5 junio 2019

Pablo Iglesias rechaza retirar su bloqueo parlamentario hasta que Pedro Sánchez acepte nombrar a ministros de Podemos

Podemos destituye a Pablo Echenique Robba como secretario de Organización y lo reemplaza por Alberto Rodríguez Rodríguez tras los malos resultados en las elecciones autonómicas

Hechos

  • El 5 de junio de 2019 la dirección de Podemos, con D. Pablo Iglesias Turrión como secretario general, decide destituir a D. Pablo Echenique Robba como secretario de organización de Podemos y reemplazarlo por D. Alberto Rodríguez Rodríguez.

Lecturas

El 5 de junio de 2019 la dirección de Podemos, con D. Pablo Iglesias Turrión como secretario general, decide destituir a D. Pablo Echenique Robba como secretario de organización de Podemos y reemplazarlo por D. Alberto Rodríguez Rodríguez.

Es el primer cambio relevante que se hace tras los malos resultados de Unidas Podemos en las últimas elecciones municipales y autonómicas en la que retrocedido en votos en prácticamente todas las grandes ciudades y parlamentos autonómicos. En casi todas las federación Podemos ha padecido crisis internas y luchas internas con enfrentamientos en ocasiones hasta judicializados. El Sr. Echenique Robba no fue capaz de impedirlo y en ocasiones se acusó a su actitud poco flexible de empeorar conflictos regionales.

El Sr. Rodríguez Rodríguez tiene una investigación abierta por una supuesta agresión a un policía antes de ser diputado, acusación que – de acabar en condena – podría acabar con su suspensión como diputado.

D. Pablo Echenique Robba pasará a ser el portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos.

06 Junio 2019

Iglesias omite su responsabilidad

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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AQUEL partido que hace cinco años, al calor del 15-M, prometía asaltar los cielos y descabalgar al bipartidismo es hoy una organización dividida, con un liderazgo muy cuestionado y en franco declive electoral. Los sucesivos batacazos en las urnas, primero en las generales y luego en las europeas y locales, rubrican una trayectoria errática que puede condenar a Podemos a la irrelevancia. Que sortee este destino no depende de Pablo Iglesias sino de Pedro Sánchez y de que éste acceda a formar un Gobierno de coalición, posibilidad que espanta a los mercados y que no garantiza la estabilidad parlamentaria. Sin embargo, el desplome en los comicios del 26-M fue de tal magnitud que las voces críticas no han tardado en estallar. A la petición de Ramón Espinar, ex secretario general de Podemos en la Comunidad de Madrid, de convocar un Vistalegre III, Iglesias ha respondido destituyendo a Pablo Echenique como secretario de Organización. Irene Montero ha impuesto para este cargo a Alberto Rodríguez con el fin de controlar el aparato. La diarquía que acaudilla Podemos suelta así lastre para evitar que tanto Iglesias como Montero tengan que responder por el fracaso estrepitoso de una fuerza política presa de una lucha permanente de egos.

Podemos redujo de 71 a 42 escaños su representación en el Congreso. En los comicios autonómicos y municipales, perdió casi todos los ayuntamientos del cambio –tras el hundimiento de las confluencias– y se dejó 860.000 votos y 68 diputados regionales. Sin eximirle de su parte alícuota, delimitar la culpa en Echenique suena a broma si no fuera porque se trata de otro intento de Iglesias de omitir su propia responsabilidad. Pablo Iglesias es el secretario general de Podemos desde su irrupción y pieza basilar de un proyecto político que hace agua por todas partes. Con un rumbo ideológico anclado en la radicalidad –a caballo del populismo y la voracidad fiscal–, con una política de alianzas vacilante –ha pasado de bloquear la investidura de Sánchez en 2016 a querer compartir Consejo de Ministros con el líder socialista– y con una estructura interna profundamente ajada a raíz de la salida de Errejón y de otros miembros fundadores, Podemos ha demostrado su insolvencia en la gestión pública y ha sido incapaz de desplazar al PSOE como fuerza hegemónica en la izquierda.

