22 noviembre 1989

Asesinado el nuevo presidente de El Líbano, René Moawad, tras apenas 17 días en el cargo

Hechos

  • El 22 de noviembre de 1989, un coche bomba de 250 kg fue detonado al lado de la caravana de René Moawad al oeste de Beirut, que lo mató junto con 23 personas más.

23 Noviembre 1989

Historía interminable

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL ASESINATO ayer de René Moawad, presidente de Líbano desde hacía apenas 17 días, abre de nuevo la vía -tras un paréntesis que se anunciaba prometedor- a la desesperanza y a la tragedia en aquel torturado país. Parece imposible que una situación se deteriore indefinidamente, y, sin embargo, eso es lo que está ocurriendo desde hace 14 años.La elección de Moawad había sido el resultado de un complejo ejercicio para el que había sido necesario poner de acuerdo a un sinnúmero de facciones políticas, de grupúsculos más o menos fanáticamente religiosos, de organizaciones guerrilleras o de simples pistoleros, además de a las potencias de la zona. El precario equilibrio que lo había hecho posible arrancaba, a instancias de la Liga Árabe, de la reunión en Taif (Arabia Saudí) del Parlamento libanés y del acuerdo alcanzado por éste para la pacificación del país sobre la base de nuevas y bastante razonables fórmulas de reparto del poder.

Existía, sin embargo, una anomalía añadida a la situación ya habitual de guerra civil entre las facciones cristiana y musulmana: la de que, sin respetar la disposición del Acuerdo Nacional de 1943 sobre la religión musulmana suní del primer ministro, los cristianos maronitas, habiendo decidido que el que ocupaba el cargo, Selim al Hoss, era un mero lacayo de Siria, habían procedido a elegir a su propio jefe provisional del Ejecutivo, el general cristiano Michel Aoun. Tras conseguirse el acuerdo de Taif -que debía ser ratificado en territorio libanés con la elección de un presidente de la República-, alguien tenía que convencer a Aoun de que depusiera las armas y dejara de bombardear indiscriminadamente y sin posibilidad alguna de éxito las posiciones musulmanas amparadas por el Ejército sirio. Pero Aoun rechazó el compromiso de Taif hasta tanto no se incluyera en él un acuerdo de retirada de las tropas sirias y amenazó de muerte a los diputados que se reunieran en Líbano para elegir presidente de la República. Pese a todo, la elección tuvo lugar, precisamente bajo protección siria, y el nuevo mandatario, René Moawad, se puso a trabajar en busca de una fórmula de transacción que le permitiera constituir un Gobierno provisional para la paz.

Alguien ha hecho volar todas estas esperanzas por los aires, y, por ahora, casi todos los dedos acusadores apuntan en una misma dirección. Es paradójico que Michel Aoun dijera hace días que, en lo que a él atañía, y por más que mantuviera su desacuerdo con Moawad, la lucha armada se había terminado, aunque no por ello pensaba «tolerar a un presidente que fuera un mero instrumento en manos de las fuerzas de ocupación» sirias.

Sólo 24 horas antes de morir en el atentado, el nuevo presidente aseguraba a sus connacionales que la paz estaba cerca y que se proponía salvar Líbano «fueren cuales fueren las consecuencias y sacrificios necesarios». Pronunciaba estas proféticas palabras en el 462 aniversario de la independencia del país. Murió cuando regresaba de las ceremonias conmemorativas.

René Moawad -segundo presidente y séptima personalidad política de primera línea que resulta asesinada en Líbano desde el comienzo de la guerra civil en 1975- era un pragmático, un realista que conocía bien sus limitaciones y las de cualquier político libanés: no ignoraba que la solución de la guerra civil y la búsqueda de la paz pasan obligatoriamente por Damasco, y estaba dispuesto a jugar pacientemente sus cartas.

Algún día se sabrá quién le asesinó. Puede que eso sea lo de menos: si la historia reciente de Líbano sirve como referencia, otro tomará el relevo y probará de nuevo, otro intentará frenar la destrucción definitiva del país. Como dijo el primer ministro musulmán Al Hoss al comunicar, con lágrimas en los ojos, la muerte del presidente Moawad, «que el criminal sepa que puede haber matado a un gran hombre, pero que nunca podrá asesinar la fe nacional que le llevó a la suprema magistratura… Todos estamos dispuestos a morir porque viva Líbano». Ojalá no sea necesario. Y en estos momentos, la mejor respuesta a los terroristas es la elección inmediata de un nuevo presidente de consenso que continúe la obra iniciada por el asesinado Moawad.