12 noviembre 1977

El presidente del Gobierno Adolfo Suárez critica el artículo por considerarlo 'alarmista' sobre la situación en el País Vasco

El presidente de la Agencia EFE, Luis María Anson, gana el premio González Ruano por el artículo ‘La dictadura del miedo’

Hechos

El 12.11.1977 D. Luis María Anson, presidente de la Agencia EFE, publicó en la Tercera de ABC el artículo ‘La Dictadura del Miedo’.

Lecturas

EL PRESIDENTE SUÁREZ CRITICA A ANSON

Suárez_Gutiérrez  1982_octubre_disolucion_eta_2 El presidente del Gobierno, D. Adolfo Suárez, informó al Sr. Anson de que no estaba de acuerdo con su artículo, que trataba sobre la situación del País Vasco ante el terrorismo de ETA, demasiado exagerada y alarmista.

El artículo íntegro:

LA DICTADURA DEL MIEDO – 15-11-1977

Los lobos del terrorismo internacional han metido sus hocicos entre los tobillos de España y mantienen algunas provincias en estado de angustia. La región vascongada ha quebrado su ritmo normal de vida y un pueblo habitualmente trabajador y tranquilo se agita crispado, desde hace años, por corrientes de tensión. El miedo enroscado con la entraña de tantos vascos paralizó el dinamismo empresarial y ahuyentó el dinero, con la consecuencia inevitable de que aquella región profunda y mineral está pasando a ojos vistas de próspera a empobrecida.

En otro terreno muy diferente, dos o tres diarios y media docena de semanarios, han alcanzado una capacidad de coacción tan grande que no pocos intelectuales y políticos actúan pendientes sólo de conseguir sus bendiciones. Por miedo a que los acusen, desde esas publicaciones, de fascistas o reaccionarios hay directores generales que se encogen hasta ensuciarse en el principio de autoridad: hay gobernadores civiles que no gobiernan, sino desgobiernan; hay escritores que afirman lo contrario de lo que piensan; empresarios que se dejan arrollar; sacerdotes que toman actitudes indignas para el decoro de su ministerio; catedráticos que tiran la esponja sin luchar contra la subversión universitaria; artistas del más vario género que politizan su arte y lo adulteran al modo y a la moda de una progresía exacerbada y mugrienta.

Aterrados hasta perder la dignidad (aunque con muchas y admirables excepciones), políticos, escritores, empresarios, catedráticos y artistas se muestran genuflexos ante el rebenque de esa media docena de publicaciones y pugnan ridículamente por ser más izquierdistas que nadie, con la esperanza de obtener las piadosas palabras que les arrojan como migajas unos cuantos críticos y comentaristas políticos sin otras credenciales, muchas veces, que haberse montado en el machito. Que gentes serias se bajen los pantalones ante ciertos periodistas de tercera división sólo se explica por el miedo cerval que sacude el espinazo de España.

Libre es el temor, libre el espanto y el escalofrío, y contagioso, y cuando una sociedad empieza a sentirse atenazada por ellos, la dictadura del miedo se extiende vertiginosamente. Con todas las excepciones que se quiera, la verdad es que hoy los padres están acobardados ante los hijos, los obispos ante los curas, los profesores ante los alumnos, los patronos ante los obreros y estos ante los piquetes de la huelga.

Tiene miedo el trabajador de quedarse sin trabajo; el estudiante de no encontrarlo en años; el empresario, de arruinarse; el comerciante, de que le toque el atraco nuestro de cada día; el financiero, de que lo secuestren; la dama, de que la insulten o la atropellen; el ciudadano medio, de salir por la noche y verse asaltado por las bandas de gamberros que matonean barriadas enteras de algunas ciudades.

Está amedrentada, en fin, hasta temblarle las carnes, la derecha y por eso se proclama de centro. Se despeluza el centro y se corre a la izquierda con el ombligo encogido. Cierto que también a la verdadera izquierda se le ha ido la sangre a los zancajos y hasta algunos comunistas se han contagiado del miedo general y se proclaman monárquicos porque temen, según dicen, un golpe de Estado militar. ¿Y por qué lo Yemen, si nada tal vez haría más daño a la Monarquía y a las propias Fuerzas Armadas que una intervención militar? Algo está claro en la ceremonia de la confusión que se oficia ante nuestros ojos y es que el Rey no debe salirse del cumplimiento estricto de las leyes constitucionales.

La dictadura del miedo, todavía en agraz, todavía en periodo de desarrollo, ha dado ya generosa prole a la familia de las gallináceas y ha convertido a la política española en un baile de máscaras. Muchos de los resplandecientes miembros de nuestra mediocre, torpe, exangüe, fatua clase política están dispuestos a ponerse cualquier careta y a pisotear lo que defendían la víspera con tal de no ofender a los césares del miedo.

Da vértigo la carrera en pelo de no pocos de aquellos antiguos falangistas valerosos para instalarse en la nueva situación. ¡Qué tino el suyo para introducir las cinco flechas en el carcaj de la historia! ¿Y qué decir de los franquistas adictos a la vieja caravana de las cifras triunfales? A muchos de ellos las flechas les han sido útiles para metérselas a Franco por la espalda.

Pero, ¿a quién que conozca la condición humana le puede sorprender esto? Iguales son los hombres de todas las épocas y por eso la Historia se repite con tenaz monotonía. La fidelidad de los aduladores turíferos concluye cuando termina el poder del adulado. Tácito escribió esta frase de diamante refiriéndose a Vitelio: “Fue ultrajado a su muerte con la misma bajeza con que había sido adorado en vida”. Me acuerdo de que reproduje esta cita en 1974, en una “tercera” de ABC, sin esperanza de ser escuchado ni entendido. El poder ensordece los oídos y se muestra más propicio a fijarse en los aspavientos que en la verdad profunda.

Aunque el miedo sólo beneficie a los ultras de uno y otro signo, se equivocan los agoreros de la catástrofe. La musculatura social de la moderación es todavía robusta y en este germinar de la convivencia libre, en esta etapa azarosa de la transición que estamos superando, tras victorias ciertamente espectaculares, también el miedo que hoy impregna a casi todas las esferas del país resultará derrotado si el Gobierno le hace cara al problema con decisión. Renacerá entonces la esperanza. Las gentes enviarán sus máscaras a los desvanes del olvido, limpiarán el maquillaje con que ahora se cubren las mejillas y se autentificará la entera vida nacional. La zozobra que produce en el español medio el incierto futuro se tornará en seguridad creadora. Vuelta la confianza a los empresarios e inversores, se enderezará la economía. Nos esperan, eso sí, largos y difíciles tiempos en los que habrá que derrochar flexibilidad y sobre todo, energía. La labranza de los pueblos para la libertad exige agotadoras jornadas de paciencia y pulso firme. A los gobernantes les ha llegado la hora –y ya no son posibles ni más dilaciones ni nuevos aplazamientos- de cumplir y hacer cumplir las leyes a rajatabla, sin debilidades de ningún género.

Y bien. El pueblo desea ciertamente la joven libertad recobrada con su nueva Monarquía. Pero sabe que para conservarla es necesario ahuyentar el fantasma de la anarquía. Sabe que el Gobierno quebrantará la incipiente dictadura del miedo sólo si lo pierde él mismo y gobierna con la energía que exige la imponente erosión sufrida por la vida nacional. Por eso si hoy levantáramos la piel del pueblo español, enamorado sin duda de su libertad recobrada, encontraríamos grabada a fuego, sobre la carne viva, esta sola palabra: autoridad, autoridad, autoridad.

Luis María Anson