24 enero 1987

Una estudiante herida de bala por miembros de la policía

Una manifestación contra la La nueva Ley de Educación (LODE) acaba en caos por la actuación de los antisistema con el ‘Cojo Manteca’ como símbolo

Hechos

  •  Una multitudinaria manifestación estudiantil contra la LODE recorría pacíficamente las calles del centro de Madrid cuando un grupo de los manifestantes comenzó a atacar a miembros de la policía. Una batalla campal se desencadenó en plena calla Alcalá. Se improvisaron barricadas, se prendieron fuegos por parte de los manifestantes, mientras que hubo disparos  por las fuerzas del orden.

Lecturas

LOS PROTAGONISTAS DE LAS REVUELTAS:

Maravall_ministro D. José María Maravall. Ministro de Educación (PSOE) era el autor de la polémica Ley de Educación que sirvió de excusa a las turbas para destrozar las calles en lo que podría haber sido una manifestación pacífica..

El ‘Cojo Manteca’

D. Juan Manteca Cabañes aseguró al ser detenido que vio cómo pegaban un tiro a la joven Dña. María Luisa, que la rabia le inundó y eso le llevó a montarse sobre sus muletas para unirse a la turba. Arrasó con lo que pudo: marquesinas, semáforos… siempre a golpe de muleta, y ayudado por ellas huía de la policía como alma que lleva el diablo. Y así quedó retratado en telediarios y periódicos. La imagen de aquellas huelgas estudiantiles la encarnaba un muchacho que hacía años que no tocaba un libro.

La herida de bala

AlumnaHerida Dña. María Luisa Prada, de 15 años de edad, fue alcanzada por una bala. Según la policía la bala había sido disparada al aire, pero revotó y la alcanzó en la pierna. La estudiante salvó la vida y los policías responsables fueron temporalmente suspendidos.

24 Enero 1987

La vuelta del 'botijo'

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Las imágenes del botijo o coche cisterna de la policía, derramándose sobre los manifestantes en Madrid, ayer; el aprovechamiento de la manifestación por provocadores de todo tipo; la interesada utilización de la misma por centrales sindicales y otros sectores; el desbordamiento definitivo de los planteamientos iniciales y la clamorosa ausencia del escenario del ministro de Educación -sólo corregida a últim*a hora con su visita a la joven herida-, han marcado las recientes jornadas de huelga de estudiantes de enseñanza media.Las reivindicaciones en contra de las tasas académicas y la selectividad, que un poco miméticamente respecto del movimiento estudiantil francés movilizan a los jóvenes españoles desde mediados de diciembre, se mantienen ahora. Pero, al margen de los aspectos que afectan estrictamente a la reforma estudiantil, subyacen otros matices políticos.Sobre cuestiones como la calidad de la enseñanza, la masificación universitaria o la carestía de los estudios está en juego el acceso de las nuevas generaciones a derechos como el del trabajo o la igualdad de oportunidades en el ámbito de la cultura y la educación. Si al Gobierno socialista, más allá de sus éxitos electorales -y precisamente por ellos-, cabe exigirle algo, es el diseño de un proyecto coleetivo que abra la esperanza a los jóvenes. La pasividad con que se comporta el actual Ejecutivo hace, por desgracia, vislumbrar el porvenir como un destino que en absoluto depende de los ciudadanos, sino del aparato del poder, cada vez más encastillado en sí mismo. Esta manera de gobernar, de la que la actitud de Maravall ha sido buen ejemplo, enviando negociadores interpuestos y no dando la cara ante las delegaciones estudiantiles, hace creer que tanto las adversidades como los beneficios dependen exclusivamente de coyunturas ajenas o de ideaciones de ese aparato de poder que prescinde cada vez más de la sociedad a la que se debe. Ni periódicos, ni manifestaciones, ni huelgas, parecen impresionar a quienes se sienten tan firmemente seguros con los millones de votos que guardan en la faltriquera.

