10 febrero 2006

Mantuvo un enfrentamiento en 'El Programa de Ana Rosa' con el periodista de EL MUNDO Melchor Miralles

Amedo reaparece con un libro en el que reconoce que Pedro J. Ramírez le pagó 30 millones de pesetas a cambio de su confesión en el caso GAL

Hechos

El 10.02.2006 el diario EL PAÍS se hizo eco de la aparición del libro ‘La Conspiración’ de José Amedo en el que acusaba a D. Baltasar Garzón y D. Pedro J. Ramírez.

Lecturas

El policía D. José Amedo Fouce, condenado por su participación en la trama de los GAL (la ‘guerra sucia’ contra ETA) fue uno de los testigos claves para inculpar a la cúpula de Interior en el juicio de los GAL por el que fue condenado en 1998 el ex ministro de Interior, D. José Barrionuevo Peña y el ex secretario de Estado D. Rafael Vera (ambos del PSOE).

En el año 2006 publicó un libro en el que, sin negar su participación de estos ni la suya propia en los GAL, relataba como su confesión fue pactada y orquestada por el juez D. Baltasar Garzón y el periodista D. Pedro J. Ramírez, y con el objetivo claro y declarado de perjudicar al PSOE y beneficiar al Partido Popular, partido cuyo secretario general D. Francisco Álvarez Cascos, estaba al tanto de toda la gestión de su ‘confesión’  bajo la promesa de indultarles, cosa que se produjo unos meses después de la sentencia. Además, también asegura que a cambio de su ‘confesión’ el periodista D. Pedro J. Ramírez le pagó 30 millones de pesetas.

MELCHOR MIRALLES: «¡NO ES VERDAD, PERO AUNQUE LO FUERA LOS HECHOS SON LOS HECHOS!».

En ‘El Programa de Ana Rosa’ de TELECINCO su conductora, Dña. Ana Rosa Quintana juntó a D. José Amedo Fouce y a D. Melchor Miralles, directivo de EL MUNDO que fue, precisamente, quien en 1994 publicó la confesión del Sr. Amedo. El Sr. Amedo se ratificó en que D. Pedro J. Ramírez le pagó a cambio de su confesión mientras que el Sr. Miralles lo negó peroa aseguro que aunque fuera verdad eso no quitaba que los hechos relatados por Amedo en su confesión eran igualmente veraces.

14 Febrero 2006

Carta de Rafael Vera

Rafael Vera

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Son las tres y media de la madrugada del domingo. No concilio el sueño, como cada día me viene sucediendo desde que entré en prisión, que en este mes de febrero hará un año. He leído ese brevísimo resumen del pasado viernes, que publicaba su periódico, del libro en el que relata José Amedo los orígenes del caso Marey, y de todo lo que se desencadenó a continuación por los celos y rencores de un juez, al que unos pocos, entre los que yo me encuentro, llevamos al «estrellato».

No hay nada nuevo en lo que he leído, y me temo que para muchos de sus lectores, tampoco.

Lo que ahí se cuenta es la verdad, que en su día ya se conoció, pero entonces la inmensa mayoría de la opinión pública miraba para otro lado. Unos, porque aquellos escándalos beneficiaban la alternancia, y por ende colocaban en el poder al Partido Popular, al que apoyaban. Otros, porque, tratándose de la justicia, y de los jueces, la crítica estaba fuera de lugar. El Estado de derecho, y la frágil división de poderes, peligraría. El resto de los autistas, porque querían ajustar cuentas con el Gobierno de Felipe González, y especialmente con algunos de sus ministros.

He empezado a escuchar en alguna tertulia los tópicos de siempre, frases como las siguientes: «Esta denuncia que la hagan en el juzgado de guardia», «¿Qué crédito tiene un señor como Amedo»?, «¿Qué perseguirá este señor con esta historia 12 años después?». En su día se presentaron recusaciones y denuncias que se rechazaron, pero que dieron lugar después a cambios legales de gran calado para salvaguardia de los que pudieran resultar afectados por casos similares a partir de entonces. Se escucharon cintas grabadas, y entrevistas que confirmaban lo que ahora leemos, y se adjudicaron sin rubor a ese «cuerpo vivo» que todavía hoy y para algunos habita entre nosotros y que se llamaba GAL. En cambio, se concedió crédito ilimitado a todo lo que se decía y se publicaba en un totum revolutum que estremecía en torno a la guerra sucia y a sus mentores, y el señor Amedo fue alabado por aquellos que lo utilizaron de una forma canallesca.

