12 marzo 2004

Máximo confusión 24 horas después de la masacre del 11-M: Aparece 'la mochila de Vallecas'

11-M: La Jornada del 12 de Marzo muestra una división de opiniones sobre la autoría del atentado: la SER apunta a Al Qaeda, el resto a ETA

Hechos

Las tertulias radiofónicas del 12 de marzo, circularon en torno a las hipótesis sobre las autorías del 11-M.

Lecturas

La confusión mediática y política tras los atentados del 11 de marzo era total. La polémica entre si era un atentado de ETA o era un atentado de corte islámico era total y ya la noche anterior había vivido episodios tensos como los ‘terroristas suicidas’ de la Cadena SER.

LA VOZ DE GALICIA DE BIEITO RUBIDO PUBLICA QUE HA SIDO AL QAEDA

bieito_rubido_voz_galicia El diario LA VOZ DE GALICIA que dirigía D. Bieito Rubido tituló el día 12 de marzo que los atentados del 11 de marzo habían sido perpetrados por Al Qaeda, es decir, atentados de naturaleza islámica. También medios digital como EL CONFIDENCIAL titularon con la misma rotundidad. Los medios más grandes como EL MUNDO, EL PAÍS, ABC o LA RAZÓN no apotaban por ninguna línea, y se limitaban a informar de las dos posibilidades.

No obstante el Gobierno del PP seguía dando a entender que la línea prioritaria era que el 11 de marzo era obra de ETA.

FRASES PRONUNCIADAS EN LA MAÑANA DEL 12 DE MARZO

Gabilondo_Ser_2004

Programa ‘Hoy por Hoy‘  de la SER (12.03.2004) – Iñaki Gabilondo y los terroristas suicidas

antonio_jimenez

Programa ‘Buenos Días’ de RNE (12.03.2004) – Antonio Jiménez entrevista a Ángel Acebes, que apunta a ETA

losantos_COPE

Programa ‘La Mañana’ de COPE (12.03.2004) – Jiménez Losantos convencido de que ha sido ETA

APARECE ‘LA MOCHILA DE VALLECAS’, QUE CONFIRMA LA PISTA ISLÁMICA

acebes_11_M_Kangoo D. Ángel Acebes.

A las 14:30 horas los medios de comunicación comenzaron a informar de la aparición de una mochilla con explosivos encontrada en Vallecas que había sido llevada a la comisaría en la que había restos de explosivos. El ministro de Interior, D. Ángel Acebes compareció a las 18:30  para informar de la existencia de la mochila y que el explosivo situado en ella era dinamita ‘Goma 2 Eco’ (y no Tytadine).

ETA NIEGA OFICIALMENTE ESTAR IMPLICADA EN EL 11-M

ETArras_boina A las 18:45 se hizo público un comunicado oficial de ETA remitido a ETB y al diario GARA en el que negaba haber tenido nada que ver con los atentados del 11-M. El Gobierno del PP se apresuró a negar validez a la organización asesina. En el telediario de TVE dirigido por D. Alfredo Urdaci tampoco le dio validez: «Esa llamada no está grabada por lo que no se puede comprobar la voz», dijo en pantalla el propio Sr. Urdaci.

UNA MANIFESTACIÓN CONTRA EL TERRORISMO CON UN LEMA DISCUTIDO

aznar_victimas_11_M El Gobierno de D. José María Aznar convocó una manifestación masiva contra los terroristas del 12 de marzo a las 19:00 horas. Pero escogió como lema ‘Por las víctimas y por la Constitución, lo que suponía una provocación del PP para los partidos nacionalistas (como ERC, socio del PSOE en Cataluña) que siempre habían sido contrarios a la Constitución. Aún así ERC aceptó ir a la manifestación convocada por el Gobierno. En la citada manifestación, en la zona de Cataluña, los representantes del PP (D. Josep Piqué, D. Alberto Fernández Díaz y Dña. Alicia Sánchez Camacho) fueron abucheados y tuvieron que abandonar la marcha.

