30 diciembre 1916
Con Nicolás II ocupado con la Primera Guerra Mundial se había extendido la impresión de que era Rasputín quien gobernaba en la sombra
Asesinado el monje y aventurero ruso Grigori Rasputín, con gran influencia en la corte de la zarina Alejandra

Hechos
El 30.12.1916 murió asesinado Grigori Rasputín.
Lecturas
Grigori Yefimovich Novich, llamado Rasputín, debió de tener capacidades visionarias ya de niño. En su juventud trabajó como cochero. Un día llevó a un viajero al monasterio de Verjoturie, un lugar de exilio para monjes heréticos. Muchos de ellos pertenecían a los chlisos, una secta que pretendía hallar un camino hacia Dios a través del éxtasis sexual. Fascinado por esas ideas, Rasputín se quedó allí cuaro meses.
Más tarde se dedicó a las labores agrícolas hasta que tuvo una visión: peregrinó 3.000 kilómetros hasta el monte Athos en Grecia, donde permaneicó dos años. Cuando volvió a su lugar de origen, a 400 kilómetros al este de los Urales, lo rodeaba un aúrea de misterio.
Al llegar a San Petesburgo en 1903, Rasputín se presentó como staretz (monje) y empezó a frecuentar los salones aristocráticos. Aunque siempre iba desaliñado y despedía un hedor que al embajador francés le recordaba ‘el de un macho cabrío’, ejercía una enorme fascinación sobre las mujeres.
Varias aventuras amorosas aumentaron aún más su enigmática fama. Al mismo tiempo predicaba (siguiendo los postulados de los chlisos) que sólo el pecador arrepentido podía encontrar la verdadera salvación. Pero para poder arrepentirse primero había que pecar, y Rasputín exigía ambas cosas.
Dos años más tarde lo recibió el archimandrista Teófantes, confesor de la zarina Alejandra, que estaba muy impresionado por la personalidad del monje. Poco después Rasputín se convirtió en huésped asiduo de las princesas, que en noviembre de 1905 lo introdujeron en el palacio imperial de Zarskoe Selo. Al igual que en los salones, nunca se mostró sumiso en el palacio. Por ejemplo, jamás daba el tratamiento de majestad al zar y a su esposa, sino que les llamaba batiushka y matiushka (padrecito y madrecita) lo que impresionaba enormemente a la zarina Alejandr.a
El motivo de las visitas fue, en un principio la grave enfermedad del príncipe heredero Alexei Nokolaievich. El zarevich, nacido en 1904, sufría fuertes hemorragias internas a la menor contusión. Muchos testigos afirmaban que sólo Rasputín podía detenerlas. Más tarde los contactos entre el palacio imperial y el monje se realizaron a través de una dama de la corte que era confidente de la zarina.
La influencia de Rasputín en la corte de los zares adquirió mayor relevancia política cuando el zar Nicolás II asumió en 1915 el mando supremo del ejército, y Alejandra pasó a encargarse de las tareas representativas de su esposo. Aludiendo a varios reajustes ministeriales del momento, el diputado Vladimir M. Purishkievich declaró ante la Duma el 2 de diciembre de 1916: «Basta con una recomendación de Rasputín para que el ciudadano más miserable desempeñe el cargo más elevado».
Las voces críticas se acumulaban. El monje fue acusado de ser espía de Alemania, y sus dispendiosas fiestas desacreditaron a la corte imperial ante la opinión pública. El primer ministro Alexander Trépov le ofreció doscientos mil rublos para que regresase a Siberia pero esta fracasó
Finalmente la conjura que tuvo éxito fue la del príncipe Félix Yusúpov, en la que también estaban implicados el diputado citado Vladímir Purishkévich, y dos grandes duques, Dmitri Pávlovich y Nicolás Mijáilovich. Yusúpov, Purishkévich y el gran duque Dmitri planearon atraer a Rasputín al palacio de Yusúpov con la excusa de que se reuniría con la esposa de este, la gran duquesa Irina Alexándrovna. Así, a pesar de haber recibido una advertencia previa del peligro el mismo 16 de diciembre, Rasputín se presentó en el palacio poco después de medianoche. Allí Yusúpov lo hizo esperar a la gran duquesa, mientras esta supuestamente atendía a otros invitados, en una estancia del sótano donde le sirvió vino y unos pasteles envenenados con cianuro. Exasperado porque el veneno parecía no hacer efecto, Yusúpov le disparó un tiro con una pistola Browning y lo dejó por muerto mientras se preparaba para salir a deshacerse del cadáver. No obstante, Rasputín había sobrevivido y Purishkévich, después de fallar en dos ocasiones, lo derribó con otros dos disparos y lo remató con un golpe en la sien. Después arrastraron el cuerpo con cadenas de hierro y lo arrojaron al río Nevá, donde fue encontrado el 18 de diciembre.
Sin embargo su muerte no detendría la caída del régimen del Zar Nicolás II y de la monarquía en Rusia con la revolución de marzo de 1917.
El Análisis
La noche del 30 de diciembre de 1916 (calendario juliano: 17 de diciembre), en pleno corazón de Petrogrado, moría asesinado Grigori Yefímovich Rasputín, el oscuro monje siberiano cuya influencia sobre la familia imperial rusa había sido durante años tan comentada como temida. Su muerte —un episodio de sangre, veneno y conspiración casi novelesca— fue celebrada por muchos como el intento desesperado de salvar a la monarquía de su propia decadencia. Pero llegó tarde. Mucho antes de morir el hombre, su leyenda ya había condenado a la dinastía Romanov.
Rasputín fue víctima de una conjura orquestada por nobles rusos, entre ellos el príncipe Yusúpov y el gran duque Dimitri Pávlovich, quienes lo consideraban culpable de la ruina del prestigio del zar Nicolás II. Su influencia sobre la zarina Alejandra, cimentada en su aparente capacidad para aliviar los sufrimientos del heredero hemofílico, le granjeó un poder informal pero real en las decisiones de Estado. Y ello en una Rusia desgarrada por la guerra, la pobreza y el creciente odio hacia un régimen sordo a los clamores del pueblo. Lo mataron —según los propios conspiradores— en un intento por liberar al zarismo de una figura convertida en símbolo de corrupción mística, decadencia moral y ceguera política.
Sin embargo, la muerte del “monje loco” no salvó al Imperio. Por el contrario, fue el último acto de una aristocracia desesperada y desconectada de la realidad. Rasputín, con sus túnicas sucias, sus profecías embriagadas y su magnetismo rústico, se convirtió en una metáfora viva de la descomposición del poder en Rusia. Su asesinato fue noticia mundial no sólo por el personaje en sí, sino porque puso al descubierto la fragilidad del zarismo, la ruptura interna de su élite y la inminencia del colapso. Unos meses después, en febrero de 1917, el trono caería. Rasputín había profetizado que su muerte iría seguida de la de la familia imperial. Y, aunque con tintes supersticiosos, la historia no tardó en darle la razón.
J. F. Lamata