14 octubre 1980

Concedido el Premio Nobel de la Paz al izquierdista Adolfo Pérez Esquivel, firme opositor a la Dictadura de la Junta Militar de Videla en Argentina

Hechos

En octubre D. Adolfo Pérez Esquivel fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.

Lecturas

El arquitecto argentino Adolfo Pérez Esquivel, fundador del Servicio Justicia y Paz para América Latina, ha sido galardonado este 10 de diciembre de 1968 con el premio Nobel de la paz.

Nacido en Buenos Aires en 1931, Pérez Esquivel ha sido profesor en la universidad de La Plata y se adhirió al movimiento pacifista en 1971.

En 1977, detenido en Argentina, fue torturado y permaneció 14 meses en prisión. El movimiento encabezado por Pérez Esquivel prolonga la línea no violenta propugnada por Gandhi aunque Pérez Esquivel no oculta su simpatía hacia bandas terroristas como ETA, IRA o las FARC.

Al mismo tiempo la academia sueca ha concedido el premio Nobel de física a los norteamericanos James W. Cronin y Val L. Fitch.

14 Octubre 1980

El Nobel de la Paz

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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SI LOS criterios para la concesión del Premio Nobel de Literatura resultan ya difíciles de adivinar, excepto en lo que respecta al firme propósito de no dejar nunca de lado, la política, el Premio Nobel de la Paz desafía cualquier intento de buscar una línea de cierta continuidad y congruencia en su desarrollo. En la larga relación de personalidades e instituciones que han recibido esa recompensa figura un político tan belicista como Theodore Roosevelt, que fue uno de los grandes incitadores de la guerra hispano-norteamericana de 1898; un estratega tan insensible a las estadísticas de muertos y hectáreas arrasadas por napalm como Henry Kissinger, que fue uno de los negociadores del fin del conflicto vietnamita después de ser uno de los responsables activos de aquel terrible genocidio, y un antiguo terrorista de historial tan sombrío como Beguin. Al repasar esos nombres no se sabe bien si los parlamentarios noruegos hicieron en su día ejercicios de humor negro con estas designaciones o simplemente decidieron convertir ese galardón en una especie de recompensa para enemigos de la paz arrepentidos.Porque ese premio -creado, para mayor paradoja, por un hombre que realizó considerables esfuerzos para aumentar la capacidad de destrucción y de muerte en el planeta- también ha distinguido a hombres, mujeres e instituciones claramente comprometidas con causas decididamente nobles: la defensa de las minorías, la lucha en favor de los derechos humanos y los esfuerzos en pro de la convivencia entre los pueblos. A lo largo de las dos últimas décadas, Martin Luther King, líder de la comunidad negra en Estados Unidos, y Andrei Sajarov, portavoz de los disidentes en la Unión Soviética, pueden servir como símbolos de esa tendencia a amparar y proteger a las minorías raciales o ideológicas frente a una sociedad hostil o un poder autocrático. También la lucha en pro de los derechos humanos tiene su representación entre los premiados, sin ir muy atrás: Amnistía Internacional. Finalmente, el intento de comunicar entre sí a los distintos pueblos de la Tierra, de derribar esos muros de incomprensión que edifican la difusión de estereotipos, el cultivo de la ignorancia y el chovinismo, a fin de erradicar las semillas del odio entre las naciones que florecen luego salvajemente con las guerras, ha sido seguramente el mérito tomado en consideración con mayor frecuencia para otorgar el Premio Nobel de la Paz.

Este año, el Parlamento noruego ha distinguido a Adolfo Pérez Esquivel, arquitecto argentino que ha defendido con coraje cívico y entereza moral la causa de los derechos humanos en su país. Si el Premio Nobel de la Paz sirviera desde ahora para llamar la atención del mundo entero sobre los países donde se discrimina y persigue a las minorías y en los que se practica como método de gobierno la tortura y la conculcación de los derechos humanos, tal vez pudiera hacer olvidar las ocasiones en que estuvo al servicio de la alta política mundial o de los intereses de las grandes potencias. En este caso concreto no cabe sino señalar que la decisión del Parlamento noruego habrá servido, al menos, para que todos recordemos las páginas de infamia y de dolor que han ensuciado la historia de los países del Cono Sur en la última década, y que continúan siendo escritas con la sangre de sus pueblos por los dictadores de turno de todo el continente, desde el plebiscitado Pinochet hasta García Meza.