En Francia, el Gobierno de derechas de Chirac optó por echar marcha atrás, después de la contestación estudiantil, a un proyecto de ley que pretendía, con criterios unilaterales, adaptar la Universidad a las necesidades del sistema productivo. En España, el Gobierno parece tener una respuesta firme y sin matices sobre la selectividad. A ello debería añadir, sin embargo, unos criterios claros, objetivos e iguales que impidan las arbitrariedades e injusticias. El descrédito del sistema -descrédito al que no es ajeno el elenco profesoral- procede en gran parte de la deficiente calidad de la enseñanza media, la carencia de alternativas distintas a la Universidad y el deterioro en que ésta se ve inmersa.

Contra el reverencial respeto a la Universidad, sus estructuras y funcionamiento han quedado obsoletos. Si los estudiantes exigen la abolición de la selectividad universitaria. no podría decirse que es a causa de la estima que les merece lo que encuentran en ella. Con muchas de las enseñanzas que hoy expende la Universidad se puede llegar a poseer un título, pero por lo general se avanza muy poca cosa en los conocimientos necesarios y en la formación intelectual debida para integrarse satisfactoriamente en un medio moderno. La Universidad sobrevive en su anacronismo gracias al monopolio que su estamento corporativo mantiene sobre la ilustración y en defensa de sus intereses de grupo, a los que no son ajenos muchos diputados socialistas y miembros del Gobierno.

Porque la Universidad no opera sólo como una selección del saber, sino también del poder. Para una generalidad de las clases bajas y medias-bajas de este país, el título universitario es la única forma de superar las barreras sociales que alejan a sus individuos del ejercicio de ese poder. Y si, desde el punto de vista de la elaboración científica y la dignificación del saber universitario, la selectividad es absolutamente necesaria, tienen razón quienes se levantan contra ella como símbolo de un filtro social todavía existente.

Lo que sobresale en todo este conflicto es que el Gobierno socialista, cuatro años después de su ejercicio, ha sido incapaz de dar una respuesta satisfactoria a los problemas educativos. No decimos que no haya habido desarrollos plausibles e interesantes como el de la LODE. Pero los avances se revelan hoy del todo insuficientes. Apenas se ha progresado en la reforma de las enseñanzas profesionales, los presupuestos siguen siendo escuálidos para lo que podría esperarse de un Gobierno de izquierdas, y la reforma universitaria se ha centrado más en la consolidación de derechos o privilegios del personal docente que en el impulso intelectual. O sea, que no se sabe bien de qué sirve la selectividad tan contestada, que limita sólo teóricamente el acceso a una Universidad absolutamente masificada ya, desposeída de tradición intelectual y desconectada de las necesidades sociales.

Sobre estás cosas no hemos visto reflexionar suficientemente a los líderes estudiantiles, lo que es relativamente lógico, empeñados como están en una batalla concreta y definida. Pero mucho menos se observa un debate en el seno del poder. Éste se enfrenta hoy a un problema eminentemente político que pasa por la definición de prioridades presupuestarias con vistas a la educación del país y por el cambio de la estructura -de poder que ha alimentado la tecnoburocracia española, emergida de las aulas universitarias durante las últimas décadas. Se ha perdido mucho tiempo en ello. Y ahora tenemos que ver, 11 años después de la muerte de Franco, cómo corren de nuevo los estudiantes delante de los guardias.

Una palabra más sobre la manifestación: la brutalidad de los provocadores y la brutalidad de la policía, que hizo uso de armas de fuego, han sido evidentes. Una adolescente herida de bala es el testimonio de ello. Las autoridades han abierto una investigación, pero cabe preguntarse cómo es posible que la policía y la delegación del Gobierno en Madrid hayan sido incapaces de prever los disturbios y de evitar la actividad de unos cientos que han pretendido empañar la protesta pacífica de miles de estudiantes. La aparición de cartuchos de sal entre los restos de la batalla ha de ser explicada cuanto antes: ¿utiliza la policía estos elementos disuasorios? ¿Son simples cartuchos de pólvora para la proyección de artilugios antidisturbios? ¿Desde cuándo y por qué? ¿Y de quién emanó la orden de disparar? Preguntas todas ellas sobre las que planea la interrogante mayor de si el Gobierno prefiere entender lo que sucede como un signo de los tiempos o como una algarada estudiantil.

