12 noviembre 1990
La corriente Izquierda Socialista es barrida del Comité Federal
32º Congreso PSOE – Alfonso Guerra demuestra su control del PSOE vetando la entrada de Carlos Solchaga en la Ejecutiva
Hechos
El XXXII Congreso del PSOE celebrado en noviembre de 1990 reeligió a D. Felipe González como Secretario General y a D. Alfonso Guerra como Vicesecretario General.
Lecturas
Los días 10 y 11 de noviembre de 1990 se celebró el XXXII Congreso del PSOE en el que el presidente del Gobierno D. Felipe González Márquez fue reelegido secretario general del PSOE. El anterior congreso del PSOE había sido en 1988.
El 32º congreso del PSOE se ha caracterizado por el enfrentamiento interno existente en el Gobierno entre el vicepresidente del Gobierno D. Alfonso Guerra González, que como Vicesecretario general del PSOE controlaba hasta ahora la ejecutiva y el ministro de Economía, el liberal D. Carlos Solchaga Catalán, que parece contar con el respaldo del Sr. González Márquez. El Sr. Solchaga se había marcado el reto de estrar en la Ejecutiva y el Sr. Guerra el objetivo de impedirlo. La pugna se resolvió el 11 de noviembre de 1990 cuando se hizo pública la ejecutiva y en ella no estaba el Sr. Solchaga que, en declaraciones a los medios, reconoció que él había sido el gran perdedor del congreso y el Sr. Guerra el gran ganador.
También fue derrotada la corriente crítica marxista Izquierda Socialista. Esta corriente logró estar presente en el Comité Federal presentando lista alternativa a la felipista-guerrista en el XXXI Congreso de 1988 al tener el respaldo del 20% de los delegados. En este congreso ha repitido la operación, pero sólo ha tenido el respaldo de la mitad que entonces, lo que automáticamente deja fuera del Federal a todos sus miembros liderados por D. Antonio García Santesmases.
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COMITÉ EJECUTIVO
- Presidente: D. Ramón Rubial Cavia.
- Secretario General: D. Felipe González Márquez
- Vicesecretario: D. Alfonso Guerra González (guerrista)
- Organización: D. José María ‘Txiki’ Benegas Haddad (guerrista)
- Administración y Finanzas: D. Guillermo Galeote Jiménez (guerrista)
- Relaciones Internacionales: Dña. Elena Flores Valencia.
- Asuntos Económicos: D. Francisco Fernández Marugán (guerrista)
- Cultura: D. Salvador Clotas Cierco (guerrista)
- Política Institucional: D. Abel Caballero Álvarez (guerrista)
- Movimientos Sociales: D. Alejandro Cercas Alonso.
- Formación: D. José Félix Tezanos Tortajada (guerrista)
- Mujer: D. Josefa Pardo (guerrista)
- Secretarios Ejecutivos: Dña. Matilde Fernández (guerrista), D. Enrique Múgica Herzog (guerrista), Carmen Hermosín Bono, José María Maravall Herrero, Dña. Carmen García Bloise, D. José Acosta Cubero (guerrista), D. Josep María Sala Griso (PSC), D. Antonio García Miralles, José Ángel Fernández Villa, D. José María Eguiagaray, D. Raimon Obiols (PSC), D. José Bono (guerrista), D. Manuel Chaves, Ramón Aguiló, D. Florencio Campos, Dña. Josefa Frau, D. Ludolfo Paramio (guerrista), Dña. Marisol Pérez Domínguez (guerrista) y D. Jerónimo Saavedra
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COMITÉ FEDERAL
- D. Fernando Morán López, D. Luis Yañez-Barnuevo García, D. José Marínez Cobos, D. Javier Sáenz Cosculluela (guerrista), D. Pedro de Silva-Cienfuegos Jovellanos, D. Roberto Dorado, D. Manuel Escudero, D. Rafael Ballesteros, D. Cipriano Ciscar Casaban, D. Cristobal López Carvajal, D. Antonio Puerta, Dña. Dolores Gorostiaga Saiz (guerrista), D. Francesc Martí, D. Juan Barranco Gallardo (guerrista), D. Tomás Rodríguez Bolaño (guerrista), D. Emilio Alonso Sarnuebti, D. Javier Solana Madariaga, D. Nicolás Redondo Terreros, Dña. Dolors Renau Manen, D. Miguel Ángel Martínez Martínez, D. Félix Pons Irazazabal, D. Juan José Laborda Martín, D. Virgilio Zapatero Gómez (guerrista), Dña. Blanca García, D. Carlos Navarrete, D. Jordi Solé Tura, D. Manuel Castells, Dña. Pilar Merchán, D. José Marco Berges (guerrista), D. Francisco Vázquez Vázquez (guerrista), Dña. Clementina Ródenas, D. Antonio Martínez García, D. Antonio Rodríguez, D. Alfonso Pérez, Dña. Rosa Díez, D. Luis Pérez, D. Agapito Ramos Cuenca, Dñá. Mercedes Aroz Ibáñez y D. Ángel Díaz.
