21 marzo 1994

Los guerristas encabezados por Alfonso Guerra y Txiki Benegas logran mantenerse en la Ejecutiva

33º Congreso del PSOE – Felipe González es reelegido Secretario General y asciende a Cipriano Císcar a la Secretaría de Organización

Hechos

  • El XXXIII Congreso del PSOE celebrado en marzo de 1994 y presidido por D. Juan Barranco reeligió a D. Felipe González como Secretario General del PSOE y a D. Alfonso Guerra como Vicesecretario, mientras que D. Cipriano Ciscar fue elegido nuevo Secretario de Organización.

Lecturas

El 20 de marzo de 1994 finaliza el XXXIII Congreso del PSOE en el que es reafirmado el liderazgo en el partido de D. Felipe González Márquez y D. Alfonso Guerra González como secretario general y vicesecretario del partido tras un periodo de enfrentamientos entre los ‘felipistas’ que controlan el Gobierno y los ‘guerristas’ que hasta ahora controlaban el partido con D. José María Benegas Haddad como secretario de Organización.

Los felipistas han optado por reducir el peso de los ‘guerristas’ aunque estos seguirán manteniendo puestos clave. La ejecutiva queda repartida de la siguiente manera:

  • Presidente: D. Ramón Rubial Cavia.
  • Secretario General: D. Felipe González Márquez.
  • Vicesecretario: D. Alfonso Guerra González (guerrista)
  • Organización: D. Cipria Ciscar Casabán.
  • Administración y Finanzas: D. Francisco Fernández Marugán (guerrista)
  • Relaciones Políticas: D. José María Benegas Haddad ‘Txiki’ (guerrista)
  • Relaciones Internaciones: D. José María Obiols Germà [Raimon Obiols]
  • Estudios y Programas: D. Joaquín Almunia Amman.
  • Secretario de Formación: D. Ludolfo Paramio Rodrigo.
  • Secretario de Relaciones con la Sociedad: D. Alejandro Cercas Alonso.
  • Mujer: Dña. Carmen Hermosín Bono.
  • Secretarios Ejecutivos: Dña. Matilde Fernández Sanz (guerrista), D. José María Eguiagaray Urcelay, D. José Bono Martínez, D. Manuel Chaves González, Dña. Josefa Frau Ribes, Dña. Carmen García Bloise, D. Jerónimo Saavedra Acevedo, D. José Antonio Amate Rodríguez (guerrista), D. Javier Barrero López, D. Abel Caballero Álvarez (guerrista), Dña. María José Calderón Caballero, Dña. Ludivinia García Arias (guerrista), Dña. Blanca García Manzanares, D. Ramón Jáuregui Atondo, D. Joan Lerma Blasco, Dña. Manuela de Madre (PSC), D. Luis Martínez Noval (guerrista), Dña. Josefa Pardo Ortiz (guerrista), D. Jesús Quijano González, D. Juan Carlos Rodríguez Ibarra (guerrista), Dña. Ana María Ruiz-Tagle, Dña. Francisca Sauquillo Pérez del Arco, D. Narcís Serra Serra, D. Javier Solana Madariaga.
  • Miembros Natos con Voz pero sin voto: D. Carlos Solchaga Catalán como presidente del Grupo Parlamentario Socialista y D. Juan Bouza como jefe de las Juventues Socialistas.

En este congreso han quedado apartados de la ejecutiva Dña. Elena Flores Valencia, D. Salvador Clotas Cierco, D. José Félix Tezanos Tortajada, D. Enrique Múgica Herzog, D. José Acosta Cubero, D. Antonio García Miralles, D. Ramón Aguiló Munar, Dña. Marisol Pérez Domínguez y D. José Ángel Fernández Villa, todos ellos adscritos al sector ‘guerrista’.

También quedan fuera D. José María Maravall Herrero (anti-guerrista), D. Florencio Campos y D. Josep María Sala Griso, este último es uno de los principales implicados en el caso Filesa (el otro, D. Guillermo Galeote Jiménez, ya tuvo que dimitir por el escándalo el 10 de abril de 1993).

