5 abril 1994

El libro es criticado por Javier Tusell, Eduardo Haro Tecglen o Francisco Umbral, pero respaldado por Luis María Anson o Jaime Campmany

Jiménez Losantos gana el premio Espejo con ‘La última Salida de Manuel Azaña’ que presenta a Aznar como heredero de Azaña

Hechos

En abril de 1994 D. José María Aznar participó en la presentación del libro de D. Federico Jiménez Losantos «La última salida de Manuel Azaña».

Lecturas

El Grupo Planeta concedió al libro del Sr. Jiménez Losantos (columnista de ABC) el premio ‘Espejo de España’ y el propio D. José María Aznar acudió a la presentación del libro que le presenta como ‘heredero’ del legado españolista del ex presidente republicano.

No obstante la obra del Sr. Losantos si sería criticada en prensa por figuras enfrentadas al Sr. Jiménez Losantos como D. Javier Tusell (EL MUNDO), D. Francisco Umbral (también en EL MUNDO) o D. Eduardo Haro Tecglen (de EL PAÍS).

El libro del columnista de ABC Federico Jiménez losantos ‘La última salida de Manuel Azaña’ es criticado desde el diario El Mundo por Javier Tusell Gómez el 26 de febrero de 1994. El día 28 de marzo el ABC en su sección editorial ‘Zigzag’ publicará un recuadro en defensa de Losantos y contra Tusell. Jaime Campmany Díez de Revenga también publicará un artículo el 29 de marzo en apoyo de Losantos y contra Tusell.

El libro de ‘La última salida de Manuel Azaña’ de Federico Jiménez Losantos también  es criticado el 7 de abril de 1994 tanto por Eduardo Haro Tecglen en El País como por Francisco Umbral en El Mundo. A ambos responderá Losantos desde ABC el día 9 de abril de 1994, siendo más duro con Haro Tecglen por decir que la derecha ‘quería robar a la izquierda la figura de Azaña’.

26 Marzo 1994

Los merecimientos de Manuel Azaña

Javier Tusell

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La figura de Manuel Azaña es, sin duda, una de aquellas en la Historia de España que resultan más atractivas para el biógrafo, el historiador y ensayusa, espaoles o extranjeros. La razón que lo explica y que a estas alturas apenas si pueden discutirse, reside en la combinación de una serie de factores que resultan muy difícilmente repetibles. Azaña es, en primer lugar, un gran escritor, uno de los esenciales en una generación que ha sido calificada como la Edad de Plata de las letras españolas; su capacidad introspectiva le convierte, además, en una excepción en la literatura española en la que la literatura autobiográfica es tan excepcional. Pero además, Azñaa consiguió eso que tantos intelectuales españoles ansían, aunque no lo reconozcan nunca: deseó el poder y llegó a tenerlo o, lo que es lo mismo, tuvo la capacidad de moldear la vida de los españoles en una ocasión decisiva. Así se explica que dese los años setenta la bibliografía acerca de Azaña se haya convertido en inundatoria: desde mi punto de vista los mejores libros son los de Marichal, Marco y Juliá. Esta especie de enamoramiento colectivo con la figura del político republicano indica un afán de reconciliación colectiva, pero también tiene el grave inconveniente de deformar la iamgen histórica e intelectual del personaje. Nada puede resultar peor que el entusiasmo bobalicón e indiscriminado por su ejecutoria. La izquierda parece pensar que basta querer ser reofrmista para merecer un sobresaliente y la derecha tiende a incorporarse toda la tradición liberal aunque una parte de ésta permanezca en las antípodas de lo que ella entiende por liberalismo. En realidad, la ejecutoria de Azaña en política es discutible y el intento de asunción por parte de la derecha tan sólo revela el interés de éstap or ofrecer de sí una versión más moderna. Creo que lo correcto sería, por el contrario, situar a Azaña en su tiempo y gozarlo, como escritor, en vez de utilizarlo como ariete.

