26 noviembre 1958

Muere Víctor de la Serna Espina, ‘maestro de periodistas’ y alma del periódico INFORMACIONES entre 1936 y 1948

Hechos

El 26 de noviembre de 1958 la prensa se hace eco del fallecimiento de D. Víctor de la Serna Espina del periódico INFORMACIONES.

26 Noviembre 1958

Duelo en INFORMACIONES

Ramón Sierra Bustamante

(Director de INFORMACIONES)

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No recuerdo bien donde conocí a Víctor de la Serna… ¿Fue en Burgos, cuando era capital de España, la más romántica capital que hemos tenido? ¿O fue en San Sebastián, en el costado de algún bu armade que nunca se cansaba de contemplar? ¿O quizá en algún cruce de aquellos caminos donde la gloria y la muerte marchaban juntas y de prisa? La memoria sólo guarda de aquellos días una confusa teoría de aguafuertes… Pero aún le veo abriéndome los brazos no como un nuevo amigo, sino como un viejo y entrañable camarada, cuando un camarada era entonces más que un amigo y tanto como un hermano.

Lo que recuerdo bien es que un día se entró por las puertas de EL DIARIO VASCO, buscó un hueco en una mesa, se puso a escribir a mi lado, sin levantar la pluma de las cuartillas, como si algún genio invisible le estuviera dictando y terminó su artículo en el tiempo que yo hubiese necesitado para redactar una gacetilla. Me lo entregó y me dijo: «Mira a ver si vale». Naturalmente, valía.

Valía todo lo que han valido sus artículos, que eran un prodigio de claridad, de elegancia, de donosura, de agilidad. ¡Ah, si Víctor hubiese sido un escritor nacido en tierras menos ásperas que la nuestra, más entregadas a las corrientes que triunfan! Víctor de la Serna estaría ya emparejado por los extraños -nosotros ya lo hicimos – con las más cotizadas firmas del periodismo universal.

Porque Víctor fue uno de los mejores maestros de nuestra profesión. Fue aquí, precisamente en este puesto que ahora ocupo sin méritos ni laureles, donde quedó consagrado su talento como escritor, como periodista y como director. INFORMACIONES le debe mucho a Víctor de la Serna y en esta hora tan dolorosa para todos los que a este diario pertenecemos y para cuantos trabajaron a sus órdenes, le recordamos con íntima y profunda piedad y rendimos a su memoria el más fervoroso homenaje de admiración. Nuestro Consejo de Administración, nuestra Redacción y Administración, todo el personal de talleres, que tanto le admiraba y le quería, se unen fraternalmente en el duelo que tan duramente pesa sobre el ilustre familia del que acaba de entregar su alma a Dios.

No podemos ni queremos decir más. Estamos aún sobrecogidos por la abrumadora impresión de su muerte. Sólo hemos de añadir que tanto como el periodista, magistral, recordamos ahora al hombre, al amigo, al camarada, al compañero, fiel y leal siempre. Poco vale lo que nosotros podamos rogar por él, pero sus obras, sus largas buenas obras, habrán pesado decisivamente en la balanza del único juez que jamás yerra en sus fallos.

26 Noviembre 1958

Mago de la prosa

Juan José Peña Ibáñez

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Por encima de todas sus cualidades humanas, la de magnífico escritor. Y en este aspecto, admirable articulista de periódico. Su nombre quedará como el de un gran maestro en el periodismo español de estos años. Sabía narrar y cautivaba con su narración a quien le leía. Sabía trasladar sus inquietudes con el relato a sus lectores, y suscitar en éstos el pertinente movimiento de la mente y el ánimo. El intrumento de esta maestría era una prosa elegante, viva, pura, elaborada con el amor que el orive pone en lograr su obra de arte. Porque obra de arte eran las cuartillas de Víctor de la Serna, por el brillo de su prosa y por el primor de su escritura de pendolista.

Para mí, de entre tantas bellas páginas como salieron de su pluma, fueron las más excelentes aquellas – muchas – en que se recreaba describiendo bosques y cumbres. En su hoy y en su ayer. Quizá fuese así por un cordial imperativo de su cuna y su linaje. Nacido al píe de los Andes y con la raíz de su estirpe en la Castilla de Peñas al Mar, la vieja Montaña de Burgos, su filiación santanderina le hizo amante de lo excelso. Y así, la magia de su prosa se entreveraba de una luz aun más allá cuando sus párrafos se posaban en los prados, valles, ríos, arboledas y cumbres de aquellas alturas montañesas desde los parámeras de la Lora y los valles de Sedano, en la cabecera del Ebro, hasta los Picos de Europa y la brava orilla de playas y rocas que baña el mar cántabro.

Ahora gozará ya de la luz imprescindible en los collados eternos.

