19 febrero 2008

El 'escrache' estuvo organizado por un colectivo de extrema izquierda liderado por el profesor titular Juan Carlos Monedero y el profesor auxiliar Pablo Iglesias Turrión

Rosa Díez, líder y candidata de UPyD al Congreso, es abucheada en la Complutense al grito de ‘fuera fascistas de la Universidad’

Hechos

El 19.02.2008 la prensa dio cuenta de los incidentes en la Universidad Complutense de Madrid ante una conferencia de Dña. Rosa Díez.

Lecturas

¿UNA FACULTAD TOMADA POR LA EXTREMA IZQUIERDA?

La facultad de Ciencias Políticas de la Complutense está siendo señalada como una donde domina la línea política de pensamiento de extrema izquierda o ‘verdadera izquierda’ donde tienen especial fuerza grupos políticos admiradores de la Venezuela del comandante Hugo Chávez o de grupos okupa como Izquierda Anticapitalistas. Destacan la labor de profesores titulares como D. Juan Carlos Monedero, D. Carlos Fernández Liria o D. Jorge Verstrynge y de profesores auxiliares como D. Pablo Iglesias, Dña. Carolina Bescansa o D. Luis Alegre antiguos alumnos ascendidos al calor de sus profesores. Entre los alumnos más populares se encuentran los hermanos Errejón.

ABUCHEOS E INTENTOS DE AGRESIÓN EN UNIVERSIDADES A PONENTES CONTRARIOS AL PSOE O AL GOBIERNO ZAPATERO

Este incidente en la universidad madrileña se ha producido después de que este lunes la candidata del PP por Barcelona Dña. Dolors Nadal fuera increpada y boicoteada por independentistas catalanes en la Universidad Pompeu Fabra. Asimismo, la semana pasada otro grupo de independentistas gallegos trató de agredir en la Universidad de Santiago a la líder del PP vasco, Dña. María San Gil, quien acudió a la capital gallega a dar una conferencia.

23 Febrero 2008

Fascismo rojo

Antonio Elorza

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Es sabido que en la difusión de las formas de violencia política juega un papel importante el efecto de imitación. El camión bomba inventado por Hezbolá, las quemas de Cámaras del Trabajo en Italia por las escuadras fascistas, los secuestros aéreos o de personas con finalidad política, fueron sucesivos hallazgos criminales que hicieron escuela una vez que quedó probada su eficacia destructora. En unos casos, mal que bien, el Estado intentó poner coto a la barbarie, poniendo en marcha mecanismos de control, molestos para el ciudadano medio, como los que hoy tiene que sufrir al acceder a las salas de embarque de los aeropuertos. En otros, como los atentados suicidas, la entrega del terrorista-mártir, incluyéndose a sí mismo en la lista de víctimas, ha hecho muy difícil la tarea preventiva. Pero no han faltado episodios en los cuales prevaleció durante mucho tiempo una actitud permisiva de quienes dirigían las fuerzas del orden, a veces por complicidad con unos terroristas, o con unos violentos, a quienes les unían afinidades de intereses o ideológicas, otras guiados por el wishful thinking de que se trataba de un sarampión de violencia destinado a curarse por sí mismo.

Sería un ejercicio de dignidad que dirigentes del PSOE, IU, BNG y ERC mostrasen su solidaridad con Rosa Díez

No cabe recordar experiencia histórica alguna de que por una u otra vía la permisividad haya rendido frutos positivos. La más reciente entre nosotros es la del ejercicio de tolerancia hacia la madre política de todas las violencias en Euskadi, Batasuna, y en particular del Gobierno vasco hacia los practicantes de la kale borroka. El resultado fue el establecimiento de un flujo circular muy fluido en que los jóvenes luchadores, bien protegidos, prepararon su futura carrera de terroristas de ETA y los pueblos vascos quedaron sometidos a un control de tipo nazi. Algo parecido sucedió con las SA en Alemania y con el fascismo de combate en Italia. Los enemigos de las autoridades fueron allí los rojos y la inhibición de las mismas hizo posible una conquista del poder en la sociedad, basada en una brutal violencia, prólogo de la conquista del Estado. Con otras características, la connivencia autorizada desde arriba de las camadas negras en el franquismo tardío con la Brigada político-social dio lugar a una escalada de violencias que culminó en la matanza de Atocha. Al cumplir su papel el Estado y la policía, todo aquello acabó.

