12 enero 1992

Gala con su tronera fue el comentarista estrella del diario EL INDEPENDIENTE, cerrado el pasado noviembre de 1991

Pedro J. Ramírez ficha a Antonio Gala para que su comentario ‘La Tronera’ aparezca en la portada de EL MUNDO

Hechos

El 12.01.1992 D. Antonio Gala publicó su primera colaboración en el diario EL MUNDO.

Lecturas

EL PRIMER RECUADRO DE PORTADA DE GALA. 

Si uno se sienta delante de su tienda -es un decir- ve desfilar sin tardanza los más variados cadáveres. La política es quizá la mejor proveedora. Desde enajenados vicepresidentes de Gabinete a orgullosos alcaldes, pasando por ignaros asesores y colocados al tuntún, todos acaban por caer de su cucaña. Uno no sabe si son tan torpemente arrogantes porque desconocen su precariedad, o porque, por conocerla demasiado, alardean y se enriquecen con mayor ahínco y mayor prisa. Sea como sea, la razón está en el pueblo (un olivar dura más que un ministro) y en la cultura (un escritor, por ejemplo, dura más que un Gobierno).

11 Enero 1992

«En España se respira corrupción, es algo fue está en el aire»

Ignacio Camacho entrevista a Antonio Gala

Leer

Pregunta.- Usted parece haberse convertido en los últimos tiempos en una especie de portavoz de la resistencia intelectual.

Respuesta.- Es un papel que no me gusta nada. No me agrada que se me saque, literalmente, de mis casillas. A mí me gustaría que hubiera otros portavoces, que los intelectuales opinaran y juzgaran desde su propio punto de vista, que formasen un frente, que fuesen ese ojo crítico que mira a su alrededor y dice lo que se ve. Pero los que no se han vendido, los que no se han hecho funcionarios, o consejeros aúlicos, están en sus casas, en su pequeño corral trabajando en sus cosas. Eso me da pena, aunque es una tentación que yo comprendo, yo la tengo. Precisamente cuando ustedes, desde EL MUNDO, me han ofrecido lo de «La tronera», pensé que quizá había cumplido una época en que podría retirarme. Pero he tenido demasiadas presiones de gente a la que respeto para que siga haciendo ese papel.

P.- O sea, que «La Tronera» va a seguir en su línea de dureza crítica.

R.- Más, porque las cosas están peor.

P.- ¿Se siente un poco empujado a hacer de demiurgo?

R.- De demiurgo no, porque no tengo más poder que el de decir la verdad, y eso es poco poder. Yo no quiero más, porque el poder no sé si corrompe, pero aísla. Mi valor de comunicación es precisamente el que entre mis lectores, o mis espectadores, y yo, hay una relación sin intermediarios. Y me parece que todo esto es algo que tengo que hacer. A mí también me gustaría encerrarme en mi torre de marfil, b o de acero, o de plástico, pero me parece que eso es algo que ya no puede hacerse moralmente, éticamente.

P.- ¿Cómo trata el poder a los intelectuales que disienten?

R.- Es terrible, porque yo no he recibido del poder ninguna insinuación, pero sé, noto, que se produce una especie de campana neumática alrededor mío, que se procura que mis opiniones queden un poco ensordecidas, que se procura opacar mi voz. Eso sí lo percibo, lo siento muy claramente. No se me cita, no se me invita. La anécdota de no considerarme escritor, cuando la feria de Francfort, es un síntoma.

P.- En ese sentido, ¿la sociedad civil española está desarmada?

R.- Está bastante desarmada. Ya el hecho de tener que hablar de la sociedad civil, que es una redundancia, es sintomático. La sociedad española ha abdicado de demasiadas cosas, está siempre descansando en el Estado, queriendo que el Estado lo resuelva todo, lo disponga todo. Eso es peligrosísimo. La sociedad civil española no se queja, no opina, no existe suficiente vida cívica.

P.- ¿Hay corrupción?

R.- Hombre, por favor, eso es una pregunta malintencionada…

P.- Quiero decir que si hay ahora más corrupción que nunca, como dicen.

R.- Hay más visible corrupción que nunca, y hay una corrupción muy especial, porque parece que por el hecho de decir que han desaparecido cien mil millones de no se sabe dónde, ya estamos liberados de la corrupción. No, cuando se dice que han desaparecido cien mil millones, lo democrático es ver a continuación quién los tiene. Y eso ya no se hace. Se nos permite acusar de corrupción, pero no se remedia, ni se opera.

P.- ¿Qué hay más, corrupción económica o moral?

