17 abril 2016

Otegi mantuvo su política de no condenar los asesinatos de ETA y limitarse a expresar su deseo y su convicción de los terroristas no volverían a matar

Arnaldo Otegi concede una entrevista profunda a Jordi Évole en LA SEXTA como trampolín para su candidatura a lehendakari para liderar la independencia

Hechos

El 17.04.2016 LA SEXTA (Atresmedia) emitió una entrevista a Arnaldo Otegi realizada por D. Jordi Évole en el programa ‘Salvados’.

Lecturas

El 17 de abril de 2016 el programa ‘Salvados’ que presenta D. Jordi Évole Requena para La Sexta de Atresmedia publica una amplia entrevista al líder del grupo político EH Bildu D. Arnaldo Otegi Mondragón. Es la segunda entrevista en ese programa al controvertido político condenado por pertenencia a ETA. Mientras que la entrevista anterior (14 de junio de 2009) pretendía ser más jocosa (aún el Sr. Évole Requena hacía el papel de ‘el follonero’), ahora se buscó una entrevista seria y profunda buscando dar el perfil más humano posible para el Sr. Otegi Mondragón.

La entrevista viene en buen momento para el Sr. Otegi que aspira a ser candidato a lehendakari en las próximas elecciones autonómicas vascas del 25 de septiembre de 2016, por lo que insiste en ella en su gran contribución al fin de la violencia de ETA.

Sobre la entrevista se escriben numerosos artículso en prensa, la mayoría críticos con el Sr. Otegi, pero algunos también con el entrevistador como los de Dña. Isabel San Sebastián o el de D. Ramón Pérez Maura.

La Junta Electoral zanjará el tema de la candidatura del Sr. Otegi Mondragón el 24 de agosto de 2016 al sentenciar que no puede ser candidato en las elecciones autonómicas vascas de septiembre por considerar vigente su inhabilitación. Igualmente EH Bildu le presentará como su cabeza de cartel y candidato a lehendakari, aunque no figure en sus listas.

18 Abril 2016

Entrevistar a Otegi

Jordi Évole

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Si a estas alturas un periodista no puede sentarse y preguntar a alguien como el dirigente vasco, apaga y vámonos

No es la primera vez que me pasa, pero no por eso dejo de alucinar. La cantidad de individuos que han opinado sin ver un solo minuto de la entrevista que le hemos hecho a Arnaldo Otegi. Y sin verla, han presupuesto que le íbamos a hacer un homenaje, o que íbamos a ignorar a las víctimas del terrorismo de ETA, o que no nos atreveríamos a sacar el tema de las torturas policiales. Ninguno de ellos ha esperado a ver la entrevista para comprobar como Otegi ha tenido que escuchar los mensajes que le han dirigido tanto Sara como Aitziber, hijas de los asesinados por ETA Fernando Buesa y José Luis López de Lacalle. Palabras en ambos casos pronunciadas desde el dolor y la emoción contenida pero sin rencor, con una dignidad que solo puede despertar admiración.

Tampoco han esperado para comprobar como Otegi ha tenido que opinar sobre capítulos de la negrísima historia de ETA, como el atentado de Hipercor, el asesinato de Miguel Ángel Blanco o los coches bomba que lanzaban contra casas cuartel donde había niños, familias… y guardias civiles.

Tampoco han esperado a ver como un exconcejal del PP de Errenteria no tenía reparos en condenar las torturas (en algunos casos con resultado de muerte) que se produjeron en comisarías de Euskadi.

Y tampoco han esperado a observar como a pesar de tanto dolor, y sin necesidad de borrar el pasado, hay mucha gente que ha trabajado para llegar a la situación de paz actual y mira al futuro con ilusión.

Todos esos que han opinado sin ver son los que intentan amedrentarnos para que no nos salgamos del carril. De su carril. No os esforcéis. No lo vais a conseguir. Por más que os empeñéis, y por más que intentéis difamarnos, no dejaremos de abordar ningún tema por miedo a lo que vayáis a decir de nosotros. Y evidentemente, muchas veces nos equivocaremos. Pero sería mayor equivocación ceder ante los que hacéis del pensamiento único vuestra bandera.

