2 noviembre 2010

El presidente demócrata dispone de dos años para recuperar la confianza de los votantes si quiere mantenerse en la casa blanca

Varapalo electoral para Obama en Estados Unidos: los republicanos ganan las elecciones legislativas con auge para el Tea Party

Hechos

  • Las elecciones legislativas del 2.11.2010 en Estados Unidos dieron la ventaja al Partido Republicano en la Cámara de Representantes. 
  • Entre los senadores republicanos destacan Marco Rubio (Florida) y Rand Paul (Kentucky), ambos miembros del Tea Party.

Lecturas

rand_paul El republicano Rand Paul, miembro del Tea Party, fue elegido senador por Kentucky, al igual que su colega Marco Rubio, logró ser elegido senador por Florida.

odonellLa elección de Christine O´Donnell, una de las lideresas del Tea Pary, como candidata del Partido Republicano al senado por Delaware fue una de las principales victorias morales del Tea Party, aunque al final no logró ser elegida senadora al ganar el candidato del Partido Demócrata.

PROTAGONISTAS MEDIÁTICOS DE LA CAMPAÑA ELECTORAL

stewart_beck Jon Stewart y Glenn Beck.

Durante aquella campaña electoral fueron especialmente célebres el presentador de Comedy Channel, el humorista Jon Stewart, que hacía campaña a favor del Partido Demócrata y el presentador de Fox News,  Glenn Beck, que hizo campaña a favor del Partido Republicano. Beck era también uno de los líderes del Tea Party. Stewart y Beck hicieron campaña no sólo desde su programa, sino también participando en mítines.

03 Noviembre 2010

La movilización de los republicanos obliga a Obama a reinventarse

Antonio Caño

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La movilización de los republicanos, estimulados por el movimiento ultra del Tea Party, junto con la apatía de los demócratas, sobre todo de los sectores -hispanos, negros, mujeres, jóvenes e independientes- que llevaron a Barack Obama a la Casa Blanca hace dos años, se unieron ayer en las urnas para infligir un duro castigo al presidente.

El Partido Republicano tenía anoche garantizado el control de la Cámara de Representantes y mantenía ventaja en las 37 elecciones para gobernador. Su avance solo estaba a punto de detenerse ante el Senado, que conservaría la mayoría demócrata.

El Tea Party amplió sus voces en el Senado con la elección de Rand Paul en Kentucky y del cubanoamericano Marco Rubio en Florida. Este resultado abre un periodo de incertidumbre sobre la segunda mitad de mandato de Obama, que deberá reinventarse para optar de nuevo a la presidencia en 2012.

En una campaña en la que no ha ahorrado esfuerzos ni escurrido el bulto en ningún momento, Barack Obama ha hecho dos confesiones que definen su pensamiento y justifican parcialmente su derrota. Una fue durante su participación en el programa de Jon Stewart: «Hemos conseguido cosas que la gente ni siquiera conoce». Otra, en una entrevista con The New York Times: «Probablemente hay un orgullo perverso en mi Administración -y yo asumo la responsabilidad por ello- de que íbamos a hacer lo que había que hacer aunque fuese impopular a corto plazo». Ambas declaraciones son, posiblemente, las palabras de un honesto gestor, pero también de un mal político.

La lluvia de dinero derramada por Karl Rove para desvirtuar los logros de esta presidencia es una de las explicaciones de los resultados de anoche. La persistencia de un índice de paro cercano al 10% durante todo el último año es otra razón, aún más poderosa. Pero unas elecciones recogen un estado de ánimo general sobre el trabajo de un Gobierno, y es imposible comprender lo ocurrido sin buscar las culpas del propio presidente.

Obama llegó al poder aupado por una ola de entusiasmo popular como no se recuerda en la historia americana. De la noche a la mañana, un desconocido político de Chicago se había convertido en presidente de Estados Unidos, premio Nobel de la Paz y mito internacional. Ese fenómeno insólito marcó su carácter y su gestión. Obama se sintió capaz de todo: de abordar la reforma sanitaria en la que todos habían naufragado, de cortar las ambiciones de Wall Street, de abrir un ciclo progresista tan largo como el que Ronald Reagan inauguró para los conservadores.

Cuando surgieron los primeros síntomas de que el cambio no fluía, de que la reforma sanitaria se topaba con miles de obstáculos y que la situación económica exigía otras medidas, Obama, convertido ya en una estrella rutilante, persistió, con desproporcionada confianza en sí mismo, con la seguridad de que el público acabaría entendiendo y rindiéndose ante la verdad. ¡Qué templanza, qué serenidad!, se decía cuando Obama ofrecía su sonrisa ante las adversidades.