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LOS DERROTADOS:
D. Carlos Solchaga: El ministro de Economía reconoció públicamente que había sido derrotado en aquel congreso por el sector que lideraba D. Alfonso Guerra, a quien reconoció el control de ‘el aparato’.
Izquierda Socialista: La corriente marxista perdió a todos sus dirigentes en el Comité Federal. Concretamente de aquel Comité salieron D. Antonio García Santesmases (IS), D. Manuel de la Rocha (IS), D. Eugenio Morales (IS), D. Ignacio Sotelo (IS), D. Vicente Garcés (IS), D. Vicente Tarana (IS), D. Fernando González Laxe y D. Leopoldo Torres (este último ya había salido al ser nombrado fiscal). El Sr. García Santesmases reconoció que ante semejante derrota ‘Izquierda Socialista entre en periodo de reflexión’.
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12 Noviembre 1990
Dos lógicas
Si hubiera que extraer dos conclusiones prioritarias del desarrollo del congreso federal del PSOE, la primera se obtendría en el campo de las declaraciones, y la segunda en el de los acontecimieni os. En el terreno de las palabras se inscribe la veherriencía puesta por Felipe González en destacar la autonomía del proyecto gubernamental respecto del partido y en defender la apertura de ideas y la renovación, de las personas. La segunda conclusión pertenece al rnundo de los hechos: el continuismo y el robustecimiento del aparato del PSOE, que apenas ha incluido en la comisión ejecutiva a alguno de los militantes más caracterizados por las nuevas sensibilidades que se han desarrollado en su seno. Quizá sea apresurado encontrar una contradicción frontal entre ambas conclusiones, pero las apariencias avalan esta tesis. Su eventual verificación habrá de producirse en la acción del Gobierno o en su hipotética renovación. También hay contradicciones secundarias, como el que el denomirlado congreso de la apertura no haya sido capaz de encontrar un sitio en sus órganos dirigentes a algún representante de Izquierda Socialista, la única corriente organizada como tal.En el congreso del PSOE se ha vuelto a verificar un rasgo característico de toda estructurajerarquizada: se admite tanta renovación y apertura como sea compatible con la perpetuación en el poder del sector dominante. El congreso se presentó como el de la apertura a la sociedad. Ello implicaba reconocer que, pese a los espectaculares éxitos electorales, existía conciencia de un cierto alejamiento entre el partido y los ciudadanos. El propio análisis de la evolución electoral aportaba indicios sobre ese alejamiento, en particular en las grandes ciudades. Por deformada que considerasen la visión aportada por los medios de comunicación, los socialistas no podían ignorar que las críticas reflejaban una difusa insatisfacción social que a la larga podía comprometer la continuidad de su proyecto. De ahí que algunos destacados miembros del PSOE hayan alertado sobre el riesgo de alejamiento entre la percepción de la realidad por parte del partido y de la sociedad.
Ese distanciamiento se había manifestado en el hecho de que situaciones cuyas implicaciones para la salud democrática del sistema parecían evidentes al común de los ciudadanos eran negadas desde el poder, como si existieran dos lógicas diferentes. Estos episodios -elcaso Juan Guerra, el sectarismo en la renovación del consejo de la radiotelevisión pública o el del Poder Judicial, la defenestración sin explicaciones de Borbolla, etcétera- revelan que, en el límite, algunos socialistas supeditaban los intereses del sistema a los percibidos como favorables a su partido. Sólo cuando ello fue muy evidente surgieron significativas voces de alarma.