RESPETAR Y SER RESPETADO

De Arnaldo Otegi se puede estar en las antípodas ideológicas. Pero eso no quita para que se le pueda hacer una entrevista. Algunos dicen que es intolerable. Yo respeto a quien descarta hacerlo. Solo pido lo mismo para los que sí queremos. Porque si a estas alturas un periodista no puede sentarse y preguntar a alguien como Arnaldo Otegi, apaga y vámonos. Y si estoy escribiendo esto en el año 2016, igual es que hemos ido para atrás en lo que a libertades se refiere. Los que hemos tenido la suerte de mamar el periodismo de gente como Martí Gómez, Vinader o Gabilondo, ya no tenemos remedio. Lo siento. Seguiremos haciendo este tipo de entrevistas. Le pese a quien le pese. Y si eso molesta a los que sin ver un solo minuto de entrevista ya tenían una opinión formada, pues mala suerte. No llegamos hasta aquí para gustar a todos. Es lo que hay.

18 Abril 2016

Dios da la vida, yo la quito

Rubén Amón

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Otegi convierte la entrevista en 'Salvados' en un ejercicio de providencialismo y de victimismo

Dios da la vida, yo la quito. He aquí uno de los aforismos más despiadados del capo corleonés Leoluca Bagarella. Y el mensaje implícito de Arnaldo Otegi en su entrevista a Jordi Évole. No ya porque amenazara con volver a ponerse el pasamontañas si le tocan las pelotas, sino porque sus declaraciones ubicaban al proto-lehendakari en el fiel de la balanza del juicio universal: quién debe morir y quién no, cuándo morir y hasta cuándo, por qué motivos hacerlo y en qué momentos procede indultarnos.

Otegi no se arrepiente ni piensa hacerlo. Es la manera de remarcar su coherencia y de reflejar el relato progresivo del soberanismo. El terrorismo fue doloroso y necesario en la narrativa hacia la libertad, aunque Arnaldo Otegi admitía que sobraron algunos cadáveres. Los currantes de Hipercor, los niños, los humildes, el paseante accidental.

Semejante consideración implica que otras víctimas se lo tenían merecido por haberse equivocado de calle, de coche o de profesión. Guardias civiles, ertzainas, policías nacionales, jueces, periodistas, políticos, forman parte del sacrificio ejemplar que requería el sueño de la independencia vasca. Se lo buscaron por llevar uniforme o por discrepar. Muertos impropios y muertos necesarios, sobrentendía el mensaje de Otegi, otra vez complacido en el homenaje al lenguaje vengador de Bagarella.

Es la perspectiva delirante desde la que el mesías abertzale comparaba el dolor que sintió con la muerte de su madre —recibió la noticia en prisión— con el desconsuelo de las víctimas del terrorismo. Muertos todos, es verdad, por los siglos de los siglos, aunque esta amalgama de duelos y plañideras exige recordarle que la muerte natural no equivale a la brutalidad de proporcionarla con un coche bomba.

Ha sido oportuna la entrevista de Jordi Évole. Que el periodista tuviera una actitud cordial no significa que eludiera las preguntas necesarias. Ni que incurriera en un ejercicio de propaganda. Las respuestas hicieron de Otegi su propio autorretrato. Lo identificaron como un manipulador de las vidas ajenas y de semántica. Desnudaron su descaro victimista. Acaso le faltó decir a Évole: «Si quieres, puedes llamarme Madiba», exagerando como exagera Otegi su condición de epígono de Mandela.

Otegi está convencido de que la entrevista es un magnífico argumento precursor de su campaña política. Y que sus convicciones pueden sintonizar con la sensibilidad de muchos votantes. El escarmiento estribaría en demostrarle que la sociedad vasca abjura de quien se marchó a la playa el día que sus compadres ejecutaron a Miguel Ángel Blanco.

18 Abril 2016

Otegi

Javier Pérez de Albéniz

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“El día del asesinato de Miguel Ángel Blanco estaba en la playa, como un día normal”, dijo Arnaldo Otegi en “Salvados”. No tiene que ser fácil ser Otegi. Como no debe ser fácil entrevistar a Otegi. Como sin duda no es fácil escuchar a Otegi. Pero la democracia tiene estas cosas. Jordi Évole entrevista a Otegi en La Sexta, y es periodismo. Información, nada que ver con esa “apología del terrorismo” que advierte la caverna. Un trabajo bien hecho, puesto que muestra al actual Otegi: un hombre consumido por las contradicciones, que se resiste a abandonar el pasado, que quiere dibujar un futuro optimista, que no acierta a arrepentirse, a pedir perdón, a reconocer el daño causado.

