18 febrero 2017

Consecuencia de la II Asamblea de Podemos en Vistalegre

Pablo Iglesias destituye a Íñigo Errejón como portavoz de Podemos y lo reemplaza por Irene Montero, ofreciéndole a cambio ser candidato a la presidencia de Madrid

Hechos

El nombramiento de Dña. Irene Montero Gil como portavoz del Grupo Parlamentario de Unidas Podemos se hace público el 18 de febrero de 2017.

Lecturas

El 18 de febrero de 2017 D. Pablo Iglesias Turrión, tras ser reelegido secretario general de Podemos en la Asamblea de Podemos, anuncia la destitución de D. Íñigo Errejón Galvan como portavoz de Podemos en el Congreso de los diputados y reemplazarlo por la diputada Dña. Irene Montero Gil, que en estos momentos es la novia de D. Pablo Iglesias Turrión.

A cambio de su cese la dirección de Podemos ofrece al Sr. Errejón Galvan ser el candidato de Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid en las elecciones madrileñas de 2019.

La primera consecuencia de la designación de D. Íñigo Errejón como candidato de Podemos a la presidencia de Madrid en 2019 es la dimisión de la hasta ahora portavoz de Podemos en Madrid, Dña. Lorena Ruiz Huerta, por sentirse ninguneada. El otro ‘sacrificado’, D. Ramón Espinar, secretario general de Podemos en Madrid, no se posiciona.

Aunque el Sr. Iglesias ve en esto una oferta de consenso e integración contra su rival, el Sr. Errejón, este mantendrá su propia estrategia discrepante desde su puesto en Madrid. Primero intentará, sin éxito, atraer a su bando a Dña. Carolina Bescansa y, tras la destrucción de esta, se aliará con la alcaldesa de Madrid, Dña. Manuela Carmena para crear una nueva plataforma política en Madrid en la que Podemos tenga que decidir si se integra o no.

17 Febrero 2017

Iglesias y Montero: la extraña pareja

Rubén Amón

Leer
El tabú de la relación sentimental es una anécdota respecto al poderoso binomio político que representan ambos en la nueva estrategia de Podemos

Puede que si Pablo Iglesias e Irene Montero fueran dirigentes del Partido Popular —cuesta trabajo asimilar la imagen— no se hubiera prolongado tanto tiempo en la prensa el misterio de la relación sentimental. La derecha, o la derechona, como la definía Umbral, no tiene acceso a ciertos privilegios de corrección y de sensibilidad que predominan en el hábitat de la izquierda. Es «machirula» por definición la derecha, como diría Montero. Y no tardaría en plantearse que el secretario general del PP ejerce a su antojo el nepotismo. O que se ha instaurado el kirchernerismo, la bicefalia conyugal.

¿Tiene relevancia política que Iglesias y Montero sean pareja? La pregunta no es pura retórica, pero aloja en sí misma una trampa. Y la trampa consiste en que las interrogaciones sirven de pretexto para airear la evidencia de la relación sentimental.

Y no se trata de un descubrimiento, pero el hecho de plantearlo aquí, en este mismo periódico, con tantas reservas formaliza la transgresión de un tabú. Todo el mundo sabe que Iglesias y Montero comparten una relación sentimental, pero mencionarla implicaría —o implica— un ejercicio de amarillismo, de sensacionalismo periodístico, o de machismo, entre otras razones porque podría deducirse que la sobrevenida pujanza de Irene Montero en Podemos proviene de su vinculación personal a Iglesias.

Es una conclusión atractiva porque destripa en canal el conflicto de intereses y deteriora el principio de la meritocracia asamblearia, pero también es una conclusión incendiaria porque consolida el estereotipo del macho dominante y la mujer arribista.

Se explicaría así la cautela con que los medios informativos eluden referirse a la relación sentimental. Se ha acordado una especie de elipsis mediática. Y romperla supone un ejercicio de sobrexposición a la represalia de una campaña machista. Un argumento, el machismo, que neutralizaría el debate en su embrión mismo.

