3 marzo 1991

El fantasma del racismo vuelve a proyectarse sobre EEUU

Caso Rodney King en Estados Unidos: Cuatro policías blancos propinan una paliza en público al ciudadano negro Rodney King

Hechos

  • Trabajando como taxista el 3 de marzo de 1991, fue perseguido en la autopista por la policía a altas velocidades, negándose a detenerse cuando se le indicaba mediante luces y sirenas. Tras saltarse varios semáforos y señales de alto, se paró en el distrito de Lake View Terrace. King se resistió a su arresto, y fue derribado, inmovilizado y golpeado con porras por cuatro miembros del LAPD, estando esposado.

Lecturas

01 Mayo 1992

"Conducta razonable"

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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UN JURADO de Los Ángeles decidió anteayer exculpar a cuatro policías blancos de las acusaciones de brutalidad por la paliza que habían propinado hace un año a un ciudadano negro, Rodney King, después de que éste se saltara un semáforo y tras comprobar, lamentablemente para él, que tenía antecedentes penales. El veredicto de inocencia ha desencadenado en la ciudad californiana una ola de desórdenes que ha costado, de momento, 16 muertos y unos 400 heridos. No es sorprendente: recuerda la indignación que producía hace no más de un cuarto de siglo la usual absolución en los Estados del Sur de cualquier blanco sospechoso de asesinar a un ciudadano negro cuando era juzgado por un jurado compuesto íntegramente por blancos. Una vergüenza.La sustancia del veredicto consiste en afirmar que no hubo utilización de ‘fuerza excesiva» en el apaleamiento de King. El mundo entero ha podido contemplar en un vídeo filmado por un testigo accidental que ocurrió precisamente lo contrario. Después del fallo, uno de los fiscales ha afirmado que la única interpretación posible es ya que lo visto por todos en el vídeo constituye una «conducta razonable» por oficiales de la policía. Y lo que resulta más grave es que este exabrupto es justo la línea adoptada por la defensa para explicar el brutal tratamiento propinado por cuatro policías a un ciudadano indefenso y caído en el suelo. En resumen: «éste es un mundo cruel… en el que la policía tiene que defender a la sociedad de gentuza como King».

El jurado determinó que los policías eran inocentes de los cargos de asalto con arma mortífera, uso excesivo de la fuerza, falsedad en la redacción del informe sobre el incidente y complicidad en los respectivos delitos. Además fue incapaz de ponerse de acuerdo sobre la responsabilidad de uno de los policías, Laurence Powell, que es quien aparece en la cinta de vídeo apaleando repetidamente a King.

Se trata de uno de los casos más escandalosos (le divorcio entre la opinión pública y los órganos de la justicia: cuando fue conocido el apaleamiento, un hecho que condujo a la suspensión de tres de los reos y a la baja definitiva del cuarto, el presidente Bush declaró que se «había sentido enfermo» al ver la grabación. Su sentimiento fue compartido por la inmensa mayoría de sus conciudadanos. Y resultaba, por ello, lógico esperar que la simple exhibición en la sala del juicio del vídeo sería suficiente para que los reos resultaran severamente castigados. No fue así. Consuela pensar que el fiscal general de Estados Unidos ha ordenado el estudio de las circunstancias para buscar una justificación que permita incoar contra los cuatro policías un nuevo juicio a nivel federal en la línea Sugerida ayer por un escandalizado presidente Bush. También es bueno que el departamento de policía de Los Ángeles se dispone a celebrar una vista disciplinaria contra los cuatro policías absueltos.

Un segundo e igualmente grave considerando es que la cinta de vídeo y el juicio, con los chocantes argumentos utilizados en él por la defensa (entre otros, la criminalización de la víctima), han puesto de relieve la terrible distancia que separa a la ciudadanía norteamericana de los cuerpos de policía que se supone deben protegerla. Unas fuerzas del orden en las que priman las tendencias racistas de muchos de sus miembros, su mentalidad gremial y, en el caso de Los Ángeles, la presencia a su frente de un jefe de policía, Daryl F. Gates, insensible y violento. Afortunadamente, la presión de la opinión pública le ha obligado a dimitir, y para sustituirle ya ha sido nombrado un ciudadano negro, el comisionado de Filadelfia, Willie Williams.

