23 septiembre 1979

Ex jefe de la División Acorazada de Brunete y capitán general de la III Región Militar. 

Contundente entrevista del General Miláns del Bosch en ABC: «El balance de la Transición no presenta un saldo positivo»

Hechos

El 23 de septiembre de 1979 el periódico ABC publicó una entrevista al General Jaime Miláns del Bosch, ex jefe de la División Acorazada de Brunete y capitán general de la III Región Militar.

Lecturas

General Milans del Bosch -Yo podré tener, y de hecho tengo, mi opinión personal, que manifiesto con total lealtad y sinceridad cuando soy requerido para ello por el mando o también cuando considero que es mi deber hacerlo. Objetivamente hablando, el balance de la transición -hasta ahora- no parece presentar un saldo positivo: terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad. Los militares, en general, hemos contemplado la transición con actitud expectante y serena, pero con profunda preocupación.

Dña. María Mérida -General, ¿es conciliable ser liberal y demócrata y ser militar, o la democracia no tiene nada que ver con la milicia? «

General Milans del Bosch -Depende de lo que se interprete como ser «liberal y dernócrata» Si se cree que ser liberal y demócrata consiste en fomentar la iniciativa en los subordinados y pedir su opinión o parecer en lo que afecta al buen gobierno de la unidad, manteniendo siempre a salvo la facultad de decidir y la aceptación plena de la responsabilidad, que son inherentes a la acción del mando, lo liberal y demócrata es plenamente conciliable con la milicia. Si, por el contrario, se interpreta como ser liberal y demócrata el «dejar hacer, dejar pasar», el renunciar a las prerrogativas o atribuciones del mando que -a todos los niveles- confieren las ordenanzas, las leyes y los reglamentos, la milicia es difícilmente conciliable con el ser liberal y demócrata. Por último, si se refiere al talante abierto, familiar y hasta campe chano, que preside las relaciones entre militares, entonces le diré que el talante militar ha sido siempre, y es liberal y demócrata. En el Ejército están perfectamente señalados los deberes y derechos de todos y cada uno de sus miembros obliga a todos por igual. Esto es, sin duda, democracia. ( … )

Dña. María Mérida -General, en casi todos los momentos, y muy especialmente en este, la gente, el pueblo, mira impaciente y expectante hacia sus Fuerzas Armadas deseando saber lo que piensan y cómo sienten. ¿Qué les diría usted a esas gentes precisamente ahora?

General Miláns del Bosch -Les diría -si es que es cierto ese «mirar expectante e impaciente»- que el Ejército se mantiene fiel a sus principios y a su juramento. Lo que pongo un poco en duda o en entredicho es ese «mirar expectante e impaciente». Al menos, resulta contradictorio con la actitud de ese pueblo en el último referéndum y las últimas elecciones, en los que un elevado porcentaje se abstuvo de dar su opinión. (…)

Dña. María Mérida -¿Le preocupa el tema del País Vasco, general? ¿Le parece en verdad muy grave?

General Milans del Bosch -Sí. Me preocupa mucho. El Ejército deberá intervenir cuando se evidencie que las leyes, la acción policial y la judicial son o resultan insuficientes o cuando – de acuerdo con la misión que nos señala la Constitución – sea necesario garantizar la soberanía e independencia de nuestra patria.

El General Miláns del Bosch es considerado un militar monárquico y leal al Rey Juan Carlos I, pero no está tan clara su lealtad al Gobierno UCD. 

25 Septiembre 2020

El pesimismo de un general

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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EN LA misma mañana en que era asesinado el gobernador militar de Guipúzcoa, los lectores de nuestro colega ABC tuvieron la oportunidad de conocer unas declaraciones del teniente general Milans del Bosch, capitán general de la III Región, publicadas en dicho diario (véase Revista de la prensa de este mismo número). La gravedad del nuevo crimen de ETA invita en un primer momento a repetir tanto la condena de estos reiterados ataques al derecho a la vida, como el análisis del sentido provocador contra las instituciones armadas de la acción terrorista. Invitaría también quizá, según algunos, a guardar silencio ante las desafortunadas manifestaciones del capitán general de Valencia, si no creyéramos que los momentos que vive este país merecen una reflexión algo más serena que la realizada por el general Milans.La posición de EL PAÍS respecto a los crímenes terroristas, y explícitamente los del nacionalismo vasco radical, ha sido expuesta en no pocas ocasiones -la última, el jueves de la pasada semana-, y nos parece ya casi innecesaria su reiteración. Incluso aunque de esta forma los órganos de expresión del golpismo, que combinan el amarillismo de sus informaciones con el gusto por la sangre de sus, opiniones, tengan oportunidad para especular y mentir como acostumbran. De otro lado, no siempre extremar la prudencia es una virtud moral y una prueba de valor cívico. El criminal atentado cometido en San Sebastián contra un alto mando militar no encierra, pues, finalmente, motivos para guardar silencio a propósito de las palabras de otro alto mando militar acerca de cuestiones que afectan decisivamente a todos los ciudadanos. Antes bien, resulta una razón añadida.

