17 diciembre 2001
El presidente Sampairo anuncia elecciones legislativas para marzo de 2002, en las que el Partido Socialista medirá sus fuerzas con el derechista Partido Social Demócrata
Antonio Guterres dimite como primer ministro de Portugal tras la derrota socialista en las elecciones municipales
Hechos
El 17.12.2001 el primer ministro de Portugal, Antonio Guterres, del Partido Socialista, anunció su dimisión.
18 Diciembre 2001
Honrado Guterres
La honradez política no es una especie abundante. António Guterres dio ayer toda una lección al presentar su dimisión como primer ministro tras la aplastante derrota sufrida en las elecciones municipales del domingo por los socialistas, y en general, por la izquierda portuguesa. Guterres había separado claramente las municipales del mandato nacional, en el que se encontraba a mitad de recorrido y a sólo un escaño de la mayoría absoluta. El equilibrio parlamentario no ha cambiado, pero los socialistas han perdido Lisboa -por vez primera desde la restauración de la democracia-, Oporto y otras ciudades importantes, al tiempo que los comunistas eran derrotados en algunos de sus feudos tradicionales. La débacle ha sido tal, que Guterres ha sentido que era su ‘deber hacia Portugal evitar el empantanamiento político’.
Después de seis años de hegemonía socialista, que empezó a apuntarse en las municipales de 1991, Portugal parece haber entrado en un nuevo ciclo político. Tras aceptar la dimisión de Guterres, le corresponde ahora al presidente, Jorge Sampaio, encargar la formación de un nuevo Gobierno o, como parece más factible, disolver el Parlamento y convocar elecciones generales para febrero o marzo.
El mayor legado de esta etapa de Gobierno socialista ha sido la instauración de un ingreso mínimo familiar garantizado por el Estado. Pero la economía va floja, Portugal es el país con mayor inflación de la UE, y todas las reformas prometidas en materia de sanidad, fiscalidad (que las empresas han socavado) o justicia siguen pendientes. Los electores han pasado factura, votando por el centro-derecha, formado por el Partido Socialdemócrata (PSD, liberal pese a su nombre) y el Popular. Algunos propugnan en su seno la recomposición de la Alianza Democrática del fallecido Sa Carneiro, pero los recelos y divisiones apuntan a que irán por separado. El candidato central es el presidente del PSD, Durao Barroso, aunque tendrá que competir en popularidad con Pedro Santana Lopez, tras haber arrasado en Lisboa con un programa radical.
El actual presidente de la Internacional Socialista no parece dispuesto a volver a encabezar la candidatura de su partido, salvo que éste, con las familias internas enfrentadas, no encuentre otra salida. El mejor candidato socialista alternativo sería, probablemente, António Vitorino, actual comisario en Bruselas encargado del impulso de una política común de justicia, seguridad e inmigración. Su eventual abandono de Bruselas dejaría un hueco difícil de llenar.
Que la dimisión de Guterres esté justificada no quita para que llegue en mal momento, cuando Portugal se encuentra, como otros 11 países, en vísperas de instaurar el euro como moneda única. La cumbre ibérica, prevista para el jueves, se ha suspendido. Unas elecciones anticipadas convierten el semestre de presidencia española de la UE en una carrera electoral, al sumarse a las francesas de mayo y junio; a las de Irlanda, y, en otoño, a las alemanas. Además, con Guterres, Aznar puede perder un aliado próximo.
El varapalo electoral en las municipales portuguesas refleja también la crisis en la que está sumida la izquierda europea, que había teñido el mapa de la UE de rosa. De dominar aplastantemente el Consejo Europeo, va perdiendo terreno día a día: Italia, Dinamarca, ahora Portugal, y la gran incógnita francesa en el aire, son elementos de un cambio pendular hacia la derecha. La familia socialista europea no ha sabido aprovechar la coyuntura. Ha llevado a la mayor parte de la UE al euro, meta que había fijado la anterior generación en el poder. Pero no ha sabido aportar algo propio a la gobernación no ya de sus países, sino de esa dimensión fundamental que es Europa.
El Análisis
La política portuguesa vivió en diciembre de 2001 un giro inesperado con la dimisión de Antonio Guterres, primer ministro socialista desde 1995. Su renuncia, aunque presentada como un gesto de responsabilidad personal, tiene lecturas mucho más profundas: supone el final de un ciclo que comenzó con la llegada del socialismo al poder tras una década de hegemonía de la derecha y que ahora se ve erosionado por la pérdida de confianza ciudadana, la fragmentación interna y una creciente sensación de desgaste gubernamental.
Guterres había llegado a la jefatura del Gobierno con un aura de renovación, prometiendo un socialismo moderado, europeísta y comprometido con la modernización del país. Durante sus mandatos, Portugal consolidó su integración en la Unión Europea y en el euro, mantuvo un crecimiento económico notable en la segunda mitad de los noventa y trató de mejorar el sistema educativo y las infraestructuras. Pero ese balance positivo se fue enturbiando en los últimos años: el freno económico, los problemas de déficit y el creciente malestar social por la percepción de que las promesas de igualdad y cohesión no se traducían en resultados palpables debilitaron su liderazgo.
El golpe definitivo llegó en las elecciones locales de diciembre de 2001, donde el Partido Socialista sufrió una dura derrota. Guterres interpretó los resultados como un referéndum contra su gobierno y asumió la responsabilidad con una dimisión inmediata. Se marchaba, según sus propias palabras, para evitar que “el país cayera en un pantano político”. Su salida abre la puerta a un nuevo ciclo político en el que el centro-derecha, bajo el liderazgo del socialdemócrata José Manuel Durão Barroso, asoma como alternativa clara.
El legado de Guterres es, por tanto, ambivalente: un político dialogante, europeísta y con una visión de modernidad que reforzó la posición de Portugal en el exterior, pero incapaz de sostener la confianza interna ante los reveses económicos y políticos. Su dimisión, más que un fracaso personal, refleja la dificultad de consolidar un proyecto progresista estable en un país donde el péndulo entre socialistas y socialdemócratas ha marcado, desde 1976, el pulso de la democracia.
J. F. Lamata