Existía interés en leer la versión que de Azñaa iba a dar en su último y premiado libro Federico Jiménez Losantos. No en vano es un autor en que ha tenido una notoria influencia un ‘aspecto de su obra (el nacionalismo español) y que no ha dudado en exaltarlo después de haberlo traslado a dos buenas antologías. El hecho de que Jiménez Losantos sea una de las plumas más brillantes de la derecha (si no extrema, si extremosa en la forma de pronunciarse) explica parte de ese interés. De ahí que Umbral haya avanzado de su propósito – injustificable – de leer el libro con una pistola al lado.

No necesitará utilizarla porque el libro no sólo es respetuoso con el personaje sino que quizá lo mejor de él en la evocación apasionada (y sólo en algunos puntos critica del mismo). Jiménez Losantos lo conoce bien aunque, a base de remachar una y otra vez sus críticas, bien merecidas, a los catalanistas y nacionalistas vascos, proporciona de él una versión que resulta sesgada. No he observado errores en el texto, al margen de que se denomine incorrectamente el pueto ocupado por Álvarez del Vayo. Por otro lado Jiménez Losantos, que es persona de talento, ha tenido el buen gusto de no embarcarse esa desaforada novelización del pasado histórico práctico, por ejemplo. Manuel Vázquez Montalbán con su libro sobre Franco. El inconveniente de este género es que en él, de forma fraudulenta, se pretende dejar en una zona de penumbra la distinción entre la verdad histórica y la ficción.
La crítica que se puede hacer a este libro afortundamanete no pasa por ahí. Se trata de un texto bien escrito y en el que el autor demuestra conocer la bibliografía existente sobre el eprsonaje. Pero eso tan sólo no justifica la existencia de un libro, aparte de que a la editorial le pueda interesar el nombre de su autor en un determinado momento.

Manuel Azaña merece bastante más que lo que de él se ofrece en este texto, que no está destinado a pasar a la bibliografía azañista en un lugar eminente.

Empieza por ser discutible la idea de escribir un libro sobre esos meses de la vida de Azaña. Tiene sentido biografiar la porción final de la vida de un personaje cuando ella nos describe la clave de lo que fue su trayectoria, pero éste no es el caso. El Azaña de estos momentos es un ser derrotado muchas de cuyas posiciones son explicables pero carecen de la gallardía que tuvo, por ejemplo, la presencia de Besteiro al lado de los madrileños de izquierdas derrotados por Franco. Un libro sobre este Azaña tendría sentido si hubiera aparecido una nueva fuente que eprmitiera una reconstrucción de este periodo biográfico, pero Jiménez Losantos, en realidad no hace otra cosa que glosar lo ya conocido, fundamentalmente la excelente recoupilación documental que hizo Enrique de Rivas y los trabajos monográficos aparecidos en el volumen publicado por la Casa de Velázquez bajo el título Azaña et son tempos. Podría también tener sentido la reflexión acerca del análisis que Azaña, con su lucidez habitual, hizo en estos momentos acerca del resultado de la guerra civil, pero eso no lo aborda Jiménez Losantos, quizá por ser consciente de que no es su papel ni está dentro de sus posibilidades hacerlo.

El contenido del libro está afeado por dosis excesiva de ‘excursus’ que no tiene nada que ver con la esencia de la cuestión. El autor introduce cuestiones como la muerte de Machado, el traslado de los cuadros del Museo del Prado, la relación con Maura y con Negrín y un largó etcétera más, sin añadir nada que pueda considerarse nuevo u original y faltándole en algún caso datos importantes. El libro peca d ausencia de reposo y reflexión en el análisis de la evolución política de este Azaña fina. Creo, por ejemplo, que hubiera sido muy interesante señalar la perspicacia de un Azaña que supo darse cuenta, en su última carta de mayo de 1940, que yo publiqué por ve primera, en el porvenir de España pasaría por ‘las soluciones intermedias’ (¿La restauración monárquica?) y no por la recuperación de la legalidad republicana. La propia conversión de Azaña, que se presenta como novedad, era conocida desde los años sesenta y, en definitiva, no arroja luz sobre el personaje.