Solchaga D. Carlos Solchaga conseguía entrar en la Ejecutiva como miembro nato al ser presidente del Grupo Parlamentario Socialista, eso sí, entraba con voz, pero sin voto.

FUERA DE LA EJECUTIVA:

enriquemugica El ‘guerrista’ D. Enrique Múgica, que había estado en la Ejecutiva desde el Congreso de Suresnes (1974) fue uno de los grandes derrotados del Congreso socialista de 1994.

Los  guerristas D. Enrique Múgica, D. Salvador Clotas, D. José Félix Tezanos, Dña. Elena Flores,  D. Antonio García Miralles, D. José Acosta y D. José Ángel Fernández Villa y Dña. Marisol Pérez Domínguez fueron apartados de la ejecutiva.

Junto con ellos también salieron D. José María Maravall, D. Josep María Sala (PSC), D. Ramón Aguiló y D. Florencio Campos.

21 Marzo 1994

Guerra no se deja

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El desenlace del 33º Congreso del PSOE deja abierta la duda de si González midió mal sus fuerzas al entrar en la batalla interna o si no se empleó a fondo en ella a la espera de hacerlo ahora desde una situación más desahogada. El objetivo por el que hace un año anunció su intención de implicarse directamente en la pelea sólo lo ha alcanzado a medias. Ese objetivo era desmontar el aparato de poder guerrista, que bloqueaba la dirección y condicionaba las iniciativas del Gobierno. Alfonso Guerra ha perdido la mayoría con que contaba en la dirección, pero ha conseguido mantenerse en ella sin renunciar a su condición de jefe de una facción virtualmente alternativa a la representada por el secretario general. En ese sentido, se comprende la euforia mostrada ayer por el número dos, un profesional de la supervivencia.Esa euforia se le desbordó ligeramente, sin embargo, cuando definió a su tendencia como el sector «socialista, o guerrista, como quieran ustedes». Su estratégica distinción entre renovadores e integradores le permitió incluso hablar de equilibrio de fuerzas en la nueva dirección. Ello contrasta, sin embargo, con el hecho de que en la negociación interna alegara que era abusiva la relación 27/9 en favor de los renovadores. En fin, al establecer como baremos de su éxito o fracaso objetivos a su alcance, como la permanencia de Benegas o la no inclusión de Leguina, ha conseguido convertir en una casi victoria lo que había sido una derrota política en la elección de delegados.

Esa derrota se ha manifestado en el respaldo a la adaptación del mensaje socialista a las nuevas realidades impulsada por González contra la resistencia retórica del guerrismo (por ejemplo, el apoyo a la reforma del mercado laboral); pero también en la aprobación de algunas medidas orientadas a recobrar la credibilidad en el terreno de los comportamientos, como la renuncia a modificar mayorías mediante acuerdos con tránsfugas o el compromiso de someter las cuentas a auditorías externas. Lástima que la autocrítica implícita que tales medidas suponen no se expresase directamente incluyendo iniciativas de rectificación en casos como el del Gobierno regional de Aragón. En cualquier caso, el congreso se ha centrado tanto en la lucha por el poder que ha quedado bastante huérfano de mensaje político capaz de movilizar a una sociedad en profunda crisis.

Sin posibilidades reales de alterar el curso político del congreso, Guerra ha conseguido evitar, sin embargo, que se le convirtiera en el chivo expiatorio de todos los males del partido. Ya en su día alegó que todos eran corresponsables de asuntos como Filesa y demás, y la votación sobre la candidatura de Solchaga como portavoz reveló que el guerrismo estaba dispuesto a esgrimir la amenaza de la ruptura -del grupo parlamentario, tal vez del partido- si se prescindía de sus dirigentes. Significativamente, fue Solchaga el primero en comprender que, en esas condiciones, era preferible mantener a Guerra dentro de la dirección que fuera de ella, encabezando la contestación.