Conviene recordarlo ahora, cuando se suceden acciones de jóvenes que intentan reventar actos de políticos de los partidos que les desagradan y agredir a los oradores, al modo abertzale: «¡Vosotros fascistas, sois los terroristas!», oí gritar en mi Facultad de Políticas de Madrid, como si estuviera en una ciudad vasca. Las causas de esa enfermedad degenerativa observable en minorías izquierdistas son fáciles de individualizar. Hasta 1989, aun de forma decreciente, el comunismo en sus distintas variantes ofrecía una meta a los proyectos ideológicos radicales. A partir de ahí, sólo quedaron el malestar y las frustraciones. El papel de la violencia antisistémica, ejercida por el entorno de ETA podía servir y sirve de último recurso, más aún cuando los nacionalismos catalán y gallego han radicalizado sus posiciones. Y a partir de ahí, tras el prólogolight de la quema de retratos reales en Cataluña, la secuencia de asaltos a la libertad de expresión en Galicia y en Cataluña, a costa del PP, y en la Complutense a costa de Rosa Díez. Violencia cerril contra democracia. Fascismo puro y duro, fascismo rojo, igual de condenable que el negro o el azul.

¿Qué hacer? La condena no basta. Hay que rectificar. El PSOE nada tiene que ver con la gestación del ataque a Rosa, y la «tensión» reclamada por Zapatero menos -aunque Rajoy intente mezclarlo todo-, pero la campaña de difamación contra ella ha creado un clima irrespirable. Sería un ejercicio de dignidad que tanto dirigentes del PSOE como de IU, del BNG y de ERC, mostrasen públicamente su solidaridad con ella y con otras víctimas de la pseudoizquierda fascista. Por ahora son sólo grupos organizados de unas decenas de jóvenes bárbaros, en su mayoría universitarios. Sólo que según pude ver en la agresión de Políticas, su voluntad de destruir al otro es inequívoca. No hay que esperar a que se inicien los ataques a personas. De seguir la impunidad, su llegada es cuestión de tiempo.

Sería un error por parte de las Universidades ignorar lo que esta escalada de la violencia representa para la vida democrática. Por mi propia experiencia ante unas amenazas en 1997, en el aniversario del asesinato de Tomás y Valiente, gracias a la fácil identificación vi que puede ofrecerse a los estudiantes agresores la posibilidad de arrepentirse. De no hacerlo, sólo hay una salida, coherente con sus gritos: «¡Fuera fascistas de la Universidad!».

27 Febrero 2008

Democracia ¿dónde? terrorista ¿quién?: el gesto de Antígona

Pablo Iglesias Turrión

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Hace más de cincuenta años Francisco Franco llamaba jaraneros y alborotadores a los estudiantes antifascistas de la Universidad Complutense. A los de mi facultad que el otro día recibieron con insultos a Rosa Díez se les ha llamado grupúsculos minoritarios y marginales, radicales, violentos y filo-terroristas. El profesor Antonio Elorza ha hablado de “internacional follonera” y de “fascismo rojo” para definirlos y Mikel Buesa llamaba la atención sobre la presencia de “personas sudamericanas” entre los estudiantes que reventaron el acto de la candidata de UPyD. Si esto último fuera cierto, se confirmaría que los tentáculos del vengativo comandante Chávez llegan al Campus de Somosaguas y todas las sospechas recaerían en el profesor Juan Carlos Monedero, conocido asesor del comandante, como cerebro gris del escrache a Rosa Díez (no puedo dejar de imaginarme a mi querido Juan Carlos leyendo a Boaventura de Sousa Santos en una celda de Soto del Real). Bromas aparte, parece que todo está permitido mediáticamente a la hora de criminalizar a los estudiantes de izquierdas. Sobre si son de una izquierda más o menos extrema, basta leer Destra e Sinistra de Norberto Bobbio para darse cuenta de que, desde la caída del muro de Berlín, la izquierda sólo puede ser extrema.

A calor de los incidentes de políticas, el profesor Ramón Cotarelo escribía en su blog que este tipo de “agresiones” vienen siendo una práctica muy utilizada en los últimos tiempos. Como recuerda Cotarelo, la propia Rosa Díez y María San Gil hicieron sentir la presión del insulto al otrora presidente del PNV Josu Jon Imaz y todos nos acordamos del ex ministro Bono huyendo precipitadamente de una manifestación de la AVT. Peor les fue a los policías que detuvieron a los militantes del PP que intentaron agredir al ex ministro (entre los “folloneros”, como reconocerá Elorza, también hay clases y privilegios según a qué “internacional” o a qué “fascismo” pertenezcan) y peor todavía le fue a José María Fidalgo, cuya estatura le jugó una mala pasada cuando tuvo que afrontar las iras de los trabajadores de SINTEL (cosas del sindicalismo “de altura” cuando se enfrenta al de base).

Pero ni esto ni las condenas contra los “ataques a la libertad de expresión” tienen gran importancia. Cuando los principales medios de comunicación están en manos de gobiernos o son directamente la propiedad de corporaciones privadas, reconocerán conmigo mis profesores que los escraches tienen una relevancia anecdótica en lo que a la libertad de expresión se refiere. En el caso de Rosa Díez, además, da la impresión de que, de no ser por el revuelo que su presencia despertó en el campus, no hubiera recibido mucha atención por parte de una prensa partidista que no tiene aún muy claro a quien va a restar votos la pintoresca candidatura de esta señora.

