16 diciembre 1999

Protestas de asociaciones de tele-espectadores contra la evolución del programa, al que acusan de ser 'telebasura'

Boris Izaguirre se exhibe desnudo en ‘Crónicas Marcianas’ de Gestmusic (TELECINCO) presentado por Xavier Sardà

Hechos

El 16.12.1999 el tertuliano de ‘Crónicas Marcianas’ D. Boris Izaguirre, se desnudó íntegramente en pantalla ante la invitada de aquel programa, Dña. Concha Velasco.

15 Diciembre 2001

Boris por dentro

Empar Moliner

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Me gusta ver a Boris Izaguirre en la tele, igual que me gusta el sexo sin preliminares, los viajes organizados, el aerobic y las estaciones de servicio. No aspiro a que me entiendan, pero también sé que no estoy sola. Siempre que puedo, me dedico a ver cómo son por dentro las cosas que me excitan, como los electrodomésticos, los hombres o la televisión, así que cuando Boris me invitó a ver el programa Crónicas marcianas, el miércoles, fui. Lo emiten desde un polígono industrial de Sant Just Desvern y el público llega allí en autocar (yo, con mis amigas, que tienen coche y mundo). Lo primero que visitamos, con esa mezcla de frialdad y mitomanía que a veces nos invade a las personas con ropa interior conjuntada, fue el lugar donde cenan.

Visto así, desde esa esquina llena de cables, ni la televisión ni nosotros teníamos ninguna importancia

Allí estaban dos de los invitados de la noche, Ricardo y Kaki, concursantes de Supervivientes, ese programa que se graba en una isla desierta. Boris dijo que también había venido la concursante catalana, Francesca, pero le daban de comer aparte porque los tres se odian. Qué cosas, ¿no?

Boris nos lo enseñó todo. En una habitación, los de vestuario tricotaban un modelazo con el mismo ímpetu de unas trabajadoras ilegales en un taller clandestino de costura. Sin dejar de hacer punto de abeja, nos contaron que tienen muy pocas horas para confeccionar la ropa que necesitarán cada noche. Además, hay imprevistos: en algun programa, Boris quiere ir vestido exactamente igual que alguna invitada, y lo que hacen es espiarla cuando llega para ver qué ropa se ha puesto. Después, en una hora, calcan el traje. La tele te hace perder la capacidad de sorpresa. Ves algo (Izaguirre vestido igual que alguna invitada), pero no te preguntas cómo lo han hecho. Como todo nos gustaba tanto, Boris nos presentó a ese señor de la barba, Jorge Salvador, que pone las músicas. ¿Cómo puede ser que vaya tan rápido poniéndolas? ¿Las tiene preparadas? Resulta que tiene un programa informático que las comprime, así le caben todas en el ordenador. Las almacena a partir del estribillo, para que a los dos segundos el público las reconozca. Si en el ordenador teclea, es un suponer, ‘Abraira’, le salen 20 canciones de Pablo Abraira que puede pinchar. De él nos gustó que se le veía feliz hablando de los secretos del MP3.

Entraba el público. Por detrás, donde estábamos nosotras, todo tenía un ambiente de bambalinas de teatro. Las tres coristas, con sus medias de rejilla, fumaban, abrigadas. Loles León y Bibiana Fernández, que se nota que se han cambiado en muchos camerinos de este mundo, se retocaban el maquillaje. Sardà parecía algo nervioso. El cómico Carlos Latre, el que hace todas las parodias, nos dio conversación, vestido de su personaje. Pasó Fernando Ramos, ese del pelo largo, que según mis amigas debería llamarse Vidal Sasoon, de guapo que es. Los dos concursantes que odian a Francesca se pusieron spray en la boca, para el aliento (lo juro). Luego entramos en un camerino a saludar a Rosario Pardo, la actriz que hace de Rocío Jurado. En la pared tenía la letra de Como una ola. Estábamos en la tele.

Empezó el programa. El regidor no paraba de reír, rugir, moverse cuando animaba al público a aplaudir o a calmarse. Un productor se arrastró por debajo de la mesa para darle un CD a Sardà. Luego salieron los tres concursantes, que eran el plato fuerte de la noche. Como era de esperar, se pelearon enseguida, y era una pelea tan absurda que por eso tuvo gracia. Habiendo peleas serias en el mundo, lo suyo era una realidad aparte, sedante. El tal Kaki decía: ‘Tú en nuestra isla poco has hecho, y has gastado toda la crema solar’. Repetían sin parar que ‘España entera nos está viendo’. Por lo visto España entera ya sabe que cuando decidieron construir una cabaña en la isla, Francesca, la mala, no cortó ninguna caña. ¿Por qué nos divertía esa pelea de niños? Por Boris, que era tan consciente de que aquello era una tontería que nos convencía para tomárnoslo como un asunto de vida o muerte. Eso es la ironía.

