22 marzo 1999

'Salvar al Soldado Rayan' ganó pero quedó por debajo de las espectativas

Premios Oscar 1999 – Harvey Weinstein se corona en Hollywood con ‘Shakespeare in Love’ y el italiano Roberto Benigni se cuela con su ‘La Vida es Bella’

Hechos

El 23 de marzo de 1999 la prensa española informó del resultado de la gala.

Lecturas

Steven Spielberg no consiguió que su ‘Salvar al Soldado Rayan’ repitiera el éxito de ‘La Lista de Schilder’, pero sí logró quedarse con la estatuilla a ‘mejor director’, lo que le supone un digno resultdo.

Roberto Benigni ascendió al escenario en lugar de por el pasillo, ‘trepando’ por los asientos al lograr el óscar a ‘mejor película de habla no inglesa’ para su ‘La vida es Bella’. Lo que pareció sorprenderle es ganar también el óscar a ‘mejor actor’ también por ‘La Vida es Bella’ derrotando a actores de la talla de Tom Hanks (‘Salvar al Soldado Rayan’), Nick Nolte (‘Afliction’) o Edward Norton (‘American History X’).

Mejor Película – ‘Shakespeare in Love’.

Mejor Director – Steven Spielberg por ‘Salvar al Soldado Ryan’.

Actriz – Gwynneth Paltrown por ‘Shakespeare in Love’.

Actor – Roberto Benigni por ‘La Vida es Bella’.

Actriz Secundaria – Judi Dench – ‘Shakespeare in Love’.

Actor Secundario – James Coburn por ‘Affliction’.

Película de Habla no inglesa – ‘La Vida es Bella’.

Óscar Honorífico – Elia Kazan.

POLÉMICO ÓSCAR HONORÍFICO AL ANTI-COMUNISTA ELIA KAZAN

El Óscar honorífico a toda una carrera del año 1999 fue para Elia Kazan, lo que despertaba cierta controversia porque Kazan estuvo entre los actores que colaboró con el senador MacCarthy durante la época de la caza de brujas anticomunista en la década de los 40 y los 50 declarando contra compañeros en el Comité para Actividades Antiamericanas del Senado de EEUU. La mayoría de los actores y académicos aplaudieron con entusiasmo a Kazan en reconocimiento a toda una carrera al cine, pero Nick Nolte, Ed harris y Amy Madigan no quisieron ocultar su rechazo a ese óscar negándole el aplauso y manteniendo un gesto severo durante su intervención.

23 Marzo 1999

Enésima galería de despropósitos

Ángel Fernández-Santos

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A lo largo de décadas he titulado otras veces de igual o parecida manera que ahora este comentario ritual de la primavera del cine. Enésima, más una, galería de disparates que luego, mirados de reojo, no lo son tanto, responden a la lógica de una estrategia comercial a ras de suelo (lo que no es malo), pero revestida con una capa adecentadora del prestigio de lo que va de artístico (lo que es peor que malo, es una estafa) sin serlo.Salvo cuando (casos de Sin perdón, La lista de Schindler y Titanic) entra en la pugna, y se lleva la parte del león, una película que funde con vigor calidad y eficacia comercial, el tostón con que Hollywood festeja su ombligo se convierte en un nudo de equilibrios y enjuagues que hay veces que, de puro evidentes, resultan divertidos, pero que hay otras en que no hacen ninguna gracia, porque en sus decisiones se pisotea la delicadeza del talento.

Por ejemplo, considerar el mejor actor al estupendo bufo Roberto Benigni no tendría mayor relevancia que la de hinchar un divertido globo, si al mismo tiempo no se dejase en la cuneta, con caras patibularias por la incredulidad ante algo que se parecía a un chiste del cómico italiano, a Ian McKellen y Nick Nolte, intérpretes inmensos, situados a distancias astronómicas por encima del buen y simpático Benigni. Pero McKellen es un actor británico que Hollywood sabe inasimilable, y Nolte un chico mimado de la casa, que se ha vuelto últimamente díscolo, se ha cansado de lagartos y de efectos especiales, ha cogido sus bártulos y se ha ido con ellos al cine independiente, desde el que ha aportado la mejor, con mucho, película estadounidense del año, Aflicción, que naturalmente fue arrinconada, pero, eso sí, con la coartada de un Oscar de consuelo a James Coburn, para cubrir la retaguardia del disparate con un toque de justicia hipócrita.