Felipe González pareció sumarse a esas voces cuando la pasada primavera anunció su intención de promover una perestroika interna o se dirigió en términos autocríticos al congreso de las Juventudes Socialistas. Pero los gestos que de él se esperaban para indicar que esa renovación se había iniciado -en particular en relación a la composición del Gobierno- se aplazaron. Esa ausencia de señales favoreció la actitud defensiva del aparato, cuyo mensaje fue que cualquier intento de aumentar el pluralismo ocultaba bien una maniobra derechista, bien intentos divisionistas (o ambas cosas). Así, Felipe González se encontró en el congreso con un público predispuesto a pasar por cualquier cosa excepto por la renovación de los dirigentes. La batalla se había jugado antes, en la elección de los delegados. Y en ella había ganado Guerra.
El discurso de apertura de González tuvo poco que ver con el populismo; las resoluciones aprobadas van claramente en la línea propugnada por los críticos de ese populismo de los descamisados; la delimitación entre el ámbito del partido y el del Gobierno contradice las aspiraciones de quienes propugnan una incidencia más directa del partido en el Ejecutivo. Por todo ello ha pasado el aparato sin mayores escrúpulos. Pero no ha cedido un milímetro más de lo inevitable en lo concerniente a la composición de la dirección. Cualquier concesión en ese terreno podría ser interpretada como una pérdida de poder.
La primera prueba práctica de la sinceridad de la voluntad renovadora enunciada por González se ha zanjado, pues, con un fiasco. La segunda y definitiva la dará la eventual remodelación del Gobierno. Es posíble que entonces se vea que la apoteosis guerrista del congreso entra en flagrante contradicción con la política cotidiana. Pero también es posible que la hipoteca adquirida sea tan grande que Felipe González se vea incapaz de abordar esa remodelacíón sin el aval de esas mismas personas cuyo principal objetivo es mantener, si no sus ideas, su influencia. Sería la consagración de las dos lógicas en el seno del PSOE.
12 Noviembre 1990
El primer Congreso liberal del PSOE
Rodeado de cámaras de televisión, micrófonos y periodistas el ministro de Economía y Hacienda sintetizó en cuatro puntos lo que ha sido el XXXII Congreso Federal del PSOE:
1.- La idea liberal ya ha quedado incorporada al bagaje ideológico del socialismo, algo que hace apenas 5 años hubiera supuesto la más feroz de las condenas desde las cúpulas de la organización. Algo que ya estaba aplicando el Gobierno de Felipe González, pero con la oposición de una parte importante del partido e incluso de algunos ministros. Algo que ocasionó la primera y hasta ahora única gran crisis de Gobierno. Algo que hizo saltar por los aires esa unidad interna que González siempre ha reclamado, pero que los más díscolos, personales y heterodoxos de sus compañeros han dejado a un lado.
2.- La Ejecutiva apenas se ha renovado. Todas las secretarías de áreas siguen en las mismas manos y los tres miembros salientes no representan ninguna opción distinta y diferenciada. Ni Miguel Angel Martínez, ni Dolores Renau, ni Ana Miranda tienen el suficiente peso político como para interpretar su adiós en ningún sentido. La victoria de Alfonso Guerra y el aparato, en ese aspecto, es total.
3.- Todas las voces que habían pedido mayor democracia interna, ampliación de la Ejecutiva e incorporación de «sensibilidades distintas» se han quedado fuera. No están ni Solchaga, ni Solana, ni Barrionuevo, ni Almunia… Su baza de convertirse en estandartes del cambio para así hacer coincidir éste con sus nombres o considerarlo inexistente no se ha cumplido, y unos lo han encajado peor que otros: el titular de Economía ha sido el más directo y el titular de Transportes el más ambiguo, pasando por el ministro de Educación que ha sido el más sincero, y el de Administraciones Públicas quien se ha llevado la palma en fariseísmo.
4.- De las nuevas incorporaciones, algunas representan claramente otras opciones y algunas otras han expresado públicamente sensibles diferencias con lo que hasta ahora era la línea oficial.