Quienes conocen al teniente general Milans del Bosch aseguran que es un hombre honesto, recio y conservador. Su figura es evocada en 16s círculos civiles, desde la época en que mandaba la División Acorazada, con respeto y un punto de temor. En cualquier caso, sus declaraciones públicas, muy escasas, no pueden pasar inadvertidas. Menos esta vez, si se tiene en cuenta que es la primera que un militar de tan alta graduación hace una valoración claramente descalificadora («objetivamente hablando, el balance de la transición hasta ahora no parece presentar un saldo positivo») de la reforma política española. Dar a sus opiniones la callada por respuesta no estaría bien, entre otras cosas, porque hay millones de españoles, y miles de ellos sirviendo como soldados, oficiales yjefes de las Fuerzas Armadas, que sin duda no están de acuerdo con ellas. También supondría una desconsideración hacia el propio capitán general de Valencia mantener un silencio que pudiera interpretarse como una desconfianza sobre su capacidad de considerar con el respeto y la atención debidos las palabras de los discrepantes.

Sorprende que el teniente general Milans del Bosch haya elegido el término «objetivamente» para acorazar su negativa valoración del balance de la transición. Su opinión, sin duda respetable, es también, obviamente, del todo subjetiva. Debe ser puesta, no obstante, en contraste con la de los millones de ciudadanos que han expresado su apoyo a la reforma política en las urnas desde diciembre de 1976. Este es el núcleo último e irreductible de la democracia parlámentaria y representativa, y no ese divertido parangón con el «talante abierto, familiar y hasta campechano» con que el general Milans, más experto sin duda en la milicia que en humanidades, la califica. La democracia no es, como el capitán general de Valencia parece creer, fomentar la iniciativa de los subordinados o pedir su opinión para que el mando decida, sino la formación de la voluntad colectiva de acuerdo con los deseos de las mayorías y el respeto a las minorías. La posibilidad de que los ciudadanos elijan por sufragio universal y secreto y de manera periódica quienes desean que les gobierne. Constituye un error de bulto confundir las reglas de funcionamiento del universo militar con las normas que rigen a la sociedad civil. Y tan peregrino sería imponer los mecanismos de toma de decisión democráticos a la milicia, como pretender que los principios jerárquicos del Ejército se trasladaran a la vida política. Por eso las palabras del teniente general Milans del Bosch sobre las facultades inherentes a la acción del mando son inaplicables a la sociedad civil. La democracia para un militar supone, no obstante, algunos valores básicos: saber que su misión es defender un sistema de libertades y que su autoridad está subordinada a la civil legítimamente constituida. Esos son los valores democráticos de un Ejército en un régimen como el nuestro. Las demás cosas, siendo estimables, no resultan suficientes a la hora de hablar deídemocracia, aunque pertenezcan a los valores de la milicia,junto a otros que el entrevistado considera esenciales: «Concepto del honor, concepto del deber, sentido de la responsabilidad e interior satisfacción.» En esta enumeración se echa, finalmente, en falta el concepto de disciplina, tan esencial a la vida de los ejércitos. Igualmente preocupante es que ese saldo no positivo del tránsito político está realizado con escasa precisión y abundante gratuidad. De creer al teniente general Milans del Bosch, el resultado de la reforma política sería «terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad». El terrorismo no es un fenómeno nuevo -segó la vida del almirante Carrero Blanoo y de decenas de miembros de las Fuerzas de Orden Público y de civiles bajo el anterior régimen- ni exclusivo de España, ni erradicable med ¡ante procedimientos mágicos y a corto plazo. La democracia no sólo no es su caldo de cultivo, sino su mayor enemigo político, con independencia de la. mayor o menor eficacia de los servicios de seguridad del Estado. Por lo demás, la idea expuesta por el capitán general de Valencia acerca de la inflación, la crisis económica y el paro en absoluto se halla argumentada por los hechos. La recesión se inscribe en un marco internacional, y sus orígenes se sitúan en el espacio más allá de nuestras fronteras y en el tiempo más allá de 1975, si bien es cierto que sus efectos sobre nuestro aparato productivo han sido más graves por la dejación de los últimos años de la dictadura, cuyos gobernantes parecían más preocupa dos por ocultar las verdades al país y seguir promoviendo opíparas especulaciones que por afrontar una situación que los sistemas democráticos europeos estaban ya com batiendo a principios de esta década. Inflación, desocupación y atonía inversora son diferentes aspectos de un solo fenómeno que nada tiene que ver con las instituciones democráticas, únicas, por lo demás, capaces de evitar que la factura de la crisis la paguen los mismos españoles que, con la emigración y el hambre, también sufragaron en el pasado los costes del llamado milagro económico español. El resto del pesimista diagnóstico del teniente general Milans del Bosch entra en el terreno de lo subjetivamente opinable. ¿Hay más pornografía hoy en España que en el pasado, o es simplemente que no está oculta? ¿Afecta el aumento de la inseguridad por igual a todos los españoles o, por el contrario, ha disminuido para aquellos de nuestros conciudadanos que eran maltratados y encarcelados por sus ideas discrepantes? ¿El remedio para la crisis de autoridad estaría en la supresión de las libertades -si las libertades la han traído-, o en una empresa colectiva de reconversión moral de la sociedad entera? Algunas otras cuestiones de la entrevista merecerían también un comentario, desde las sibilinas palabras acerca de la abstención en el referéndum constitucional, hasta las turbadoras y confusas precisiones acerca de una eventual intervención del Ejército en la vida política, pasando por los elogios al general Atarés o la añoranza de un «buen señor» a quien pudieran servir «buenos vasallos». Al igual que esa asimétrica distribución de «virtudes» al Ejército, a quien «la masa sana» del pueblo «admira y venera», y de «virtudes y debilidades» a ese mismo pueblo. Pero lo más grave y preocupante es que en ese saldo «Objetivamente» establecido no haya ni un solo rasgo positivo que merezca la atención y el recuerdo del capitán general de la III Región Militar. Su pesimismo, creemos, debería hacer recapacitar a sus superiores.