Lo verdaderamente importante de los acontecimientos de la facultad complutense es la lección de Ciencia Política que dieron los estudiantes de izquierdas. Al intervenir contra un acto como aquel, los estudiantes fueron capaces de representar, con una intensidad inigualable, el No de Antígona en el que se fundamenta la ética en política, como acto radical de libertad que desafía las leyes y se opone a la tiranía, sean cuales sean sus consecuencias.

Como rapeaban los Hechos Contra el Decoro (a través del mc de otro veterano de la facultad) cuando todo se puede decir, la forma de censura es el consenso. Este consenso que hemos vuelto a ver representado en las unánimes condenas contra los estudiantes es la forma de tiranía en la Tebas de nuestra postmodernidad demoliberal. Y eso es, precisamente, lo que han roto los estudiantes al corear “democracia ¿Dónde? terrorista ¿Quién?” frente a Díez, sus guardaespaldas y decenas de policías, asumiendo en un acto ético sin concesiones, una excomunión que ha sido refrendada por todos los creontes universitarios; desde nuestro decano Aldecoa (su sorprendente cercanía a la UDyP suponemos que debe responder, como nos reveló una fuente bien informada, a que nadie descuelga el teléfono en Ferraz cuando llama) hasta el marxista rector Berzosa, pasando por notables académicos, algunos de ellos muy cercanos a la generación de jaraneros y alborotadores del 56.

Los estudiantes de izquierdas de la facultad de políticas, como ya hicieron hace un año al reclamar la puesta en libertad de Iñaki de Juana ante el escándalo general de la derecha y del centro, han repetido otra vez el gesto de Antígona. No debería hacer falta recordar que ello no presupone simpatía alguna con la violencia política, del mismo modo que Antígona no desconocía los crímenes de Polinices y, a pesar de ello, estaba dispuesta a hacer respetar el oikos. La lección de los estudiantes no está tanto en el hecho de reventar el acto de Rosa Diez (como decíamos, reventar actos es una práctica muy difundida últimamente) sino en que, con su gesto, han rechazado la trampa de la elección forzosa, el consenso tiránico de Tebas que da a elegir entre Rajoy o ZP, Pizarro o Solbes, con los demócratas o con los violentos. Como dice Slavoj Žižek en su Enjoy Your Symptom!, a Antígona le llamarían hoy terrorista.

Fueron las clases de Ramón Cotarelo las que me hicieron ir al teatro a ver la obra de Sófocles y las que me permitieron comprender que sólo la libertad es tal si al gesto desobediente le sigue la expulsión de la comunidad política, como les ocurre siempre a los “extremistas”. Por eso John Rawls, Habermas y sus seguidores patrios de segundo nivel, desde ese centrismo del consenso que señala Perry Anderson en Spectrum, terminan estando siempre con Creonte, con las “intervenciones humanitarias” de la OTAN y con el consenso tiránico. Espero que estas palabras no provoquen que el bueno de Cotarelo tenga que volver a la cárcel —esta vez con Monedero como compañero de celda— por instigar indirectamente la violencia antisistema contra Rosa Diez, al recomendar la lectura de Sófocles en sus clases (aunque con los tiempos que corren, la posibilidad no es del todo descartable).

Escribo esto desde la comodidad que otorga al investigador visitante una de las universidades más prestigiosas del mundo y, sin embargo, jamás podrá soñar Cambridge con un espacio de producción de conocimiento tan rico como nuestra facultad de Madrid. A pesar de los creontes complutenses, el gesto desobediente de los estudiantes de izquierdas ante el acto de Rosa Díez da mucho más de sí que los popular events en facebook, las student societies o los soporíferos clubes de debate de las universidades de élite británicas. Pueden estar orgullosos el decano Aldecoa y el rector Berzosa, están al frente de una de las mejores facultades de política de Europa, pero no deben olvidar que ello se debe, en gran medida, a los jaraneros y alborotadores de ayer y de hoy.

