21 abril 1993

El columnista de EL MUNDO consideró que la presentadora le había engañado al hacerle creer que le permitiría promocionar su libro 'La Década Roja'

Bronca en directo en ANTENA 3 TV entre Mercedes Milá y Francisco Umbral (EL MUNDO): «¡O se habla de mi libro o me voy!»

Hechos

  • El 21.04.1993 en el programa ‘Queremos Saber’ de Dña. Mercedes Milá (ANTENA 3 TV) estuvo de invitado D. Francisco Umbral, con el que la presentadura mantuvo una discusión.

Lecturas

El enfrentamiento entre el columnista Francisco Pérez Martínez “Francisco Umbral” y la presentadora de Antena 3 TV (Grupo Zeta), Mercedes Milá, por no haber promocionado su libro durante gran parte del programa ‘Queremos Opinar’ de ANTENA 3 TV el 21.04.1993provoca posicionamiento en medios. El diario El Mundo defiende a su columnista Francisco Umbral tanto en el editorial de D. Pedro José Ramírez Codina como en la columna de Carlos Sánchez Boyero. El diario El Periódico de Catalunya (Grupo Zeta) defenderá a Milá a través de la columna de Carlos Carnicero Giménez de Azcárate.

23 Abril 1993

EL PRECIO DE LOS INTELECTUALES

Carlos Carnicero

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No tengo intención de ofender a un escritor tan ilustre como Francisco Umbral, ni quiero generarme un enemigo con pluma tan poderosa. Pero en esto de solidaridades prefiero alinearme con Mercedes Milá

Mercedes Milá acreditó en su último programa ‘Queremos Saber’, tablas, valor y responsabilidad. No se le puede pedir más a un líder de opinión sobre todo en un universo de mamas chichos. El debate sobre los jóvenes y el poder se vio interrumpido violentamente por las protestas de Francisco Umbral que, modos aparte – con toda la importancia que tiene la educación para la convivencia – planteó para probablemente, sin querer, un tema de fondo muy importante: el papel de los intelectuales como industria y servicio a la colectividad.

Reclamaba Umbral el cumplimiento de un pacto. Él había ido al programa para hablar de su libro, su tiempo es valioso en términos  mercantiles, y no necesita más publicidad. Sin dudar de la legitimidad de Umbral para boicotear un debate por defender sus intereses, en el fondo evidenció su concepción del intelectual como instrumento económico y profesional. Aún dando por supuesto el legítimo derecho de todo profesional para poner tarifa económica a su tiempo, el mensaje de Umbral era demoledor por el desprecio que destilaba hacia la concepción de los líderes de opinión como servidores de una reflexión colectiva. Si sólo se trata de vender libros, el mito del pensamiento cae víctima del concepto de rentabilidad. El capitalismo ha ganado su última batalla.

No tengo intención de ofender a un escritor tan ilustre como Francisco Umbral, ni quiero generarme un enemigo con pluma tan poderosa. Pero en esto de solidaridades, entre el miedo al poderoso y la fidelidad a una periodista honesta, prefiero alinearme con Mercedes Milá que se gana la vida probablemente con holgura y dignidad, y que con una inteligencia y una responsabilidad enconiable, en vez de decirle a Francisco Umbral que se había equivocado de sitio, le dejó que hiciera publicidad para vender su libro, permitiéndole definir hasta las últimas consecuencias su concepción de lo que es un intelectual, que por supuesto no es la mía.

