25 mayo 1988

Mancha parece querer disipar los rumores de que Fraga podría tener la tentación de retornar a la presidencia de AP, el partido que fundó

Alianza Popular, a instancias de su presidente Antonio Hernández Mancha elige oficialmente a Manuel Fraga Iribarne como próximo candidato a la presidencia de la Xunta de Galicia

Hechos

El 25 de mayo de 1988 Alianza Popular anunció que el fundador del partido, el eurodiputado D. Manuel Fraga Iribarne, será el candidato de AP a la presidencia de la Xunta de Galicia en las próximas elecciones autonómicas previstas para 1989.

26 Mayo 1988

El regreso del 'buda'

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA PROCLAMACIÓN de Fraga como candidato a la presidencia de la Xunta de Galicia en las elecciones de 1989 ha servido para que José María Aznar, presidente del Gobierno de Castilla y León, reclame la vuelta del líder conservador a la política nacional. ‘No os lo quedéis para vosotros solos. España también lo necesita», dijo a sus correligionarios gallegos quien pasa por ser uno de los más activos dirigentes aliancistas del momento.Si la demanda no hubiera sido hecha por Aznar, podría parecer un simple cumplido en un momento de emoción. Pero su autor se ha significado en la crítica a la actual dirección de Alianza Popular y ha aparecido como favorito de los sectores de la derecha que maniobran para buscar un sucesor a la indigencia política de Hernández Mancha. El reclamo, pues, tiene todos los visos de no ser exclusivamente literario.

Cuando, hace año y medio, Fraga abandonó la presidencia de Alianza Popular, el motivo que adujo fue que su presencia impedía plantear abiertamente el debate sobre el futuro del centro derecha. Desde este punto de vista, su retirada eliminaba un obstáculo al desarrollo de una alternativa que tratara de extender la opción conservadora hacia sectores del centro. Pero se ha demostrado lo que ya era entonces más que una sospecha: la marcha del líder conservador, aunque necesaria, no era condición suficiente por sí misma para que el proyecto adquiriese consistencia. Ni su sucesión ha sido consolidada en este tiempo, ni las perspectivas del partido han mejorado un ápice -antes bien, se han deteriorado- respecto de las existentes en diciembre de 1986. El despegue autónomo de Suárez en el panorama político quita toda posibilidad a la expansión de AP por su izquierda y, de hecho, es el principal obstáculo que encuentra en su camino para romper el techo electoral cimentado en torno a su antiguo dirigente.

En estas circunstancias, han florecido los movimientos contra Hernández Mancha, un personaje apenas anecdótico en el devenir de la política nacional, incapaz de nuclear nada en torno de sí que no sean asentimientos de pequeños burócratas. Todo ello contribuye a mantener la nostalgia por un Fraga dispuesto a hacerse de nuevo con el timón del barco y a conducirlo al deseado puerto del poder. Nostalgia que si en muchos ha sido sincera, otros la utilizan como arma para desbancar a la actual dirección.

El proyecto de renovación ideológica y personal iniciado por Hernández Mancha al frente del principal partido de la derecha española ha sido todo un fiasco. El previsible fracaso de AP en las elecciones catalanas está en puertas de constituirse en una prueba más. Sin embargo, no es pensable que la vuelta de Fraga sea un remedio para la permanente crisis de AP.. Este gran buda del conservadurismo español difícilmente puede encarnar a estas alturas una promesa de renovación auténtica. Son indudables sus dotes políticas, un cierto carisma suyo entre los amantes del populismo y una afición al trabajo que no le excusa de presentarse siempre como el poseedor de la verdad. Pero el fraguismo se inscribe hoy en los anales de la arqueología política. Y quienes siguen jugando con esa fórmula muestran que no son capaces de recuperarse de uno de los males profundos de la derecha española: su incapacidad para romper con ideas y prejuicios que le impiden convertirse en una opción democrática y moderna.

O sea que ni con Fraga ni sin él encuentran remedio los problemas de AP. Pero la dignidad política del protagonista de este regreso se va a ver muy mermada con su retorno a casa a través del tinglado autonómico. Fraga es el peor candidato posible a la hora de imaginar nada que quiera combatir el centralismo: es la encarnación misma de ese centralismo. Y si continúa siendo mi reclamo considerable para varios millones de votos conservadores, es un estorbo definitivo para la recuperación del centro del electorado.