Iglesias y Montero son una «extraña pareja». No tan extraña como Jack Lemmon y Walther Matthau en la película de Gene Saks, pero sí bastante atípica en la manera en que desdoblan su poder y su influencia. Representan ambos la corriente ganadora del congreso de Vistalegre. Formalizan la ortodoxia ideológica. Y han llegado a mimetizarse en los discursos, en las ideas y hasta en las formas.

Carece de toda relevancia informativa la vida privada de Montero e Iglesias, pero sí la tiene el binomio político que representan, más aún cuando el proceso de carbonización de Errejón predispone a un nuevo reparto de funciones y responsabilidades. Irene Montero las irá asumiendo a costa del extinto golden boy. No porque sea la novia del gran líder en una lectura frívola, sino porque Iglesias necesita reconstruir un espacio político de confianza, porque Montero se ha ganado a ley su peso en la formación morada y porque las bases de Podemos —»Irene, Irene, Irene» jaleaban los militantes en Vistalegre— la han conducido a la jerarquía de la lista del consejo ciudadano.

La tarea de desbrozarla con atención arroja una sorpresa inquietante en la idiosincrasia del partido más sensible a la igualdad de género y más combativo en la lucha contra el machismo: solo hay dos mujeres entre las diez primeras posiciones. Rita Maestre en octavo lugar. Y la propia Irene Montero en el cuarto puesto, camino de convertirse en portavoz parlamentaria y en revulsivo de un partido ensimismado en su líder.

19 Febrero 2017

Iglesias refuerza su poder tras marginar a Íñigo Errejón

EL MUNDO (Director: Pedro García Cuartango)

Leer

CON LA destitución de Íñigo Errejón como portavoz de Podemos en el Congreso, ayer quedó consumada la primera gran purga nacional en el partido morado. Lo que empezó en 2014 como un movimiento ciudadano de espíritu transversal, en el que convivían varias corrientes ideológicas, ha culminado con la construcción de un partido fuertemente jerarquizado, en torno al carisma de su líder único, y doctrinalmente homogéneo. Desde ayer, Podemos se parece más a un partido leninista, en el que la acción revolucionaria dirigida por una minoría de elegidos prima sobre el trabajo parlamentario y el debate de ideas, que a una formación que aspira a representar las demandas sociales de regeneración de la vida política.

Rodeado de un equipo de incondicionales a los que Luis Alegre, uno de los fundadores del partido y ahora en un segundo plano, llamó «grupo de conspiradores», Pablo Iglesias ha conformado una ejecutiva en la que controla a 10 de los 15 miembros. En un proceso de laminación de la disidencia interna sin precedentes en la corta historia de la formación morada, los errejonistas sólo cuentan con tres miembros en la dirección, pese a que sus tesis obtuvieron casi un 40% de apoyo en Vistalegre II. Con este reparto del poder, su representación en el máximo órgano decisorio alcanzaría sólo el 20%, una prueba más del escaso interés por integrar en la ejecutiva al mayor número de personas pertenecientes a otras corrientes diferentes a la pablista.

Pero además, Iglesias ha querido dejar claro que quien se atreva a discutir su liderazgo está condenado a pasar al ostracismo. Errejón no sólo ha perdido la influyente Secretaría Política para ostentar una de nueva creación y escasa importancia denominada Secretaría de Análisis Estratégico y Cambio Político. Ha sido apartado de la Portavocía en el Congreso, que lo convertía de facto en una de las principales figuras del partido. Y lo ha hecho en favor de Irene Montero, (ex militante comunista como el propio Iglesias y Rafael Mayoral) que era hasta ahora jefa de gabinete del secretario general, con el que mantiene desde hace tiempo una relación personal. No queremos con esto decir que Montero haya obtenido el puesto gracias a un acto de nepotismo, pero es lícito pensar que no ha sido sólo la meritocracia asamblearia la que la ha aupado a uno de los puestos clave del partido, reforzando la imagen de una formación populista en la que la voluntad del líder está por encima de cualquier otro tipo de consideraciones.