El terrorismo para Otegi es “algo que ha ocurrido”. Una frase de una necedad insoportable que me recuerda, salvando las distancias, al “esa persona que usted dice” de Rajoy. Tipos que se dedican a la política, pero que no son capaces de coger al toro por los cuernos, y exigen a los demás lo que no son capaces de ofrecer. Tipos que intentan justificar lo injustificable.

Arnaldo Otegi ha contribuido al final de ETA, y seguramente ha cumplido una condena injusta de más de seis años de cárcel. Pero Otegi colaboró con ETA, y aún hoy justifica a la banda terrorista. Un callejón sin salida.

Da la sensación de que Otegi ha perdido una gran ocasión para reconocer el dolor causado. Una excelente ocasión para, sin necesidad de humillarse, humanizarse y pedir perdón. Debió hacerlo con contundencia, con autoridad, sin dejar una sola duda de su arrepentimiento. Sin humillarse, insisto, pero sin dejar margen para la duda. Y después pedir el acercamiento de presos, y la independencia de Euskadi, y todo lo demás.

¿Una oportunidad perdida? Seguramente. Pero todos sabemos que esto no iba a ser fácil. Entrevistar a Otegi, digo. Y todo lo demás.

19 Abril 2016

La furcia está de nuevo en celo

Ramón Pérez Maura

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Sólo le faltó apostillar que la culpa de los asesinatos de ETA era de las víctimas

Atresmedia es ese grupo de medios de comunicación en el que algunas de las personas que cuentan con más favores en La Moncloa tienen una posición de altísima responsabilidad. Supongo que no es necesario recordar cómo el Gobierno Rajoy permitió la salvación de La Sexta (que estaba quebrada) y, no contento con eso, aceptó la entrega de la línea editorial del grupo de Lara a la izquierda postzapaterista. Es inevitable evocar dónde está este grupo mediático después de ver a posteriori (y por obligación, no haya lugar a equívoco) la entrevista hagiográfica que se emitió el domingo en primetime con Arnaldo Otegui. Su autor, Jordi Évole, ha descalificado las críticas recibidas por parte de personas que no habían visto el programa. Que no me incluya en ese número. Haciendo un enorme esfuerzo me he bajado en la tableta la jabonosa conversación que tiene la habilidad de todos conocida en Évole: Plantear algunas preguntas que podrían parecer incómodas, pero a las que Otegui responde como si supiera desde la víspera exactamente qué le iban a preguntar. Porque nada había que pudiera sorprenderle o incomodarle.

El programa se graba junto a la chimenea en el acogedor Caserío de Txillarre, donde tantas veces se reunieron Otegui y Jesús Eguiguren. Eguiguren fue aquel presidente del socialismo vasco que denunció la última detención y condena de Otegui y que ahora es reivindicado por el propio Otegui, lo que dice mucho de en qué manos ha estado el socilismo vasco durante décadas.

Évole da a Otegui la posibilidad de reivindicar su actuación y pensamiento. Es increíble escuchar a alguien a estas alturas ensalzar la vía vietnamita, la argelina o la cubana sin que el periodista le pregunte a qué han llevado esos regímenes políticos más que a la miseria total. Es vomitivo que Otegui hable de que lamenta el atentado de Hipercor «porque murió gente trabajadora». O sea, que si hubieran matado gente «no trabajadora» –sea lo que sea lo que eso signifique– no le parecería mal. Y, por lo demás, ¿a quién esperaban que matara una bomba en Hipercor? ¿A una concentración de multimillonarios jugando a hacer un poco de economía en su compra semanal? Como todo eso no basta, Otegui se permite decir a todos los españoles que el Estado preferiría que ETA siga matando. Sólo le faltó apostillar que en realidad la culpa de los asesinatos de ETA era de las víctimas. Y aunque no lo dijo, se entendió. ¿Qué objetivo editorial tiene por parte de Atresmedia esta iniciativa? ¿Creen que ante la decadencia de los batasunos en las encuestas hay que relanzar ese partido? ¿No le basta a este grupo mediático con haber engendrado a Podemos desde sus pantallas? ¿De verdad necesita Planeta ser protagonista de la salvación de los batasunos? Como decía Bertol Brecht en su «La resistible ascensión de Arturo Ui», la furcia que parió a la bestia está de nuevo en celo.