Carlos Carnicero

23 Abril 1993

El doble engaño de Mercedes Milá

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Francisco Umbral revela hoy en EL MUNDO que Mercedes Milá no sólo le engañó a él, sino también al público presente en el programa. Por eso está tan molesto. Al escritor le traicionó cuando le dijo que fuera a su programa a hablar de su último libro y luego no cumplió su palabra. Al público cuando, después de ver cómo los espectadores aplaudían las críticas de Umbral a Felipe González y sus elogios a la actitud crítica de los estudiantes de la Autónoma, comentó confidencialmente a su invitado: «Paco, ten cuidado, que aquí hay mucho ultra». Milá volvió a utilizar el martes sus refinadas artes manipulatorias con un fin: evitar que su Queremos saber se convirtiera en un espacio de crítica al poder socialista. Por un lado, era demasiado peligroso que Umbral explicara La década roja ante tres millones de telespectadores. Por eso pretendía evitarlo; al fin y al cabo, ya había conseguido su objetivo: sentar allí a Umbral, utilizar su singular personalidad como cebo para el programa. Por otro lado, ella sabía que Umbral nunca haría el juego a los ultras y por eso utilizó esa especie de confidencia para tratar de frenar la crítica al PSOE del columnista. Luego llega el momento en el que Umbral denuncia el engaño, y Milá pone a ese público del estudio en contra del escritor. «Televisión putrefacta», dijo Umbral. Así es.

23 Abril 1993

KING-KONG SE ESCAPÓ DE LA JAULA

Carlos Boyero

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Madame Milá, brazo armado del emperador Felipe en la comunicación audiovisual, ganó usted su amañado combate, señora, pero sus métodos son repugnantes.

Como espectador, víctima y analista (perdón por la enfática palabra) de la televisión anhelo la aparición de lo imprevisible y la bofetada en su propia cueva al refinado monstruo. Si ocurre ese milagro me siento vengado de los abusos, ofensas, mentiras y manipulaciones cotidianas que él perpetra impunemente contra mi inteligencia y mi sensibilidad. No conozco ninguna máquina de escribir en la prensa diaria tan demoledora, lúcida, necesariamente salvaje, irremediablemente tierna, incomparablemente lírica, como la de Umbral. Cuando este hombre está en vena, cuando no se limita a ser brillante, se produce una armonía y un ritmo geniales entre palabras, ideas y sentimientos. Su escritura sabe a música, la hueles, te empapa, te arranca la carcajada, te emociona. Umbral prescindió la otra noche de los hipócritas y necesarios modales, del temor a desmaquillar en público su imagen más conveniente, de la templanza y la sangre fría que exigen las situaciones peligrosas y vomitó sin tregua su indignación hacia la utilización bastarda que impone sobre sus invitados un medio falaz y despótico. Su aquelarre, su ataque a calzón quitado, fue justo, incendiario y reivindicativo, pero no eficiente: despojó de cianuro su explosión. Creo saber todo sobre los esplendores y los ocasos del alcohol excesivo y de la extenuante repetición de las obsesiones que le acompaña, de esa vehemencia etílica que desdeña la estrategia que necesitan las batallas. La «clac» de Madame Milá, del brazo armado del emperador Felipe en la comunicación audiovisual, empezó riéndole las gracias al osado y deslenguado histrión, le abucheó cuando la abrasiva e irreflexiva sinceridad de éste aseguró que se la sudaba el concilio estudiantil y que él estaba exclusivamente allí por la promesa que le habían hecho sobre la promoción de su libro (repitió veinte veces «mi libro» y nadie soportó lo que podía interpretarse como desmesurada o infantil egolatría, cuando Umbral sólo pretendía afirmar sus derechos y desvelar un engaño) y le dejó solo y cabizbajo (su última imagen era la de un «outsider» que paga la factura de su insolencia) al finalizar el irrepetible show. Ganó usted su amañado combate, señora, pero sus métodos son repugnantes. Sus cobardes, demagogos y teatrales «que opine el público del estudio», «siento mucho lo que está ocurriendo», «¿ustedes creen que le he engañado?» me provocaron mucho más bochorno que todos los pasotes de Umbral. Qué enemigos tan cutres, aunque astutos, tiene King-Kong.