Para completar el apartamiento de Errejón, éste ha sido designado candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, una decisión insólita por cuanto aún quedan dos años para las próximas elecciones autonómicas y nadie está pensando aún en términos electorales. Además, siguiendo los estatutos de Podemos, Errejón, como cualquier otro aspirante, tendría que someterse a un proceso de primarias para obtener el apoyo de las bases a su candidatura. Todo apunta a que se trata de una maniobra de Iglesias para compensar al que hasta ahora ha sido el número dos de Podemos y una forma de ganar tiempo para poder consolidar su proyecto personal sin interferencias.

Porque detrás de las purgas hacia los errejonistas hay una intención de radicalizar el discurso de la formación. La entrada en la Ejecutiva de Miguel Urbán, representante de la izquierda anticapitalista, simboliza también el giro en la estrategia política de Podemos. Frente a los que defendían un acercamiento al PSOE para poder desbancar al PP, Iglesias y sus nuevos colaboradores impondrán una línea de acción centrada en la movilización de la calle antes que en el trabajo parlamentario. Una opción arriesgada por cuanto supone aumentar la confrontación en detrimento del diálogo, una actitud impropia en un régimen político de libertades como el que disfrutamos. Iglesias se equivoca al pensar que radicalizando el discurso va a obtener mayor apoyo electoral, porque en las últimas elecciones la ciudadanía ha optado por la estabilidad política y la negociación. Además, ahora tendrá que hacer frente a quienes le acusan con razón de haber acabado con la pluralidad del movimiento para imponer de manera inflexible sus criterios.

18 Febrero 2017

Iglesias y Montero: la extraña pareja (II)

Rubén Amón

Leer
Irene Montero lanza una campaña de victimismo machista al tiempo que asume los poderes de Errejón en la bicefalia con Iglesias

No se ha diagnosticado todavía la tendinitis que provoca bloquear «haters» y «trolls» en las redes sociales. Adquiere uno el virtuosismo de Lang Lang en la destreza de utilizar los dedos. Especialmente cuando Podemos moviliza a sus valientes. Casi siempre anónimos. Y muchas veces pervirtiendo la libertad de expresión.

Acaba de sucederme a raíz de un artículo, «La extraña pareja», que reflexionaba sobre los motivos por los que la prensa consideraba un tabú mencionar la relación sentimental de Montero e Iglesias. Y que analizaba el valor político que había adquirido el binomio desde la catarsis de Vistalegre. También puntualizaba que Irene Montero había conquistado a ley su lugar. Y que la militancia había decidido coronarla. Y que formaba parte del equipo de confianza que Iglesias había organizado para sobreponerse a la relegación de Íñigo Errejón. Que pierde sus atribuciones de portavoz en beneficio de Montero y que ha sido expuesto a un proceso de hibernación. Pues se le congela o se le crioniza hasta las elecciones madrileñas de 2019, como si fuera la momia de Otzi.

Estas reflexiones convierten a uno en oscurantista y en machista. Un adjetivo tan poderoso y tan sensible que neutraliza en sí mismo cualquier debate sofisticado. Un adjetivo que Irene Montero ha convertido en rompeolas de su inviolabilidad. Cualquier comentario o reflexión que pueda hacerse sobre su trayectoria política y sobre el poder que ha adquirido, se expone de inmediato a la represalia maximalista.

Carece de interés, sosteníamos ayer, la relación sentimental de Iglesias y Montero, pero reviste mucha importancia la posición de liderazgo bicéfalo que han asumido. La pareja que Iglesias formaba con Errejón la recompone ahora con Montero. Y no quiere decir semejante evidencia que haya incurrido el líder de Podemos en un ejercicio de nepotismo, pero no sería una osadía hipotizarlo. Y mucho menos sería un ejercicio de machismo, menos aún cuando la doctrina de Podemos en el caso Nóos consiste inequívoca, rotunda y precisamente en denunciar que la infanta Cristina se había mimetizado con Urdangarin. Y que formaban un binomio perfecto en la comisión de los delitos. Y que no se puede desvincular a la uno del otro en la naturaleza del escándalo.