En todo caso será el tiempo el que se encargue de demostrar hasta qué punto la independencia de criterio y la libertad de expresión interna se consolidan en la cúpula del PSOE. Carlos Solchaga, que juega sobre seguro merced al apoyo que tiene en Navarra con el presidente Urralburu, tiene razón en su interesado análisis: sólo el tiempo juzgará ese cúmulo de buenas intenciones que siempre cierra los Congresos de todos los partidos políticos. En principio muy poco parece haber cambiado: las pocas ideas políticas que se han debatido, más rápidamente que nunca, ya estaban en el camino desde hace muchos meses, ya estaban siendo aplicadas en la acción de gobierno y ya habían producido la salida voluntaria o la expulsión de destacados militantes. Las referencias liberales de Felipe González datan del año 89, y su aplicación gubernamental se inicia a finales de 1982, nada más acceder al poder. Siempre ha habido un promotor sacrificado: Boyer o Solchaga; el mismo presidente capaz de sobrevolar los programas y los pactos internos y externos del partido: Felipe González; y la misma y férrea mano para imponerlos a toda la organización desde su primacía de poder, pese a no compartir los usos y muchas veces la teoría en que se basaban: Alfonso Guerra. Esa trilogía, fatal para unos y afortunada para otros, es la que impulsó al socialismo a la victoria y la que le ha mantenido en el éxito, incluso con el peligro de morir por él, como dijo el propio secretario general en su discurso de apertura con una de esas frases felices que se quedan en el oído y en la retina. Antes se podía morir de amor y de desgracia, ahora podemos morir de éxito, lo cual no deja de ser un consuelo para los infelices y los desheredados. No hay grandes ideas en la resaca que se inicia hoy del XXXII Congreso socialista: Europa ha sustituido, con ventaja por su mayor indefinición, a la lucha de clases; el marxismo se entregó primero a la socialdemocracia y hoy cohabita con agrado con el liberalismo, por más trajes que le preste González recurriendo a las palabras de Octavio Paz. El adiós a la doble militancia, en el sindicato y en el partido, ya se había producido. Se ha consagrado en la letra de los Estatutos lo que ya estaba pasando en la realidad de la calle. Tal vez lo más destacado sea, por lo que representa para los importantes intereses económicos que están detrás de las compañías eléctricas, el mantenimiento de la moratoria nuclear, esa apuesta por las energías limpias y renovables que van a condicionar el Plan Energético Nacional del ministro Claudio Aranzadi. El gran cónclave del socialismo español ha huido del autoanálisis, de la mirada a su propia realidad como de la peste. Los últimos tres años han sido examinados desde muy lejos, con la misma lejanía con que lo hizo González en sus dos horas de discurso: Sin pararse en las razones de ruptura con el sindicato, sin analizar el descenso de votos en las grandes ciudades y el crecimiento en el conservador ámbito rural, sin mencionar ni una sola vez el cumplimiento o no de las promesas hechas en las elecciones y en el referéndum sobre la OTAN, sin entrar a debatir el papel de España en el ámbito internacional. Las coartadas eran muchas y muy buenas: por un lado se tenía el hundimiento del socialismo real frente al socialismo democrático, el fracaso del comunismo frente al triunfo de la socialdemocracia; se tenía la crisis del Golfo como justificación de la permanencia de nuestro país dentro de una organización militar, y la caída del muro de Berlín como halago a la oportunidad de nuestra entrada en la Comunidad Europea; se tenía y se tiene la oposición de unos ministros y algunos dirigentes regionales al aparato central del partido como amnesia frente al escándalo de Juan Guerra. En los Congresos, dijo en la clausura Felipe González, se debe examinar lo que se ha hecho, pero se debe mirar hacia el futuro. Todos los delegados han preferido lo segundo, sobre todo porque su propio jefe les señalaba desde el primer momento que en el horizonte inmediato hay otras importantes elecciones y que su deber, el deber del partido, es ganarlas. En apenas 10 años el PSOE ha enterrado al marxismo y se ha declarado liberal. Para unos será adecuación a la realidad social, para otros necesaria praxis ante un mundo que ha universalizado ese credo y ha tirado por tierra todas las esperanzas de cambios radicales a favor de las capas sociales menos favorecidas. Para los menos se tratará de pura y simple renuncia a las ideas fundacionales, a las ideas que dieron origen al partido y lo han sustentado durante 100 años, pero esos ya no están dentro de la militancia. En el PSOE está produciéndo se un cambio generacional y cultural muy importante. Suresnes aparece cada vez más lejos, más dentro de la vieja historia del partido, aunque apenas hayan pasado 16años. Hombres y mujeres llegados al partido ya conla transición democrática española en marcha están hoy ocupando parte de los puestos de responsabilidad. Yeso significamenos teoría política, menos lazos con la cultura histórica y más tecnicismo, más profesionalidad, más concebir la política y partido como una profesión. Hay que destacar la aparición de antiguos comunistas en los máximos órganos del PSOE, como Solé Tura, así como la presencia del secretario general del PSC en la Ejecutiva; como hay que reseñar la llegada de un antiguo discípulo de Tierno Galván, como es el presidente de Castilla-La Mancha a ese santa santórum, con la consiguiente salida de un histórico como Miguel Angel Martínez. Tanto Bono como Obiols van a reforzar la descentralización del PSOE y van a lograr más cotas de poder para sus federaciones. Izquierda Socialista se ha quedado fuera de la Ejecutiva por voluntad propia, al querer medir sus fuerzas con el aparato, tal y como justificó ante los delegados el propio secretario general, que se encargó de recordar la independencia del Gobierno respecto al partido. Cuando a las dos de la tarde Manuel Chaves señaló el canto de la Internacional, que fue seguido por 11 puños en alto dentro de la nueva Ejecutiva, de los que 5 pertenecían a mujeres y otros 2 al presidente Rubial y al vicesecretario Guerra, el anacronismo no podía ser más manifiesto. Después de tanto canto liberal, de tanta apertura a los distintos sectores sociales, el pedir el «hundimiento del imperio burgués» parecía una vieja grabación de otros tiempos. Tal vez por eso Felipe González no levantó el puño, ni movió los labios.
