7 abril 2001

Yoshiro Mori dimite como primer ministro de Japón y como líder del Partido Liberal Demócrata le sucede el reformista Junichiro Koizumi del mismo partido

Hechos

Fue noticia el 7 de abril de 2001.

Lecturas

Koizumi representa al sector más reformista del PLD.

07 Abril 2001

Mori no es el problema

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La anunciada dimisión del primer ministro japonés, Yoshiro Mori, que finalmente se confirmó ayer, no es la solución a los problemas de Japón. Las primarias en su Partido Liberal Demócrata (PLD) solventarán poco si el 24 de abril se limitan a elegir al sucesor. La crisis de Japón se debe no sólo a su peculiar y cerrado sistema político, sino que está en gran medida determinada por la larga y severa crisis económica de la segunda economía más importante del mundo, que ha perdido una década.

El pinchazo de la burbuja especulativa en los mercados de acciones e inmobiliario, alimentada durante los ochenta, no fue respondido con políticas económicas acertadas. El resultado es la más severa depresión desde la Segunda Guerra Mundial. Numerosos paquetes de gasto público han tratado de reanimar sin éxito al enfermo, pero han generado una deuda pública superior al 140% del PIB. El enfermo no acaba de reaccionar, sigue sumido en un cuadro deflacionista que ha motivado sucesivas reducciones de tipos de interés hasta el actual nivel cero.

La manifestación más importante de esta crisis es el deterioro del sistema bancario. La falta de confianza de los agentes económicos y los adversos resultados de las empresas han menoscabado la solvencia del que hasta hace poco era el sistema bancario de mayor envergadura del mundo. Esa precariedad financiera no sólo es un obstáculo a la recuperación económica, sino que constituye una seria amenaza para otros muchos países. Existen, por tanto, razones más que suficientes para que las instituciones internacionales tomen cartas en el asunto. Si economías de menor dimensión justifican la intervención del FMI o del Banco Mundial, sobran las razones para que estas mismas instituciones intervengan para orientar la política económica de Japón y sanear su sistema financiero. El buen gobierno y la eliminación de la corrupción que se reclama a otros es ahora una exigencia básica a una de las principales economías de la OCDE. Por el bien de todos.

27 Abril 2001

Aire fresco en Japón

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Las dos cosas que se esperan del nuevo primer ministro japonés, el autoproclamado reformista Junichiro Koizumi, es que sea capaz de revivir una economía en estado catatónico desde hace una década y que sacuda los cimientos del esclerotizado y corrupto partido gobernante de siempre, el Liberal Democrático (PLD). Koizumi es un personaje heterodoxo en el mundo político nipón, que mezcla cierta reputación de excéntrico con el hecho insólito de llegar a la presidencia del PLD -que ha elegido siempre a sus cabezas de fila en cabildeos de sus barones- desde una de sus más irrelevantes facciones y catapultado por un voto masivo de la tropa del partido. De hecho, también esta vez, los parlamentarios preferían al predecible Ryutaro Hashimoto como sucesor del breve Yoshiro Mori, si no se hubieran interpuesto una suerte de primarias en las que 1,3 millones de votantes han aupado incontestablemente a Koizumi.

Merece la pena saludar la llegada del nuevo jefe del Gobierno, que ya ha nombrado a cinco ministras, entre ellas la de Exteriores, aunque no sea más que por la novedad que aporta a un sistema atenazado. Pero su fortaleza inicial plebiscitaria puede albergar a la vez la semilla de su debilidad. Tokio compone un delicado equilibrio de intereses entre los clanes dominantes del PLD, la gran industria y una poderosa burocracia. Y difícilmente una personalidad llamativa, por el mero hecho de serlo, será capaz de alterar semejante estado de cosas si no convence a los japoneses por sus cualidades de líder. Una complicación adicional es que Koizumi, en sus primeras declaraciones públicas, ha prometido combatir a los antirreformistas, en política y economía, allí donde se encuentren. Lo que significa que se las tendrá que ver con numerosos enemigos dentro de su propio partido, tan opuestos a su verdadera democratización como a la alteración de los pilares que han permitido su virtual monopolio del poder.