FRASES PRONUNCIADAS EN LA TARDE-NOCHE DEL 12 DE MARZO:

carlos_llamas

Programa ‘Hora 25’ de la SER (12.03.2004) – Carlos Carnicero acusa al Gobierno de mentir:

12 Marzo 2004

DÍAS DE INFAMIA

Enrique de Diego

Leer

La coincidencia en el dígito 11 del día y las dimensiones de la masacre, han hecho que un diario abriera su portada sobre el atentado de Madrid con el título “el día de la infamia”. Pero mientras el 11 S fue, en buena medida, una sorpresa, el 11 de marzo no ha sido otra cosa que la culminación de las infamias que cada día se vierten y se perpetran en nuestra querida España. No tienen ninguna duda mis fuentes de la lucha contraterrorista respecto a la autoría de ETA de la carnicería de Atocha, Santa Eugenia y Pozo del Tío Raimundo, en este Madrid mártir y tan diabolizado –por ciudad abierta y españolísima– por el nacionalismo y los nacionalistas. Mas, como todas las hipótesis han de ser investigadas, y de ello se prevalen algunos para la ceremonia de la confusión, voy a asumir el riesgo de decir lo obvio en primera persona: los psicópatas asesinos son etarras, han sido formados en las escuelas del odio, son el producto de las infamias cotidianas en cuyo medio ambiente sobrevivimos.

El 24 de diciembre lo intentaron en trenes y en Chamartín, tras reunirse con Carod dieron un comunicado de tregua en Cataluña que era, en su lenguaje, la amenaza de actuar de inmediato y en gran escala. Hace pocos días se detuvo una caravana de la muerte en el pueblo de Cañaveras. Nada más pedirle el carnet de conducir el etarra se desmoronó se dio a conocer e informó de la carga de su furgoneta. Tenía consignas imprecisas pero una orden clara: actuar en Madrid. La hipótesis es que a ETA el atentado se le ha ido de las manos. La nueva generación es torpe y sanguinaria, y la mezcla nos mantiene en el orden moral de los asesinos y nos lleva al estilo de los carniceros. Un par de cachorros, con los explosivos en las manos, han querido hacer méritos e historia demostrando de lo que son capaces, de llenar de muerte y dolor a familias de bien.

La cuestión no es tanto si ha sido ETA o no, sino por qué toda una serie de españoles –algunos a su pesar– “necesitan” que no haya sido ETA, empezando por Josu Jon Imaz y por el inefable secretario de organización del PSOE, José Blanco. Porque siendo los terroristas los únicos responsables de los crímenes, vivimos en la infamia cotidiana. La infamia del mantenimiento del tripartido en Cataluña, por ejemplo. La infamia del plan Ibarretxe. La infamia de las subvenciones del Gobierno vasco a la banda terrorista Eta. La infamia de libros de texto oficiales en los que se ensalza y se pone como modelo a los asesinos. La infamia de empresarios que pagan a ETA. La constante infamia de Madrazo y de Llamazares, comparsas y lacayos del nacionalismo étnico. La infamia de los actores y actrices españoles situando el riesgo contra la libertad de expresión ¡en las víctimas del terrorismo! La infamia de Maragall refiriéndose a Madrid con el mismo desprecio reivindicativo que Arzalluz. Las infamias de las ikastolas donde se enseña a odiar al resto de españoles y de escuelas catalanas donde Bargalló quiere que se haga otro tanto. La infamia cotidiana, para no seguir, de tanta irresponsabilidad gratuita.

La unión de los demócratas pasaba por la fortaleza democrática y el rechazo a negociar con el terror. La rompió primero el PNV, con Estella-Lizarra. La ha roto en los últimos tiempos, el PSOE, al dictado de Esquerra Republicana de Cataluña, por necesidades del guión maragaliano. Nunca hemos tenido una izquierda más infame, más hundida en la infamia. El día de la infamia no ha sido otra cosa que la suma de las pequeñas y grandes infamias con las que convivimos, que han tomado carta de naturaleza entre nosotros. Vivimos de milagro entre tanta infamia… porque no íbamos en los trenes de la muerte.

