5 abril 1978

Críticas de la oposición al presidente Adolfo Suárez González por su tardanza en comparecer ante las Cortes por la crisis de Gobierno

Hechos

El 5 de abril de 1978 el presidente D. Adolfo Suárez González aceptó comparecer por primera vez desde las elecciones del 15 de junio de 1977 para responder ante la oposición de su acción de Gobierno.

05 Abril 1978

Habla, Suárez, habla

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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HA SIDO necesaria una inesperada votación adversa contra el Gobierno para que el señor Suárez acuda hoy al Congreso a exponer a los representantes de la soberanía nacional las grandes líneas de actuación del ejecutivo en el inmediato futuro. Salvo su comparecencia para hacer la apología -junto con el resto de los líderes de los grupos parlamentarios- de los pactos de la Moncloa, el presidente se había limitado hasta ahora a calentar el banco azul mientras los portavoces de su partido o sus ministros corrían con los riesgos de las interpelaciones y los debates. Aunque su presencia de hoy en la tribuna de oradores sea forzada, no cabe sino celebrar este descenso del Olimpo. Ya era hora.El presidente ha dispuesto de tiempo para preparar una intervención seria y convincente. Confiemos en que los efectos retóricos sean esta vez sólo simples adornos de una pieza con sustancia propia. Los congresistas y, a través de ellos, todos los electores, necesitan saber a ciencia cierta cuál es el programa que el presidente, a punto ya de coronarse los trabajos constitucionales, ofrece al país.

Ante todo, está el modelo de ordenación de las fuerzas políticas, por el que apuestan el Gobierno y su partido. A lo largo de los últimos meses, el señor Suárez viene jugando, o jugueteando, con posibilidades diferentes. La primera, y seguramente la más acariciada por el presidente, es el Gobierno en solitario de UCD, que se autodenominó en un principio ni más ni menos que de centro-izquierda. La segunda posibilidad tomó cuerpo con los pactos de la Moncloa: un Gabinete monocolor ucedista con el apoyo parlamentario de un amplio «arco constitucional» al estilo italiano. Esa fórmula posee una dinámica propia, que empuja hacia un Gobierno de concentración nacional o de salvación pública, del que sólo los comunistas -y con entusiasmo- se muestran partidarios.

La tercera perspectiva apunta a fortalecer en España las tendencias, ya existentes, a un bipartidismo imperfecto, protagonizado por ucedistas y socialistas, bien en forma de Gobiernos de coalición, bien como institucionalización de un sistema similar al de los turnos de poder. Las conversaciones entre Adolfo Suárez y Felipe González y las intermitentes lunas de miel entre los partidos que presiden son indicios de que esa perspectiva no ha sido aún desechada. Finalmente, la cuarta posibilidad con la que juega el presidente del Gobierno, y la que en las últimas semanas parece contar con sus favores, es la reconstrucción de la derecha española, mediante un pacto de largo alcance entre una UCD que dejaría de coquetear con el reformismo de centro-izquierda y una Alianza Popular que bajaría de los montes.

Las vacilaciones del señor Suárez ante esas cuatro posibilidades parecen el reflejo de su inseguridad acerca de cuál de ellas garantiza mejor su futuro político y de su indefinición respecto al modelo de sociedad que quiere construir. Es la actitud propia de un profesional del poder, pero no la de un hombre de Estado que asume la responsabilidad de establecer las bases para una convivencia democrática. El presidente del Gobierno de la nacion debe dejar a un lado sus preocupaciones profesionales como políticos y encararde una vez cuál es el modelo que su partido desea para el futuro.

Esa indecisión básica del señor Suárez está gravitando pesadamente sobre la política áctual e hipotecando la eficacia de la acción del Estado. Y, sin embargo, son muchos y muy graves los problemas con que nuestra naciente democracia se enfrenta. En el orden internacional, una política exterior heredada y no saldada a su debido tiempo nos ha arrastrado, sin quererlo y casi sin saberlo, a esa peligrosa zona de las tormentas que es hoy día el norte de Africa, con sus repercusiones en Ceuta, Melilla y las Canarias. La integración en Europa ha comenzado a tropezar con la realidad de las dificultades económicas, pasado el fervor político. El ingreso en la OTAN o la opción por la neutralidad son respuestas de orden internacional que sólo podrán ser dadas cuando el diseño interior de las fuerzas políticas resulte claro.

En el orden interno, la crisis ministerial que el señor Suárez se ha comprometido a explicar hoy a los diputados mostró, en su día, que la ejecución de los pactos de la Moncloa es incomparablemente más difícil que su simple formulación. Las contradicciones dentro de la propia UCD, como insinuó recientemente el dimitido o cesado profesor Fuentes, han hecho imposible la aplicación coherente y eficaz del programa de saneamiento económico; y también están frenando la realización del «Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y politica», que forma parte -no se olvide-, y con igual importancia, de los pactos. La congelación salarial, la reforma fiscal y la política monetaria sólo son elementos de un acuerdo político más complejo para la modernización y democratización del país, que incluye desde la reforma de la Seguridad Social y un replanteamiento de nuestro deficiente sistema educativo, hasta el desmantelamiento de los numerosos residuos de autoritarismo en nuestro ordenamiento legal y en el propio aparato estatal. Pasando, naturalmente, por esa pieza curiosa e incomprensiblemente «olvidada» por unos y por otros el pasado mes de octubre y que se ha convertido en un casus belli: la urgente renovación de la Administración local, sin la cual, entre otras cosas, los regímenes de preautonomía carecerán de viabilidad y de contenido.