El primer examen serio del atípico primer ministro serán las elecciones de julio a la Cámara alta. De los resultados del PLD, que encabeza la coalición gobernante, podría depender incluso la permanencia de Koizumi. Pero, más allá del verano, la tarea decisiva del nuevo jefe del Gobierno, undécimo en 13 años, será intentar convencer a sus conciudadanos de que para que las cosas mejoren en lo económico tienen todavía que empeorar más, con sus inevitables secuelas en la lista del paro. Una medicina más amarga si cabe para un país instalado hace mucho tiempo en el limbo de un bienestar aparentemente indestructible.

02 Agosto 2001

La hora de Koizumi

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Tres meses después de su llegada al poder sigue sin saberse quién es en realidad el primer ministro Junichiro Koizumi, ídolo de las encuestas de opinión, y el alcance de su proyecto reformista para Japón. Pero la clara victoria de su partido Liberal Democrático en las recientes elecciones al Senado le ha dotado de los instrumentos políticos necesarios para llevarlo adelante. En unos comicios que el PLD contaba prácticamente con perder hace unos meses, y en los que, junto con sus aliados de coalición, ha obtenido 78 de los 121 escaños en juego, Koizumi ha logrado el mandato que necesitaba para hacer en su partido y en la economía japonesa la cirugía radical que viene prometiendo. Los datos económicos, una vez más, aguaban la fiesta: la Bolsa de Tokio alcanza sus cotas más bajas en 16 años y los indicadores sugieren que la segunda economía del mundo conocerá simas más hondas.

El atildado Koizumi va camino de convertirse en el jefe de Gobierno más popular desde la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que sus predecesores al frente del PLD y del Ejecutivo han sido en general grises testaferros de los mandamases de las diferentes facciones de aquél y de muy poderosos grupos de intereses. A través de un partido que ha gobernado prácticamente sin interrupción a lo largo de medio siglo, la democracia unipartidista nipona ha estado dirigida por una formidable alianza entre la alta burocracia y los conglomerados industriales. Pero el brillo y la popularidad de Koizumi, un líder de talante nacionalista salido de las bases y no de los usuales pactos entre barones, se producen sorprendentemente sin que haya llegado a poner en práctica una política de éxito. Ni siquiera la ha formulado con precisión, aunque avanza que dolerá.

Ahora que los liberal-demócratas tienen el control firme de las dos Cámaras del Parlamento, parece llegado el momento de abordar las transformaciones prometidas. El desafío principal está en el frente económico. El primer ministro ha de convertir su mandato popular en estrategia capaz de evitar que Japón se convierta en una potencia de segunda. Los cambios están destinados a resucitar a un país que lleva una década languideciendo y son tanto más necesarios en un momento en que la economía mundial emite señales alarmantes. Está por verse, sin embargo, si son posibles desde un partido gobernante dividido entre reformistas y una decisiva vieja guardia aferrada al patronazgo. El faccionalismo, al que Koizumi ha declarado la guerra, está enquistado en la cultura política nipona, extraordinariamente resistente al cambio.

El primer ministro dice creer en la liberalización de los poderosos monopolios públicos y en la reestructuración como remedios de los males japoneses. Su genérico programa va aglutinándose en torno a serios recortes del gasto público, privatizaciones y obligar a los bancos a dar por perdidos más de cien mil millones de dólares en préstamos incobrables. De llevarse a la práctica, estas medidas podrían poner en la calle a cientos de miles de personas y ahondar la recesión en un país que considera insoportablemente alto un desempleo del 5%. Y cuyos ciudadanos en realidad nunca se han enfrentado a los rigores de los despidos masivos y las crisis económicas de verdad.

Dar la vuelta a la economía nipona es la prueba de fuego para Koizumi. Una de las grandes incógnitas de intentarlo es su efecto sobre los votantes y en la popularidad de quien es la estrella política en ascenso. Otra, la reacción de los hombres de negro del PLD. En cualquier caso, ya no hay ninguna razón para que el primer ministro con cara aniñada y peinado de concurso no juegue a fondo las cartas que viene anunciando.