28 Enero 1987

La tentación del barullo

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL MINISTRO de Educación, José María Maravall, ha decidido al fin tomar personalmente las riendas del conflicto estudiantil. Tras haber confiado a sus subordinados la tarea de pacificar a los estudiantes, hoy mantendrá en la sede de su departamento una reunión con los dirigentes de todos los colectivos de alumnos para negociar, después de dos meses de conflictos, la tabla de sus reivindicaciones.Esta rectificación, lo mismo que otras de parecido género observadas en el área del Ministerio del Interior, puede y debe contribuir a propiciar un diálogo más eficaz y alcanzar soluciones pactadas. Pero, pese a la enmienda de la Administración, los estudiantes han seguido manteniendo su primitiva conducta de enfrentamiento, como si nada hubiese cambiado. Los disturbios de ayer en distintas ciudades españolas deterioran innecesariamente la coherencia de la protesta estudiantil.

Los ciudadanos, que en un porcentaje muy alto manifestaron su apoyo genérico a las posiciones que han expresado los estudiantes, tendrán sin duda dificultades para entender cómo se sigue cortando el tráfico, destruyendo escaparates y mobiliario urbano, dificultando, en suma, la vida ciudadana, cuando el oponente ofrece nuevas opciones para un acuerdo. Cosa, dicho sea de paso, hasta ahora inusual en los hábitos de los Gobiernos socialistas, más amantes muchas veces del principio de autoridad que de la racionalidad política.

El lunes, sin convocatoria previa de manifestación ,y de una forma asamblearia, grupos de estudiantes se dedicaron a bloquear la circulación y a imponer su voluntad a los ciudadanos. -En Madrid, ésa acción provocó numerosos incidentes. El martes, los provocadores volvieron a entrar en acción: algunos grupos arrojaron todo tipo de objetos contra la sede de la comunidad autónoma ocasionando diversos daños en la fachada. El carácter pacífico de la protesta estudiantil queda así desfigurado nuevamente, en un momento en que los líderes de la protesta debían valorar el triunfo real que han obtenido forzando al Gobierno a rectificar.Por su parte, la policía ha cambiado su desaforada energía y probada e inútil brutalidad de antes por un talante rayano en la inhibición. Pensamos que entre disparar tiros y no hacer nada existen términos medios. Una policía profesional, preparada para hacer frente a los diversos supuestos de desórdenes públicos y respetuosa con la ley, debe afanarse por impedir que se produzcan daños y situaciones ¡legales. Con la actuación por exceso o por defecto la sensación que se extiende entre los ciudadanos acaba siendo, en suma, una pérdida de seguridad civil que desacredita a los responsables de garantizarla.

Pero hay otros aspectos de la protesta estudiantil que merecen un comentario. Sorprende -por decir algo- el silencio que el Consejo de Universidades mantiene hasta ahora ante las reivindicaciones de los estudiantes, cuando resulta que la selectividad y el númems clausus fueron impuestos por este estamento. Un ejemplo es el reciente decreto ministerial por el que se legaliza la práctica implantada en algunas universidades y mediante la cual se cierra la lista de admitidos tras los exámenes de junio, suceda lo que suceda en septiembre.

Y sorprenden, de otro lado, las condiciones en las que se lleva adelante la huelga de los profesores estatales de enseñanza media contra el proyecto de Estatuto del Profesorado. Huelga que comenzó ayer y se prolongará hasta mañana. Aunque existen razones profesionales que pueden justificar el descontento de los profesores, la actual situación de abandono y descontrol en los Centros de enseñanza no parece la mejor para plantear un conflicto de tales dimensiones. Con su decisión de mantener la convocátoria, los profesores dan la impresión de que están tratando de rentabilizar -mediante la táctica del río revuelto- el caos servido por sus discípulos y que ya a estas alturas lo que menos importa, entre unas cosas y otras, es la pérdida de jornadas lectivas y el rendimiento mismo de la enseñanza pública.