20 Abril 2017

Periodismo de sentimientos

José Ignacio Torreblanca Payá

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Arnaldo Otegi está tan lejos de entenderse a sí mismo que no hay empatía que pueda traerlo de vuelta

Es difícil no sentirse atraído por el mal. La violencia desafía nuestro entendimiento de nosotros mismos como sujetos morales y plantea cuestiones de enorme relevancia sobre nuestra especie. Intentar entender el mal es obligatorio. Pero como demostró la entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegi del pasado domingo, la necesidad de intentarlo dista de garantizar por sí el éxito de la empresa.

Frente a la tentación de entender el mal como extrínseco a la naturaleza humana, Hannah Arendt nos advirtió de que detrás de la maldad había seres humanos normales y corrientes. Su constatación sobre la banalidad del mal ha convertido su Eichmann en Jerusalén en un manual de campo imprescindible para todo el que quiera acercarse al problema. Que los perpetradores de las más crueles atrocidades son al mismo tiempo capaces de albergar y conmoverse con sentimientos parecidos a los que albergan sus víctimas es algo ya sabido. Descubrir esa contradicción entre la frialdad con la que el perpetrador justifica sus crímenes y su aparente humanidad, y hacerlo al lado del fuego de la chimenea, mirándose a los ojos y en un día lluvioso no es ningún hallazgo periodístico.

Se critica a Évole porque inquieta que su cercanía física y la indagación en los sentimientos de Otegi pudiera abrir la vía a la comprensión de la persona y su causa. Pero es una crítica injusta. Como todos los que precedieron a Évole en empeños similares, la impresión que domina en él es la perplejidad ante el océano de inconsciencia moral que separa al perpetrador de sus víctimas. Otegi está tan lejos de entenderse a sí mismo que no hay empatía que pueda traerlo de vuelta. Porque la raíz del problema no está en Otegi, sino en algo que sobrevoló toda la entrevista sin que Évole se percatara: la existencia de una ideología que celebra la identidad hasta el punto de lograr que, en una democracia, personas normales se consideraran legitimados para matar en su nombre a otras personas normales. Ese océano que separa a un Évole tan cercano de un Otegi tan lejano es en el que naufraga el periodismo de sentimientos.

21 Abril 2016

Jordi y Otegi

Luis Alegre Saz

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Siempre me ha atraído hurgar en el absurdo del fanatismo, sobre todo de aquel que arropa la barbarie

Jordi Évole, con Otegi, fue un poco más allá. Salvados nos ha acostumbrado a momentos televisivos muy especiales. Pero este ha sido uno de los más especiales.

El entrevistado ya no me podía interesar menos. Pero tampoco más. Arnaldo Otegi simboliza la máxima complicidad con los responsables de la gran pesadilla colectiva de la España de las últimas décadas y me apetece saber qué pasa en el cerebro de seres como él. Siempre me ha atraído hurgar en el absurdo del fanatismo, sobre todo de aquel que arropa la barbarie. No es preciso ser un genio para advertir que la intolerancia –la ideológica, la religiosa, la nacionalista, la del dinero- y los grandes psicópatas andan detrás de buena parte de las catástrofes de la humanidad; Francisco Franco y ETA, esa mafia, son un buen ejemplo. El anonimato de las redes sociales ha desatado, por cierto, otra clase de histeria: antes, incluso, de la emisión de la entrevista, algunos descerebrados amenazaron de muerte a Évole. Pero eran pocos y cobardes.

Jordi empleó el tono perfecto para que Otegi se sintiera, más o menos, cómodo y descubriera, sin complejos, sus miserias: la siniestra ambigüedad, el patético victimismo, la ridícula fragilidad intelectual, política y moral, la empatía impostada o la impermeabilidad, apenas camuflada, al dolor de los que, por no pensar como él, han sufrido lo insufrible. Escalofriante cinismo, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro. Teatro, puro teatro. Me pareció un pobre diablo, un tipo con una mirada completamente retorcida sobre el mundo, alguien que, en algún instante de su vida, metió la pata hasta el fondo, ya no fue capaz de sacarla y nunca va a reparar del todo en su infinita torpeza.