Enrique de Diego

12 Marzo 2004

Terrorismo en El Pozo

Juan Luis Cebrián

Leer
Si se confirma que hay elementos del radicalismo islámico ligados a los hechos, será también lícito sospechar que se ha manipulado la información desde instancias oficiales.

Para los huérfanos de Mayo del 68, el Pozo del tío Raimundo sigue siendo un lugar emblemático. Desde una chabola de aquella barriada de aluvión, construida vergonzantemente con casas de lata levantadas durante la noche, a hurtadillas de la Guardia Civil, el jesuita padre Llanos encabezó valientemente el movimiento de los curas obreros de Madrid, oponiéndose a la opresión de la dictadura y desafiando las directrices pastorales del episcopado, tan acomodaticias con ella. El «Pozo» fue, durante años, símbolo de la protesta sindical contra el abuso del franquismo y de la lucha por las libertades, protagonizada por miles de inmigrantes que llegaban a Madrid desde las provincias en busca de un futuro mejor para sus hijos. Ese futuro se hizo en parte realidad, y aquel barrio obrero y marginal acabó convirtiéndose en una zona habitada por las clases medias de una España que se abría a la democracia al final de la década de los setenta. Sus calles, antes sin empedrar, habían sido testigo durante décadas de una historia de marginación y miseria, pero también de heroísmo militante por la democracia. Ayer ese heroísmo volvió a encarnarse en el horror y la vergüenza padecidas por culpa de la salvaje agresión del terrorismo.

Cuando cerca de doscientos féretros dan testimonio de la sinrazón de los asesinos que han sembrado el terror en nuestra capital, resulta imposible acercarse a cualquier análisis que pretenda, superando el dolor y la estupefacción de que somos presa, intentar una explicación de los hechos: de las motivaciones de la canalla que los ha perpetrado y de la respuesta que las instituciones democráticas y las fuerzas políticas deben dar a la amenaza insidiosa y letal del terrorismo. Pero solo una reflexión serena por parte de autoridades y líderes sociales permitirá la persecución y castigo de los asesinos, y facilitará la implementación de medidas que garanticen a un tiempo la seguridad y la libertad de los ciudadanos. Nuestras opiniones han de construirse, así, utilizando materiales muy delicados y sensibles, que afectan a la conciencia de las gentes, a sus emociones y sentimientos, y a sus más arraigadas convicciones. No pueden verse ofuscadas, empero, por la consternación y la amargura que legítimamente nos embarga.

Los atentados en cadena cometidos ayer superan con creces, en crueldad y miseria moral, a cuantos nuestro país ha padecido hasta ahora. Las bombas fueron colocadas en medios de transporte público atestados de viajeros, y estaban destinadas a hacer explosión en una hora punta en la que miles de personas se dirigían a la escuela o al trabajo. Nadie avisó de su existencia, contrariamente a lo que en otras ocasiones habían hecho los activistas de ETA, por lo que es evidente que no tenían otro fin previsible que el de causar el mayor número de víctimas, de forma indiscriminada y brutal. Si tenemos en cuenta que la propia ETA ha asesinado a ochocientos veinte españoles en el curso de los últimos treinta y cinco años y que ayer bastaron diez minutos para sumar casi dos centenares más de nombres a tan siniestra lista, se comprenderá fácilmente que, caso de ser culpable la organización vasca, nos enfrentaríamos ante un salto cualitativo en la estrategia y fines de los terroristas. Una estrategia en la que ya no bastaría la violencia como medio de atraer la atención pública sobre sus reclamos de cualquier género: la muerte se ha convertido en un fin en sí mismo. Pero, pese al estremecedor balance de sangre, y al hecho indudable de que quienes han perdido la vida o han sido brutalmente mutilados y heridos merecen, junto a sus familiares y allegados, la mayor solidaridad y la expresión de lo mejor de nuestros sentimientos colectivos e individuales, conviene no perder de vista el mensaje fundamental que las bombas nos transmiten. Por encima del destrozo causado en vidas humanas, ilusiones rotas y familias destruidas, más allá de tantos proyectos truncados, tanta tristeza y dolor como ya han sido capaces de provocar, el objetivo final de las acciones terroristas constituye, paradójicamente, el destino de los supervivientes, es decir, el de toda la sociedad española. De lo que se trata es de generar una situación de inseguridad y pánico, de vulnerabilidad, entre los ciudadanos, que permita la extorsión sobre el poder político y el debilitamiento de las instituciones. Por lo mismo, y pese a la enormidad del drama que vivimos, debemos aprender a sobreponernos y a pensar. Y deben hacerlo, más que nadie, aquellos que tienen la responsabilidad de conducir este país y la confianza de los electores para hacerlo.