Carlos Boyero

25 Abril 1993

Paco Umbral, o el martillo de los ciegos

Miguel Durán Campos

Director General de la ONCE

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QUIERO explicar, primero, que escribo estas líneas con la venia del director, venia que agradezco estrictamente en lo que vale, que no es poco, teniendo en cuenta que son las páginas de este rotativo las que suele utilizar el «divino» Paco Umbral. Paquito, el botones bancario de otro tiempo, crecido ahora en las mieles del posmodernismo y del engolamiento literario se permite en su último esperpento, titulado La década roja, escudriñar en la sociología de los ciegos españoles; sin duda, creído de que su continuidad publicadora arredrará a más de un cobarde que no le querrá contestar o no suscitará la necesaria rebeldía en algunos inteligentes que pasan olímpicamente de él, de sus exabruptos y de su pretendida maestría.

Ni soy un cobarde, ni me tengo por inteligente; por eso contesto, brevemente, en las páginas de este periódico al lenguaje perripuerco y deslavazado que utiliza Umbral contra los ciegos y contra mí, aunque no me importa lo que de mí piense, sino las falacias que siembra sobre nosotros, los ciegos. Soy consciente de que, contestando, favorezco la difusión de los papeles que emborrona el amigo Umbral bajo el título de La década roja, y me arriesgo a ser la antítesis de Mercedes Milá. Pero, desde ahora, relevo a Francisco Umbral de cualquier compromiso económico por la publicidad que le hago, tan preocupado como está porque se hable de su «libro». Quiero decir, simplemente, que si las verdades del mencionado «libro» son todas como las que se explican sobre nosotros, los ciegos, «por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas». Los divinos, «los puretas de la comunicación», los ayatolás de la ética me dan miedo y asco, y el señor Umbral es divino, sin duda; «pureta de la comunicación» porque no cobra nunca (o sea, nadie le podrá tildar jamás de «cobrón», quiero decir: nadie que no le conozca bien), y es ayatolá porque ¡Dios nos libre de su manto! Por eso, quiero prevenir, desde mi ceguera militante, a todos los lectores acerca de la necesidad de leer al señor Umbral con gafas, pero eso sí: gafas anticontaminación. Paco, permíteme que te tutee, hombre, aunque eres mucho más viejo que yo en edad y en sabiduría: yo nunca te hice una oferta para venir a El Independiente, te la hizo Manolo Soriano por su cuenta y riesgo, yo me enteré de la pifia a posteriori y me alegré de que Pedro J. te retuviera porque nos evitaba pagar una millonada más de las millonadas que ya se estaban pagando. En cuanto al resto de la historia de El Independiente te remito a la que escribiré, y daré a la Asociación de la Prensa en su día, para aclaraciones de falsedades y escarnio de fementidos, pero sí te quiero apuntar que, si la ONCE no se hubiera hecho cargo en abril de 1991 de El Independiente, ese periódico se hubiera cerrado en ese mismo momento, porque «su gestor principal» ya lo tenía en unas pérdidas superiores a siete mil millones de pesetas. Reconozco, eso sí, que su gestor principal, travestido ayer y hoy bajo seudónimo periodístico, se las ingenió para hacerme tragar un regalo envenenado, largándose, por su propia voluntad y no porque yo lo cesara, con cien kilos en su bolsa. Y, con la complicidad de otros medios que tuvieron buen interés en eliminar un competidor, hizo creer a la opinión pública que nuestra llegada a El Independiente era una maniobra socialista, restando, así, la poca capacidad de subsistencia que El Independiente tenía.