Que Paul Schrader, por su ausente Aflicción, no sea Oscar al mejor director y al mejor guionista, es en realidad el gran despropósito del reparto de este año. Pero hay otros. Por ejemplo, que Shakespeare enamorado se lleve el Oscar a la mejor película y al mejor guión original, pero no el correspondiente a la mejor dirección, que le ha correspondido al más que solvente, al casi indiscutible Steven Spielberg, por su Salvar al soldado Ryan. ¿Cómo se come eso? ¿Acaso es posible convertir el mejor guión en la mejor película por alguien que no es el mejor director? En la viejas reglas, escritas y no escritas, del oficio del cine no hay manera de vulnerar este triángulo. «Sólo un gran director puede convertir un gran guión en una gran película», dijo una vez Akira Kurosawa. Pero los miembros de la Academia de Hollywood, aunque a veces den a sus equilibrios soluciones que parecen de analfabetos, no lo son en absoluto, y saben perfectamente que dar el Oscar al mejor director al mediocre John Madden, director de Shakespeare enamorado, hubiera cantado toda la trampa del tinglado. Y rizaron el rizo: Oscar a la mejor película y al mejor guión para un filme que, a poco se esquine la mirada, se intuye que los académicos saben perfectamente que está tópica y zafiamente dirigido, hecho con buenos adornos adosados y un competente reparto que funciona sin nervio y sin vértebra. Shakespeare enamorado compitió hace un mes en el Festival de Berlín y obtuvo allí el premio al mejor guión. Discutible (porque es una escritura más hábil que buena), pero no disparatado. Lo que no se discutió es la mortal inanidad de la dirección de John Madden. Y la pregunta vuelve sola: ¿qué enjuague esconde una decisión que, evidentemente consciente de la vulgaridad del director, da como la mejor a su película? Sólo cabe pensar que de las cuatro películas competidoras de Shakespeare enamorado, American history X es el relleno de un filme hinchado, que estaba allí para hacer bulto; La vida es bella ya había sido encumbrada en otros apartados; La delgada línea roja fue un adorno sobrante, pues su estilo rompe, incluso pulveriza, las tradiciones de Hollywood, lo que la descartaba de antemano, y Salvar al soldado Ryan es un filme modélico, pero tambien una ubre exprimida.

En cambio, Shakespeare enamorado es una película reciente, que ahora mismo está iniciando su carrera comercial en todo el mundo, y hay que empujarla, exprimirla. Los Oscar son premios de puro negocio, y se reparten en consecuencia. No es esto lo malo. Lo malo, y volvemos al comienzo, es que se cubra el color verde del dólar con la chapa dorada del prestigio artístico. En los Oscar, el cine como arte y como lenguaje sigue siendo el último mono del show, del tostón de siempre, el enésimo, pero seguro que no el último.

23 Marzo 1999

Escaparate de todo, incluidas películas

Maruja Torres

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La fiesta de Hollywood se convirtió en un desfile de trajes y joyas salpicado de bromas

Como era de prever, Whoopi Goldberg se convirtió en el único bastión que se resistió hasta el final, inmarcesible, a lo largo de una gala que se superó a sí misma en cuanto a duración: más de tres horas. Ya dijo Kevin Costner, antes de anunciar que el Oscar al mejor director se lo llevaba Steven Spielberg, que la ceremonia estaba resultando más o menos como las películas que él dirige. Fue justo entonces en el momento en que el nombre de Spielberg surgió del sobre, cuando se produjo uno de esos instantes impagables, fugaces y que lo dicen todo.

Nick Nolte cruzó con su mujer una mirada que venía a decir: «La hemos fastidiado. Otra vez Spielberg». Nolte había visto cómo Roberto Benigni, el nuevo juguete meridional de Hollywood, le robaba el Oscar a la mejor interpretación masculina al que aspiraba por su trabajo en Aflicción; y ahora observaba desvanecerse cualquier posibilidad de que otra de las películas en que ha participado este año, La delgada línea roja, se hiciera con alguno de los premios gordos.