22 Abril 2016

Entrevista con el asesino

Isabel San Sebastián

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«El "cese de la violencia" sí ha tenido un precio político pagado en impunidad, presencia en las instituciones y humillación en las víctimas»

¿Se debe entrevistar a un terrorista? Exactamente igual que a un genocida, un atracador de bancos, un violador o un asesino. ¿Es ético hacerlo? Depende. Si la conversación se plantea como un acta de acusación basada en hechos contrastados, destinada a poner al desnudo la miseria moral del personaje, puede resultar no solo lícita, sino tremendamente útil desde el punto de vista del derecho a la información que asiste a los ciudadanos. Si, por el contrario, el entrevistador se limita a formular preguntas supuestamente «objetivas» y aceptar respuestas falsarias, sin rebatir afirmaciones encaminadas a legitimar centenares de crímenes, entonces nos alejamos del ejercicio periodístico para adentrarnos en otro terreno. El del colegueo, la justificación, la equidistancia o simplemente el todo vale con tal de subir la audiencia. En cualquier caso, un terreno pantanoso hecho de sangre y barro.

Aguanté la entrevista de Jordi Évole al etarra Arnaldo Otegi, emitida el domingo por la Sexta, hasta que el dirigente de la organización terrorista culpó directamente a la Guardia Civil de haber dejado morir a los niños asesinados en los cuarteles por no atender la exigencia de la banda de «sacar de allí a las familias». Mi estómago no dio para más. A esas alturas de la amable charla el entrevistado ya había acusado a la Benemérita de practicar habitualmente la tortura, no solo con la anuencia tácita del periodista, sino con el respaldo de un concejal del PP vasco, sí, del mismo PP en el que militaron Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco y tantos otros asesinados, que decía «entender por ello muchas cosas», en referencia a los crímenes de ETA. Hasta donde yo sé, el partido a estas horas todavía no lo ha expulsado.

Aguanté, conteniendo a duras penas las ganas de vomitar, el discurso chulesco del terrorista, negándose a condenar la sanguinaria trayectoria de sus compañeros de armas, sin que el complaciente interrogador diese por concluido el encuentro ni siquiera tuviese a bien manifestar su repulsa. Claro que si el Ministerio Fiscal, el de Interior, la Abogacía del Estado y demás órganos competentes no hacen nada para impedir que Amaiur o Bildu sean legales, a pesar de incumplir flagrantemente las condiciones impuestas por la Ley de Partidos, ¿quién es un comunicador de televisión para escandalizarse porque un miembro de ETA rehúse censurar a sus correligionarios? Aquí está claro que los sicarios del hacha y la serpiente han pasado a formar parte del paisaje con total naturalidad, porque ya no empuñan la pistola. Ya no matan. Y ese «cese definitivo de la violencia» sí ha tenido un precio político, por mucho que lo nieguen Zapatero y Rajoy. Un precio altísimo pagado en forma de impunidad, presencia en las instituciones y humillación gratuita a las víctimas.

Arnaldo Otegi «superstar» entró en campaña el domingo con un macro-mitin televisado ante un millón y medio de espectadores. Un verdadero regalo en términos propagandísticos. En breve se celebrarán en el País Vasco unas elecciones a las que el secuestrador de Gabi Cisneros concurrirá en calidad de candidato a lendakari, me inclino a pensar que sin necesidad de testaferros, pese a estar inhabilitado. Es tan evidente el desarme moral del Estado como consecuencia del «proceso de paz», tan patente la voluntad de entendimiento entre su gente y la de Iglesias, que ni siquiera tendrán que molestarse en disimular. ¿Para qué? No hay nada que no traguemos.

24 Abril 2016

El club de las ideas muertas

Lluís Bassets

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Otegi no puede rechazar el pasado de violencia política de ETA porque deriva del mito de la liberación nacional vasca

Hay gente que ama las ideas muertas, conceptos que han fracasado o ya no funcionan, pero siguen siendo útiles para obtener la adhesión de los ciudadanos y como consecuencia el poder. Moisés Naím lo ha contado en su libro Repensar el mundo (Debate), y en concreto en el capítulo ¿Qué es la necrofilia ideológica? Hay ideas, en efecto, que son auténticos zombies. Fueron concebidas para unas épocas y circunstancias que ya no existen o en todo caso no son las nuestras, y seguimos utilizándolos como si estuvieran vivas y coleando.