¿Es machista entonces aludir a la relación sentimental de Cristina de Borbón y Urdangarin? La pregunta podría extrapolarse a la relación de Aznar y Ana Botella, o a la del matrimonio Kirchner, incluso a la de Hollande y Ségolene Royal, ejemplos todos ellos, en sus similitudes y en sus diferencias, de cuánto pueda ser frágil el umbral de las relaciones políticas y de las sentimentales. Macbeth nunca hubiera sido rey sin la ambición de su esposa. Y ya se cuida Shakespeare de eludir el tabú del machismo. Le otorga a Lady Macbteh la urdidumbre de la trama. Como se la podríamos otorgar a Irene Montero. Que se parezca a Iglesias en el discurso, en los gestos, no quiere decir que se haya mimetizado con él. Podría haber sucedido lo contrario.

El machismo es un problema cultural en España y está profundamente arraigado. Pero no compete a Podemos delimitar sus fronteras o sus espacios de excepción. Ni debería servirle a Montero de argumento absoluto y victimista para sustraerse a los debates políticos concretos. Tan concretos como el papel jerárquico que ha adquirido en Podemos. Y que la convierten en «lideresa» de la formación morada.

Sería un sustantivo, lideresa, inequívocamente machista, siempre y cuando no se lo endosemos a Esperanza Aguirre o Ana Botella. Que siendo ambas muy de derechas, son antes muy de derechas que mujeres. Y se las puede bombardear con tuits machistas, como a la infanta. Que es infanta antes que mujer en esta arbitrariedad con que Podemos se apropia de la ortodoxia fundamentalista de las palabras.

25 Febrero 2017

El asalto a los cielos de Irene Montero

Manuel Jabois

Leer
Organizada, estudiosa y dura, la nueva ‘número dos’ de Podemos organiza el rumbo parlamentario del partido

Los compañeros de Irene Montero (Madrid, 1988) dicen que es amable bajo la apariencia de dura y sus adversarios que es dura bajo una apariencia amable. Uno de los fundadores de Podemos, Luis Alegre, ha dicho que es parte de un “grupo de conspiradores” parasitador del líder, Pablo Iglesias. En el mismo partido, su círculo de confianza dice de ella que ha devuelto a Podemos su espíritu inicial y combativo. Todos ellos, amigos y adversarios, coinciden en la importancia de El Siglo en la construcción política de Irene Montero.

En El Siglo, cuenta la protagonista, se enseña a trabajar en equipo. Tanto, que “casi nunca he tomado una decisión importante sola: no me gusta”, dice a EL PAÍS. “Yo”, concluye sobre el retrato que se esboza de ella, “no me reconozco mucho”. “Nunca he sido muy ortodoxa en mi militancia. Pero puedo ser vehemente, mucho”. El Siglo, como llaman familiarmente al colegio Siglo XXI de Moratalaz, se ideó en los 60 cuando el barrio madrileño empezó a poblarse. Lo hicieron madres y padres de clase obrera críticos con la dictadura; el colegio tuvo modelos como el de la pedagogía Freinet (anticapitalista, abierta, popular) o la Escuela Nueva, el movimiento progresista surgido para acabar con el autoritarismo y la competitividad de la educación tradicional. Montero recuerda, por ejemplo, la Semana de la Solidaridad, las clases sin libros de texto y la participación que había en clase cuando la política se movía. En ese colegio, concertado, se debatía en clase qué significaba una huelga, por qué había que hacerla y para qué servía la lucha por la educación pública.

En septiembre de 2016 Montero regresó al colegio. En una entrevista con la radio del colegio confesó una rectificación en su trayectoria en la clase de Ética, cuando el profesor, Javi, explicaba los procesos violentos producidos en el siglo XX: “Salió preocupado porque muchos de los que estábamos en movimientos sociales teníamos posiciones muy beligerantes, muy duras. ‘Chicos, no es esto’, nos dijo”. Tras salir de la escuela estudió Psicología y viajó cinco meses a Chile para seguir formándose (de ahí sobreviven gustos musicales como Chico Trujillo y Víctor Jara, que acompañan a los más clásicos Silvio o Sabina).

