20 junio 2015

Boyero coló una frase contra Marías en un artículo de crítica, y Javier Marías respondió colando un párrafo contra Boyero en su siguiente texto

Cruce de ataques entre los críticos de EL PAÍS, Carlos Boyero y Javier Marías, entre líneas, en sus artículos de crítica cinematográfica

Hechos

El 7.07.2015 el artículo en EL PAÍS de D. Javier Marías aludió a D. Carlos Boyero, también columnista del diario EL PAÍS.

Lecturas

CARLOS BOYERO EN EL PAÍS.COM: «JAVIER MARÍAS NO TIENE NI PUTA GRACIA» 

Aunque en los artículos la cosa era algo más sútil, en una entrevista digital el 11.06.2015 D. Carlos Boyero fue bastante más gráfico.

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24 Abril 2015

¿Podremos?

Carlos Boyero

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Me emocionó (así de simple, repelente Marías) "Señas de identidad".

Leonard Cohen, el hombre mejor vestido de Montreal (que el corazón se lo rompieran unas cuantas veces, o que él devastara a otros, no bloqueó jamás su elegancia por dentro y por fuera), afirmaba que la gente antes de aprender magia debería conocer la etiqueta. Etiqueta exigen los eventos de pompa y circunstancias. Recuerdo a aquel señor que me hacía tan poca gracia y escritor irrepetible, llamado García Márquez, vestido de liqui liqui para recibir su consagración (¿la necesitábamos las estirpes que estamos condenadas a cien años de soledad y no tenemos una segunda oportunidad sobre la Tierra?) en los Premios Nobel. Y miedo me dan los consecuentes deseos de Juan Goytisolo por ir a la solemne movida del Cervantes ataviado con una chilaba.

No lo hace. La subversión militante desprecia esa cosa tan moderna de las tendencias, el disfraz de tu apariencia, el rollo venerado por tantos idiotas e impostores titulado cool y aparece con un torpe aliño indumentario (Machado, el que creía en un milagro de primavera, no intentaba ser snob en su autodefinición, solo era lúcido), con una chaqueta y corbata ajada, con el síntoma de que su dueño las odia y ellas también, pero que las circunstancias le obligan a ese obligado protocolo que le resulta insufrible.

Y ese hombre entre hipertímido y arisco, que habla en voz baja, con alergia al histrionismo, sabiéndose transgresor pero homenajeada su capacidad intelectual por tirios y troyanos, suelta un discurso tan necesario como conmovedor, admirable, a la deriva en el reconocimiento mundano, hablando del acorralado Cervantes, pero también del infame estado de las cosas. Y aunque presupongas que a los 84 años ya no espera nada personalmente exaltante, cita al inmortal y desesperado Pessoa (habló en nombre propio y de unos cuantos desahuciados, magníficos perdedores, con “Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”) y asegura con fervor realista: “Digamos bien alto que podemos”. Ante su modélica Majestad, su seductora esposa, todos los de siempre rindiendo honores al morador de Jemaa El-Fna. Lo opina alguien que tiró a la basura con hastío Reivindicación del conde Don Julian y Juan sin Tierra. Pero también me emocionó (así de simple, repelente Marías) Señas de identidad.

Carlos Boyero

07 Junio 2015

Morse, Lewis y Hathaway

Javier Marías

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Supongo que este párrafo me valdrá otro furor del principal e iracundo opinador cinematográfico de este diario, que ya me conminó a pedir perdón por encontrar tostonífera y plana The Wire. Ahora me ha llamado también “repelente” en una columna.

Si hay dos cosas que llevan años de moda, son las novelas de crímenes y las series de televisión, por lo que me extraña doblemente que entre nosotros hayan pasado casi inadvertidas las obras de Colin Dexter, tanto las literarias como sus adaptaciones a la pantalla. De las primeras se tradujeron algunas hace tiempo, en una colección poco visible y casi sin eco, y en la actualidad son inencontrables. No las he leído (no soy aficionado a ese género), pero mi padre, de cuyo gusto solía fiarme (y en cambio era muy aficionado), así como otra persona muy cercana, las tenían o tienen en un altar, las ponen a la altura o por encima de Simenon y me aseguran que muchos de los detectives y policías que han venido después con multitudinaria admiración –incluido el famoso Wallander– son copias bastante descaradas del Inspector Morse, que opera en Oxford y alrededores. A partir de las novelas y relatos de Dexter se hizo una serie británica llamada Inspector Morse (1987-2000), que tal vez se emitió parcialmente en algún canal cuando empezó. El actor que lo interpretaba, John Thaw, murió al poco de su conclusión. Este inspector tenía un sargento llamado Lewis, y en años más recientes se ha hecho otra serie con su nombre, Lewis a secas (2005-2012), que ahora estoy viendo con gran placer.