En suma, para un lector culto este libro no tendrá sorpresas y para el gran público se trata, quizá de una cuestión demasiado concreta. Umbral puede olvidarse de su pistola, pero quizá también del proio libro de Jiménez Losantos. Creo que la excelente forma de escribir de éste y en su indudable inteligencia hay un potencial gran ensayista peor quizá dedica demasiado tiempo a flagelar a la izquierda y a excitar a la derecha y le resta poco para realizar una obra de enjundia. Resultado muy discutible, su mejor libro, en mi opinión, sigue siendo ‘Lo que queda de España’. Y habrá que esperar a que Santos Juliá – un autor incomprensiblemente ausente del libro de Jiménez Losantos – concluya su biografía de Azaña para poder tener una verdadera obra de calidad a la altura del personaje. La que se merece.

28 Marzo 1994

Tusell y Losantos

ABC (Director: Luis María Anson)

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Javier Tusell tiene por Jiménez Losantos una manía casi profesional. Cuando hace unos meses apareció ‘La dictadura silenciosa’ se arrojó sorbe el libro y le negó cualquier cualidad, insultando de paso al autor. El resultado no ha podido ser más positivo para el columnista de ABC: catorce ediciones, el elogio nacional e internacional de personajes algo más relevantes que Tusell, como Jean François Revel, medio año a la cabeza de los libros más vendidos y candidato seguro al premio Nacional de Ensayo. Al éxito de ‘La dictadura silenciosa’ ha sucedido el de ‘Contra el felipismo’, que no sólo es un gran libro sino prueba mayor de coherencia ideológica y política de un intelectual comprometido con las libertades y sin complejos ante la izquierda, es decir, todo lo contrario a Tusell. Con “La última salida de Manuel Azaña”, Jiménez Loosantos ha conseguido el premio “Espejo de España” y Javier Tusell, con su manía a cuestas ataca de nuevo no sólo a la obra por lo que no es – se trata de un ensayo histórico y no de un trabajo de documentación, aunque sea también extraordinario en ese sentido – sino al autor, porque dedica – no en ese libro – más tiempo a criticar a la izquierda en el poder que a la derecha. Además de utilizar la crítica de libros para sus ajustes de cuentas particulares, además de negar interés al episodio de la conversión de Azaña – insólito en un democristiano – además de insistir en dar coces contra el aguijón, Tusell tiene mala suerte: en el propio periódico en el que ahora escribe, uno de los grandes columnistas españoles, Raúl del Pozo, ha saludado ‘La última salida de Manuel Azaña’ en estos términos: “HE aquí un libro serio, un libro apasionante, en el que se juntan el talento del escritor, la paciencia del erudito y la pasión del demócrata. Con gran sentido del ritmo, con rigor. Es un ensayista que se ha despojado de gravedad, de pesadez y de aburrimiento. Consigue un libro magistral”. Con semejante elogio del gran prosista de la izquierda inequívoca y con el ataque tradicional – y benéfico – del teórico de la derecha equívoca, comprendemos la satisfacción de Jiménez Losantos y el alborozo del señor Lara: en una semana, ya va por la segunda edición.

29 Marzo 1994

Anuria y Disuria

Jaime Campmany

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Yo voy a proponer risas por Javier Tusell, no tres sino una, porque ya van las dos delante y anticipadas. Tusell tiene un acceso de envidia, que es el achaque del modorro hispánico, y ha escrito contra Jiménez Losantos con motivo de su Azaña, lo cual que se ha puesto en línea con los socialistas de la Diputación de Teruel. (Aquí, como en el dicho de los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él, tonta la Diputación y tonto el Tusell). Lo peor de lo que le pasa a Tusell no es que sea un indocto de escasas letras y corto ingenio, sino que el talento ajeno le produce salpullidos y exfoliaciones, pluritos y almorranas. Propongo una risa por Tusell, añadida a mis dos anteriores risas. Ja, ja, ja. Ya sé que yo no soy Quevedo, pero más Quevedo soy yo que Góngora él, y además tampoco da para mucho más Quevedo que el que yo tengo aprendido.