La idea alternativa de simbolizar la renovación en el descabalgamiento de Benegas, causante inmediato de la crisis de la pasada Semana Santa, se enfrentó con la encarnizada resistencia de la plana mayor del guerrismo, que había hecho de la continuidad del secretario de organización una cuestión de honor: sacrificarle habría supuesto castigar la incondicionalidad.

Los renovadores han carecido de estrategia para hacer frente a esas resistencias de aparato. La solución de sacar a Benegas de la secretaría de organización y colocarlo en la de relaciones políticas e institucionales se ha enfrentado con la oposición guerrista a que su sustituto fuera un renovador notorio. Es característico del estilo guerrista ejercer su influencia por vía de veto antes que de proposición en positivo; así lo hizo con Solana y otros en el 32º congreso. El acuerdo final para colocar al valenciano Cipriá Ciscar como secretario de organización puede interpretarse como la eliminación de la figura delnúmero tres. Verdaderamente, que el dos y el tres pertenecieran al sector políticamente perdedor del congreso habría sido demasiado.

De todas formas, la entrada en la dirección de algunos de los antes vetados, el carácter minoritario del guerrismo en la comisión permanente y el cambio en la estructura de poder que supone la incorporación de los barones regionales a la comisión ejecutiva definen un panorama preocupante para el guerrismo. Su euforia debe interpretarse, entonces, como la del condenado que ve conmutada su pena. Lo que ha conseguido es evitar ser laminado y mantener posiciones que le permitirían convertirse en alternativa a González en caso de desfallecimiento de éste; o de derrota electoral.

21 Marzo 1994

Pierde el bígamo

Aurora Pavón (Pablo Sebastián)

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Alfonso Guerra en un bígamo, y a veces un bígaro cuando se esconde en el caracol a oir las olas del mar. El nunca se separa de su primer amor y aunque amenaza no se atreve a romper. Y menos con el «amor» de su vida política, Felipe González, aunque hace mucho que se acabó la luna de miel y que viven y se soportan en la tensión permanente, en «La guerra de los Rose». O de las rosas marchitas que crecen en un jardín donde tienen enterrados a medias como el criminal de moda de Inglaterra no pocos cadáveres de felonías políticas y puede que, incluso, alguno de los del GAL.

Y Guerra se va del XXXIII Congreso del PSOE más contento que unas pascuas intentando convencerse a sí mismo, y a los demás, de que es el ganador.

Y dice que los renovadores se la han tenido que envainar, que se han impuesto «sus tesis» y que la Ejecutiva «es equilibrada». ¡Y un jamón!. González se quedó con todo y Guerra ha perdido el Congreso aunque salvó la cara y el pellejo de algunos de los suyos. Y lo hizo vendiendo al felipismo liberal su falso izquierdismo y sus promesas del Bienestar, por el módico precio de nueve sillas en la Ejecutiva Federal.

Esa es la verdad, aunque a Carlos Solchaga le hubiera gustado atar a Guerra al parachoques trasero de su BMW y darle media docena de vueltas al estadio Santiago Bernabéu. Solchaga se queja de no haber podido aplastar al guerrismo como ellos pretendían, como a una cucaracha, y dice bajito que los guerristas actuaron unidos y «hablaron con una sola voz». Sí, es verdad, con la voz de la amenaza, el lenguaje que utiliza con González Jordi Pujol y que ciertos resultados da.

¿Y los felipistas? ¿No tuvieron una sola voz? Habían delegado en González -«manos libres»- su representación y, como suele ser constumbre, el presidente del Gobierno los engañó y pactó. González se sentó con Guerra, devaluó a integradores y renovadores y les dió, finalmente, a los guerristas un 25 por ciento de la Ejecutiva, a cambio de la unidad, del Estado del Bienestar (pensiones, reforma laboral, etc) y de la próxima campaña electoral.

En realidad, y hechas las cuentas como hay que hacerlas, González ganó tiempo, salvó el Congreso y arrasó. Aunque su victoria no la han sabido vender los renovadores con el entusiasmo que Guerra airea del revés su derrota.