Como no son estadounidenses (y en España sólo parece haber ojos para lo que viene de más allá del Atlántico, país papanatas y americanizado), nadie las ve, ni habla de ellas, ni las emite, ni existen los DVDs en nuestro mercado. Yo he comprado los ingleses, que, ay, sólo llevan subtítulos en esa lengua. Un doblaje sería criminal. Así, nadie hace caso de estas dos series, mientras los críticos y aficionados se extasían ante la inverosímil y monótona House of Cards, la amanerada y pretenciosa True Detective o Breaking Bad, la mayoría de cuyos personajes son tan pesados, inconsecuentes e idiotas que uno sólo está deseando que los maten de una vez. Supongo que este párrafo me valdrá otro furor del principal e iracundo opinador cinematográfico de este diario, que ya me conminó a pedir perdón por encontrar tostonífera y plana The Wire. Ahora me ha llamado también “repelente” en una columna. Lástima, porque en cambio yo le leo con enorme provecho su prosa-engrudo y sus topicazos (nunca faltan, hable de Welles, Coppola o Fitzgerald): corro a ver las películas y series que le repatean y evito escrupulosamente las que le “emocionan” y “llegan”. Infalible servicio el que me presta, por el que gracias mil.

El inspector Morse ronda la sesentena, nunca se ha casado pese a ser enamoradizo, vive solo, es mandón e impaciente pero no despótico, bebe demasiadas cervezas; no pudo completar sus estudios en Oxford pero es un policía culto, y se ve que lo es de veras. En su casa oye música sin cesar, con debilidad por Wagner, pero también por Beethoven, Schubert y Haendel, y a veces son piezas de éstos las que completan con gran acierto la banda sonora de los episodios. A fuerza de tímido, resulta hosco a menudo, y con las mujeres tiene mala suerte: cuando se interesa por una (y parece que ella por él), la mujer acaba pringada en los crímenes o está vinculada en secreto a alguien poco recomendable. También es Morse gran lector (jamás confiesa su nombre de pila por lo espantoso que es), y en el último capítulo de la serie, “El día del remordimiento”, recita inmejorablemente el poema del mismo título de Housman, en una escena de contenidas melancolía y emoción. Es un hombre comprensivo, parecido en eso a Maigret, que persigue a quienes asesinan pero no juzga mucho. Trata de entender, evita la severidad. Se lo ve vulnerable e ingenuo pese a su veteranía, con esa ingenuidad que nunca pierden del todo las personas esencialmente buenas y que procuran no ser injustas. Su sargento, Lewis, es más sencillo y más feliz, pero perceptivo, tanto en lo referente a los casos con que lidian como para comprender a su jefe, al que llega a profesar profundo afecto. En la nueva serie, Lewis, han pasado unos años, éste ha ascendido a inspector y tiene su propio ayudante, Hathaway, estupendo personaje que ya no inventó Colin Dexter: ex-seminarista, antiguo estudiante de Teología, es un joven muy culto como Morse, al que se adivinan zonas complejas que todavía no me ha tocado descubrir. Muy alto, rubio, huesudo, mantiene con su superior Lewis una relación tan curiosa como la de éste con Morse.

Los casos son lo de menos, unos mejores, otros peores. Lo importante es contemplar a estos personajes de carne y hueso, creíbles, nunca pueriles ni demenciados, deambulando por las calles de Oxford, investigando, dialogando con estudiantes y dons y con otros, y asistir a sus comedidas penas. A diferencia de los de House of Cards, True Detective o Breaking Bad, jamás son histriónicos ni incurren en estupideces (así es muy fácil que “ocurran” desgracias), uno está a gusto en su compañía. Quizá su falta de pretensiones, su honradez y su sobriedad los condenan hoy al ostracismo en nuestro país deslumbrado por la pedantería y los ademanes de genialidad. A ver si alguien se anima a publicar los libros de Dexter y las series inspiradas por sus personajes inolvidables.

Javier Marías