¿Y la Constitución? La obvia necesidad de que España disponga rápidamente de esa ley básica no debe servir al Gobierno de coartada para aplazar el planteamiento y la solución de los problemas, ni tampoco justifica la paralización de la actividad estatal en áreas de vital importancia para nuestra, seguridad exterior, o la consolidación de la democracia. Como ha señalado el profesor García-Pelayo, sería un error caer, a este respecto, en el «mito del Verbo». El diseño de las grandes líneas del sistema político, de las fuerzas que lo animen y de las reglas de juego entre los partidos tienen tanta o más importancia que la norma jurídica que formalice las pautas de funcionamiento del Estado y de sus relaciones con la sociedad.

A todas estas interrogantes debe tratar de responder, y sobre todas estas oscuridades intentar arrojar alguna luz el tan esperado discurso del presidente. Una aparición más frecuente sobre la tribuna del Parlamento le hubiera evitado que el trabajo se le acumulara. El ha preferido hacerlo así. Le deseamos suerte.

06 Abril 1978

Sin comentarios

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LA INTERVENCION de ayer del presidente Suárez ante el Congreso ha defraudado. En un discurso leído, de más de una hora, largo, reiterativo, aburrido y desprovisto de contenido, el presidente del Gobierno y líder del partido en el poder ha sabido ingeniárselas para no explicar la reciente crisis de su Gabinete (principal motivo de su comparecencia ante los diputados) ni desarrollar un programa político que ni él ni su partido han formulado hasta el momento. El discurso del presidente del Gobierno, sencillamente, no es comentable.Para el viaje parlamentario de ayer no eran precisas las alforjas de tanta expectación previa, tanta especulación acerca de las acechanzas de las minorías parlamentarias, y tanta historia de muñidores de votaciones de confianza, de amanuenses del discurso presidencial y hasta de odontología aplicada a la política.

El discurso -insistimos- carece de comentario, pero, al menos, sirve para que el país se ciña a las realidades del auténtico papel que ahora desempeña el Parlamento. Mientras no rija una Constitución el Gobierno no tiene responsabilidad parlamentaria, ni el Parlamento tiene siquiera capacidad legislativa. Lo que aquí tenemos es un Gobierno que ha ganado unas elecciones democráticas y que pacta sus tareas ejecutivas con la Oposición y maneja su mayoría en el Congreso para legislar en solitario. Lo demás son buenas maneras, amagos de parlamentarismo constitucional y ensayos generales para lo que en su día será una auténtica democracia parlamentaria. Y algo de esto vino a decir a la postre el propio presidente.

Cuando el vicepresidente Abril Martorell dio pie, con su desafortunada explicación de la crisis de Gobierno, a que la mayoría de UCD perdiera por vez primera una votación en el Congreso, los líderes políticos vinieron a comentar que el palacio de la Carrera de San Jerónimo comenzaba a parecerse a un Parlamento, mientras el portavoz de UCD tildaba la derrota de su partido de emboscada parlamentaria. Palabras, usos, costumbres, típicos de los Parlamentos democráticos, pero que no se corresponden todavía con nuestra realidad constitucional.

La Cámara quiso que el Gobierno explicara su política tras la dimisión del vicepresidente económico Fuentes Quintana, y el presidente Suárez no ha hecho más que repetir por extenso lo ya dicho por Abril Martorell o lo que sus ministros han explicado en declaraciones periodísticas. Parece que hoy el presidente está dispuesto a intervenir en el debate parlamentario, pero sería ingenuo esperar que en sus improvisaciones de hoy revele lo no dicho en su escrito y meditado discurso de ayer. Y, por otra parte, todos los datos políticos detectables inducen a pensar que la oposición parlamentaria carece de la insensata intención de colocar al Gobierno en una situación moralmente insostenible.

Pero que el discurso del presidente haya sido confeccionado en base a obviedades y lugares comunes, a buenas palabras y propósitos con los que nadie puede estar en desacuerdo, no es el principal motivo de la desilusión deparada ayer por el señor Suárez. El presidente debería saber -lo sabe- que no se dirigía a una Cámara en la que todo está prácticamente pactado y sobreentendido durante el interregno constitucional entre los portavoces de los partidos. Al presidente Suárez le estaba «escuchando» todo un país, una sociedad, ya un punto cansada por el interminable proceso democratizador, económicamente baqueteada, en muchos casos confusa y necesitada de estímulos y de confianza. Atenta a que se le dibuje un horizonte de mínima esperanza para la democracia que ilusionadamente votó el pasado 15 de junio. Y, por eso, nos atrevemos a pronosticar que esa sociedad se ha sentido defraudada ante el discurso de un presidente que, además, no prodiga sus intervenciones públicas. Así, la expectación ante el Pleno de ayer, en buena parte estimulada desde los periódicos, sólo merece un periodístico y caritativo «sin comentarios».