La eventualidad de que el atentado sea obra de grupos fundamentalistas islámicos ligados a Al Qaeda flotó ayer como un fantasma en todos los comentarios de los círculos políticos y periodísticos. El gobierno fue rotundo en sus desmentidos a este respecto, aunque ni el rey ni el presidente del gobierno citaron a ETA en sus primeras alocuciones al país. Si se confirma que hay elementos del radicalismo islámico ligados a los hechos, será también lícito sospechar que se ha manipulado la información desde instancias oficiales. La bárbara presión a la que el terrorismo etarra ha sometido a este país durante décadas explicaría, en cualquier caso, la inmediata atribución a sus bandoleros de los hechos de ayer por parte de las autoridades, incluidas las del gobierno de Vitoria. Por lo demás, el análisis político de un ataque de Al Qaeda a nuestro país y a Europa conllevaría consideraciones añadidas muy preocupantes, habida cuenta del protagonismo de José María Aznar y su gobierno en la reunión de las Azores que decidió la invasión de Irak. Pero incluso si ETA no hubiera estado detrás de los atentados, la condena de sus métodos criminales y las reflexiones sobre el comportamiento de nuestra sociedad frente al fenómeno terrorista continuarían vigentes.

En trance tan atribulado como el que vivimos, la totalidad de las fuerzas políticas ha llamado, como es lógico, a la unidad frente a la violencia. Una convocatoria así, como la de la manifestación de esta tarde, no tiene empero ningún sentido si los partidos y las diferentes representaciones sociales no son capaces de hacer su propio examen de conciencia sobre los múltiples errores cometidos en el pasado reciente. Si el deseo de unidad es generalizado se debe, entre otras cosas, a que semejante anhelo se ha visto demasiadas veces truncado por las actitudes facciosas, los intereses particulares y las ambiciones oportunistas. No se trata ahora de darse golpes de pecho ni de acusar a nadie con el dedo, pero es preciso pedir más generosidad y grandeza de ánimo a quienes, llevados por la vehemencia del carácter o el ardor de la expresión, han convertido el terrorismo y sus secuelas en campo de batalla e instrumento a utilizar en la liza por el poder o el protagonismo social. Los cuerpos ensangrentados de cientos de inocentes, y los millones de víctimas en los que nos hemos convertido todos los españoles, así lo demandan.