Las ideas muertas tienen sus clubes exclusivos, partidos a derecha e izquierda, nacionalistas o antinacionalistas, que no podrían vivir sin ellas. Entre ellas algunas son además mortíferas, es decir, pueden desbordar el pensamiento y la palabra hasta convertirse en acciones con consecuencias letales. No hay idea muerta más peligrosa que la de la utilidad y moralidad de la violencia política en defensa de una causa pretendidamente justa. La historia del terrorífico siglo XX constituye una demostración de sus efectos en la difusión del dolor y de la muerte sin conseguir ninguno de los objetivos que sus apóstoles propugnaban. También la desgraciada y nefasta peripecia del terrorismo europeo, desde las Brigadas Rojas hasta ETA.

En democracia no basta con arrumbar esa idea muerta, como ciertamente ya hemos hecho. No basta con dejar de utilizarla ni siquiera en su forma más estilizada, que es como amenaza o posibilidad de regresión. Estamos ante un zombie radioactivo al que hay que enterrar en lo más hondo de una sima mediante una condena abierta y clara, sin vacilaciones ni reservas mentales, al igual que condenamos las atrocidades del nazismo, el estalinismo o el colonialismo. Hay razones morales para hacerlo, que quede claro. Pero también las hay políticas. Esa idea muerta y mortífera, además de moralmente repugnante, ha servido para lo contrario de lo que se proponía, y en vez de liberar ha esclavizado, asesinado en vez de salvar vidas, e incluso empobrecido en vez de dar prosperidad a la gente.

Jordi Évole lleva años buscando a Arnaldo Otegi para que condene la violencia de ETA. Lo intentó en una torpe y breve conversación en 2009, cuando ETA todavía mataba, y lo ha intentado ahora en otra más larga y elaborada, cuando ETA ha dejado las armas y busca revertir su indiscutible derrota como si fuera una victoria escenográfica, que convierta el relato de su pasado en una explicación redentora en la que los terroristas muertos y encarcelados se conviertan en héroes sacrificados por la patria independiente. El principal artífice de esta mentira es Otegi, pero a la vez es también su protagonista. Es difícil saber si Otegi ha mandado mucho en ETA o incluso si es su auténtico jefe —esa fue la única y más importante pregunta que le faltó a la entrevista—, pero es seguro que, debida y fraudulentamente mandelizado, él es el principal instrumento para convertir la derrota efectiva en una victoria al menos simbólica o narrativa.

La prueba de que eso es así es su persistente negativa a condenar el pasado de violencia de ETA, con falaces y autoindulgentes argumentos que se emboscan en la simetría, la falta de condena recíproca, el sufrimiento de los presos y sus familias, y por supuesto el terrorismo de Estado. Hay un momento, especialmente esclarecedor, en el que Otegi le pide a Évole que entienda la violencia en el contexto histórico de los años 50 y 60, en el momento de las luchas de los pueblos coloniales por su emancipación. Y es esclarecedor porque ahí asoman, agazapadas, las auténticas ideas muertas que pueblan la mente de los abertzales y de sus admiradores y amigos.

A quienes pertenecen al club de las ideas muertas hay que decirles cuatro cosas bien claras. Euskadi, Cataluña y Galicia no son naciones oprimidas. No hay pueblos colonizados ni territorios ocupados en la Península Ibérica. Nunca en la historia de España han sido más libres Euskadi, Cataluña y Galicia ni más libres y prósperos sus ciudadanos. Nunca sus respectivos autogobiernos habían llegado tan lejos. Nunca sus lenguas han sido más cuidadas y protegidas, sus identidades más reconocidas, sus culturas más apreciadas. (Y aún siendo así, es todavía poco y no hay que bajar la guardia ni dejarse adormecer por los éxitos ya obtenidos).

Nada de lo que tenga que ver con el derecho de autodeterminación, con la emancipación de los pueblos oprimidos y con la descolonización, sirve para las nacionalidades históricas españolas. El problema español no es de autodeterminación, sino de perfeccionamiento de la democracia, y en el caso catalán de resolución del contencioso surgido de la reforma del Estatut de 2006 y de la sentencia del Constitucional que lo enmienda. Y esto solo se hace con diálogo, democracia y pactos, no con el regreso de una idea muerta, utilizada por última vez tras una guerra civil en la secesión de Sudán del Sur, uno de los países más pobres y violentos del planeta.