Jaime Campmany

07 Abril 1994

Aznar y Azaña

Francisco Umbral

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Federico Jiménez Losantos, uno de los teóricos más inteligentes de la derecha, ha escrito un buen libro sobre el último Azaña, lo que le devuelve a sus orígenes de intelectual liberal y compensa, por vía de moderación, algunas de las audacias que suele permitirse en sus columnas. Yo le digo siempre que es más listo y más de derechas que Aznar, y que, por tanto, él debiera capitanear el PP. Es una broma entre amigos, pero una broma con voluntad de profecía.

Ocurre que Jiménez Losantos ha capturado la cabeza sagrada de Azaña, como culminación de su largo azañismo intelectual, que tiende, naturalmente, a la «nacionalización» de don Manuel, y también un poco a la asepsia. Cosa parecida se ha hecho con Antonio Machado y hasta con Juan Ramón Jiménez, partiendo de la pureza estética de este último, siempre aprovechable y malversable por los políticos. Pero quienes hemos leído de verdad a Juan Ramón, o quienes sencillamente hemos leído el gran libro de Andrés Trapiello, Las armas y las letras, sabemos que JRJ fue mucho más radical, «comunista» decía él, que el dubitativo Machado. Al poeta hay que leerlo en prosa. En este intercambio de valores literarios por valores políticos, que es la última filatelia nacional, FJL ha taxidermizado muy bien la cabeza de Azaña, que al final ha resultado ser la cabeza del Bautista, ofrecida a José María Aznar en bandeja del Palace para que hable de reconciliación nacional.

A propósito de este libro y de esta resurrección/vivisección de Azaña -porque Azaña está vivo-, se ha repudiado últimamente su «radicalidad republicana», y hasta se ha dicho que hubiese acabado monárquico. El PP, si llega a mandar, acabará haciendo paradores con el nombre de Azaña, como Fraga con el nombre de Machado. Quiero decir que se ha depurado al Azaña/límite, que naturalmente es el mejor, el verídico, como lo es todo hombre a la hora de su muerte, siquiera sea muerte política. Es como si Felipe González, al momento de invocar la reunificación nacional, apelase a Maeztu, Balmes, Vázquez de Mella, Donoso Cortés y por ahí. Más sentido común ha tenido el Rey Juan Carlos renunciando a la bandera de Azaña, cuando se la ofreció Barrionuevo. El Borbón sabe que esa bandera no le corresponde. Aznar debiera saber que la cornamenta de Azaña (se la puso su abuelo) tampoco queda decorativa ni coherente, o sea estética (ante todo la estética) en su despacho de Génova. Cada uno debe guardar en casa los muebles, guardapelos, guardainfantes y gavetas de sus antepasados, para que la cosa esté en orden. Lo contrario es hacer prendería de España, confundir a todos con todos y ejercitar el electoralismo a dos manos, o a cuatro manos, lo que haga falta. El buen libro de Jiménez Losantos se merecía mejor destino que un mitin de salón por parte del líder de la derecha, con la aquiescencia de Alvarez del Manzano, el alcalde más reaccionario que ha tenido Madrid desde el conde de Mayalde, que me invitaba a cazar en sus fincas de Toledo. Menos mal que yo no cazo nada: ni venados ni rehenes históricos.