En medio de esa reflexión global a la que nuestros ciudadanos tienen derecho, y mientras se aclaran la autoría y circunstancias del salvaje ataque, los medios de comunicación no podemos permanecer ausentes ni llamarnos a andana. Sabemos desde hace tiempo que si hay algo que caracterice a los movimientos terroristas de cualquier signo es su deseo de notoriedad o de publicidad de sus actos. Umberto Eco ha llegado a afirmar que «el terrorismo es un fenómeno de la época de los medios de comunicación de masas. Si no hubiera medios masivos no se producirían estos hechos destinados a ser noticia». Cualquier interpretación de lo que sucede que se aparte de esa comprensión no contribuirá a facilitar la búsqueda de soluciones. La sociedad mediática es, por lo mismo, aliada principal y víctima preferente del terrorismo moderno, pues de lo que éste trata es de someter a la opinión pública a la dictadura del terror, la desconfianza y el miedo. A la luz de semejantes consideraciones, y al margen cualquier otra responsabilidad de los dirigentes políticos, los periodistas nos tenemos que preguntar sobre la nuestra propia. La Asamblea del Consejo de Europa, en una resolución de 1979 estableció que «los medios de comunicación, cuando dan cuenta de acciones terroristas, deben aceptar un cierto autocontrol para establecer un justo equilibrio entre el derecho público a la información y el deber de evitar ayudar a los terroristas». Líderes tan dispares como Margaret Thatcher o Felipe González han pedido que no se proporcione al terrorismo «el oxígeno de la publicidad», en palabras de la antigua primera ministra británica. Siempre he pensado que eso nos obliga a los medios a tratar el fenómeno terrorista con idéntico o mayor rigor, profesionalidad y deseo de servir a la verdad que debe animarnos en cualquier otra instancia. Una regla de oro es la comprobación de datos y la preocupación por servir el interés de quienes nos leen y nos escuchan. Y me pregunto, demasiadas veces lo he hecho, si desde ese punto de vista es lícito y lógico que la imagen de dos indeseables encapuchados haya inundado durante días las pantallas de nuestras televisiones, poniendo en jaque a nuestra joven democracia. La utilización sectaria del dolor de las víctimas y sus allegados, el recurso a la truculencia, con desprecio a los derechos inalienables de quienes padecen más directamente la agresión letal de esos criminales, la repetición innecesaria de imágenes que reiteran la desolación y el dolor en que se ven sumidos tantos ciudadanos, son otros ejemplos de deformaciones en las que incurrimos los medios de comunicación.

La enormidad de lo sucedido ayer en Madrid debería servir para que procuráramos una meditación colectiva sobre estas actitudes. Muchos gestos guiados por la benevolencia y el deseo de colaboración pueden, en ocasiones, contribuir sutilmente a extender ese ambiente de desconfianza y desánimo que los criminales tratan de provocar. Las declaraciones de varios de quienes padecieron ayer en su propia carne los efectos de los atentados, en el sentido de pedir a los políticos «que hagan algo», pueden verse justificadas por la natural crispación del momento, pero es justo reconocer que todos los gobiernos de la democracia han puesto un empeño singular en este combate, y que numerosos funcionarios del Estado han pagado hasta con su vida la defensa de las libertades de todos. Por lo mismo es necesario insistir en que esa unidad que tantos piden solo podrá lograrse desde el abandono de las posiciones partidarias y desde un respaldo inequívoco a la independencia de los jueces y al aparato policial y represivo del Estado. Igualmente es necesario el restablecimiento del consenso en nuestra política exterior. Sin una administración de justicia poderosa y unánimemente respetada, y sin una colaboración internacional basada en la legalidad, serán inútiles cuantos esfuerzos se hagan contra la existencia del crimen organizado. Hemos visto que, en países de inmensa tradición democrática, las secuelas de un hecho tan horrible como el derribo de las Torres Gemelas han minado la credibilidad y el aprecio de instituciones centenarias, básicas para la continuidad del sistema de libertades. Esto es algo sobre lo que debe reflexionar el gobierno que salga de las urnas el próximo domingo, precisamente para evitar incurrir en errores ya conocidos.

Por lo demás, la única arma que los ciudadanos tenemos en nuestras manos, el único resorte eficaz para oponernos a la barbarie de la que hemos sido objeto, es precisamente la de nuestro voto. Un buen funcionamiento, eficaz y legal, de la policía y los jueces es el mejor de los pactos que contra el terrorismo puede exhibir este país, y eso solo puede lograrse con instituciones fuertes, inmunes al chantaje, más preocupadas por el servicio a los ciudadanos que por el disfrute del poder. Contra los enemigos de la democracia, la única respuesta posible es más democracia. Algo que, como he tenido ocasión de decir en un reciente ensayo, no constituye la solución de nada pero es, en cambio, la condición para todo. Que eso sea cada vez más posible está felizmente en nuestras manos y podemos demostrarlo acudiendo a votar el próximo domingo. Para que el sacrificio de la antigua barriada obrera del Pozo del Tío Raimundo, de los muertos en Atocha y Santa Eugenia, de los inmigrantes, trabajadores, estudiantes, niños y ancianos que han perdido la vida a manos de un fanatismo criminal, no caiga en el vacío.