Pero lo cierto es que González cuenta con el setenta y cinco por ciento de la Ejecutiva para dominar, con los ojos vendados, cualquier votación, incluso una propuesta de investidura o de sucesión del presidente si llegara el caso.

Además, en la comisión permanente de la ejecutiva, la auténtica dirección del PSOE, de los ocho cargos con mando seis son de González: Ciscar, Almunia, Obiols, Paramio, Cercas y Hermosín. Mientras que Guerra solo tiene dos, Benegas y Marugán. Y ambos devaluados: Marugán, un bizcocho velazqueño incapaz de piar ante González; y Benegas degradado de la Secretaría de Organización por el asunto Filesa. Aunque peor le fueron las cosas a Corcuera, que no entró, por el caso Roldán y los «fondos reservados», y a Leguina por «largón».

Y en el resto de la Ejecutiva un poco de todo: ministros, (Serra y Solana tocan teta), ex-ministros, coros y danzas autonómicos y sección femenina en alza, más Solchaga y el joven Bouza para disimular. En realidad una legión de felipistas que convierten el PSOE en un apéndice del Gobierno y a González en el amo y señor de todo lo que se mueve a su alrededor.

Entonces ¿de que se rie el bígamo? Pues, como las hienas, Alfonso Guerra se rie de su desgracia y realidad. E igual piensa que, enseñando los colmillos, Solchaga y los renovadores se van a asustar.

21 Marzo 1994

Ni vencedores ni vencidos

Raúl Heras

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La larga y tensa madrugada que vivieron ayer los dirigentes del PSOE se tradujo en el resultado esperado y previsible: no se puede decir que haya vencedores y vencidos. Todas las familias y clanes pueden atribuirse sonrisas y lágrimas.

Los renovadores incrementan de forma visible su presencia en la Permanente, en la Ejecutiva Federal y en el Comité, pero los guerristas consiguen quedarse con un treinta por ciento de representación directa en cada uno de esos órganos, y además impiden a sus adversarios acceder a las dos secretarías más importantes: la de Organización y la de Relaciones Políticas e Institucionales, de nueva creación y que permite a «Txiki» Benegas conservar una buena parte del poder que ostentaba hasta estos momentos.

Un buen resumen puede ser el siguiente: Felipe González aumenta su poder, sin que Guerra pierda el suyo. El presidente del Gobierno y secretario general ha conseguido que el 90 por ciento de su lista sea aprobado, y el «número dos» conserva a parte de su «guardia de corps» a su lado.

Si en estos momentos se planteara una votación sobre Carlos Solchaga como portavoz parlamentario en el máximo órgano ejecutivo del PSOE, aquel 15 a 13 a favor del ex ministro de Economía y Hacienda se plasmaría en un abrumador 24 a 12. Es un dato revelador del cambio que se ha producido en la Ejecutiva.

Además, Alfonso Guerra se ha quedado sin una buena parte de las secretarías de área, que han ido a parar a manos renovadoras en los nombres de Raimon Obiols, Joaquín Almunia y Carmeli Hermosín; aunque conserva, eso sí, los dos poderosos resortes de Política e Instituciones, y de Administración y Finanzas, habiendo cerrado el paso a la de Organización, de forma sucesiva, a Hermosín y Jesús Quijano.

De los once miembros de la Comisión Permanente, tres son guerristas, otros tres podemos considerar que son integradores: Ramón Rubial, Cipriá Ciscar y Ludolfo Paramio, y cinco claramente renovadores.

Y si se miran el resto de los 25 nombres que componen la Ejecutiva Federal se verá que tan sólo siete se pueden identificar, hoy por hoy, con el guerrismo: José Antonio Amate, Abel Caballero, Matilde Fernández, Ludivina García Arias, Luis Martínez Noval, Josefa Pardo, y Juan Carlos Rodríguez Ibarra.

