistido a los actos se quedaron esperando que algo sucediera. Pero no ocurrió nada. Así, no fue extraño que, mientras encaminaba sus pasos hacia la salida, uno de los presentes comentara: «A los falangistas no se les canta ya ni el «Cara al Sol»».