26 Septiembre 1979

El pesimismo y la picota

ABC (Director: Guillermo Luca de Tena Brunet)

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Las opiniones del teniente general Milans del Bosch sobre la circunstancia actual de España, recogidas en ABC del pasado domingo han desatado un extenso y áspero editorial de nuestro colega EL PAÍS. Las maneras y sobre todo la conclusión de ese comentario merecen, a nuestro parecer una puntualización inmediata. Vaya por delante una explicación de nuestro propósito. No se trata ahora de defender las opiniones del general ni de declarar hasta qué punto podríamos compartirlas y hasta qué matiz pudiéramos rechazarlas. El diagnóstico del general Milans del Bosch y la réplica del editorialista de EL PAÍS versan sobre temas de la suficiente importancia como para que todos tengamos no ya el derecho, sino también el deber de opinar sobre ellos y de buscar la verdad, es necesario que nos pongamos de acuerdo en la manera, limpia y honesta, de ir a buscarla.

Se acusa de ‘pesimismo’ al general porque estima que ‘el balance de la transición – hasta ahora – no parece presentar un saldo positivo: terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad’. Algo da qué pensar la utilización en política del pesimismo como argumento de descalificación. La generación crítica del noventa y ocho recibió ese sambenito que le colgaron los políticos del desastre y algunos otros más cercanos. Como es frecuente que en el lenguaje político las palabras se vayan quedando pequeñas, ahora se usa otro concepto, el de ‘catastrofismo’ que viene a ser la sublimación del pesimismo. A veces, los pronósticos más pesimistas y las predicciones más catastróficas nacen al comprobar cómo algunos optimistas de oficio o beneficio hacen del optimismo – que, en ciertas situaciones, es insensatez – una forma de triunfalistas adulaciones. Con demasiada frecuencia, entre españoles, se ha usado la acusación de pesimista para amordazar la libertad de crítica, que es algo consustancial con el espíritu liberal y con el ejercicio de la democracia. Esa manera de descalificación deberíamos considerarla, al menos sospechosa.