El resto son renovadores o integradores, con incorporaciones tan importantes como las de Narcís Serra, Javier Solana y Joan Lerma, tres pesos pesados del PSOE con fuerza en sus respectivos territorios.

¿Para qué han servido estos tres días de Congreso? En el plano de las ideas para poco, si consideramos que desde la acción de gobierno se han tenido en escasa consideración las resoluciones congresuales del partido.

En el terreno de la trasformación social, del «impulso democrático», tampoco se puede ser muy optimista, ya que apenas aparecen nombres nuevos en el organigrama del poder.

Y en el apartado en que se abren mayores expectativas es en el del cambio físico, de sexo, de la democracia paritaria que han estado pidiendo estos días desde el apartado femenino, que aumenta su presencia en la Ejecutiva hasta once.

El resto de los análisis comienza y termina en Felipe González, que permanece como líder indiscutible, aunque ya no indiscutido del PSOE tras veinte años al frente del socialismo.

En su discurso final, González afirmó que se sentía más satisfecho que nunca. Exageraba sin lugar a dudas. Estaba pensando en la cascada de congresos regionales y provinciales que se van a suceder, con la misma tensión y enfrentamientos entre renovadores y guerristas que se han producido en el nacional.

Nadie va a regalar nada al adversario, comenzando por la Andalucía de Manuel Chaves que, llamado con urgencia a una de las reuniones de la madrugada, renunció al papel estelar de Carmeli Hermosín y al de sus alternativas: Monteseirín, Barrero y Zarrías, aceptando que aparecieran primero Jesús Quijano y más tarde Cipriá Ciscar.

De igual forma que en Madrid, donde no aparece Joaquín Leguina por el lado renovador, los guerristas se han tenido que conformar con la presencia de José Acosta en el Comité Federal. Cambios y recambios que eran saludados con alegría por los fieles de Alfonso Guerra, y con cierta amargura por los seguidores de los más renovadores. José Luis Corcuera se puede dar por satisfecho, lo mismo que Rodríguez Ibarra, Joan Lerma y Manuel Chaves.

A última hora, mientras se pasaban a máquina las listas, se cayeron de las mismas el asturiano Fernández Villa, por decisión propia; el madrileño Juan Barranco y el catalán Eduardo Martín Toval. Fue la última pelea, el último asalto del Congreso, el postrer pulso entre renovadores y guerristas.

Lo ganaron los primeros en las personas de Luis Yáñez y Gaspar Zarrías, dos de los hombres que menos gracia le hacen al vicesecretario general.

21 Marzo 1994

La renovación se llama Cipriano

Pilar Urbano

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«¿El peor momento? Ha habido muchos. Pero yo cuando lo vi más negro fue a las cinco y diez de la madrugada. Ahí se nos vino abajo todo lo que habíamos conseguido».

Corcuera me promete contármelo despacio, un día de éstos, para mis cuadernos de historia callada. ¡Debió de ser fino! Y yo arranco esta crónica con esa frase, porque me parece que retrata muy bien las tripas del Treinta y tres.

Un Congreso en el que no se ha hablado en ningún momento de política.

Y sin embargo, han brillado los cuchillos hasta las tantísimas del alba, reabriéndose las viejas heridas y enconándose aún más las hostilidades ya existentes.

Un Congreso en el que sobre todo se ha discutido de «los nuestros y los vuestros». Renovadores y guerristas han estado manteniendo un pulso férreo, titánico, recíprocamente indoblegable, enfrentados como si fuesen fenicios y cartaginenses, moros y cristianos, serbios y croatas.

Esa imagen de división que han ofrecido ya no es disimulable. Aunque enseguida, han querido todos difuminarla, saliendo unos y otros ante las obsequiosas cámaras de televisión, para decir que «ha sido todo muy positivo». ¡Y una mierda!