16 Octubre 1980

Las armas y el hombre

Las armas y el hombre

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RECIEN DESPIERTO a la noche metafórica y real de Buenos Aires por la noticia del Premio Nobel, Pérez Esquivel hizo unas primeras declaraciones condenando el mercado de armas y señaló directamente el que nutre a Bolivia y El Salvador. Casi al mismo tiempo se llegaba en Ginebra a la firma de un acuerdo entre 66 naciones sobre lo que podría considerarse como un tierno pintoresquismo: la prohibición de armas clásicas susceptibles de producir «heridas inútiles y sufrimientos superfluos», lo que equivale a que los bondadosos delegados aceptaran la existencia de heridas útiles y sufrimientos precisos, convenientes y deseables. La generosa convención -cuyo acuerdo tendrá que ser ratificado por la Asamblea General de las Naciones Unidas- excluía necesariamente toda arma no convencional, cuya administración pertenece en exclusiva a las grandes potencias, reducidas en la práctica a dos, por la importancia y el nivel de desarrollo de sus arsenales. Las mismas dos que preparaban en la misma Ginebra la gran conferencia que empezó ayer: la discusión sobre los llamados euromisiles, entre la URSS y Estados Unidos. Se conoce la base de este problema: la instalación en países europeos, y por la burocracia militar de la OTAN, de una red de vectores nucleares dirigidos sobre la URSS, de donde se enzarza una dialéctica que a partir de las reuniones de ayer debería desenredarse: para Estados Unidos, son armas defensivas que tratan de equilibrar el potencial similar que la URSS tiene ya desplegado; para la URSS, es un acto ofensivo que completa un paso más en el cerco a que la somete Estados Unidos, mientras sus propios misiles sólo tienen el objeto de contrarrestar instalaciones anteriores y están comprendidos en acuerdos anteriores.El resultado posible de esta conferencia es de la mayor trascendencia. En principio, su celebración desbloquea ya el muro de las relaciones entre los dos países levantado en la noche histórica de la invasión de Afganistán. Es la primera negociación importante de los dos países desde entonces y toca uno de los temas más arduos de la distensión. En segundo lugar, si hay una iniciación de acuerdo, éste puede ayudar notablemente a que la Conferencia de Madrid, cuya cumbre está anunciada a partir del 11 de noviembre, pueda tener algún resultado positivo. Las reuniones de preparación que se están celebrando en Madrid desde hace más de un mes aparecen estancadas, sobre todo por el principal tema de desacuerdo: el tiempo y el lugar que han de ocupar los análisis sobre el cumplimiento del Acta de Helsinki -firmada hace cinco años en la primera fase de esta conferencia-, que es por donde puede entrar toda la ofensiva occidental: los derechos del hombre, en Afganistán y en la misma Unión Soviética, apoyados en los informes de los disidentes, según los cuales, hay más de doscientos campos de concentración, con cinco millones de detenidos. Los soviéticos acumulan a su vez detalles de violaciones de derechos humanos por parte de Estados Unidos, dentro y fuera de sus fronteras, y de las naciones que puedan apoyarlos en esta ofensiva. Pero no desean utilizarlos; preferirían pasar velozmente sobre todo este temario y conseguir, sobre todo, acuerdos para el futuro. Sería su forma de conseguir una especie de olvido oficial sobre la cuestión de Afganistán, especialmente: cuestión que, por cierto, se va olvidando o reduciendo a informaciones menores a medida que avanza el problema de la guerra de Irán; casi como si hubiera un acuerdo, tácito o explicito,(en todo caso, con la conveniente discreción para estos asuntos) de intercambiar acción por acción, y de que el afianzamiento del régimen comunista de Afganistán pudiera ser un trueque por el final del régimen revolucionario de Jomeini.

Las armas sobre las que negocian las dos naciones en Ginebra son infinitamente más poderosas y más capaces de realizar «heridas inútiles y sufrimientos superfluos», más graves para las poblaciones civiles y para los combatientes, que las convencionales, tan fácilmente limitadas -con la facilidad de quien no piensa cumplir nada de lo tratado- por la otra reunión de Ginebra. Pero, al fin, todas son armas. El equívoco principal está en creer que las armas son algo por si solas. Es muy propio de nuestro tiempo, que tiende a hacer de la tecnología un elemenio separado de la conciencia. Ya Virgilio vio a tiempo que furor arma ministrat; es el furor, la cólera y el odio quienes inventan las armas, y la codicia la que las inventa, las fabrica y las vende. Sólo en ese punto, en la reducción del furor y de la cólera, está el principio del entendimiento y de un mundo con algunas posibilidades. Todo lo demás es economía.