10 diciembre 1936
Durante sus meses de mandato había adoptado una posición amistosa hacia la Alemania nazi y la Italia fascista por considerar que ellos serían los que contendrían el comunismo de Stalin
Abdica el Rey del Reino Unido, Eduardo VIII, por su decisión de casarse con la divorciada Wallis Simpson
Hechos
El 10.12.1936 el Rey de Gran Bretaña, D. Eduardo VIII abdicó en favor de su hermano D. Jorge VI.
Lecturas
El 11 de diciembre de 1936, Eduardo VIII, rey de Gran Bretaña e Irlanda, anunciaba en una retransmisión radiofónica de la BBC a sus sorprendidos conciudadanos su abdicación, ya que ‘sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo’ le resultaba imposible cumplir con sus obligaciones como rey. Su reinado había comenzado en enero de 1936.
Esa mujer era la estadounidense Wallis Simpson, divorciada en dos ocasiones. Los británicos amaban al apuesto príncipe de Gales, pero la imagen que de él se tenía en los círculos oficiales era muy distinta: encantador pero inútil, cada vez más hastiado de sus obligaciones monárquicas.
Cuando a principios de año sucedió a su padre Jorge V en el trono, aún se esperaba que Eduardo se adaptara a su nuevo papel. Sin embargo esa esperanza se vio frustrada porque el rey se había enamorado. Eduardo y Wallis se habían conocido en enero del año 1930, en una fiesta de fin de semana organizada por una amiga común, lady Thelma Furness. La señora Simpson había acudido con su segundo esposo, Ernest. Un año más tarde, los Simpson ofrecieron su primera comida oficial para el príncipe en muestra de su amistad.
Cuando al cabo del tiempo la relación entre Wallis Simpson y Eduardo VIII se consolidó, ésta se convirtió en el tema de conversación predominante en los ambientes cortesanos de Londres. Si bien en un principio fue considerada como algo de mal gusto, con el tiempo habría de propiciar una verdadera crisis constitucional. Cada vez resultaba más evidente que no se trataba de una simple aventura pasajera.
Tras la muerte de Jorge V a los setenta años, el 20 de enero de 1936, la situación se agravó. En lugar de dejar a su amada, el nuevo rey la presentó oficialmente al mundo. Realizaron un crucero por el mar Adriático en compañía de unos amigos y no guardaron en secreto su relación, sino que la exhibieron públicamente ante los reporteros que los perseguían. La historia dio la vuelta al mundo, y sólo Gran Bretaña se abstuvo de publicar información al respecto porque la prensa británica había optado por un pacto de silencio.
EN octubre Wallis Simpson se divorció de su segundo marido en Ipswich y se trasladó al campo en un vano intento por sustraerse a la atención de la prensa: los diarios estadounidenses publicaban titulares como «Wallis quiere casarse con el Rey». El 16 de noviembre el soberano comunicó a su atónita familia y al primer ministro, Stanley Baldwin, su firme intención de contraer matrimonio con Wallis Simpson y anunció que prefería abdicar a renunciar a ella.
Baldwin manifestó su desacuerdo con la posición del rey, y el país vivió la mayor crisis constitucional de la era moderna. La tormenta estalló el 3 de diciembre, cuando la opinión pública británica se enteró oficialmente de la noticia y de inmediato se puso de parte del rey. Incluso llegó a fundarse un ‘partido rela’. En cualquier caso tales simpatías no sirvieron de mucho: en vistas de la resistencia familiar, del gobierno y de la Iglesia de Inglaterra, el rey pronunció su discurso de abdicación, transmitido por radio. Esa misma tarde abandonó el país. Eduardo que a partir de entonces ostentaría el título de duque de Windsor, se casó en Dinamarca con Wallis Simpson. Asimismo afirmó que no volvería a pisar suelo británico.
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UN NUEVO REY TARTAMUDO
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¿SIMPATÍAS PRO-NAZIS?
Durante su breve mandato Eduardo VIII había mantenido una actitud próxima hacia Alemania e Italia. En 1937 realizará un viaje oficial a tierra germana a pesar de la escalada de tensión entre los gobiernos de Berlín y Londres.
El Análisis
La abdicación de Eduardo VIII ha sacudido los cimientos de la monarquía británica y capturado la atención del mundo entero. Un rey joven, atractivo y moderno, ha preferido renunciar a la corona antes que renunciar al amor de su vida: Wallis Simpson, dos veces divorciada y considerada inaceptable por los rígidos cánones de la Casa de Windsor y la Iglesia anglicana. Desde los días turbulentos de Enrique VIII, ninguna historia de la realeza británica había despertado tanta expectación ni provocado tanto debate. Pero si aquel rey cambió la religión de un imperio por amor, Eduardo ha elegido simplemente marcharse. Y en ello, aunque escandaloso para muchos, hay una forma de grandeza.
Pero no todo en esta renuncia es sentimental. Con su marcha, los sectores conservadores del Reino Unido —y del Imperio— respiran aliviados. Eduardo y su prometida habían mostrado inquietantes simpatías hacia los regímenes autoritarios de Hitler y Mussolini, generando temores sobre una posible deriva ideológica en el trono británico. La dimisión del monarca ha disipado esa amenaza. En su lugar llega su hermano menor, el ahora Jorge VI, hombre de carácter reservado y voz entrecortada, cuya tartamudez es pública pero cuya entereza empieza a ganarse respeto. No heredará el carisma de Eduardo, pero sí se intuye en él el tipo de rey que el Reino Unido necesita en estos tiempos inciertos: discreto, firme, y más comprometido con la institución que consigo mismo.
Así, el trono cambia de manos, pero no se tambalea. La monarquía británica sobrevive una crisis sin precedentes con dignidad, gracias a un acto de renuncia que, paradójicamente, ha salvado la continuidad del deber frente al impulso del deseo.
J. F. Lamata