A las cinco y diez, que dice Corcuera, y que me confirma un ojeroso Carlos Príncipe, las cosas están más o menos así: Ya se ha descartado para el puesto número tres a Carmeli Hermosín, «mujer de paja» de Felipe González (que, por cierto, tenía dos vetos enfilados a piñón fijo: Txiki Benegas y Paco Vázquez). Ya se ha ido Benegas; y ha vuelto, llamado por Alfonso Guerra: «Ven, que lo tuyo se reconduce».

Felipe González ya se ha ido a dormir un rato, dejando a sus alfiles la carpeta del negocio. También Alfonso se ha marchado a «echar una cabezada y ducharme».

El grupo del Currito (Lerma, Chaves, Corcuera, Benegas y Rodríguez Ibarra), los cinco que varias noches atrás cenaron en la Casa de Campo, han pasado los trastos de negociar a otro equipo, sin guerristas, y de pura representación territorial: Jesús Quijano, Pepe Bono, Joan Lerma, Narcís Serra, Manuel Chaves y Joaquín Leguina. Es decir: Castilla-León, Castilla-La Mancha, Valencia, Cataluña, Andalucía y Madrid.

Ese era uno de los «equilibrios» que pretendía FG. El otro, el de las sensibilidades. Y aun otro más: cierta equiparación entre hombres y mujeres.

Con un horroroso nombre, «democracia paritaria», que a mí me suena a «paritoria». Pero observe el lector que en el nuevo box negociador no está Rodríguez Ibarra, que gobierna Extremadura, y sí está Jesús Quijano, que no gobierna en la vieja Castilla; y «repite» Lerma, un hombre de quien vengo escribiendo hace tiempo «¡retengan esa marca!».

A las cinco y diez, Benegas ha sido rescatado del foso de los leones; pero le han birlado la Secretaría de Organización, dándosela a Quijano.

Solchaga ya había lanzado su órdago de viento tronante contra la permanencia de Benegas. Y aquí, con serenidad, hay que decir que no le cabe a una en la cabeza con qué armas podría Solchaga hacer casus belli de nada…

En réplica, los guerristas rechazan a Quijano como número tres. Igual que no admitieron «¡ni de coña!» a Carmeli Hermosín.

Es en ese momento, cuando Lerma -hombre tranquilo y alquimista de la síntesis- dice: «yo siempre tengo un valenciano en la recámara». Y sobre la mesa aparece el nombre de Cipriano Ciscar, Cipriá.

Un hombre valioso, difícil, díscolo, que ni es de González, ni es de Guerra, ni es de Lerma. Y, miren por dónde, la renovación, a fin de cuentas, se va a llamar Cipriano. De etiqueta, «integrador».

Alfonso aguantó el tirón con habilidosa paciencia política y consiguió todo esto: que Felipe bajase a la arena y se aviniera a pactar. Con cuatro entrevistas «de número uno a número dos». Que en la Ejecutiva estén, de los suyos, Benegas, Francisco Fernández Marugán, Abel Caballero, Matilde Fernández, Martínez Noval, Rodríguez Ibarra, Josefa Frau, Josefa Pardo y Manuela de Madre. Y que Txiki Benegas resista como pueda ser el tercer hombre del Partido Socialista.

Ahí es donde Guerra demostró tener más esmeril que González. Como alguien comentaba en pasillos: «¡y decían que Alfonso entraba muerto…!».

Con todo, no cabe decir que nadie haya ganado este Congreso, malencarado y peor resuelto; remendado con nombres de tercera y quinta fila, para salir del paso. Un Congreso que ha reabierto muchas heridas, ha desenmascarado ocultas ambiciones, ha resquebrajado la unidad y ha dejado la moral colectiva hecha unos zorros. Un Congreso que ha puesto en evidencia a un PSOE de mírame y no me toques. Un Partido Socialista que reclama ya una buena estadía en algún balneario.