Pero esa sonrisa se fue haciendo algo forzada, algo irritante. Mientras se extendían los desahucios de viviendas y cerraban factorías, la sonrisa de Obama dejaba de ser la de un líder seguro y empezaba a ser la de un político indiferente, la de un hombre arrogante.

La arrogancia de Obama ha sido motivo de crítica, muchas veces injusta, de parte de la derecha. El Tea Party ha explotado el intelectualismo de Obama -educado en Harvard- y de su Administración -repleta de títulos de Ivy League- como una prueba de su separación respecto al país real, a la América profunda. El rechazo al intelectualismo es un fenómeno viejo en la sociedad norteamericana sobre el que ya teorizó Richard Hofstadter en un magnífico ensayo en 1963.

Pero, en el caso de Obama, esa crítica reposa sobre un sustrato cierto. El intelectualismo de Obama es, obviamente, una garantía de su solvencia, pero también es motivo de una actitud excesivamente contemplativa ante los acontecimientos. Su arrogancia no es el fruto de una cuna privilegiada sino el producto de un éxito prematuro.

Esa personalidad se refleja en su política. Quizá el momento elegido no era el mejor para la reforma sanitaria, quizá debió corregir sobre la marcha, quizá tuvo que atender los primeros síntomas de malestar entre los ciudadanos.

Son muchos quizás, efectivamente. Es fácil juzgar los acontecimientos a posteriori. Pero lo que distingue a los gigantes políticos es su capacidad de acertar en las decisiones inmediatas. Obviamente, Obama no ha acertado. Pueden parecer magníficos algunos de sus logros y extraordinariamente nobles sus motivos. Pero una mayoría de los norteamericanos no lo cree y, en una democracia, es obligación de un presidente respetar la opinión de sus electores. En una democracia hay gobernantes, no grandes timoneles ni guías morales.

04 Noviembre 2010

Debilitado Obama

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El resultado de las elecciones legislativas estadounidenses ha confirmado los pronósticos: el Partido Republicano se hace con el control absoluto de la Cámara de Representantes, mientras que los demócratas mantienen una ajustada mayoría en el Senado. El presidente Barack Obama ha sufrido un serio revés que no difiere, salvo en grado, del que hubieron de enfrentar predecesores como Clinton o Reagan; está dentro de la tradición de Estados Unidos que las elecciones de mitad de mandato sean la ocasión para que los ciudadanos expresen su malestar.

Pero en el caso de Obama llama la atención la rapidez con que se ha producido su desgaste político. Sin duda, ha sido víctima de la terrible crisis económica iniciada antes de su llegada a la Casa Blanca. A ello se ha unido un estilo de gobierno en el que algunas de las reformas emprendidas, imprescindibles para afrontar la crisis y evitar en lo posible recaídas futuras, se han interpretado por amplios sectores ciudadanos como indiferencia hacia sus problemas más inmediatos, entre los que el paro -casi el 10%- ocupa el primer lugar. El vapuleado presidente parece haber tomado nota de los puntos débiles y de la frustración de sus compatriotas, a juzgar por su comparecencia de ayer. Obama reconoce que falta eficacia en la lucha contra el paro y se muestra dispuesto a escuchar nuevas ideas y buscar terrenos comunes con los republicanos, también a propósito de su controvertida reforma sanitaria.

Un factor nuevo que ha contribuido al apagón presidencial ha sido el fenómeno del Tea Party, configurado a partir de la derrota republicana en las elecciones de 2008 y articulado sobre una figura hasta entonces marginal como Sarah Palin. Más allá de la victoria de ese movimiento en algunas circunscripciones, su creciente relevancia radica en su demostrada capacidad para radicalizar la agenda política, apoyándose en medios de comunicación afines. Desde la irrupción del Tea Party, Obama se ha visto forzado a abandonar sus iniciales intentos de adoptar iniciativas bipartidistas. El Partido Republicano, por su parte, se ha resignado a seguir la estela de los ultraconservadores.

Los resultados de este martes de noviembre, con una Cámara de Representantes bajo absoluto control opositor, hacen prever una parálisis legislativa que podría marcar el final del periodo reformista de Obama. Falta por ver sus efectos sobre la política exterior, aunque las perspectivas no son esperanzadoras. Las estrategias adoptadas por la Casa Blanca en los asuntos más espinosos heredados de Bush son difíciles de desarrollar sin un consenso interno. El pragmatismo recuperado por Barack Obama podría dejar paso de nuevo a una política exterior fuertemente ideologizada.

El presidente de EE UU dispone de tiempo para reaccionar y aspirar con posibilidades a la reelección, en dos años. Lo que no es seguro, en cambio, es que disponga de suficiente margen político.

