11 septiembre 2000

Pío Moa y Juan Manuel de Prada cuestionaron que se quiera convertir en símbolo al ex presidente de la Generalitat

ABC vapulea a Lluís Companys en el 60ª aniversario de su ejecución, les replica el diario EL SIGLO

Hechos

El 3 y el 4 de septiembre de 2000 el ABC publicó artículos contra D. Lluis Companys.

Lecturas

El 3 y el 4 de septiembre de 2000 el ABC publicó artículos contra D. Lluis Companys firmados por D. Pío Moa y D. Juan Manuel de Prada, respectivamente. A ambos replicó desde EL SIGLO D. Luis G. de Cañuelo

03 Septiembre 2000

Companys-Indiano, una lección de la Historia

Pío Moa

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El terrorismo ha tenido impacto considerable sobre la hsitoria de España del siglo XX. Los atentados anarquistas fueron uno de los factores principales, por no decir el principal, en la destrucción del régimen liberal de la Restauración y la venida de la dictadura de Primo de Rivera. Aquel régimen no pudo luchar eficazmete contra el terrorismo, entre otras cosas porque el politiquerío de unos y otros le impidió dotarse de leyes adecuadas. En sus planes para erradicar el caciquismo y democratizar el regimen, Antonio Maura propuso en 1907 una ley antiterrorista, que fue boicoteada por una alianza de los republicanos, la izquierda extraparlamentaria y el partido liberal de Romanones. Como observará Cambó, «se creó una agitación artificial, pero tan ruidosa que obligó a Maura a rneunciar. Después, gobiernos liberales y republicanos tuvieron que hacer aprobar proyectos mucho más rigurosos para mantener el orden público’. En los primeros años 20, los atentados de la anarcosindicalista CNT se multiplicaron siendo combatidos por un terrorismo patronal y policial hasta que el caos social desembocó en el golpe de Primo. El propio Cambó reconocerá en su libro ‘Les dictadores’, que la dictadura «nació en Barcelona, la creó el ambietne de Barcelona, donde la demagogia sindicalista tenía una intensidad y cronicidad intolerables. Y ante la demagogia sindicalista fallaron todos los recursos normales del poder, todas las defensas normales de la sociedad».

Pese a tales antecedentes, la II República empezó su vida con una alianza oficiosa con los anarquistas es decir, con el terrorismo, como bien sabían todos. Evidentemente se trataba de una alianza puramente oportunista. Parafraseando las inequívocas frases de un político actual, los republicanos esperaban que la CNT les ayudase a sacudir el árbol monárquico para meterla luego en cintura y quedarse ellos con las nueces. Ni que decir tiene que los ácratas pensaban utilizar, a su vez, a sus dudosos amigos, conv istas a la revolución libertaria, como pudo comprobarse muy pronto. La CNT-FAI se convirtió en seguida en un cáncer de la república, y contra lo que da a entender cierta historiografía, fue dicha sindical, y no la derecha, la que arruinó la política de Azaña durante el primer bienio, creándole incontables y sangrientos problemas de orden público. A su vez, el gobierno azalista evolucionó hacia un rigor creciente y exasperado, que no excluía el uso de torturas, el fusilamiento expeditivo, el empleo de la ‘ley de fugas’ o la deportación a las colonias africanas.

Desde la oportunista alianza tuvo más peso en Cataluña. Allí, las autoridades nacionalistas mepezaron por cerrar los ojso ante los asesinatos que, para limpiar el terreno, cometía el CNT en la persona de los obreros de ideas contrarias (unos veinte, según S. Payne); o ante observaciones como la de Largo Caballero en las Cortes, de que la CNT imponía pistola en mano la afiliacion a muchos obreros. La alianza duró más en Cataluña que en el resto del país, para indignación del gobiero, y en especial de Azaña. Ese consentimiento de los crímenes y violencias se encubría con una fraseología sentimental, ‘comprensiva’. Azaña constataba ya en junio de 1931: ‘Macià no quiere indisponerse con los sindicatos, de quinees espera votos. Lluhí pretene que todo podría arreglarse sin Macià, con su enorme autoridad moral en Cataluña, solicitase o aconsejase a los sindicalistas una tregua de tres meses». Y observaba el irreverente Josep Pla: «La terminología de Esquerra está llena de todos los tópicos del humanitarismo más insincero y tronado. Los políticos catalanes hacen grande gestos, se ponen cada dos minuto la mano en el pecho, dan chillidos snetimentales y hacen unos terribles aspavientos de bondad. Todo el mundo pone los ojos en blanco, van con el corazón en la mano y canta confusas romanzas que hacen llorar. Toda la pornografía  del exilio, el onanismo de los catalanes de América, los estados más abyectos de la mugre sensorial, se han implantado en Cataluña de la manera más simple. ¡Y pensar que Prat de la Riba, que era un catalán perfectamente normal, murió hace apenas quince años! A veces se pregunta la gente: ¿Qué es la política de Esquerra? ¿Qué será? Es muy sencillo: serán tres años de anarquía sindical, de predominio de las ideas de las Asociaciones de Viajantes y el correspondiente caviar».