12 Marzo 2004

Al estilo Al Qaeda

Josep Ramoneda

Leer

En primer lugar las víctimas. La terrible fatalidad. Y la imposibilidad de comprender por qué ellos. El sin sentido de una muerte encontrada, simplemente, por haberse levantado a la hora de cada día para ir a trabajar o por haber cogido el tren unos minutos más tarde de lo habitual porque se pegaron las sábanas. El más radical de los absurdos.

Después, la ciudadanía. Aturdida, desconcertada porque no hay categorías en nuestro cerebro para integrar una carnicería de estas proporciones. Creo que lo más importante de todo es no cerrar los ojos ante la barbarie: lo peor es la banalización del mal. La ciudadanía tiene el domingo la cita democrática con las urnas. Se me ocurre pedir que nadie falte y que cada cual vote lo que tenía decidido votar ayer. ETA no puede cambiar un solo voto.

A partir de aquí, cuesta mucho entrar por la vía de los análisis. Tendemos siempre a esperar lo mejor. Sabíamos que ETA estaba debilitada. Pensábamos que por esta razón esta vez su intervención en campaña se limitaría al obsceno comunicado de la tregua selectiva. Cuando las fuerzas de orden público detuvieron una furgoneta cargada de explosivos comprendimos que lo seguían intentando pero preferimos creer que el peligro estaba desactivado. No, ETA ha intervenido con su instrumento de siempre: matar, porque es su única forma de existir. Y lo ha hecho a una escala sin precedentes.

Es muy arriesgado hacer especulaciones sobre las acciones de ETA. Los que la han conocido desde dentro aseguran que su toma de decisiones es mucho menos elaborada de lo que a veces se supone y que dan los golpes cuando y como pueden. Pero las características de este atentado no pueden pasar desapercibidas. ETA ha matado ayer más ciudadanos que la suma de las víctimas de sus cinco atentados anteriores más sanguinarios. Se trata de un salto cualitativo perfectamente buscado. De una masacre hecha con toda conciencia. Esta vez no ha habido llamada de aviso. No se buscaba asustar, se buscaba aterrorizar. Porque el terror es paralizante.

Es inevitable mirar al exterior. Han sido Al Qaeda y otros ramas del terrorismo islamista los que, en los últimos años, han practicado repetidamente los atentados indiscriminados, con explosiones simultáneas en diversos puntos, y altamente mortíferos. No hace falta mirar sólo al 11-S. En Irak, cada día hay ejemplos de este tipo de terrorismo. ¿Puede pensarse en cierto mimetismo por parte de los dirigentes de ETA? ¿O más bien hay que pensar en un intento de producir el mayor daño posible optimizando la capacidad mortal de los limitados recursos operativos de la banda? «El terrorismo -escribía Amos Oz- actúa como la heroína: las dosis han de ser cada vez más fuertes para que el efecto se mantenga». La dificultad de ETA para actuar estaba desdibujando su imagen. Hacía muchos meses que no mataba, con lo cual, en cierto modo, era ya más una sombra que una amenaza. ETA ha querido acabar con cualquier tipo de ilusión. Una masacre para que nadie dude de que sigue ahí. Pero el hecho de que ETA opte por un masacre estilo Al Qaeda, aún sabiendo que es el tipo de atentado que más rechazo social produce, es a tener en cuenta. Sembrar el pánico colocando a toda la población como víctima potencial. Esta es la estrategia. Porque ciertamente ninguno de los que tomaron ayer los trenes en los que encontraron la muerte tenía razón alguna para pensar que ETA iba a por él.

13 Marzo 2004

LOS AUTORES

Jaime Campmany

Leer

CUALQUIER opinión que en este momento se aventure acerca de los autores de la masacre de Madrid tiene por fuerza que ser pura especulación y no certeza indubitable. Pero escuchadas todas las opiniones, también las políticamente interesadas; examinadas todas las circunstancias, y sobre todo analizadas todas las informaciones, incluida la negativa de la Eta, no encuentro sospecha fundada ni indicio vehemente para descargar a la banda etarra de la formidable responsabilidad de esta matanza. Sigo en eso la posición realista y racional del ministro Acebes.