Guerra mundial por guerra mundial, la Academia prefirió las versiones de Spielberg y de Benigni, cuyas productoras, Dream Works y Miramax, han protagonizado, entre bastidores, duros enfrentamientos que la anfitriona Whoopi Goldberg no dudó en calificar como una tercera guerra mundial… Whoopi Goldberg, la auténtica triunfadora de la noche, que resistió hasta el final sin desfallecer, desde el fastuoso arranque: «Soy la Reina de África… aunque algunos me llaman la Reina Virgen. No puedo imaginar quiénes», hasta su movimiento de hombros ornados con plumaje de avestruz:

«¿Recuerdan Los pájaros? Voy a hacerles los efectos especiales». O su aparición, con un diseño de Beloved: «Soy esclava de la moda», dijo, y a continuación exhibió un anillo con un diamante del tamaño de un huevo de Pascua: «Juro ante Dios que nunca más volveré a pasar hambre». O cuando dijo que iba a donar el traje de Reina Virgen a Elton John. O su humorística mención al tema candente del momento: «Y yo que pensaba que la lista negra la formábamos Hattie McDaniel y yo».

Al recoger su Oscar al mejor actor, Roberto Benigni se convirtió en el segundo director de la historia de los premios que se ha conducido a sí mismo hasta semejante reconocimiento. Cuatro décadas antes, Laurence Olivier lo logró también: por Hamlet. Es decir, por un Shakespeare: el otro fetiche de la última edición de los Oscar. Shakespeare enamorado (con Will Shakespeare, es decir, Joseph Fiennes, curiosamente ausente, salvo en las menciones de sus compañeros: y eso que pertenece a una familia de la que, como del cerdo, se puede aprovechar todo) consiguió siete estatuillas y uno de los más extensos parlamentos de gratitud con nombres de parientes que se ha escuchado en Hollywood.

Gwyneth Paltrow, vestida por Ralph Laurent como una joven Grace Kelly pasada por la anorexia de los años noventa, se remontó hasta sus abuelos, se desvió para recordar a su primo muerto, y todo ello sin dejar de llorar, con un Jack Nicholson algo nervioso detrás, porque es de esos hombres que se impacientan cuando las mujeres sueltan el trapo. En segundo lugar de gimoteo quedó la japonesa Kaiko Ibi, ganadora por el mejor documental de largometraje.

Durante las dos horas y pico que duraron las entradas se produjeron, como era de prever, escenas más excitantes que emotivas. Una de ellas, protagonizada por José Luis Garci, que fue reconocido por los presentadores de la cadena ABC y se refirió sobriamente a su Oscar previo y sus cuatro candidaturas. Roberto Benigni no dejó de besuquear ni de agradecer desde que pisó la alfombra roja: y pensar que este hombre protagonizó aquí, hace algunas décadas, El hijo de la pantera rosa, lamentable secuela de Blake Edwards con Claudia Cardinale, que pasó por todo el mundo sin pena ni gloria. En brazos de la mujer madura (Sofia Loren, la única persona que, anteriormente, ganó un Oscar a la mejor interpretación, en lengua no inglesa), Benigni se hizo con su primer triunfo.

A lo largo de la noche, otros triunfadores irían soltando alguna que otra puya sobre la forma de comportarse de Roberto… y la propia de Whoopi Goldberg tuvo que frenarle cuando vio que estaba dispuesto a repetir su numerito a la primera de cambio. Por cierto, que me parece de escándalo la forma en que la Loren se refirió a la película italiana, como si fuera la única en lengua extranjera que se presentaba… y a lo mejor así era.

Otro momento inolvidable fue aquél en que Bill Condon se levantó para ir a recoger su Oscar al mejor guión adaptado para el cine, el de la oscura, magnífica y modesta (hablando de presupuesto y de apoyos) Dioses y monstruos. Fue entonces cuando Lynn Redgrave (perdedora del Oscar a la secundaria a causa de dame Judi Dench), Ian McKellen (un sir que se había visto desbancado como actor principal por Benigni) y el joven Bredan Fraser (que ni siquiera había sido propuesto por su sensible interpretación del jardinero), se abrazaron, se unieron y disfrutaron como locos de aquella única oportunidad que se le brindaba a su película. Emocionante. Tanto como el homenaje al cine del principio, con un encadenado de secuencias que incluía, menos mal, algunos momentos gloriosos del cine europeo: como la muerte de Ana Magnani, en Roma, cittá aperta, de Roberto Rossellini. No tan afortunados resultaron los otros tributos (el de Frank Sinatra, muy mal escogido; el de Stanley Kubrick, decididamente apresurado y mal montado), y la aparición del caballo descendiente del caballo de Roy Rodgers, por innecesaria.