Ligado a la CNT.

Companys era, entre los políticos de la Esquerra, uno de los más ligados a la CNT. Sin embargo la agitación y el terrorismo llegaron a un punto que la propia Esquerra encontró intolerable. Para 1934, las fuerzas de orden de Companys perseguían a la CNT y a la FAI cerrándoles locales y prensa, y empleando métodos brutales, como relataba el comandante Pérez Salas, asesor militar de Esquerra: «Los malos tratos y los procedimientos expeditivos para obtener confesiones y hasta la ley de fugas fue puesta en práctica. La policia se convirtió en mero instrumento de un partido». Azaña, refiriéndose al entusiasmo de los represores, consigna como ‘uno de los más altos funcionarios del Orden público de la Geneneralidad se había jactado de haber muerto por su mano a un pistolero llamado ‘el Centim’.

La consecuencia fue que, cuando Companys se rebeló contra la república en octubre de 1934, la CNT – como, por lo demás, la inmensa mayoría de los catalanes – rehusó secundar su llamamiento a la insurrección.

Una historiografía justificativa y no muy veraz presenta a Companys como esencialmente demócrata. No lo fue, desde luego. Azaña comenta con desagrado la ‘democracia expeditiva’, que defendía Companys, ‘la cual no tiene otra traducción en el vocabulario corriente que la de ‘deportismo demagógico’. Y no se quedó en palabras el dirigente nacionalista, pues cuando decidió rebelarse, en octubre de 1934, lo hizo directamente contra la decisión de las urnas y la legalidad republicana, empleando contra ésta las instituciones y los intrumentos que dicha legalidad le había confiado. Con aquella rebelión, en connivencia con los socialistas de Largo Caballero y Prieto – aunque no de Besteiro – comenzó, de hecho, la guerra civil, una buena parte de cuya responsabilidad corresponde, por tanto, a Companys.

Homenaje

Los nacioanlistas vascos y catalanes han tributado recientemente un homenaje a Companys, en el que ha participado, significativmente, la rama política del terrorismo etarra. Aún más significativamente, la rama política del terrorismo etarra. Aún más significativamente, el acto no fue desconvocado cuando, horas antes, caía asesinado el concejal del PP Manuel Indiano. Lo cual no ha impedido a algún político nacionalista catalán sacar partido del asesinato al afirmar una cierta equivalencia entre Indiano y Companys, víctimas ambos, de la violencia. La comparación es desafortunada e indicativa de la confusión moral y política reinantes en algunos ambientes. Indiano nunca había predicado ni practicado la violencia. Companys no sólo la encubrió en un principio y después la alentó y la programó, sino que nunca se echó atrás de aquella trayectoria. Muy al contrario, aunque no era personalmente agresivo, siempre se mostró orgulloso de su rebelió contra la democracia y del empleo de la violencia.