«Necesitamos echar cien muertos sobre la mesa para obligar al Gobierno a negociar con nosotros», vino a decir una simpática caperucita etarra. Y empezaron a fallar atentados, porque ya sabemos que la banda se encuentra acosada, desquiciada, desnortada. Falló sobre todo el intento abortado en Guadalajara con los quinientos kilos de explosivo. Para calcular lo que hubiera sido ese atentado, por fortuna frustrado, basta pensar que los cien kilos de la masacre de los trenes ha producido doscientos muertos y mil heridos.

La Eta necesitaba una matanza de grandes proporciones antes de las urnas de mañana, y ahí la tenemos. Quien primero desvió la atención de la banda etarra hacia un grupo terrorista islámico fue Arnaldo Otegui. Coño, Otegui. Qué casualidad, hombre. Y enseguida comenzó la explotación política de una especie que todavía no tenía visos de noticia. Antes, cuando fueron descubiertos los quinientos kilos de explosivo y se reconoció a los dos etarras que los transportaban, nuestros socialistas predicaron la unión de todas las fuerzas políticas contra el terrorismo y pidieron a gritos que nadie utilizara las acciones etarras con fines partidistas y electoralistas. La consigna de Rubalcaba era: «Que Carod no nos jeringue las elecciones más de lo que ya las tenemos jeringadas».

Pero cuando circuló la noticia de la sospechosa carta publicada en un periódico inglés; cuando apareció la furgoneta con los detonadores y la cinta con versículos del Corán; cuando se encontró en uno de los trenes del atentado una bolsa llena de explosivo que no había estallado, y ahora más, con la llamada de la Eta a «Gara», nuestros socialistas cambian de táctica, y Pepiño Blanco llegó a acusar al Gobierno de ocultar información por interés político. Acusó de ocultar información al mismo ministro que había ofrecido lealmente los datos que sembraban la duda y que obligaban a investigar diversas pistas hasta alcanzar una certeza segura.

Algunos colegas y algunos medios de información se lanzaron con entusiasmo detrás de la versión islámica. Que nos matara el Islam y no la Eta era lo nuevo, lo inesperado, y era, sobre todo, lo que permitía achacar la terrible masacre a una venganza contra Aznar y su Gobierno por el asunto de Iraq. Carod y sus aliados pasaban al olvido y ahí estaba Aznar para recibir los garrotazos de Cristobita. Claro está que hasta ahora, con la investigación sin acabar, todo es posible. Incluso es posible que la verdad me estropee otro artículo mucho más claro que este.

13 Marzo 2004

LAS CERTEZAS MORALES

José Antonio Zarzalejos

Leer

HOY, sábado, a cuarenta y ocho horas del más terrible y letal atentado terrorista sufrido en España y a sólo veinticuatro de la jornada electoral, es el momento de mantener nítidas determinadas certezas sin despreciar -todo lo contrario- algunas dudas. Es una certeza luminosa y definitiva la emergencia pública y explícita de la fibra moral, cívica, de los millones de españoles que ayer -recordando aquel julio de 1997 impreso en la memoria colectiva- se echaron a la calle para estar «con las víctimas, con la Constitución y por la derrota del terrorismo». El depósito ético y democrático de esa arrolladora presencia ciudadana en las calles es el presupuesto ineludible y rotundo de cualquier valoración acerca de lo que, trágicamente, está ocurriendo en nuestro país. Las dudas sobre la autoría de los atentados del 11-M no se han comportado como un factor disuasivo en la motivación popular, expresando así una lección moral de proporciones similares a los brutales crímenes perpetrado el pasado jueves. Y lo que sucedió ayer en Barcelona -donde una minoría, otra vez, arrebató el derecho democrático de los dirigentes del PP- es esa terrible excepción que confirma la regla. El sectarismo siempre grita -y, además, arremete- más que la tolerancia.