Si hubo un color que predominó en la gala, en lo que a las señoras se refiere (los caballeros lucieron todas las variantes del tuxedo, en negro; menos Andy Garcia, que iba vestido de vocalista de Los reyes del mambo), fue el rosa. Rosa palo de rosa, rosa-rosa, rosa agrisado, rosa clásico… De Geena Davis (en el preshow: para la ceremonia lució un modelo marrón y beis con pedrería) a la Paltrow, pasando por Meryl Streep (muy entusiasta, como Kathy Bates, a la hora de aplaudir a Kazan; todo lo contrario de Amy Madigan y Ed Harris) y por Liv Tyler, que presentó a su padre, el cantante de Aerosmiths, Steven Tyler.

En cierto momento de la gala, sin embargo, se puso de moda el caqui patriótico, primero con el particular homenaje de Hollywood a personajes históricos conocidos a través del cine (el general Patton y el héroe nacional y también actor Audie Murphy, junto a madame Curie, Glenn Miller y Stephen Bikko), servido por un fondón y barbudo Tom Hanks, que culminó con la presencia del astronauta Glenn, que sirve lo mismo para un barrido que para un fregado.

Y, más tarde, con la sorprendente aparición de Colin Powell, un militar que, si yo no recuerdo mal, no estuvo en la Segunda Guerra Mundial, época que se glosaba, sino en la Operación Tormenta del Desierto, que es harina de muy otro costal. Espero que, en España, el acostumbrado mimetismo no nos dé por empezar a invitar militares a los Goya.

La más elegante de la noche fue, como suele ocurrirle casi siempre, Anjelica Huston, con un traje gris marengo, de pedrería bordada. La más hortera, Celine Dion, que a la entrada llevaba un gran sombrero blanco (se lo quitó para no tapar la vista a los de detrás) y unas gafas de sol de 15.000 dólares, con brillantes en forma de estrella en las patillas.

Nombró la marca unas doscientas veces, cosa nada de extrañar, habida cuenta que la gran noche de los Oscar es, como venimos diciendo, poco más que un escaparate para vender: modelos, joyas, gafas… Y, desde luego, películas.

23 Marzo 1999

Scorsese y De Niro arroparon a Elia Kazan

Javier Valenzuela

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Unos se quedaron sentados en silencio y con gesto adusto, como los actores Nick Nolte, Ian McKellan, Ed Harris y el director español José Luis Garci. Otros se alzaron y ovacionaron con ostentación, como Warren Beaty y Meryl Streep. Algunos aplaudieron discretamente pero sin levantarse del asiento, como Steven Spielberg. Fue el momento más tenso de la noche, aunque los productores del espectáculo lo envolvieron de caramelo para evitar que se hiciera insoportable. Ocurrió cuando Elia Kazan, de 89 años y ya muy debilitado físicamente, recibió un Oscar extraordinario por el conjunto de su vida y de su obra.Arropado por las poderosas presidencias de Martin Scorsese y Robert de Niro, que lo calificaron de «maestro», Kazan aceptó el galardón sin hacer mención a la polémica que su nombre sigue suscitando, o haciendo quizá una alusión indirecta: el director de La ley del silencio dio gracias a la Academia de Hollywood por «su coraje y su generosidad». No hubo ocasión de que los periodistas presentes en el Dorothy Chandler pudieran saber más sobre sus sentimientos porque Kazan no compareció en la sala de prensa. Quedó claro, eso sí, que el octogenario cineasta no quiso aprovechar la velada para expresar remordimiento, solicitar perdón o proponer la reconciliación.