15 Noviembre 1990
Felipe en Moncloa y Alfonso en Ferraz
Los banqueros y los empresarios de altobordo durmieron una apacible siesta, el viernes 9, después del discurso de Felipe González: la liberalización de la economía, y ésta competitiva y de mercado, quedaba «sacralizada» y exhibida con palabras de restallante satisfacción, si no como un invento, sí como un logro socialista. Volvieron a sentirse reconfortados el domingo 11, cuando González subrayaba aquello de que «se gobierna desde el Gobierno de la nación; y no desde el partido, cuya Ejecutiva tiene ya bien delimitadas sus tareas». Pulsaron la tecla «rew» del vídeo, como quien llama a un notario para que de fé, y allí estaba Felipe, reiterando que «se gobierna desde la Moncloa, no desde Ferraz». Después, en rueda de prensa, el presidente dedicaba una caricia especial al ministro Solchaga : «Creo que se puede sentir bastante representado por el texto de las resoluciones de este Congreso. Además, los ministros están para cumplir un programa, y no para seguir las instrucciones de la dirección del partido». ¿Se podía pedir más? No tengo certidumbre de que la sensibilidad política de nuestros empresarios y financieros llegase a captar -¡fino matiz!- la expresión de perplejidad reflejada en los rostros de Enrique Múgica y Matilde Fernández, ministros y «ejecutivos» del partido, al mismo tiempo; o sea, en «stéreo» esquizoidal… y con «las tareas bien delimitadas». Fué a partir del lunes 12 cuando empezaron a llegarles comentarios, interpretaciones, cábalas, conjeturas… con un factorequiscomún intranquilizante: «No me huele nada bien que Carlos Solchaga haya querido dejar las espadas en alto, entre él y Alfonso Guerra… ¿A qué venía eso de declarar «urbi et orbe» que Guerra y el «aparato» habían ganado y que él se sentía perdedor?» (…) «El navarrico tiene redaños y no aceptó que Felipe le repescase para el Comité Federal, o como se llame el pandemonium ése que, a la hora de la verdad, no pinta nada… Dijo que inanai!: que a él no le regalan ningún puesto y que, si llega a sentarse en esa silla, será por sus propios votos, los que saque en su Federación de Navarra. Y además lo puso por escrito: le envió una carta a Felipe» (…) «¡Pues que no ande jugando; que Alfonso Guerra es de los que las guardan. Solchaga debería estarse quieto y satisfecho, con el imponente pedazo de poder que tiene… ¡y donde lo tiene! ¿Acaso no ha quedado bien claro que es el Gobierno el que parte el bacalao, y que el partido está para ganar elecciones?. Porque Felipe en eso ha sido meridiano: Señores, el trabajo que tienen que sacarme ustedes adelante son las municipales y autonómicas del 91» (…) «Sí, se ha visto perfectamente cómo Felipe trazaba la raya divisoria: Alfonso, a mandar a sus anchas en el partido; y él, a gobernar sin que nadie le lleve la mano…» El trecemartes, con Felipe González y su cohorte de ministros antiguerristas en París, y todos los prebostes del capital ayunos de noticias, la inquietud circulaba sin disimulos ni precauciones a través de los teléfonos: – Oye, ¿tú sabes algo?. Es que me han llegado ecos de que el «cabreo» de Solchaga va en serio. Que no está fingiendo… y que podría echarse al monte. – No lo creo. Felipe, en este viaje, le calmará con dos palabritas. La información que yo tengo es del «entourage» de Paco Ordóñez. Este hombre tiene asuntos, en su agenda de ministro, hasta marzo o abril. Por ahora, no va a haber «movida» en el Gobierno. Felipe se toma estas cosas con calma. Ya lo ha dicho en París: que no tendrá tiempo, hasta primeros de año… No quiere que le «achuchen». – ¡Pues tiene a la mitad del Gobierno enfrentada con la otra mitad! O hace él la crísis, o le estalla en las manos… ¡Hombre! Algo remodelará, pero sin tocar a los pesos-pesados. Según mis noticias, siguen Solchaga; Serra, Ordóñez, Zapatero, Solana… y Guerra ¡ya me dirás tú si, permaneciendo todos esos, se puede hablar de crisis!. – ¿Y qué me dices de lo de Nicolás Redondo ? El «tío» fue allí como un Pepe; pero ni aplaudió, ni levantó el puño, ni media pamplina… -No me parece prudente un bandazo tan brusco, por parte del PSOE. Esto ha sido una ruptura en toda regla… la factura del 14-D, o lo que se quiera, pero UGT tiene ahora las manos libres para salir por peteneras: Felipe les ha servido el divorcio en bandeja. Los alemanes del SPD , en su Bad Godesberg no llegaron tan lejos. Lo veo «demasié»… – Sí… «demasié».