22 Marzo 1994

Así es, si así os parece

Javier Pradera

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Al igual que sucedió durante la noche de las últimas elecciones, Guerra se apresuró el mediodía del domingo, nada más cerrarse la composición de la Ejecutiva, a comparecer ante la prensa como el auténtico protagonista y el verdadero triunfador de la jornada. Abstracción hecha de las diferencias existente entre el 6-J y el 33º Congreso del PSOE, ambas ocasiones han acreditado la madrugadora habilidad de Guerra para ofrecer su propia interpretación triunfalista de los acontecimientos y condicionar de esa forma el curso posterior del debate. Junto a esa rapidez de reflejos a la hora de ocupar tempranamente el terreno, la capacidad de Guerra para simplificar las cuestiones complejas, iluminar las realidades halagüeñas y negar las evidencias molestas ha forjado esa pirandelliana versión del desenlace del congreso que ha hipotecado los análisis posteriores.Más allá de su pertenencia a una u otra corriente, los delegados al congreso poseían el interés en común de no tensar demasiado la cuerda, a fin de evitar que la nueva comisión ejecutiva pudiese quedar deslegitimada por el voto de castigo de los guerristas y que la presentación de una lista alternativa al comité federal consagrase formalmente el fraccionamiento de la organización. Pero así como algunos animales de fábula de Orwell eran s iguales que otros, así ese temor supuestamente unánime a la escisión compartido teóricamente por todos los asistentes al congreso no impedía que algunos delegados fuesen más miedosos que otros. Mientras la oficialización como corriente de los guerristas era declarada un mal absoluto por Felipe González, renuente a pasar a la historia como responsable de la quiebra del PSOE, Guerra y sus seguidores dejaban entrever tácticamente la posibilidad de la ruptura aunque en el fondo de sus almas la descartaran. De esta forma, los renovadores, debilitados psicológicamente para aguantar los envites de sus rivales, vieron limitada su capacidad de resistencia; la sangre fría de James Dean en Rebelde sin causa para frenar el coche antes de llegar al abismo es el mitificado modelo negociador de Guerra.

Por lo demás, el guerrismo suele aplicar varas de medir diferentes a las situaciones según disponga de la mayoría o se encuentre en minoría. Si debe pechar -como le ocurre ahora- con las incomodidades derivadas de estar en minoría, exigirá la aplicación de criterios de proporcionalidad estrictos para la composición de los órganos de dirección y jurará en nombre de la integración, la cohesión y el consenso. Pero la experiencia enseña que cuando Guerra dispone de votos suficientes, no duda en laminar a sus adversarios: esa ventajista disposición a invocar alternativamente el principio de la mayoría o el principio de representación proporcional según cuadre con las propias conveniencias hace imposible a la larga el funcionamiento de las reglas de juego democráticas en cualquier organización.

Durante la negociación para componer la comisión ejecutiva, el guerrismo reivindicó no sólo el derecho a imponer nombres, sino también el derecho a vetar candidatos. La presencia de Benegas en un alto puesto de la comisión permanente de la e ejecutiva fue convertida por los guerristas en casus belli; sólo las oscuras complicidades de estos últimos años en la administración de Ferraz pueden explicar que Guerra lleve su espíritu simulador hasta equiparar a ese trotón de la política, cuyas dotes para cualquier oficio continúan siendo uno de los secretos mejor guardados de la vida española, con las grandes figuras de la historia del PSOE. Todavía más escandalosos resultaron los vetos interpuestos a candidatos como Joaquín Leguina, culpable de haber denunciado la corrupción política; para su vergüenza, los renovadores no dudaron en entregar a los guerristas la cabeza del único dirigente socialista que se tomó tan en serio las exhortaciones de Felipe González a elevar el tono del debate como para publicar un libro de ideas en vísperas del 33º Congreso.

Una página difícil de arrancar

Alfonso Guerra

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En los últimos días de enero de 1994 recibí algunos signos del diario EL PAÍS. Me enviaron dos cartas. En una me explicaron el deseo que tenía el nuevo director Jesús Ceberio de desconocerme y para poder aclararte algunas cosas. Expresaban también su deseo de publicar una entrevista conmigo sobre el congreso del partido anunciando que la harían Félix Monteira y Mariló Ruiz Elvira. Sólo cinco días antes había recibido otra carta en la que me explicaban que al nuevo director le gustaría que empezase a colabroar en la sección de Opinión del periódico.