Pero ya te digo, Umbral de Mercedes Milá, recogedor de publicidades de tu libro, que ni los ciegos somos lo que planteas en esas páginas, ni te has preocupado jamás de conocernos; escribes de oídas (ojalá, nunca te quedes sordo) pero sin contrastar; te autoimpones la púrpura de los importantes; me llamas príncipe, título que rechazo y, también me llamas ciego, condición que asumo con tranquilidad y deseándote que tú nunca lo seas; envileces, con tu prosa deshilachada, hasta las más nobles actitudes (tú dirías que las emputeces, pero las putas son decentes y tú no). Dime, Paco, por favor, quién del Partido Socialista te paga doblones sin cuento para conseguir, mediante el efecto de rebote, que, por tu prosa antisocialista, unos cuantos indecisos voten al PSOE. Yo te reto, vidente de lo escabroso, componedor de falsedades, padre de mil infundios, a que seas capaz de tragar tu vergüenza; tu vergüenza mercantil, puesto que tú me acusas de negociante; tu vergüenza de comerciante del intelecto, exhibida el otro día en Antena 3, sin ningún pudor. Yo te reto a que seas capaz de probar cualquiera de las afirmaciones que haces sobre los ciegos, a quienes no conoces porque, probablemente, cuando hablas de nuestra dignidad no has analizado ni siquiera la tuya. Yo te reto, hombre vidente de pluma fácil, a que seas capaz de probar que todo lo que infamas y estercolas es tan negro como el pozo en el que nos quieres sumir otra vez, y te sigo deseando, cobrón de Mercedes Milá, de EL MUNDO y de tantas otras cosas, que nunca te quedes ciego, porque me encantaría retarte de igual a igual; porque sé mucho más de ti que no escribo, por no parecerme a ti.

Aclaro que escribo, exclusivamente, bajo mi responsabilidad, no como director general de la ONCE, pero sí como ciego que, como tantos otros, no está dispuesto a volver al pozo de miseria donde tú, y otros, nos queréis sumir, porque, ni tú puedes con la sociedad, ni la sociedad, pese a lo que tú intentas, está pendiente de ti, sino que aplaude los «buenos palos de ciego».

25 Abril 1993

Umbral sonoro y luminoso

Abel Hernández

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FRANCISCO Umbral, casi siempre altivo y altisonante, ha dedicado una columna plateresca y humilde a Aranda del Duero. Se le calentó la boca en el programa de la Milá -mitad marquesa rubia, mitad sargento de caballería- y ha pedido disculpas, como un castellano viejo, aclarando las cosas. Le salió el comunero y no están los tiempos para «villalares». A mí, conociéndole, me enterneció. Umbral puede dar voces en medio de la plaza y hasta organizar un alboroto en la fiesta, pero nunca se pondrá contra el pueblo. Le da lo mismo que no le quieran las marquesas, los generales o los obispos, pero le horroriza llevarse mal con el pueblo. Por eso se apresuró a hacer las paces. Con su columna del viernes 23 -acaso en ocasiones como ésta el encabezamiento debería ser «Los pesares y los días» – ha hecho más por Aranda que todos los de las fuerzas vivas (o muertas, vaya usted a saber) juntos. Si yo fuera el alcalde, le encargaría el pregón de las fiestas, le invitaría a vino -a cordero, no, porque es vegetariano- y le coronaría de racimos en la plaza Mayor como el mejor escritor de Castilla con Miguel Delibes.