Lo que pasa es que hoy tenemos una derecha que no se atreve a decir su nombre, porque eso no vende, y entonces se remedia con los nombres ilustres de la otra España, confundiéndolo todo con todo en el reino de las concordias abstractas y la ceremonia de la reconciliación, que apenas dura hasta los postres, pues en seguida se pasó al tema municipal del callejero, y el alcalde se niega a ponerles una calle a los defensores de Madrid. Toman de aquella República lo que les conviene, aseptizándolo, o sea, Azaña sí, pero aforrado de obispo; el general Rojo no. La comida bien, gracias.

07 Abril 1994

Azaña, generales

Eduardo Haro Tecglen

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Cuatro generales defendieron Madrid, guerra civil (la primera vez que esta ciudad tuvo autonomía: la Junta de Defensa), y el alcalde, Manzano, PP, no acepta poner sus nombres a unas calles, ni quitar los de los diecisiete o dieciocho generales franquistas. Es natural: los nombres y las estatuas se dan a los generales que ganan, no a los que pierden: los generales que ganan, no a los que pierden: los nombres los ponen los del bando que gana. Veo también a todo el Gobierno reunido en la memoria de don Juan de Borbón es lógico que le vayan a dedicar monumento y plaza. Todo está en el mismo orden. No va el Gobierno a celebrar los aniversarios de los sucesivos presidentes que tuvo la República, tan en el exilio como Borbón: se sienten monárquicos, colaboraron en una Constitución monárquica y están contentos de ello. Sería de mal gusto.

Azaña: el que le conmemora es Aznar, a propósito de un libro de Jiménez Losantos. Es decir, la gran derecha. No sé si Aznar oyó hablar a su abuelo de Azaña: cuando dirigía EL SOL le dedicaba grandes halagos, pero cuando hizo la “Historia de la guerra de liberación”, le denigró (la verdad depende del tiempo en que se formule). Si los antepasados de este PP lo agarran vivo (‘el monstruo’, le llamaban), si hubiera vivido un poco más y se lo hubieran dado los alemanes, le habría agarrotado: como a Companys. Ahora es suyo: también nos lo quieren quitar.

Hay un libro muy veraz y estudiado, que es el que acaba de publicar la Casa de Velázquez (institución francesa, en Madrid: recoge las conmemoraciones de Montauban) al que no se ha hecho la menor propaganda: mejor el de Losantos, hombre de ABC y de Anson, que hizo eficaces rogativas para que le dieran el Premio Espejo de España (en lugar de a Trapiello, sobre las armas y las letras en la guerra civil, cuando parecía claro, quedó el segundo). Es más controlado. Como el algodón, no engaña.

Lo que no sé es si en alguna de las grandes ciudades de España tiene una plaza o un monumento Azaña. No se lo iban a poner los socialistas, que n son republicanos, ni ellos, porque tienen que cuidar también otro público. (Pienso si, dentro de muchos años, un nieto de Aznar hará un elgio de Felipe González cuando se sepa ya que ha perdido).

Eduardo Haro Tecglen

09 Abril 1994

Azaña y Aznar

Federico Jiménez Losantos

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Cuando el Premio Espejo de España, Umbral, en una de esas audacias que lo han hecho injustamente célebre, dijo que iba a leer mi libro con la pistola en la mano. Me lo encontré con Carrillo – más vale tarde – en TELECINCO y le dije que le iba a mandar el libro para que lo leyera y rectificara. Ha tenido el valor intelectual de hacerlo y el gesto de publicarlo, cosas que muy sinceramente le agradezco. Pero como se le debió quedar la pistola en la mesilla, lo que me esperaba a mí se lo ha llevado Aznar, por ser uno de los presentadores del libro.