Luego vendría, para ensuciarlo todo más, lo de los «fondos reservados». Esto sí era grave, porque lo de robar estaba peor visto que el secuestro y el crimen de Estado. Más informaciones escandalosas, por cierto, procedentes también del mismo Juzgado Central de Instrucción: cuentas en Suiza, en Andorra, en la isla de Man. Noticias que se iban deshaciendo como un azucarillo en agua, pero que dejaban una estela pestilente. El juicio, la condena sin pruebas, la cárcel para mí y el embargo para mi familia, sin consideración alguna, y con el estribillo del «castigo ejemplar». Un magistrado del Supremo falsifica su testimonio en el juicio, otro firma el rechazo de la casación y los recibos de los fondos, y otros muchos jueces y fiscales miran para otro lado ante las denuncias públicas de unos pocos amigos de la vida política. Todavía estoy esperando esas querellas por falsedad en el juzgado de guardia que las tertulias tanto reclaman, porque las que algún particular presentó en su día se archivaron. ¿Cuántos favores y dinero y cuántas falsas informaciones habrá empleado Pedro J. Ramírez en esta operación para encarcelarme?.

11 Febrero 2006

El último... cuento chino

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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No podía esperarse otra cosa de un personaje tan turbio como José Amedo, condenado primero a 108 años de cárcel por seis delitos de asesinato frustrado y luego a nueve años por el secuestro de Segundo Marey. Podía suponerse sin un exceso de imaginación que Amedo iba a intentar sacar unos cuartos con el relato de la manida y fabulada historia de la conspiración contra Felipe González, publicado por una editorial marginal. Lo que llama la atención es que esta falsa mercancía fuera dada por buena por un diario como EL PAÍS, que dedicó ayer su portada y dos páginas a contar las patrañas del antiguo subcomisario.

El director de EL MUNDO ya relató con detalle en su libro Amarga victoria, recientemente reeditado, las circunstancias que rodearon la divulgación a través de este periódico de las confesiones judiciales de Amedo y Domínguez en 1994. A esta versión nos remitimos.

Es radicalmente falso, por tanto, que el director o la empresa editora de EL MUNDO pagara a Amedo 30 millones de pesetas de las de entonces por unas confesiones que, antes o después, iban a ser públicas. Por otro lado, si la historia que ahora cuenta Amedo fuera verdad, alguien le habría pagado una considerable suma de dinero por ella sin esperar 12 años.

Anticipándonos a la perogrullada de por qué no le damos crédito ahora a Amedo y sí entonces, hay que recordar que la implicación de la cúpula de Interior con los GAL ha quedado judicialmente probada en las sentencias firmes del Supremo por el secuestro de Marey, los asesinatos de Lasa y Zabala o el caso de los fondos reservados.

Las páginas que publicaba ayer EL PAÍS pretendían inducir al lector a sacar la conclusión de que hubo una conspiración política, periodística y judicial para derribar a González. Los hechos sucedieron de otro modo y el felipismo cayó por la corrupción y sus graves abusos.

Es evidente que el diario gubernamental intenta resucitar ahora ese fantasma de la conspiración no sólo para apaciguar la mala conciencia por su indigno silencio de entonces sino, sobre todo, para extrapolar lo que sucedió en el pasado sobre el presente.Lo que pretende EL PAÍS, en suma, es presentar al actual Gobierno como víctima de nuevas conspiraciones para evitar que se focalice el análisis sobre los errores que está cometiendo Zapatero. En todo caso, si de lo que se trata es de volver a hablar de los GAL, pocos asuntos pueden ser tan interesantes como seguir averiguando las complicidades que arroparon al «señor X» en esa trama criminal.

Ni Amedo ni EL PAÍS van a convencer a los ciudadanos de que quienes secuestraron a Marey eran periodistas de EL MUNDO, de que quienes dispararon contra Lasa y Zabala eran jueces de la Audiencia Nacional o de que quienes pusieron la bomba al objetor García Goena eran dirigentes del PP. La verdad ya ha sido escrita por los jueces. Lo demás son cuentos chinos.