10 mayo 1945
Usó el cristal de sus gafas para abrirse las venas
Se suicida el líder nazi de Los Sudetes, Konrad Henlein, tras ser hecho prisionero por los norteamericanos

Hechos
El 10.05.1945 se suicidó Konrad Henlein.
El Análisis
La muerte de Konrad Henlein, líder nazi de los Sudetes, capturado y posteriormente suicidado el 10 de mayo de 1945 mientras estaba bajo custodia de las fuerzas estadounidenses, se suma a la larga y luctuosa cadena de suicidios que ha marcado el derrumbe del Tercer Reich. Henlein, que fuera pieza clave en la anexión de Checoslovaquia por parte de la Alemania nazi, eligió quitarse la vida antes de responder por sus crímenes. Su final reproduce un patrón ya demasiado reiterado entre los jerarcas nazis desde que Adolf Hitler se quitó la vida el 30 de abril en su búnker de Berlín.
Junto a Hitler, se suicidaron su esposa Eva Braun, Joseph Goebbels y su esposa Magda —quienes antes asesinaron a sus seis hijos—, y también Heinrich Himmler, el Reichsführer de las SS, quien al verse descubierto por los británicos prefirió morir con una cápsula de cianuro oculta. Otros nombres como el del siniestro Philipp Bouhler, impulsor del programa de eutanasia, o el general Hans Krebs, también eligieron la muerte antes que afrontar el juicio de sus actos. Incluso figuras periféricas, como Ludwig Stumpfegger, médico de Hitler, o Martin Bormann (presuntamente), siguieron ese camino. Más aún, algunos —como Hans Frank, gobernador general de la Polonia ocupada, o Pierre Laval, líder colaboracionista de Vichy— lo intentaron sin éxito.
Este culto al suicidio que ha impregnado la caída del nazismo (y que tiene, en paralelo, su reflejo en el Japón imperial con casos como el del general Tojo o el fenómeno de los kamikazes) parece sustentarse en una idea enfermiza de “honor” ante la derrota, pero no deja de ser una vía de escape cobarde frente a la responsabilidad histórica y moral. En lugar de dar la cara ante sus víctimas y el mundo, muchos de estos hombres prefirieron desaparecer por mano propia, antes que enfrentarse a la verdad de sus crímenes. Pero su muerte no borra su legado de horror, ni evita que el juicio de la Historia los alcance. Más allá del castigo judicial que no conocieron, estos suicidios sellan simbólicamente el colapso de un régimen cuyo crimen y miseria eran ya, también, inasumibles para sus propios líderes.
J. F. Lamata