El dirigente socialista Juan Simeón Vidarte cuenta en ‘Todos fuimos culpables’ la anécdota ya con la guerra civil reanudada, de cómo tuvo que salvar a un religioso, hermano de Negrín. En Barcelona se entrevistó con Companys: «Cuando le dije que hacía el viaje aocmpañado de un fraile, soltó una carcajada. De esos ejemplares, aquí no quedan». Pues, en efecto, habían sido exterminados por cientos y por miles. Vidarte no señala la reacción del presidente de la Generalitat en plan de denuncia. Muy al contrario, la situación también le parecía a él muy divertida. Aunque no pueda justificarse el fusilamiento de Companys, se trató de algo muy distinto del asesinato de Indiano, y de ninguna manera puede considerarse a aquél como ‘un símbolo de la legitimidad democrática’. Estas cosas son ya historia, y como tal hay que verlas. Pero la historia debe ser tenida en cuenta precisamente para evitar la creación de mitos que nada bueno pueden traer. Si los etarras asesinan, si su entorno está fanatizado y aplaude los asesinatos más viles, más alejados de toda ética y de toda épica, y los toma por manifestaciones de resistencia ‘militar’, es porque están influidos por mitos cargados de odio y agravio, cuya característica más sobresaliente es la falsedad. Poner de relieve incansablemente esa falsedad es un deber, porque la convivencia en libertad no puede asentarse en la mentira, por mucho que se la vista de sentimentalismo. A veces se ha hablado de la acción de la ETA como una nueva carlista. No me lo parece, empezando porque no es una guerra, sin un simple goteo de crímenes, y terminando porque los cargos no se consideraban enemigos de España. En mi opinión el problema etarra recuerda más bien al de la CNT en la república, si bien con muchísima menos gravedad el primero que el segundo. Se parece, entre otras cosas, en esa alianza oportunista entre demócratas más o menos convincentes, y terroristas. Aunque la historia nunca se repite exactamente, de ella cabe extraer a veces algunas lecciones.

Pío Moa

04 Septiembre 2000

Falsificar la historia

Juan Manuel de Prada

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Ayer publicaba Pío Moa en estas páginas un artículo en el que se desmontaban algunas patrañas más gruesas que últimamente han circulado en torno a Lluis Companys. Su reciente entronización en los altares ha constituido una de esas carnavaladas hagiográficas a que tan habituados nos tiene cierta beatería laica. Ante tamaña falsificación de la historia uno sólo puede mantener dos actitudes: la exasperación o el cachondeo; pero la participación en dicho homenaje de notorios apologistas de la sangre invalida esta segunda actitud. Nuestro deber es exasperaros y proclamar en voz alta que Companys no fue ese mártir de la democracia que con cinism y avilantez han intentado vendernos. Oportunista e irresponsable, Companys contempló con complacencia taimada los preparativos de la insurrección de octubre de 1934, como un pescador que se dispone a cobrar su botín en un río de aguas revueltas. Companys aprovechó la convocatoria de ‘huelga general’ (eufemismo con el que la facción marxista designaba la sublevación contra la legalidad) y el zafarrancho subsiguiente para adular a su electorado con una proclamación de indepencia. ¿Cabe mayor oportunismo demagógico?

A Pío Moa le faltó abundar con mayor detalle en las repelentes e indecorosas trapacerías y cochambres morales que Companys exhibió durante los primeros días de la guerra. Primeramente, cedió el mando en plaza a un Buenaventura Durruti más coléricos de Aquiles, que convirtió Barcelona en una nueva Troya arrasada; después, para desembarazarse de quien le había arrebatado protagonismo ante las clases populares, propició que Durruti formase una columna de voluntarios, con el objetivo iluso de conquistar Zaragoza. Companys sabía que el destino de aquellos anarquistas era la derrota y el exterminio; pero así había logrado matar dos pájaros de un tiro: sofocar la sublevación en Barcelona y, acto seguido, deshacerse de quienes habían preservado su poltrona, enviándolos a una muerte cierta. El papanatismo contemporáneo ha querido borrar esa biografía regada de infamias y rehabilitar a Companys, mostrándolo como una especie de mártir de la legalidad republicana. ¿A alguien le sorprende todavía que los apologistas de la sangre se hayan sumado al homenaje? Creo, por el contrario, que han obrado con una rigurosa coherencia; a quiénes habría que pedir explicaciones es a los comparsas y tontos útiles que han colaborado, desde facciones adversas, en el esperpento.