Pretende EL PAÍS que el general Miláns del Bosch comete un ‘error de bulto’ al confundir las reglas del funcionamiento del universo militar con las normas que rigen la sociedad civil, y da a entender que aboga por la aplicación de las facultades del mando militar a la organización de la vida política. Pero leyendo las declaraciones del general Miláns del Bosch esa pretensión no aparece por ninguna parte. El general expone, eso sí, puesto en ese trance por la periodista que le interroga, su opinión acerca de la mejor manera de conciliar el ser liberal y demócrata y ser, al mismo tiempo, militar, y enuncia algunas fórmulas para que la democracia pueda estar presente en la milicia y en la vida castrense sin romper sus principios jerárquicos. Parece que aquí EL PAÍS se ha socorrido de la vieja y desacreditada argucia del maniqueismo, quizá más impulsado por un deseo de descalificación que por una voluntad de entendimiento. Es natural que el general Miláns del Bosch sea más experto en la milicia que en humanidades. La milicia es su vocación, su profesión y su destino. Pero empeñarse en hallar ataques a elementales principios de la ciencia política mediante el procedimiento de repetir torcido lo que se expresó clara y rectamente por un militar de alto grado y responsabilidad es recurso dialéctico propio de quien está tan lejos de ser experto en milicia como experto en humanidades. Casi siempre la impotencia y la pobreza de argumentos exacerba la mala fe.

Examina nuestro colega, uno por uno, los síntomas que cita el teniente general Miláns del Bosch para fundamentar su diagnóstico sobre el momento actual de la vida española. «Terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad». No niega EL PAÍS la existencia o el crecimiento de ninguno de estos fenómenos. ¿Podría negarlos alguien con ojos en la cara y dos dedos de frente? En los comentarios editoriales del propio periódico podríamos encontrar la denuncia de algunos de esos males, si no de todos. Lo que sucede es que EL PAÍS cree encontrar las causas que los originan en lugares lejanos, en tiempos remotos o en calamidades comunes e irremediables. Está claro que EL PAÍS quiere exculpar no ya a la democracia que, como sistema, es inocente, sino a los responsables y protagonistas de una determinada manera de hacer, de impulsar, de entender o de protagonizar la transición. ¡Pero si nadie había atacado a la democracia! El general Miláns del Bosch habla de la voluntad de cumplir los deberes que al Ejército impone la Constitución, que es la mejor manera con que un militar puede servir y defender la democracia. Y tampoco se habían señalado responsabilidades personales, aunque pueden y deben ser señaladas, y también en las páginas editoriales de EL PAÍS podríamos encontrar muchas inculpaciones de esos y otros males que sufre España descargadas sobre estos o aquellos hombres públicos o sobre tales o cuales programas o actitudes de partidos políticos. Sin duda, lo que ayer era para EL PAÍS consecuencia de una mala gestión de gobierno o un erróneo planteamiento de partido es hoy efecto insalvable de una causa lejana e incorregible. Demasiado simple. Demasiado pueril.

Pero quizá todo esto deba ser contemplado como el diálogo normal entre dos puntos de vista diferentes, dos diversas valoraciones de la circunstancia española. Estaríamos entonces ante un saludable intercambio de opiniones con algunos reparos para la tergiversación y el maniqueísmo. Esos son vicios de nuestra conversación política, frecuentes, pero no mortíferos. Lo que no parece tan disculpable es esa denuncia final del editorialista. «Su pesimismo – el del general Miláns del Bosch, claro – creemos debería hacer recapacitar a sus superiores».

Recapacitar siempre es bueno. Pero ¿para qué? ¿Para sopesar serenamente las declaraciones del general, apartar de ellas lo que puedan tener de desacertado o de excesivo y tomar lección de lo que en ellas haya de justo y de atinado? ¿O más bien para que esos superiores tomen a un español y le destituyan, le persigan, le amordacen, le discriminen o le castiguen, por el hecho de haber expresado su opinión con respeto y con mesura? Vamos a ser denunciados a nuestros ‘superiores’ por el editorialista de EL PAÍS cada vez que expresemos una opinión que no coincida con las suyas? Hay una forma democrática de hablar, de disentir, de debatir. Y hay un hábito totalitario de pedir que alguien venga por encima del adversario o del disidente, a cortarle la lengua y a coserle la boca. ¿Es eso lo que EL PAÍS intenta hacer con quienes haya condenado, olímpicamente como reos del ‘pesimismo’? Hay un terrorismo que está enviando a algunos españoles dignos y honestos al túmulo. No nos ejercitemos en ese otro terrorismo que pone a otros españoles, dignos y honestos, en la picota. Enterremos la costumbre de la picota en las páginas de la Prensa de una etapa desgraciada y cruel de nuestra Historia.