20 Enero 2008

Los zetasunos

Federico Jiménez Losantos

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Apenas ha pasado una semana desde que Zapatero le confiara a Gabilondo (y éste asintiera, cómplice y complacido) que les «conviene que haya tensión» y que él «iba a dramatizar un poco». En tan pocos días ya hemos visto a los titirigays de Boris cercando la sede del PP (aunque fueron tan escasos los asistentes que apenas dio para un corro de la patata, como el de los GAL en la cárcel de Guadalajara) y ya se cuentan nada menos que tres agresiones a tres mujeres importantes de la política española -María San Gil, Dolors Nadal y Rosa Díez- en tres universidades distintas: Santiago, Barcelona y Madrid. Las tres bajo la férula del nacionalismo, del socialismo o del nacionalsocialismo. ¿Rectores? Cuando no gabilondos, zapateros; cuando no zapateros, gabilondos; y como mano de obra, naziños gallegos, filoterroristas catalanes y extrema izquierda en general. Todo se desarrolla según el guión. Y si no fuera por Bermejo, ese nuevo Roldán electoral capaz de desilusionar a los izquierdistas más feroches, y por la decadencia del noveloso Izaguirre, ya teníamos a los preparados «espontáneos» de 2004 tapando la calle. Aunque la calle de verdad sólo la llenen la AVT, el PP y los obispos.

En cambio, la Universidad, donde hay cada vez más jóvenes liberales, pero en donde el PP se ha mostrado pánfilo como nunca, es decir, como siempre, es más fácil de llenar y manipular. Bastan dos docenas de cafres bermejones o 40 chequistas ricos disfrazados de palestinos pobres para abrir un telediario, siempre contando con la activa inhibición del rector, gabilondo o zetapondo. En Santiago, y en contra de la decana de la facultad asaltada por las hordas neonazis de Breogán, el rector se negó a que entrara la policía para impedir que pasara lo que, según el PSOE, el PP sabía que podía pasar. Lo que los socialnaziños dejaron que pasara. En Barcelona hubo más diligencia policial, pero dentro de la impunidad habitual; y en Madrid, el rector de la Complutense, Carlos Berzosa, que es de la PATAPAZ, la plataforma de apoyo a Zapatero a patadas, no abrirá investigación sobre el boicot y agresión a Rosa Díez, perpetrada con el beneplácito del propio Berzosa. Ya tienen los de Cuéntame platós humanos y extras a porrillo para explicar la típica inhibición de los rectores de la Universidad franquista. Casi todos eran berzosas, pero ayer ante los berzotas de su extrema derecha y hoy ante los de su extrema izquierda. La batasunización del zapaterismo es total. No se distingue a los extremistas red skin de los extremistas gubernamentales. Unos van de Doc Martens por abajo y otros de Prada por arriba, pero son todos zetasunos. Blanco dice que espera que «tras las elecciones» -no antes- la cosa se calme. O sea, que la calmará él. Y gabilondos y berzosas compiten en el casting de Girón de Velasco, añoso líder de la Revolución Pendiente.

20 Febrero 2008

María, Dolors, Rosa

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Además de condenar las agresiones hay que defender a los agredidos: de las infamias

Ayer fue Rosa Díez, el día anterior Dolors Nadal y hace una semana María San Gil: tres mujeres, candidatas las tres para las legislativas de marzo; y en las tres ocasiones, en recintos universitarios. ¿Qué está pasando para que en Santiago, en Barcelona, en Madrid, unos energúmenos elijan como forma de hacerse notar el intento de agresión a personas que han sido invitadas a explicar su programa o exponer sus ideas ante los estudiantes?

Cuando el sectarismo se junta con la ignorancia el resultado es el esperpento. Los que trataban de impedir que María San Gil expusiera sus ideas llevaban una pancarta en la que protestaban contra la «ilegalización de ideas». Los que en la Pompeu Fabra de Barcelona boicotearon la conferencia que iba a pronunciar Dolors Nadal gritaban «fora feixistes de la universitat», ignorando que estaban imitando a los Guerrilleros de Cristo Rey y otros grupos genuinamente fascistas que quemaban librerías y reventaban conferencias en los años postreros del franquismo. En fin, a Rosa Díez, que lleva un cuarto de siglo bajo la amenaza de ETA, le preguntaron ayer a gritos quiénes son aquí los verdaderos «terroristas».

Un efecto de esa intimidación es dejar de invitar a según quiénes. Por eso, minimizar el acoso con el argumento de que sus protagonistas son pocos es una forma de desentenderse del problema. Por supuesto que son pocos, pero su pretensión de actuar en nombre de una patria o de una causa obliga a los partidos democráticos que se identifican con esas patrias y esas causas no sólo a condenar sin matices las agresiones, sino a defender a los agredidos: a decir claramente que no les consideran fascistas, ni enemigos de Cataluña, ni neofranquistas, ni asesinos.

No puede haber democracia sin reconocimiento del adversario como demócrata. Los intentos de boicotear mítines electorales del PP en las autonómicas catalanas de 2006, los zarandeos e insultos compartidos por el entonces ministro Bono y la entonces eurodiputada socialista Rosa Díez en una manifestación por la unidad en defensa de las víctimas de ETA, son, entre otros muchos del mismo carácter, comportamientos infames. También lo es anegar la condena reglamentaria en un mar de considerandos de los que se deduce que, en el fondo, los agredidos se lo merecían