04 Noviembre 2010

Lecciones para Zapatero de la derrota de Obama

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA MAYORÍA social que apoyaba a Obama hace dos años con entusiasmo se ha esfumado. Los demócratas sufrieron anteayer un notable voto de castigo en las llamadas elecciones a mitad de mandato, igual que les sucedió a sus dos predecesores Bill Clinton y George Bush.

Los republicanos obtienen una clara mayoría en la Cámara de Representantes, totalmente renovada, arrebatan la gobernación de 10 estados a los demócratas y disminuyen su distancia en el Senado, cuyo control seguirá en manos del partido de Obama por un estrecho margen. Ésta es la mejor noticia para los demócratas.

El presidente ha sufrido un serio retroceso en las urnas que le obliga a moderar su programa y a pactar con los republicanos. Pero la cuestión es si su derrota es la consecuencia inevitable de una crisis económica que le ha pasado factura o se debe a los errores que ha cometido como gobernante. La respuesta es que se trata de una combinación de ambos factores, al igual que podría decirse de Zapatero.

No hay duda de que el aumento del paro, que ya roza el 10%, la caída del consumo y el elevadísimo déficit presupuestario han sido aprovechados por los republicanos, que han sacado a relucir el fantasma del «gran gobierno». Sin duda ha ido calando entre la opinión pública estadounidense la idea de que Obama ha sido un mal administrador al aumentar el gasto público y subir los impuestos. Ello debería servir de lección a Zapatero, cuya gestión bate récords en paro, déficit y endeudamiento. Sin ir más lejos, el desempleo creció en octubre en 68.000 personas, un dato pésimo cuando ya se roza el 20%.

A Obama se le acusa de haber centrado parte de sus energías en una reforma de la Sanidad que es rechazada por más de la mitad de los votantes y cuyo coste es muy alto. El 36% de los votantes confesaban a pie de urna que su principal prioridad era castigar a Obama, mientras que sólo el 24% manifestaban que querían apoyarle.

Esos porcentajes revelan una inquietante desmovilización del electorado que apoyó a Obama en 2008, especialmente en colectivos como los hispanos y las mujeres. Las últimas encuestas revelan que a Zapatero le está pasando lo mismo corregido y aumentado: la mayoría del electorado socialista prefiere que no se presente como candidato porque ha perdido la confianza en él. Uno y otro líder han acabado por decepcionar a sus seguidores.

Todos los analistas coinciden en que Obama ha sido víctima de la excesiva bipolarización del electorado, que ha agudizado las diferencias entre demócratas y republicanos. A ello ha contribuido el ultraderechista Tea Party que, sin embargo, ha visto como algunas de sus figuras -Christine O’Donnell, por ejemplo- eran derrotadas mientras emerge el senador de Florida, Marco Rubio, como un eventual líder más templado de este movimiento. Zapatero siempre ha jugado a demonizar al PP y a provocar a la oposición con algunas de sus iniciativas, lo que también ha ido estrechando su base de apoyos.

Hay otro paralelismo de especial simbolismo: Rahm Emanuel y otros destacados colaboradores de Obama en la Casa Blanca le han abandonado. En sus casi siete años de mandato, Zapatero ha quemado también a todo su círculo de confianza.

Obama se mostró ayer autocrítico al reconocer que los ciudadanos están «frustrados». «Debo hacerlo mejor», dijo. Y afirmó que los resultados demuestran que la mayoría quiere acuerdos entre los dos partidos. Su acto de contrición contrasta con la actitud de Zapatero, que siempre ha achacado la crisis a causas externas, jamás ha hecho autocrítica de fondo y nunca ha tratado seriamente de pactar con Rajoy. Por eso, su situación es mucho peor que la de Obama.

04 Noviembre 2010

El Tea Party en España

Carlos Dávila

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Lo sucedido en Estados Unidos va a traer cola. Allí y aquí. Por de pronto, un elogio como todos, admirativo: un país que rectifica en sólo dos años su error, es un país de quitarse el sombrero. El bluf Obama se ha deshinchado más rápido que el globo de un púber. Ahora vienen las consecuencias. Los políticos clásicos deberán analizar con lupa el fenómeno del Tea Party. En España los progres con telarañas lo han agraviado sin saber una palabra de en qué consiste. Es mucho más liberal de lo que se dice, entre otras cosas porque tiene un ideario absolutamente plausible: más individuo y menos Estado. En un país como el nuestro, en el que el Gobierno se cree el único Estado patentando a la gente, el fenómeno Tea Party puede tener mucho fan. El PP sería estúpido si lo echara en un saco roto. Van a dar que hablar. Es lo contrario a Zapatero. Con eso basta.