28 Septiembre 1979

Formidable editorial

Jesús Merino y de la Hoz

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Permítame el atrevimiento de sustraerle preciosos minutos de su labor para expresarle mi felicitación -que merece por el conjunto de sus tareas profesionales- por el formidable editorial rubricado El pesimismo de un general del diario que dirige, del 25 de septiembre.Hablar -escribir- tan claro y mejor es harto difícil, y quienes rebaten ideas objetivas a determinadas clases del Estado, valientes y honrados. Por todo ello, y en bien de una prensa auténticamente objetiva y libre, repito mi felicitación, que supongo es la de tantos y tantos lectores.

Comisario del Cuerpo Superior de Policía

30 Octubre 1979

El "empapelamiento" de un comisario

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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AL SEÑOR Merino de la Hoz, comisario del Cuerpo Superior de Policía, destinado en Alcobendas, le ha sido incoado un expediente por una carta enviada al director de EL PAÍS y publicada el 28 de septiembre en la sección que reproduce la correspondencia de nuestros lectores. El contenido de ese breve texto era una felicitación del comisario de Alcobendas por el editorial El pesimismo de un general, aparecido en este periódico tres días antes, que contenía algunas apreciaciones críticas sobre las declaraciones dadas a nuestro colega Abc por el capitán general de Valencia. El señor Merino de la Hoz se limitó a considerar ese comentario «formidable», a estimar que «hablar -escribir- tan claro y mejor es harto difícil», a calificar de «valientes y honrados» a quienes «rebaten ideas objetivas a determinadas clases del Estado» y a «repetir» su felicitación, suponiendo que también la suscribirían «tantos y tantos lectores» por las antedichas razones «y en bien de una prensa auténticamente objetiva y libre».Quienes dudan de la existencia de los platillos volantes, no terminan de creer en las levitaciones y otros fenómenos parapsicológicos o se muestran reticentes respecto a portentos de diversa índole tienen, con este expediente disciplinario, un serio motivo para revisar sus actitudes incrédulas y escépticas. Ahí es nada: elogiar el editorial de un periódico puede poner en peligro el destino, o incluso la pertenencia a un cuerpo administrativo, del funcionario público que lo expresa. Y ese prodigio no se produce en la Checoslovaquia donde se condena a los firmantes de Carta 77, ni en la Argentina que envía al exilio al periodista Timmerman o hace «desaparecer a los escritores Roberto Walsh y Haroldo Conti, ni en alguna república africana presidida por el Idi Amin, Bokassa o Macías de turno. El expediente al señor Merino de la Hoz es incoado desde algúndespacho localizable en el organigrama de la Administración central de un Estado de Derecho, sometido a una Constitución democrática que reconoce la libertad de expresión de todos los ciudadanos y establece un completo cuadro de garantías para la defensa de los individuos frente a los abusos y arbitrariedades del poder.

Si tal es el destino del que hace el elogio, ¿cuál no sería la suerte de los elogiados en el caso de que el Ministerio del Interior tuviese jurisdicción administrativa sobre ellos? Si la felicitación del señor Merino de la Hoz da lugar a un expediente, ¿que podrían esperar los felicitados en el supuesto de que los expedientadores tuvieran la gozosa oportunidad de poder «empapelarlos»? Estas interrogantes no son, desgraciadaménte, un puro recurso retórico. Pues, como se recuerda en el comentario editorial precedente, sucede que el criminal atentado cometido contra EL PAÍS hace un año figura en los archivos de la Dirección General de Seguridad del Estado entre los casos no resueltos. Si los investigadores encargados del asunto opinan de este periódico lo mismo que aquellos de sus jefes que han expedientado a un comisario por el terrible delito de elogiarlo, a nadie puede extrañar las indolencias, negligencias y faltas de celo profesional que explican que un año después del crimen sus autores no hayan sido descubiertos.

Nos imaginamos que en algún apartado de letra pequeña del reglamento del Cuerpo General de Policía existen expresiones suficientemente ambiguas como para hacer posible el expediente del que es víctima el comisario de Alcobendas. Al igual, por supuesto, que el Código de Justicia Militar ofrecía en su articulado soporte suficiente para el procesamiento del teniente general Atarés y también, convenientemente forzado, para imaginar alguna medida en el caso del teniente general Milans del Bosch. Así como quien hace la ley hace la trampa, así quien interpreta un código penal o reglamento disciplinario puede encontrar intersticios y holguras para transformar en el señor K a cualquier ciudadano. Pero esa sesgada y partidista manipulación de los mudos textos legales, a fin de hacerles hablar con la voz que el ventrílocuo desea, no engaña a nadie.