26 Noviembre 1958

Adiós a Víctor de la Serna, a 'Unus', a 'Diego Plata'

Antonio de Miguel

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Adiós, Víctor, querido amigo. ¡Adiós sugestivo y misterioso Unus! ¡Adiós, Diego Plata, locuaz y travieso, que vestía de gala las verdades del barquero… y a mandar! No esperes que estos adioses definitivos puedan ir arropados con frases bellas, cinceladas, pulidas. Toda la sublime orfebrería del lenguaje, todas las gracias sutiles del estilo se las ha llevado tu pluma prócer, abatida para siempr. Mi duelo ha de ser por fuerza, un duelo de emociones y recuerdos, vivos éstos y calladas aquellas. Fue tu magiesterio tan amplio y generoso, que a todos nos regalaste enseñanzas ejemplares, abundantes viáticos para recorrer todos los caminos del periodismo. Y todos quisimos ser émulos de tu maestría y ampararnos en tu sombra gigante. Yo particularmente te debo muchas cosas, que apenas he podido pagar con pobres réditos de sincera, de extraordinaria admiración. Poca cosa para la intensidad del regalo: tu amistad, tu confianza, tu afecto. Cierto día sacaste de pila, con un riesgo de tu pluma primorosa, a cierto ‘Ademi’, que con la franquía de tan rumboso padrinazo hizo gemir a las prensas con alguna vibración: Ta que le prestaba tu generosa tutela. Apenas sí solo. Y en esta nave de INFORMACIONES que tú lanzaste a navegar con la racha de Dios en las hinchadas velas tu sombra propicia ha estado siempre vagando, como un espíritu lar.

De tu amplia y desbordante humanidad, que componía una aténtica figura de época para el periodismo español – anoche me lo hacía observar Manuel Halcón – sólo nos queda el recuerdo. El mío es fiel y se concentra en los años que serví a tus órdenes, aunque tú jamás las diste. Porque tú nunca ordenabas: insinuabas. Si querías que alguien hiciera algo comenzabas por hacerlo tú mismo, a ver si ese caía la cara de vergüenza. Vano empeño, porque a veces ni había cara ni había vergüenza. Pero tú nunca perdiste la compostura de tu bondad. Jamás le vi colério – aunque a veces las cóleras son snatas, como las de Isaías – porque sabías regar la dura justicia con cuadales de comprensiva caridad hacia el prójimo. A lo sumo, llamaba «canene» al majadero de solemnidad y «repipi» al pedantuelo declarado y vanidoso.

Entre todos los directores que ha tenido este periódico creo tener el privilegio de haber sido el más directamente favorecido por tus enseñanzas. Y he de recordarle siempre tras la amplia mesa de tu despacho de la calle de San Roque, soportando con paciencia franciscana a la legión de pelmazos y ladrones de tiempo que lo convertían en leonera, en mentidero, en tertulia, precisamente a las ‘hora punta’ en que el periódico reclamaba toda tu atención y tu actividad. Sin embargo, era justamente en medio de la cháchara y de la algarabía de los demás cuando su pluma sacaba, con primorosa caligrafía, los más bellas artículos, los, los más sensacionales editoriales.

Una sola vez le vi protestar, con protesta escrita, que no verbal. Llegó a picar en historia que todo cristiano que entrara en tu despacho, como Pedro pro su casa, se fuera siempre derecho a un magnífico barómetro inglés, gran catador y vigía de borrascas y bonanzas marineras y le diera unos golpecitos en el cristal, con la desconfianza de que la aguja centinela se hubiera dormido en una posición distinta de la que le correspondía. Harto de aguantar el continuo aporreamiento del honrado vigía meteorológico, pusiste a su lado un aviso de tu puño y letra: «Este barómetro no es un tambor».

Hoy lloran tu muerte los raqueros de Puerto Chivo, que te hbaían elegido su consul y diputado, con los que tantas veces presenciaste la entrada en el puerto castellano de los macandros ingleses que hacían la carrera de los coloniales. Y los menestrales de Cuadro Caminos y Vallecas que te llamaba respetuosamente Don Víctor, así como toda la mesocracia madrileña que siguió con prendido interés todas sus campañas periodísticas. Y también la aristocracia de la sangre y de la inteligencia, porque hoy nadie puede darse de baja en sentir la emoción y la tristeza de tu muerte. Pero querido Víctor: tú sabías, bien que la elegancia de una vida se remata con la belleza y santidad de una muerte. Y tú, viejo hidalgo cristiano, siendo hidalgo montañés – que es ser dos veces hidalgo – has sabido practicar las dos elegancias supremas del español: cuando se hinca de hinojos y da cuenta y razón de su vida al Creador, y cuando puro el honor limpia la conciencia y bien ganada la intención, le dico a la Muerte «¡Vámones!».