Afortunadamente también para la salud pública y moral del pueblo estadounidense, la inmensa mayoría de las autoridades locales y nacionales se ha disociado expresamente del veredicto. El mejor resumen (le la general indignación es la declaración del alcalde de Los Ángeles: «El veredicto del jurado no conseguirá hacernos olvidar lo que todos vimos en la cinta; los hombres que apalearon a Rodney King no merecen llevar el uniforme de la policía».

01 Mayo 1992

Iniquidad y violencia

Joaquín Navarro Estevan

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La violencia y la iniquidad engendran siempre la mayor violencia pósible. Y la peor. Cuando los verdugos son absueltos pese a que su bestialidad se realizó a la luz del día, pese a que las pruebas eran irrefutables, pese a que la víctima estaba inerme; cuando cincuenta y ocho golpes y patadas -aquellos con porras eléctricas- se aplican ferozmente por cuatro policías blancos contra el cuerpo (y el alma) de un ciudadano negro en poco más de un minuto y, encima, todo un jurado de absoluta mayoría blanca entiende que los policías se defendían simplemente, de la posible agresión del negro «feroz» (desarmado y pasivo durante la brutal paliza), la iniquidad es tan clamorosa, tan sangrante, tan abyecta que la agresión tiene como víctima a todo ciudadano mínimamente sensible y, muy en especial, a todo ciudadano de raza negra, que sabe que la raza fue factor decisivo en el desencadenamiento de la bestialidad y en la absolución de los cuatro verdugos. Cuando esto ocurre, cuando los verdugos son convertidos en «víctimas», cuando la justicia defiende a los verdugos, es decir, a la peste según Camus, no puede sorprender el estallido de la violencia, de la desesperación, de la cólera ante una justicia que se convierte, en la peor violencia posible: la que nace de la iniquidad. Afirmaba Sciascia (ese lúcido y genial siciliano) que la política se estaba «siciiianizando», es decir, que estaba siendo invadida por intereses particulares, muchas veces criminales, que sustituyen a las ideas, a los principios y al espíritu público. El terrible suceso de Los Angeles es una muestra de la «sicilianización»de la justicia, de la suplantación del sentido de lo justo por unos odiosos y criminales prejuicios personales, anclados en la irracionalidad y en el más bestial de los tribalismos. Cuándo el auge de sentimientos e instintos de racismo y xenofobia es una de las más serias amenazas de nuestra civilización, la violencia de Los Angeles no es sino un ejemplo de lo que nos puede estar aguardando cuando incluso la justicia se convierte en iniquidad y en violencia.

01 Mayo 1992

Rebelión en el paraíso

Fermin Bocos

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LA madre de todas las injusticias -el racismo-, ha parido en Los Angeles al padre de todos los excesos: el pillaje. Los personajes siempre apaleados por «Harry el sucio» se han rebelado contra el guionista y han salido a la calle arrasando todo lo que se les pone por delante. Los vengadores del negro King nos han traído la noticia exacta del estado de salud moral de la sociedad americana: la ira armando por igual el brazo de la indignación y el saqueo. La noble protesta ciudadana ante la injusticia de la justicia mezclada con la química explosiva de la marginación y la miseria a la que el capitalismo salvaje somete al treinta o cuarenta por ciento de aquella sociedad. La piedra contra el periódico que defiende los intereses de los poderoso y el saqueo del comercio en el que se vende comida o aparatos de aire acondicionado. Los amigos de Bukowsky han entrado en las tiendas de licores. El alcalde Bradley -un negro que tiene el alma blanca- se lo explica, pero llama al gobernador para que la Guardia Nacional represe la marea que ha desbordado a la policía fascista que ha provocado la tragedia. Los excesos de los asaltantes abonan la causa de sus enemigos. El estado de sitio en el centro de una de las ciudades más emblemáticas de EEUU describe con nitidez la podredumbre sobre la que se cimenta el milagro del imperio. Explotación, marginación, miseria a las puertas de Hollywood. El paraíso en llamas es la metáfora que ilumina la zona más oscura del sistema americano. Por una de esas ironías en las que se complace la historia resulta que al pobre King le apalearon en los días del mes de marzo del año pasado, recién arrasado Irak y cuando todavía reberberaba el eco de las palabras de George Bush reclamando para los EEUU el liderazgo moral del mundo. Lo que está pasando en L.A. es el capítulo que no habíamos visto en «Sensación de vivir».