Pero pecaríamos de ingenuidad si pensásemos que la beatificación de Companys constituye un episodio aislado. Estamos padeciendo una falsificación sistemática de nuestra historia, especialmente perniciosa en lo que atañe a los años conflictivos de nuestra Segunda República. Lo que se nos presenta como un paraíso democrático fue, en realidad, un frágil sueño asediado por las ideologías totalitarias. Tras las elecciones de 1933, en las que triunfó la CEDA, Indalecio Prieto, prócer del PSOE, afirmó: «En caso de que las derechas sean llamadas al poder, el Partido Socialista contrae el compromiso de desencadenar la revolución»; lo que dijo Largo Caballero y otro de su cuerda no lo consigno aquí, para no salpicar mi artículo de espumarajos. Bien es verdad que, por esas mismas fechas, Gil Robles organizaba desfiles filofascistas, pues el asedio a la legalidad se producía por ambos flancos, pero, por favor, que no nos vendan la moto de que aquello fue una Arcadia demolida por militarotes. Basta con asomarse a los periódicos de la época – y yo, créanme, me he asomado muchísimo – para comprender que desde las izquierdas se perseguia el mismo objetivo que José Antonio expresó en su mitin del Teatro de la Comedia: romper las urnas y negar el legado de Rousseau, aquel ‘hombre nefasto’. Entre unos y otros lo lograron; quizá deberíamos darles la enhorabuena pesarosamente, pero no homenajear su memoria. Basta ya de mistificaciones mentecatas.

11 Septiembre 2000

DEL DIARIO ABC DE LLUÍS COMPANYS

Luis G. de Cañuelo

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El ABC se ha modernizado y, con José Antonio Zarzalejos de director, procura proyectar otra imagen, menos crispada y extremista que la que caracterizó el prolongado mandato de Luis María Anson al frente del diario monárquico. Ha sido una operación cosmética diseñada desde La Moncloa, en sintonía con el interminable recorrido hacia el centro que viene propugnado José María Aznar, y con el cual ha tratado de lavar la cara a la derecha española.

Al respecto, conviene recordar que el sucesor primero de Anson, Francisco Jiménez Alemán [Giménez Alemán}, cayó por instrucciones directas de Aznar, según ha reconocido ante los micrófonos de la Cadena SER el mismo afectado. Pero debe puntualizarse que su defenestración no se produjo a causa de que hubiera desbordado al PP por la derecha, sino por haber cometido el delito gravísimo de publicar, poco antes de las elecciones municipales, autonómicas y europeas de junio del año pasado, una entrevista de Victoria Prego con Felipe González. Así es, pues, como entiende el centrismo este precoz falangista del colegio madrileño de El Pilar – y desde finales de los años setenta – militante fervoroso de la AP de Fraga Iribarne, llegado en 1996 a la presidencia del Gobierno de España.

Se trata – no hay que engañarse – de un cambio estrictamente aparencial, porque el rotativo mencionado retorna ideológicamente, y con harta frecuencia, a sus orígenes y no olvida su gloriosa época del Dragon Rápide, en los albores de la sublevación militar del 17/18 de julio de 1936. Por ejemplo, en la sección Análisis del 3 de septiembre, Pío Moa recuperaba el rostro más siniestro de la prensa del franquismo a la hora de emitir un juicio – supuestamente histórico sobre la figura de Lluís Companys. El ABC dedicaba dos densas páginas a Companys, tras el homenaje, ensuciado por HB, del que había sido objeto en la localidad de Irún, el 30 de agosto, con motivo del 60 aniversario de su entrega al régimen del Caudillo, en el puente de Santiago sobre el río Bidasoa, bajo la atenta mirada del director general del Gobierno faccioso, José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, quien había participado activamente en las gestiones para la captura, en la Francia de Pétain, del presidente de la Generalitat catalana.

¿A qué espera el tal Moa o su colega de periódico César Alonso de los Ríos, autor de la biografía maldita del primer alcalde democrático después de la dictadura, Enrique Tierno Galván, para bucear en la vida de Finat y Escriva de Romaní, quien de 1952 a 1965 fuera alcalde de Madrid? El conde de Mayalde, como gustaba que lo denominaran, fue un monárquico reaccionario, diputado de la CEDA durante la II República, muy amigo de José Antonio Primo de Rivera, miembro de la primera junta política instaurada por Franco, director general de Seguridad – como ha quedado reflejado líneas arriba – en una del as etapas más sangrientas de la represión, frenético conspirador contra el legítimo Gobierno republicano, enlace entre José Antonio y el general Mola, embajador en el Berlín nazi, procurador en Cortes, alcalde de la villa y corte y, desde luego, defensor de la monarquía juanista / juancarlista siempre que mantuviera los principios del Movimiento Nacional. Siendo alcalde de Madrid enviaba cartas a prohombres del régimen protestante por las campañas falangista contra los Borbones. Este aristócrata fascista fue el verdugo de Companys.