Leyendo anteayer a Umbral, que no estuvo en el acto, y se nota, tal parece que Aznar robó en el Palace no sólo el nombre de Azaña, sino hasta sus acciones políticas, que por lo visto cotizan al alza en la Bolsa de la legitimidad, y que es una pena que un libro dizque tan bueno haya servido para tan mala acción. Bueno, también repite Umbral una maldad que ha hecho fortuna y es que yo debería sustituir a Aznar al frente de la derecha. Evidentemente, lo que quiere Umbral es retirarme de la competencia y debilitar aún más a la derecha para que no eche del poder a esta izquierda corrompida y corruptora que padecemos. Como políticamente eso es lo que deseo y Aznar está cerca de lograrlo, no sólo le aseguro a Umbral que no pienso dejar el ABC, sino que también le aseguro a Aznar que no dejaré de votarle.

Bromas aparte, y la de Umbral no es de mala fe, aunque sea tna poco caritativa con la derecha, hay algo que querría dejar claro: la presentación del libro sobre Azaña, por expreso deseo mío y por la generosidad de los presentadores, la hicieron Aznar en representación del PP, Barrionuevo en representación (no oficial, claro) del PSOE, y también tenía que haber estado Pablo Castellano como hombre de Izquierda Unida, comprometido y anunciado para el acto pero que llegó tarde desde Madeira por culpa del avión, que no de su voluntad. De forma que no se trató de un acto partidista, sino puramente nacional, en el que, insisto, por respeto a Azaña y, modestamente, al sentido último del libro, se eliminó cualquier detalle banderizo o guerra civilista. Otra cosa es que el discurso de Aznar – a mi juicio espléndido – lo haya resaltado EL MUNDO de forma especial y haya eclipsado la aguda, precisa, honda y más bien negrinista intervención de Barrionuevo, que fue tan larga como la de Aznar.

Pero en el fondo del artículo benévolo de Umbral, como en otro retorcido y bilioso de la reencarnación de la momia de Lenin, Eduardo Haro Tecglen, hay un argumento que intelectualmente me parece insostenible. El Girón del felipismo o mejor el Fidel Velázquez del polanquismo, el que utiliza hasta los muertos de Guernica para defender, en el mejor estilo mexicano, los negocios turbios de Polanco y la perennidad del régimen, dice en su nicho de EL PAÍS a propósito del libro sobre Azaña y de la presentación de Aznar: “También nos lo quieren quitar”. ¡Pero bueno! ¿Dónde están los títulos de propiedad del pensamiento de Azaña? ¿Es que tiene Polanco – que se hizo rico con Franco, que negoció fructíferamente con el Chile pinochetista, según cuenta, y que hoy edita nada menos que la historia de México según el PRI – los derechos de autor en exclusiva del presidente de la República y los cede a sus columnistas por riguroso contrato?

A la figura, a la obra y el símbolo nacional que representa Azaña, el mejor Azaña, que es el de los ensayos históricos y literarios, el de los discursos patrióticos y, sobre todo, el de los textos de la guerra y el exilio, la izquierda – y eso debería saberlo Umbral – lo ha ninguneado por completo como encarnación de la burguesía, todo lo ilustrada que se quiera, pero burguesía, todo lo ilustrada que se quiera, pero burguesía al fin. Ha sido la derecha liberal – y en ella muy claramente Aznar – la que obviando el guerracivilismo ha recuperado con el mejor espíritu patriótico el legado democrático del alcalaíno. Y puesto que de calles hablan Umbral y la momia leninista, hubo que esperar a que la derecha llegara al Ayuntamiento de Madrid y saliera el PSOE para que Azaña, tras una campaña de opinión de ABC, tuviera calle, y se la pusieron Sahagún y Álvarez del Manzano. Yo me sumo a la petición de que el general Vicente Rojo también la tenga, pero la historia hay que contarla como es y no como a algunos les convendría que fuera. Los viudos intelectuales de la guerra civil y los que viven de resucitarla tienen un difícil futuro: años y añoñs denigrando a la derecha porque no es liberal y cuando por fin hay una derecha liberal, que nos está costando, llaman a los guindillas para que la detengan. Menos mal que quindilla ya no hay y la Policía suele llegar tarde.

Federico Jiménez Losantos