Otra certeza, esta vez doble, es igualmente esencial. La banda terrorista ETA -sea o no la autora de la masacre de Madrid- es una máquina criminal que ha asesinado de todas las maneras posibles, con la crueldad más inhumana, con la indiscriminación más inmisericorde, el cinismo más cruel y con la constancia más sangrienta. Ha perpetrado atentados masivos provocando víctimas de toda condición -niños, mujeres embarazadas, funcionarios, políticos, policías, militares-; ha asesinado con gelidez y mediante un tiro en la nuca, con la víctima arrodillada y de espaldas, previo secuestro, sin adarme de conmiseración. Ha encerrado en vida a humanos que han llegado a enloquecer después de expoliarlos. Ha destruido, chantajeado y coaccionado a todo aquel que se resistiese -incluso en silencio- a sus designios terroristas. El esfuerzo de algunos por redimirle en estos compases fatales del 11-M es tan despreciable como las connivencias de que la banda se ha ido valiendo, entresacadas, a veces, de las contradicciones de una clase política de baja talla moral y de determinados medios de comunicación atenazados por intereses coyunturales y sectarios. Ni ETA sería más terrorista de lo que es porque hubiese perpetrado los atentados de Madrid -lo cuantitativo y lo cualitativo es una dimensión que no sirve para un veredicto ético sino para colmar abruptamente el espanto colectivo-, ni dejaría de serlo si las «otras líneas de investigación» en las que trabajan las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado deparan responsabilidades diferentes a las que ahora aparecen como más probables.

La monstruosidad de la masacre de Madrid -y aquí está la clave de la cuestión-, de ser atribuida definitivamente a ETA, acaba con ella y con su red terrorista, instalada también en la sociedad vasca y desactiva la coartada largamente elaborada por los parásitos del terror. Carlos Martínez Gorriarán, en la Tercera de ABC de hoy, refresca la memoria de atentados que crearon «contradicciones» a ETA y a sus cómplices. La historia no suele mentir y tiende a reproducirse cuando sus protagonistas son eriales humanos como los terroristas y sus cómplices. La certeza de la naturaleza terrorista y criminal de ETA es, pues, tan inapelable como el carácter imperativo de creer y de secundar al Gobierno legítimo de la Nación y, por lo tanto, de depender de las versiones que sobre el atentado proporcione que, en último término, serán adveradas por los Tribunales de Justicia. Y a esa versión nos atenemos en estas páginas, porque así consumamos un acto de fidelidad democrática que nos es exigible por responsabilidad social y por convicción de principios.

Buena parte de lo que se oye, se escribe, se dice en estas horas -tantas afirmaciones miserables, tantas insidias, tanto argumento rastrero y odioso-, ensucia a sus autores de vuelo bajo a los que importa que mañana los electores se enfrenten a las urnas desconcertados por las dudas e inquietudes. Pues bien: frente a ellas -algunas legítimas, otras inoculadas aviesamente- deben emerger las certezas morales que, a diferencia de las de naturaleza política e ideológica, son las que permanecen y trascienden.

El Análisis

¿FIFTY FIFTY? VA A SER QUE NO...

JF Lamata

Se puede decir que lo ocurrido en la jornada del 12 de marzo es que había dos bandos mediáticos el que defendía que había sido islámico (el bando pro-PSOE) y el que defendía que había sido ETA (el bando pro-PP). Sí. Pero… ¿podemos poner las dos en plano de igualdad?

¿Qué indicios había al acabar el 12 de marzo para pensar que había sido islámico? – La furgoneta Kangoo con la dinamita y los versículos coránicos, la mochila de Vallecas con los restos de Goma 2 Eco y la declaración tanto de Otegi como de la propia ETA negando su participación en los mismos.

¿Qué indicios había al acabar el 12 de marzo para pensar que había sido ETA? – Ninguno, más allá de la inercia.

Luego no, no estábamos hablando de ‘fifty,fifty’.

J. F. Lamata