Manifestación

En el exterior del pabellón donde se celebró la gala, unas 200 personas se manifestaron contra el premio concedido a un gran cineasta que fue también un gran delator. «Kazan chivato», decían sus pancartas. Era la respuesta al llamamiento efectuado en las últimas semanas por el llamado Comité contra el Silencio. Ese grupo había realizado una activa campaña en Los Ángeles para protestar contra la concesión de un Oscar honorífico a un hombre que, en los años cincuenta, no sólo confesó haber sido comunista ante el siniestro comité del Congreso que dirigía la caza de brujas, sino que delató a ocho de sus ex camaradas.La leyenda de Hollywood afirma que Kazan actuó así para salvar su propia carrera cinematográfica y a instancias del productor Darryl Zanuck. Sea como sea, su Oscar ha dividido en las últimas semanas a la comunidad cinematográfica norteamericana. Unos, como Dustin Hoffman, lo han considerado inoportuno; otros, como Charlton Heston, lo han jaleado con fervor.

Kazan, que fue propuesto para ese galardón por su amigo y miembro del comité directivo de la Academia Karl Malden, también contó en las afueras del Dorothy Chandler con sus partidarios: un centenar de manifestantes que lucían carteles con leyendas como «Gracias Kazan por no callar» y «Los comunistas de Hollywood apoyaron a Stalin». La policía de Los Ángeles, con sus característicos uniformes negros y largas porras, se encargó de que tanto los defensores como los detractores de Kazan no ocuparan la calzada y obstaculizaran el tráfico.

23 Marzo 1999

Italia recupera el orgullo por su cine de la mano de Benigni

Lola Galán

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Italia saborea, nuevamente, las mieles de un triunfo en Hollywood. Con los tres oscars conseguidos por Roberto Benigni el país recupera el orgullo de etapas gloriosas del cine nacional, tras una época de decadencia. En Vergaio, la localidad de la Toscana donde viven los padres del cómico, Isolina y Luigi, se vivió la noche de los Oscar con auténtico delirio. La práctica totalidad de los 3.000 habitantes siguió en directo la ceremonia en una carpa instalada a tal efecto en la Casa del Pueblo de la localidad. Los padres de Benigni no aguantaron las cuatro horas de entrega de premios, pero se mostraron, de nuevo, convencidos de que La vida es bella «es la mejor película de Roberto», dijo Luigi Benigni. La satisfacción de Vergaio provocó ligeros celos en Castiglione Fiorentino, una localidad vecina a la que pertenece Misericordia, la pedanía donde nació el cómico en octubre de 1952.

El mejor del mundo

Ayer se multiplicaron los elogios a Benigni, reconocido hasta por Giovanni Agnelli, presidente honorario de Fiat y un verdadero rey sin corona en Italia, como el «mejor cómico del mundo en estos momentos». Benigni apareció nervioso ante las cámaras de la Rai (Radiotelevisión Pública Italiana) que le entrevistaron brevemente en Los Ángeles poco después de recoger el Oscar al mejor actor protagonista. Bromeó como de costumbre y reconoció que en pleno delirio, cuando oyó nuevamente pronunciar su nombre como el del actor elegido, «me dieron ganas de desnudarme, menos mal que tuve un momento de lucidez y me detuve». El primer ministro italiano, Massimo D»Alema, se sumó a la avalancha de felicitaciones a Benigni por un éxito que, dijo, «constituye un honor para el cine y la cultura italianas». La ministra de Cultura, Giovanna Melandri, le llamó sin titubear «pequeño genio», añadiendo que ha tenido el mérito de transformar «las críticas en aplausos». Roberto Benigni, católico y sentimental es, además, un fervoroso seguidor de la izquierda italiana, en concreto del viejo PCI transformado hoy en una formación socialdemócrata (Demócratas de Izquierda) a la que pertenecen tanto D»Alema como Melandri.

Roberto Benigni es el primer actor italiano que consigue un Oscar de Hollywood por su interpretación, una proeza sólo lograda previamente por Sofía Loren, que obtuvo el Oscar por su interpretación en La Ciocciara. El premio Nobel de Literatura Dario Fo alabó la inteligencia de Benigni de haber sabido ganarse el Oscar llevando directamente el mensaje del filme a la gente, al público de Estados Unidos.