R.- La corrupción económica conduce siempre a la corrupción moral. La economía se ha instalado en España como una especie de reinona de la casa, siendo así que la dueña de la casa siempre es la cultura. La cultura es la definición de un pueblo, el origen y el proyecto de un pueblo, y su memoria, y su profecía, y un pueblo no es nada sin cultura. La cultura tiene unas criadas, que son la economía y la política, para que le adecenten la casa, y de pronto esas dos criadas han engordado y se han hecho las amas de la casa, han desterrado a la cultura y la han puesto de adorno. Eso es lo que ocasiona la grave corrupción.

P.- ¿Por qué le parecía malintencionado que le preguntara por la corrupción?

R.- Porque es algo que está en al aire. Se respira corrupción, estamos contaminados por la corrupción. Ya sólo se habla del precio de las cosas. Las cosas sólo se evalúan en cuanto cuestan, se deriva el valor del precio, y no al revés. Yo mismo ya no soy un escritor bueno o malo, soy un escritor caro.

P.- ¿Y rico, también?

R.- No, soy un escritor enriqueciente, y siento a veces que. me empobrezco enriqueciendo a los demás, por eso tengo que estar engurgitando a otros escritores y otra gente para seguir engordando. Y por lo demás, no, no soy rico, y menos en un momento de España en que los ricos son tan ricos, tan ricos…

P.- Pero ahora, al menos, un escritor puede vivir bien de su oficio.

R.- Sí, a mí me llaman el vengador porque donde los demás de vez en cuando aceptan un cenicerillo de plata, yo pido muchísimo dinero. ¿Por qué estas sociedades que nos llaman para dar conferencias, estas cajas de ahorros que pretenden que se les perdonen sus cuitadas y lamentables actuaciones, pretenden encima pagar poco? Si ellos sólo hablan de dinero, pues hablemos de dinero. El escritor es un profesional.

P.- Una frase suya: «Con una cierta capacidad intelectual, un hombre no se dedica a la política». ¿Piensa de veras que todos los políticos son tontos?

R.- No, no exactamente que sean tontos, sino que son un poco gente que no sirve para otra cosa. El que- sirve para otra cosa pasa en seguida a la esfera privada. La política, la política honrada, porque la otra es un trinconeo, es una cosa de apoderados que administran los bienes de los demás y nos quitan los piojos, pero no creo que nadie con una capacidad intelectual interesante se dedique a la política. No conozco a nadie, vamos.

P.- Usted está haciendo últimamente novela, periodismo, televisión… ¿Quizá porque el teatro ya no sirve como vehículo expresivo?

R.- No, el teatro está muy mal, desde luego, está falto de fascinación, poco seductor. El. Estado ha intervenido en el teatro y se lo ha cargado. El Estado es muy mal acompañante, y habría que buscarse otros sponsors. La cultura es un campo en el que el Estado, cada vez que entra, lo hace como elefante en cacharrería. Yo no he abandonado el teatro, voy a estrenar La truhana en octubre, pero está poco atractivo, desde luego.

P.- La gente del teatro y del cine parece pensar de otra forma. Acaban de hacer una huelga pidiendo más intervención del Estado, más subvenciones.

R.- A mí eso me parece una gran equivocación. Yo enviaría a las escuelas todas las subvenciones del Estado, para que los niños se adaptaran a ese hábitat cultural.

P.- ¿En qué soporte expresivo se encuentra ahora más a gusto?

R.- Yo no soy un escritor de vocación, sino de destino. A cambio de esa imposibilidad de elegir, la vida tiene conmigo un detalle, y me señala lo que debo escribir, me tuerce la cara para que mire lo que ella quiere. Tengo anécdotas estremecedoras sobre eso. Y también me suministra el dato del género en que quiere que yo trate eso. Es como si me dieran una tarjetita con el tema y el género. Por ejemplo, yo tuve que escribir El manuscrito carmesí porque se me empezaron a aparecer acumulativamente signos, indicios y coincidencias sobre la Granada nazarí. Algo parecido me sucedió en su día con Anillos para una dama.

P.- Por cierto, y ahora que saca el asunto de la historia, la crítica le reprocha con cierta insistencia que usted manipula la historia, que la falsifica a su conveniencia.

R.- La historia siempre la escriben los vencedores. No hay apenas testimonios sobre Boabdil. He rastreado dos años largos, y todo lo que hay en el libro es ‘cierto, lo digo con la mano en el Evangelio. He tenido que inventar, claro, pero nunca utilizo la historia en beneficio de lo que quiero decir, que podría hacerlo, porque soy un creador, no un historiador. A mí no me interesa la historia fría, sino poner ante los lectores el espejo de lo que ha sucedido antes.

P.- También se le critica con frecuencia que emite un discurso literario más brillante que sólido, que utiliza un envoltorio embriagante en detrimento de la originalidad, o de la profundidad.

R.- No lo sé, eso ya no lo sé. El único género que yo no he cultivado es la crítica literaria. Entre la crítica y la creación hay la misma diferencia que entre el champán y la cocacola.

P.- El año pasado, en Sevilla,