Yo estuve con Umbral aquella tarde en la Coctelería del Diego, en la calle Reina, 8, a espaldas de la Gran Vía, en la presentación del último libro del aluvión La década roja, editado por Planeta. Lo presentó el rector Gustavo Villapalos, al que le gustan los focos y las cámaras casi tanto como a Umbral (o a mi amiga Paloma Segrelles, otra de la cuerda, que también andaba por allí). El rector y el escritor forman una pareja curiosa, cervantina. Están unidos por la inteligencia, la vanidad y los cursos de verano del Escorial. La verdad es que Umbral llegó a los cursos y, sobre todo, siguió en ellos después del follón del primer año, gracias a José Antonio Escudero y a mí. Pero ninguno de los dos figuramos en el libro. O sea que no tengo nada que agradecerle. No es verdad que en La década roja ponga a todo el mundo a caer de un burro. Al contrario. A algunos personajes que yo conozco les adorna y hasta parecen algo. (¿Te acuerdas, Paco, de la tarde que querías hacer una hoguera en la terraza de Felipe II con los periódicos económicos en señal de protesta por la falta de periódicos de poesía? Desististe de prenderles fuego porque no llegaron los fotógrafos ni las cámaras de televisión). A mí me definió una vez en una de sus columnas como «gorrión de acacia», que observa y cuenta lo que pasa en la calle. Me pareció bien. Nunca he pretendido vestirme con plumas ajenas. Acaso no pase de ser un pardillo que llegó herido de los montes del pueblo y se siente, en la ciudad, colgado de una jaula. Umbral, por el contrario, se maneja muy bien en esta cárcel. Anda por las calles -en taxi casi siempre- engreído como un pavo real. Y con razón. Actúa por brochazos de luz, por fogonazos, que es la manera más fantástica de iluminar la realidad, sin que estropee el cuadro el cubo de la basura. Umbral no aguanta la vulgaridad, aunque trata de sacarle el mayor rendimiento económico posible a su trabajo, y hace bien. Me dicen, que a pesar de la fama de bohemio, trabaja metódicamente, sobre todo por las mañanas, en su dacha de Majadahonda, con su gata Loewe cerca y su santa España, una admirable mujer. En resumidas cuentas, Umbral es un lírico, un sentimental y un rojo por estética, al que le gustan los gatos. Y es el cronista literario más importante, más subjetivo y más creador de nuestro tiempo; mucho más que Larra en el suyo. Se mueve entre D’Ors -maestro D’Ors- y Baudelaire, el poeta maldito de Las flores del mal. ¡Ateme usted esas dos moscas por el rabo! «Aunque pocos llegaron a gustar algún día/ el dulzor del hogar ni vivieron siquiera».

Confiesa últimamente Umbral que anda buscando al padre -Cela, Villapalos…-. Es un niño terrible y desamparado, que trata de impresionar a los mayores con sus travesuras y llamar la atención. Me parece que lo que más le preocupa es envejecer. A más de un viejo académico le he oído yo decir de él perrerías. Por eso no está aún en la Academia, para desprestigio de ésta. Tampoco le han dado todavía -¡qué vergüenza!- el carné de prensa. Le basta con el Cavia. El carné ¡para Polanco! Me ha sacado de quicio la fruición de El País por el incidente con la Milá -mitad marquesa, mitad sargento-. También los humildes gorriones de acacia tienen derecho a chillar de vez en cuando. Te equivocas esta vez, Pablo Sebastián -ni a ti ni a mí nos quieren en el tinglado de la farsa- cuando pronuncias el RIP de Umbral por lo de la Milá. Al contrario. El propio Diccionario de la Academia califica al umbral en su acepción psicológica como el «valor a partir del cual empiezan a ser perceptibles los efectos de un agente físico». (En este caso, no sólo físico). Y lo califica de «luminoso, sonoro, etc.», para entendernos. Pues eso.

El Análisis

UN ERROR QUE LE COSTÓ CARO... PARA LA ETERNIDAD

JF Lamata

Cómo no sabemos cómo fue la conversación entre el Sr. Umbral (EL MUNDO) y la Sra. Milá (ANTENA 3) antes del programa, no podemos saber si esta le engañó prometiéndole un programa monográfico sobre el libro o él lo malinterpretó. El incidente, dicho sea de paso, se producía poco después de que el director de EL MUNDO también protagonizara un mosqueó contra la Sra. Milá por dejarle poco tiempo en la misma cadena.

El caso es que, aunque el Sr. Umbral estaba considerado un amigo de la Sra. Milá (la había elogiado en más de una columna), toda la audiencia le vio bramando como niño pequeño porque no se publicitara su libro. Craso error. Nada fue lo mismo a partir de entonces. El Sr. Umbral había sido un brillante columnista en los últimos años del franquismo y, probablemente, el más poderoso e influyente columnista de las primeras décadas de transición, pero todo se había hundido aquel día, porque para la mayoría de los españoles el Sr. Umbral había pasado a ser ‘el de yo quiero hablar de mi libro’. Y un montón de ciudadanos ni sabrían cómo escribía, ni le leerían nunca, pero identificarían al Sr. Umbral como ‘el del yo quiero hablar de mi libro’. RIP.

J. F. Lamata