12 Noviembre 1990
La lógica del éxito
A medida que el liberalismo penetra el discurso y la práctica socialistas, se acentúa el espíritu del cuerpo del partido. Las tesis solchaguistas seguirán inspirando la política del Gobierno aunque éste no esté en la Ejecutiva. Esta es una de las contradicciones de este XXXII congreso que siempre será capaz de justificar la palabra hábil de Felipe González y sus atribuciones para formar gobiernos.
El Congreso ha respondido a los planes de Alfonso Guerra, en el reparto real de papeles, si a Felipe González le corresponde o le queda el recurso del Gobierno, aquel se reserva el del partido. Se acentúa así en este Congreso la división de trabajo que ya venía diseñándose hace tiempo. En definitiva, el partido será el instrumento apto para realizar, explicar y defender la política del Gobierno. Sea cual fuere el signo ideológico de éste.
El pragmatismo y la fuerza de las cosas seguirán sustituyendo las exigencias de una coherencia ideológica.
El resultado de este XXXII Congreso garantiza la fidelidad de los órganos de dirección del partido y por lo mismo rehúye el desafío de tensiones internas. Estas quedarán fuera, relegadas a alguna Federación como la Socialista Madrileña y a la capacidad de algunas personalidades que, una vez más, se encontrarán condicionadas por su devoción felipista, por sus reflejos cautelosos y por su debilidad orgánica.
Lo preocupante de este Congreso es la interiorización del partido socialista, el reforzamiento de los valores del partido en pugna con la sociedad y el sentimiento de aislamiento e incomprensión frente a los medios de comunicación.
El Congreso prolonga el diseño de Suresnes y quizá lo agote en estos dos años. La luz roja se encenderá posiblemente en las confrontaciones electorales de las grandes ciudades.
Parece evidente que un partido no es capaz de reaccionar hasta el punto de remover de forma significativa a sus representantes hasta que no se ve obligado a ello por unos malos resultados electorales. Esto es, hasta que no corre el riesgo de perder el poder.
¿Cabía pensar que, desde el poder y sin alternativa, el Congreso hubiera corregido los modos, las prácticas y las personas que le han llevado a tres mayorías absolutas?
El congreso ha respondido a la lógica de los éxitos.
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El Análisis
El año 1990 había sido duro para D. Alfonso Guerra al verse salpicado por las investigaciones judiciales que afectaban a su hermano Juan, pero el XXXII Congreso del PSOE fue un auténtico paseo triunfal para el Vicepresidente del Gobierno y Vicesecretario. Sus hombres, con el Sr. Benegas a la cabeza, eran mayoría en la Ejecutiva del PSOE y controlaba federaciones tan importantes como la madrileña o la andaluza.
Es verdad que el ‘caso Juan Guerra’ podía poner en peligro la permanencia del Sr. Guerra y los suyos en el Gobierno, pero los ‘guerristas’ sabían muy bien que mantenían el control en el partido. En el PSOE no había un número 1 y un número 2, había ‘dos números 1’, D. Felipe González mandaba en Moncloa, pero D. Alfonso Guerra mandaba en Ferraz, la sede del PSOE.
J. F. Lamata