Pero hubo más. El día 28, es decir, en la misma semana de las cartas, la redactora Soledad Alameda solicitó la realización de una entrevista anunciando, desde el primer momento, que se publicaría en la edición dominical, el suplemento de EL PAÍS correspondiente al domingo 13 de marzo, es decir, sólo cinco días antes del comienzo del congreso del partido.

El día 7 de febrero, el director de EL PAÍS, Jesús Ceberio, me transmitió directamente el interés del medio para que accediera a realizar la entrevista, así como los detalles ya adelantados por la redactora. El martes 22 de febrero, en la sede federal del PSOE se realizó la entrevista, a la que asistieron por parte de EL PAÍS la periodista Soledad Alameda y el fotógrafo Chema Conesa.

Posteriormente, el 25 de febrero, Soledad Alameda remitió el borrador de la entrevista para que se efectuasen las precisiones que se estimasen oportunas. El mismo día se le devolvió la entrevista con mínimas correcciones que ayudaban a clarificar las expresiones. La redactora dio su conformidad a las correcciones de estilo y se dio por cerrado, por ambas partes, el proceso de elaboración de la entrevista. Soledad Alameda confirmó nuevamente su publicación para el domingo 13 de marzo.

Sin que mediara gestión, conversación ni información alguna, el lunes 7 de marzo la redactora comunicó a mi gabinete que la dirección del periódico había decidido suspender la publicación de la entrevista. El diario no proporcionó ninguna explicación que pudiera justificar la decisión de no proceder a su publicación.

El veto los situaba ante una evidente intencionalidad: la pretensión de acallar mis opiniones en un momento de especial relevancia para la vida interna del PSOE.

Aquel era un claro ejercicio de manifiesta tendenciosidad y manipulación contrario al principio de la pluralidad informativa que debe regir el comportamiento de los medios de comunicación en las sociedades democráticas.

¿Qué había pasado? Cuando la alta jerarquía – por encima del director – había tenido conocimiento de la entrevista ya se habían tirado en la rotativa 400.000 ejemplares. Se dio orden de destrucción. La satrapía no aceptó – inducidos por alguien – que el domingo anterior al congreso del partido hablase en su periódico aquel a quien había que defenestrar. El domingo 13, cuando estaban previstas mis palabras el periódico no se quedó sin entrevista, publicaron una con Javier Solana. ¿Alguna explicación más?

En una cena con Jesús Polanco me dijo: «siempre hemos sabido que tú estabas contra nosotros en los Consejos de Ministros».

Mostrando mi extrañeza (y mi inocencia) le pregunta: «Pero ¿cómo que lo sabíais?».

Su respuesta me produjo una enorme tristeza: «Eso es lo que nos contaba Javier Solana».

El Análisis

EL GUERRISMO RESISTE

JF Lamata

El XXXIII Congreso del PSOE tenía como principal incógnita si sería el momento en que D. Felipe González se quitara de encima al ‘guerrismo’. Durante el periodo 1990-1994 el peso de una ejecutiva del partido dominada por los guerristas se había convertido en una auténtica china en el zapato para el felipismo. Si el Sr. González quería acabar con ellos, aquel congreso era el momento. ¿Pero tenía suficiente fuerza el felipismo como para hacerlo? Los hechos demostraron que no. El felipismo consiguió sacar de la Secretaría de Organización al Sr. Benegas, pero el Sr. Guerra y sus principales incondicionales (como eran los Sres. Benegas, Fernández Marugán o Matilde Fernández) seguirían en la Ejecutiva. Por no olvidar la fuerza de los ‘guerristas’ en federaciones de Madrid (Sr. Acosta), Cantabria (Sr. Blanco), Aragón (Sr. Marco), Extremadura (Sr. Ibarra), Galicia (Sr. Vázquez) y Asturias (Sr. Martínez Noval). La división continuaría.

J. F. Lamata