Después de pasar por las juventudes comunistas y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), Montero fue invitada como activista a La Tuerka en abril de 2014. Dice Pablo Iglesias, secretario general de Podemos y su compañero sentimental, que fue entonces cuando empezó a saber de ella. “La había conocido en algunos programas. Yo sabía que era uno de los perfiles de la PAH de Madrid. Pero no la empecé a tratar hasta septiembre. Y desde las primeras reuniones me di cuenta de que es una persona muy organizada, que ya llevaba temas de sociedad civil y movimientos sociales con Rafa Mayoral. En cuanto tuve oportunidad le pedí que se incorporase a mi equipo”. Es entonces cuando empieza a arraigar públicamente la imagen que la propia Montero definió años después con palabras: “dientes afilados” con los poderosos. Fue tras perder un millón de votos en las segundas generales tras el éxito de las primeras. El partido empezaba a convulsionar a causa de un debate que estalló a finales de 2016: la estrategia del número dos, Errejón, enfrentada al regreso a los orígenes que demandaba Iglesias y con él su nuevo núcleo duro capitaneado por Montero.

“No mide las luchas en las que se mete”, dice una colaboradora que trabaja con ella a diario. “Si ve una injusticia no piensa en si es el momento, si tiene el armamento necesario, si podrá resistir la pelea. Ella se tira con todo: vomita las palabras. La gente se da cuenta de eso, por eso confía en ella. Se puede ser más light o menos, tener más diplomacia o menos, pero al final un buen político es el que no se calla nada aunque los problemas no tengan que ver con ellos”.

El padre de Montero, Clemente, había empezado a estudiar Medicina, pero dejó la carrera para ponerse a trabajar. En la actualidad está empleado en una empresa de mudanzas; su madre, Adoración, es educadora. Los dos son de un pequeño pueblo de Ávila, Tormellas, en el que Montero pasaba los veranos de la infancia. Los ve poco (“demasiado poco para ser hija única”), concretamente desde el verano de 2014, cuando la vida de Montero dio un vuelco. La invitó a uno de los círculos de Podemos Miguel Bermejo, responsable de Extensión. En esa reunión Montero coincidió con Sergio Pascual. “Entramos en la misma reunión. Y nos tiramos todo el verano juntos rulando por España de un círculo a otro. No había estructura ni nada: éramos cuatro gatos moviéndonos con una furgoneta”.

Bandos enfrentados

El tiempo depositó a Pascual y a Montero en dos bandos enfrentados. Pascual fue el secretario de Organización de Podemos, fiel a Errejón, destituido en un golpe de mano de Iglesias; para entonces Montero ya era la mano derecha del jefe del partido. El ascenso de Montero a costa de Errejón tras Vistalegre 2 la dejó ocupando su puesto como portavoz parlamentaria. “Y eso ya se nota”, dice Iglesias. “Llevábamos mucho tiempo sin tener una reunión de la dirección del grupo. Nuestro partido no es como los demás: es muy mestizo. La coordinación implica mucho trabajo y ahí Irene desde el minuto cero ha sido muy importante”. La primera semana de la portavoz ha sido intensa; el pasado jueves se despertó, dice, “con la voz como Joaquín Sabina”.

Esta semana empezó el mandato de Montero. “Tuvo un 9,3 de media en Bachillerato”, empieza a recitar de memoria Iglesias. “Un nueve y pico en la licenciatura, un 9,7 en el máster y le dieron la beca FPU. Tiene estas cosas de los estudiantes empollones. Y una capacidad de trabajo en equipo y un orden impresionante”.

De la relación sentimental de ambos hay silenzio stampa en el partido. Ni enseñando una foto que hoy es historia en el partido: Tania Sánchez, el errejonista Jorge Lago, Iglesias y Montero yendo al cine a ver El despertar de la fuerza el día antes de las elecciones generales del 20-D de 2015. Nadie habla de amor en Podemos a pesar de ser una fábrica de producirlo, según Monedero. “No voy a ser ni la primera ni la última mujer cuestionada por cosas así”, dice Montero.