Pío Moa niega en su artículo la condición de demócrata de Companys, tiene la desfachatez de asociarlo a la violencia, lo convierte en cómplice de la CNT-FAI y atribuye a estas organizaciones el fracaso de la II República. Este ignaro cronista silencia las condiciones paupérrimas en las que se encontraban los obreros y los campensinos en la España de la Monarquía alfonsina y, muy singularmente, en la próspera Barcelona de los años veinte, cuando la burguesía emergente llenaba sus bolsillos gracias a la especulación y a los dineros derivados de la I Guerra Mundial, mientras explotaba a sus asalariados y dilapidada los millones de modo escandaloso. Con sólo haber leído ‘La verdad sobre el caso Savolta’ – o haber visto la película – de La Ciudad de los Prodigios, el tal Moa habría ahorrado quizá su infame lección en torno a un pasado relativamente reciente.

En enero de 1921, sólo en un día y medio se registraron 21 asesinatos en las calles de la Ciudad Cndal. Fue nombrado gobernador civil de Barcelona el general Severiano Martínez Anido, que era el gobernador militar de la provincia. Era Anido un energúmeno sin escrúpulos, una especie de Pinochet de los felices veinte. El historiador Jesús Pabón – escasamente progresista, por otra parte – relevó un texto que describe bien el género de política de Martínez Anido: “Yo solucioné los conflictos sociales en Barcelona, sin hacer uso de la policía de la Guardia Civil. Lo que hizo fue que se levantara el espíritu ciudadano, haciendo que desapareciera la cobardía, y recomendando a los obreros libres que por cada uno de los suyos deberían matar a 10 sindicalistas”. Los “obreros libres” eran, simplemente, pistoleros a sueldo de Fomento del Trabajo Nacional, la gran patronal catalana. Las actividades de tales matones contaban, desde luego, con el paraguas protector del Gobierno Civil. Ciento cuarenta y dos obreros fueron asesinados el año 1921. Lo fueron también 30 patronos o directivos, así como 56 policías. Aunque Anido lo negara, utilizó la ley de fugas con enorme profusión, liquidando así por la espalda a detenidos o presos tenidos por peligrosos.

El aludido texto de Moa hubiera podido ver la luz en publicaciones como EL ESPAÑOL, ¿QUÉ PASA?, FUERZA NUEVA, EL ALCÁZAR, ÉPOCA o cualquiera de los periódicos del Movimiento. El autor elude el hecho de que tanto el sindicalista moderado Salvador Seguí como Lluís Companys fueron encarcelados y trasladados a la prisión de Mahón por orden de Martínez Anido. Lluís Companys y el también abogado Francisco Layret se dedicaban a defender judicialmente a sindicalistas y trabajadores. El indocumentado Moa ni siquiera hace referencia al episodio del asesinato de Layret, el 30 de noviembre de ese año infausto, mientras realizaba gestiones para obtener la libertad provisional de su colega Companys. Tenía yo entonces apenas 10 años, pero aún me acuerdo, como si fuera ahora mismo, como mi padre, militante socialista y de la UGT, comentaba con sus amigos, visiblemnete indignado, el crimen del que había sido víctima Layret. La escena transcurría en un café cercano a la Puerta del Sol, muy próximo al domicilio de mi familia.

Pero no satisfecho el ABC de Zarzalejos con el escrito de Pío Moa, al día siguiente volvía la difamación contra Companys a cargo de Juan Manuel de Prada, para algunos críticos joven promesa de las letras hispanas, cuyas tesis acostumbran a bascular entre la vacuidad conceptual y un vago posmodernismo aznarista. De Prada insulta al presidente que fue fusilado por el fascismo: “Nuestro deber es exasperarnos y proclamar en voz alta que Companys no fue ese mártir de la democracia que con cinismo y avilantez han intentado vendernos”. Y no desaprovecha la ocasión para lanzar mierda asimismo contra los políticos republicanos de izquierdas, citando explícitamente a Prieto. Lo que habrá agradado en La Moncloa: don Inda escribió hacia mitad de los años cincuenta y desde el exilio, un magnífico artículo desenmascarando a Manuel Aznar, abuelo del actual presidente, un felón y un tránsfuga al servicio del general Franco.