La tele en directo engorda, pero también adelgaza las cosas. Quiero decir que, visto así, desde esa esquina llena de cables, ni la televisión ni nosotros teníamos ninguna importancia. Discutir si nos educa o nos perjudica parecía tan tonto como discutir sobre quién construyó la cabaña. No era nada, era algo que ocurría de noche. Como ven, nos entró el punto Unamuno. ‘Yo me moriré’, pensábamos, ‘pero tú, concursante, te morirás dos veces’. Ahora nos viene a la cabeza esa serie americana, Con 8 basta, que pasaba en Sacramento. El padre, el señor Bradford, le decía a su hijo Nicholas: ‘Según las estadísticas los niños prefieren ver la tele a estar con su padre. Tu no prefieres ver la tele a estar con tu padre ¿verdad?’. Y él contestaba: ‘¿De qué canal hablamos?’. A nuestro lado había un chico rubio, de pelo rizado, que nos sonaba. Al final recordamos que había participado en Supervivientes del año pasado. Le preguntamos qué hacía allí y se ve que había ido a ‘apoyar’ al concursante Kaki. Eso nos conmovió. Los que estaban entre los cables se reían con los exapruptos de la mala, y él, que iba con los otros, no lo entendía. Pero los malos siempre duran más. A él nadie le entrevistaría esa noche. No conseguíamos recordar su nombre. ¿Cómo se llamaba?

07 Mayo 2001

Los michelines de Boris

Pedro Ugarte

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Volvíamos tarde a casa. Una cena con amigos, una de esas cenas en que el alcohol le pone a uno en el disparadero de arreglar el mundo antes de que traigan la factura. Afortunadamente, el día siguiente era fiesta (¡Viva el Primero de Mayo!), de modo que no había que madrugar. Ni para ir a la manifestación, claro, porque a los trabajadores se nos olvida desfilar el primero de mayo casi tanto como a los católicos se nos olvida ir a misa el domingo.

Eran casi las dos de la mañana y, de pronto, en un tonto arrebato, pongo la televisión. Fue entonces una sensación de hastío, de profunda reiteración, como si la escena viniera repitiéndose desde el principio de los tiempos: Boris Izaguirre se estaba desnudando.

En el plató de Crónicas Marcianas, en medio del entusiasmo de masas enfervorecidas (En serio: parecía que nunca habían asistido al magno evento) Boris se desnudaba. Y no hubo que esperar con la tele encendida para prever lo que iba a pasar después: la caída de la camisa, el continuo airear de los michelines más expuestos en la historia de la televisión de este país.

Dos o tres días por semana Boris expone sus michelines mediáticos. No puedo decir que me escandalice el espectáculo. Al fin y al cabo, cada mañana encuentro en el espejo del cuarto de baño la misma laxitud, la misma carne blanca y entristecida. Pero aquella madrugada que precedía al heroico primero de mayo, contemplar por enésima vez los michelines de Boris, por accidental que fuera, supuso algo así como una revelación.

Personalmente estoy cansado de los michelines de Boris Izaguirre. Quizás la primera vez que lució sus tetillas ante los focos el asunto tuvo su gracia, pero lo cierto es que explotar semanalmente el espectáculo va privándolo de encanto. Los michelines de Boris son un tema recurrente, un referente cultural, un leitmotiv, uno de esos cuadros costumbristas que caracterizan a una época, como la lotería nacional de los años cuarenta o el seiscientos del tardofranquismo. Pero un leitmotiv es una clave y no ya una noticia. Los michelines de Boris son ya menos noticiables que el entrecejo de Cela o los jamones de Loles León. Los michelines de Boris son al imaginario de mi generación lo que el rizo de Estrellita Castro a la generación de mi abuela, aunque nunca pensamos que podíamos caer tan bajo cuando en la transición soñábamos con desembarazarnos de la copla española y empezar a leer a Proust.

Posiblemente el dato sea un nuevo indicador de la progresiva disolución de la familia (cualquier honrado padre de la misma ha visto ya las tetillas de Boris más veces que las sagradas ubres alimenticias de su esposa). Cuando vi otra vez a Boris, sobre la mesa del estudio, amagando de nuevo un streptease, cuando regresó a su mirada seductora, cuando una vez más la muchachada del estudio batió palmas, pitó, silbó, chifló y jaleó al gigante mediático, al soberbio comunicador de masas, me sentí de repente muy cansado.

Sé que la televisión es un instrumento paralizante, sé que está ahí para anular todo lo bueno que puede haber en mí. Pero irse a la tumba tras haber digerido tal cantidad de desnudos de un muchachón gruesito, de un acabado representante de la pijotería criolla tiene algo de espantosamente desolador. Los michelines de Boris son ecuménicos, plurales, incluso representativos. Nos identifican a muchos fondones treintañeros. Pero lo que nos separa de él es el pudor. Ahora que soy padre me aturde hasta qué punto han cambiado los tiempos. Mi papel de centinela ante la tele no exigirá que evite a mi pequeño la contemplación de unos pechos femeninos cuando resulten prematuros para su tierna edad: tendré que vigilar a Boris. Este tipo de tutelas morales jamás se me habían explicado en el colegio: que debería eximir a mi hijo de desnudos masculinos y grasientos, y procurar que no quede afectado como yo por tan traumática experiencia.

El Análisis

PSCHE...

JF Lamata

‘Crónicas Marcianas’ de Gestmusic era un programa que se emitía a partir de la media noche, por tanto el argumento de las asociaciones de tele-espectadores de que no era un programa apto para niños no es demasiado válido, porque a la una de la madrugada uno confía en que no haya demasiados niños.

Eso no quita para que pueda resultar lamentable ver como espectáculo de televisión a un señor o una señora desnudándose. Para gustos los colores, pero no deja de ser lamentable que una persona como D. Boris Izaguirre, culta y escritora, para muchos fuera conocido como ‘el tío que enseñaba el culo en ‘Crónicas Marcianas’. Fue su decisión.

J. F. Lamata