19 Abril 1993

El valor de un juicio

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL NUEVO veredicto del juicio que por violación de derechos civiles en la persona de Rodney King (de raza negra) se dio a conocer en el amanecer del sábado pasado buscó prioritariamente no irritar en exceso a las dos partes en conflicto: por un lado, la comunidad negra de Los Ángeles, y con ella la de los inmigrantes y, en general, los desposeídos de la Tierra, y, por otro, los blancos confortablemente instalados en el sistema y cuya representación emblemática en el asunto eran los cuatro policías (de raza blanca) que aterrorizaron al mundo desde las imágenes del vídeo de un aficionado en marzo de 1991.El segundo de los jurados que analizó el comportamiento de los cuatro policías -integrado en esta ocasión por nueve blancos, dos negros y un latino, a diferencia del primero de ellos, en el que los 12 miembros de raza blanca decidieron considerarlos inocentes -declaró culpables a dos de los cuatro agresores y absolvió a los otros dos. Con ello, y a tenor de las primeras reacciones de los líderes políticos y espirituales de la comunidad negra norteamericana, se ha conseguido apaciguar las sombrías perspectivas de un nuevo estallido de violencia popular en los barrios marginales. La memoria colectiva de los sucesos que hace un año, ante la estupefacción general, ocasionaron la muerte de 52 personas y numerosos daños materiales, estaba muy viva. Eso explica, sin duda, la celeridad con que se han manifestado desde el presidente Clinton -heredero involuntario. de un talante y un problema en absoluto deseados o compartidos- hasta Jesse Jackson. Por encima de cualquier otra consideración, todos buscaban rebajar la tensión social, lo que no es irrelevante si se recuerda la facilidad de que goza el ciudadano de Estados Unidos para armarse.

El jurado declaró culpable al sargento que mandaba al cuarteto policial que se ensañó a golpes con el ladronzuelo King -por huir de la autoridad tras saltarse un semáforo- y al policía que más empeño puso en la paliza. El agente que intentó parar la agresión y su compañero, el más novato, fueron considerados inocentes. Esta decisión parece perseguir, cuando menos, poner límites a la desesperanza que provocaron las imágenes de la paliza a Rodney King en la mayoría de los mortales que piensan que la policía y los derechos humanos no son enemigos. Satisface de forma simultánea, aunque presumiblemente de manera parcial, tanto las aspiraciones de los que piensan que todo negro es un delincuente potencial como las del propio cuerpo de la policía. Una sentencia que ya ha sido calificada de «salomónica».

El suceso de 1991 provocó una desconcertante revancha social, una verdadera guerrilla urbana cuyas principales víctimas fueron los pequeños propietarios de Koreatown. La brutal paliza abrió una concatenación de situaciones indefendibles desde el sentido común: ni Rodney King era merecedor de este trato, ni los pequeños propietarios de origen coreano tenían culpa alguna. Responder con la barbarie a la barbarie no sólo siembra crueldad: alienta el auge de la irracionalidad y el imperio de la jungla. La decisión del jurado busca la recuperación del sentimiento cívico, con sus aciertos o imperfecciones. Ése es su valor.