Y el 6 de septiembre César Alonso de los Ríos hacía sonar en ABC la misma o parecida música, aunque con otra letra.

Luis G. de Cañuelo

11 Septiembre 2000

En recuerdo de Lluis Companys

Javier Ugarte

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De él dijo con desdén Alejandro Lerroux que de ser un modestísimo Don Nadie se había convertido en monigote de la veleta catalana, y otras lindezas por el estilo. Hablaba el Emperador del Paralelo, demagogo de salón, de Lluis Companys, presidente de la Generalitat durante la II República. En fin, qué decir. De panegiristas como Lerroux nos guarde Dios. Y nos guarde, también, de esos otros que con motivo de un homenaje sectario realizado en Irún al President fusilado, han ensalzado su figura como el líder carismático -que nunca fue- del catalanismo étnico, del nacionalismo exaltado, expresión de las «profundidades del alma catalana», de su ser esencial. Flaco favor el que unos y otros han hecho a nuestra memoria histórica (y a Companys, un ser trágico, atravesado por el laicismo y el comedimiento en un tiempo fervoroso y exaltado).

Este episodio, el del homenaje y la hagiografía interesada del President, no es sino una parte pequeña de la miseria actual (la otra, la más inmediata y perentoria, está hecha de asesinatos y de precariedad política). Una parte pequeña pero significativa. Como lo es también esa guerra increíble entre género y tradición instalada en Fuenterrabía e Irún. Esa historia menor que tan profundamente nos marca y tan mezclada está con cierta cultura política.

La memoria colectiva juega un papel relevante a la hora de dar cohesión a las sociedades y darles sentido. Configurarla es una valiosa labor cívica y política de alcance estratégico (y no tanto, como hoy se pretende, labor de una asignatura escolar, la Historia, que debe tener otra función más vinculada al conocimiento que a la paideia). Las sociedades deben realizar un esfuerzo claro en ese sentido. Deben conscientemente crear un recuerdo colectivo que alimente un concentrado moral (no al holocausto, a la esclavitud o a la discriminación) y una cultura política proyectiva y democrática que inspire a los ciudadanos. Así lo hizo, por ejemplo, la tradición ilustrada de EEUU reivindicando la cultura republicana y los derechos civiles. En Europa las cosas son más turbias.

En Europa padecimos el holocausto (con sus distintas caras) y el estalinismo. Y con ello perdimos toda inocencia. Los años veinte y treinta son los que justifican la denominación de siglo de la barbarie (Jackson) para el siglo XX europeo. Ningún personaje de la época se salva del todo de la nefasta influencia del «espíritu de época». Las cosas, sin embargo, no están homogéneamente distribuidas. En Francia o en Gran Bretaña guardan memoria de quienes acabaron con la infamia (la Resistencia o Churchill), y disponen, además, de una noble tradición anterior (la Revolución de 1789 o el parlamentarismo). En España -usted lo sabe- hemos sido menos afortunados: no disponemos de una vieja e interesante tradición, y la infamia murió entubada y en la cama.

Companys fue un demócrata en los años treinta (como lo fueron Azaña o Prieto; o lo fue, a otro nivel, Irujo). Pero fue algo más. Gracias entre otros a él, Cataluña no tuvo en la insurrección del 6 de octubre de 1934 su Lunes de Pascua irlandés. En el contexto de la conocida Revolución de Octubre y el golpe populista catalán de 1934, los escamots (paramilitares de Estat Català), organizados e impulsados por Josep Dencàs (el Pearse catalán; hombre «con inclinaciones fascistas y un cierto delirio de grandeza», según Azaña), esperaron una orden que no llegó para alzarse contra el gobierno. Dencàs y los escamots, ante el estrepitoso fracaso del golpe, huyeron en la confusión. No se inmolaron como los irlandeses. El desprestigio de los huidos fue clamoroso. Companys, por el contrario, se hizo responsable de los hechos y renegó expresamente a toda sacralización etnicista para reivindicar el Estatuto y la Constitución republicana. Fue, desde entonces, la imagen del nacionalismo civil y democrático de Cataluña. Justo lo contrario de lo que pretenden sus panegiristas de Irún (y algún otro que toca de oído).

En recuerdo de Companys y por todos nosotros, recuperemos una sana memoria democrática.