El responsable de este fiasco no es otro que Pablo Iglesias. Tanto él como Montero, encastillados en Galapagar, siguen empeñados en escamotear sus errores, torpezas y purgas. Pese a alardear de transparencia y de participación de las bases, lo cierto es que Podemos ha articulado un modelo orgánico opaco, inoperante y de carácter leninista en su toma de decisiones. El resultado es una casta envejecida de forma prematura a la que ahora sólo le queda implorar a los socialistas unas migajas de poder ejecutivo. Migajas, eso sí, que serían letales para España.

08 Junio 2019

El gen podemita

Teodoro León Gross

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El hiperliderazgo fallido está liquidando el modelo exitoso de horizontalidad descentralizada del proyecto emergente

Tal vez, después de leer Por qué fracasan las naciones de Acemoglu & Robinson y Cómo mueren las democracias de Levitsky & Ziblatt la serie podría seguir con Así desaparecen los partidos. En Europa hay formaciones históricas que se extinguen, como los democristianos en Italia, los republicanos franceses, y por ahí ya apuntan los socialdemócratas alemanes. Podemos tal vez pueda aportar casuística española, y con la singularidad de no ser un partido histórico más o menos desfasado, sino de cinco años. Claro que es prematuro aventurar su desaparición, pero no descartable. Han hecho todo lo necesario para progresar hacia ese desenlace en tiempo récord. Como admite el filósofo Santiago Alba Rico, “es obvio que Podemos ya no es el motor de una transformación de este país”. El proyecto funcionó bien como catalizador de un estado de ánimo –la indignación– pero no ha cuajado como proyecto político.

El braceo desesperado de Pablo Iglesias para buscar una tabla con la que salvarse del naufragio pasa por aferrarse al poder. Otros en Podemos, como José María González Kichi y Teresa Rodríguez, creen que entrar en La Moncloa les dejará sin oxígeno lentamente. Hoy, en el consejo ciudadano, Iglesias trata de ganar tiempo sirviendo la cabeza de Echenique –autocrítica en cuello ajeno– pero hay quien cree, aunque sin el ruido de Espinar, que se trata de una respuesta insuficiente y que Iglesias hace otra vez una lectura personal. El hiperliderazgo fallido está liquidando el modelo exitoso de horizontalidad descentralizada del proyecto emergente. El cartel de VuÉLve le retrata mientras siguen cayendo nombres de los carteles de Vistalegre I y Vistalegre II. Cada vez hay menos dirigentes que puedan decirle en voz alta, hoy mismo, que tocar poder no reparará los daños estructurales. Por demás, el órdago de entrar en el Gobierno puede pifiar porque Podemos no basta para sumar y hay otras fuerzas reacias a ellos, del PNV a Coalición Canarias. Y revolverse con la abstención parece peligroso: sería la segunda vez que Iglesias impidiese un gobierno de izquierda votando con VOX, PP y Cs.

El gen podemita tiene algo de autodestructivo, y probablemente inquieta en La Moncloa. Claro que se valora si desestabilizará menos dentro, con líneas rojas en ministerios clave, que fuera. Pero hay reservas, tanto más tras la reacción de Podemos a la suspensión de los diputados indepes o su actitud hacia las donaciones de Amancio Ortega, exhibiendo esa clase de talibanismo trufado de tentaciones antisistema que es marca de la casa. Todo ha ido a peor desde la mutación poscomunista del gen original, liquidando el errejonismo por Montero, Mayoral… y por fin unidos a IU. Hay, por supuesto, factores coyunturales: el final relativo de la crisis, que rebajó la fuerza argumental de la crisis del régimen del 78; la consolidación de Felipe VI, que alejó la cuestión de la Monarquía; el desastre del 1-O… e incluso la anécdota nada desdeñable del chalet de Galapagar. Muchos simpatizantes dejaron de sentirse representados por quienes les habían liderado contra la casta al grito de «no nos representan».