24 agosto 1994

Deng Xiaoping cumple 90 años como líder supremo de la dictadura comunista China a pesar de no ocupar ningún cargo ejecutivo oficial

Hechos

El 24 de agosto de 1994 Deng Xioaping cumplió 90 años.

24 Agosto 1994

Deng y el futuro

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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DENG XIAOPING, el hombre clave de la política de China desde la muerte de Mao Zedong acaba de cumplir 90 años. Contrariamente a lo ocurrido en otros países, este líder, que ha acumulado tanto poder como recursos políticos tiene, ha sabido desprenderse de todo cargo oficial. Por tanto, su muerte no planteará ningún problema concreto en orden al nombramiento de nuevas personalidades.Pero abrirá grandes interrogantes por el vacío que dejará en la cúpula china. Dejó hace tiempo la secretaría general del partido y la presidencia de la República, y en 1990 abandonó la de la Comisión Militar del Partido Comunista, órgano máximo de las Fuerzas Armadas. Pero cuanto dice Deng -aunque sea un murmullo que traduce su hija, inseparable de su lado- se convierte en directiva incuestionable que asume todo el partido y se plasma en decisiones políticas esenciales.

¿Qué sucederá a su muerte? La política de esta superpotencia emergente perderá un punto de referencia capital. En este marco de apoyo general a la reforma económica y de paralización de los proyectos de democratización política que afloraron en 1989 existen varias opciones y presumiblemente otras tantas corrientes en la dirección china ante el desarrollo futuro. ¿Poner o no freno al auge capitalista? ¿Combinar el progreso económico con más libertad política o mantener la liberalización económica con el monopolio político comunista? ¿Cómo afrontar probables tendencias centrífugas y tensiones étnicas?

La obra esencial de Deng ha sido lanzar la economía al capitalismo y abrirla al exterior. Las convulsiones en Rusia, donde las reformas se hicieron a la inversa, comenzando por lo político, parecen fortalecer las tesis de Deng. ¿Podrá mantenerse esta contradicción entre lo político y lo económico? Muchos piensan que sí. El sistema político chino converge paulatinamente con ese modelo de autoritarismo asiático que emerge en otros países de la región con éxitos económicos y sin antecedentes comunistas.

En Occidente persisten muchas interrogantes sobre los líderes que aparecen como posibles sucesores de Deng. El que parece ser más firme candidato es Jiang Zemin, que acumula, tres cargos claves: presidente de la República, secretario general del partido y presidente de la Comisión Militar. Pero, con una carrera basada en compromisos entre facciones, puede no contar con apoyos de la rotundidad necesaria para ser el nuevo dirigente máximo.EI jefe de Gobierno, Li Peng, está muy comprometido por la matanza de la plaza de Tiananmen. El odio que despierta en ciertos sectores puede serle un obstáculo insalvable.

Quedan, pues, en la lista de sucesores potenciales el vicepresidente encargado de la economía, Zhu Rongij, alcalde de Shanghal en 1989, que supo diálogar con las manifestaciones estudiantiles. Tiene posibilidades tanto por su papel en la apertura económica como por el ejemplo de flexibilidad que ha dado en su ciudad, convertida en un pujante centro del desarrollo económico. El máximo misterio rodea a Quao Shi actual presidente de la Asamblea Nacional, y cuya carrera se ha desarrollado en cargos internos de partido y en el aparato de la seguridad del Estado. Estos antecedentes no implican necesariamente una mayor tendencia a la represión y quizá sí una mayor información sobre la situación real del país.

Es, sin embargo, muy improbable que ninguno de ellos pueda convertirse en un sustituto real de Deng. El poder de éste ha sido tal que difícilmente podrá asumirlo un líder en solitario. Su poder fue, igual que su personalidad, excepcional. Él abrió el camino a una nueva era en la milenaria historia de China. Otros habrán de continuarlo.

30 Enero 1995

La transición china

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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DENG XIAOPING ¿está vivo o muerto? Políticamente, hace meses que ha desaparecido de la escena pública y, según ha confirmado su hija a The New York Times, su existencia casi vegetal no le permite ninguna actividad. En términos físicos, vive, y probablemente el numeroso equipo de médicos que le atiende (de medicina occidental y también tradicional china) está en condiciones de prolongar esta situación. Oficialmente, sólo se habla de la necesidad de «prepararse para el cambio que se avecina», pero en las altas esferas políticas todo está ya condicionado por la inminencia de la muerte de Deng. No parece que la sucesión inmediata plantee problema. Jiang Zemín, secretario general del partido y a la vez presidente de la República, será su sucesor; a su lado, las dos figuras llamadas a continuar al frente del poder, Li Peng, jefe del Gobierno, y Zhi Rongji, que dirige la política económica; este último, mucho más reformador. En su reciente viaje a Manchuria, una zona anclada en el pasado, ha hecho una purga de funcionarios y ha anunciado que 1995 sería el año de la reforma de la industria estatal. Al mismo tiempo, hay síntomas de que la sucesión abrirá una etapa compleja y que muchos ya se preparan a ella. Ha sido llamativa la ausencia de Quia Shi, presidente de la Asamblea Nacional (y anteriormente jefe de los servicios de policía e información), a una ceremonia solemne para exaltar «el pensamiento de Deng». También Yang Shangun, ex presidente de la República, viaja bastante y fomenta que se filtren de él ideas poco ortodoxas.

El problema más agudo para el equipo que suceda a Deng es la situación económica. Al impresionante crecimiento chino, que ha acercado a provincias de la costa al nivel de una vida moderna, con un capitalismo pujante, se opone la situación en zonas del interior, atadas a la dirección del Estado y sumidas en un tremendo atraso. Un reciente informe habla de 230 millones de parados, lo que da idea de los abismos que amenazan a la economía china. Si el futuro equipo no logra frenar la inflación, engendrada por el propio ritmo del desarrollo, la amenaza de repercusiones sociales de máxima gravedad no puede descartarse. El papel unificador de Deng -ligado a la historia comunista más venerada y a la vez campeón de un avance audaz hacia el capitalismo- no podrá ser ocupado por los nuevos dirigentes.

¿Se evitarán en tal coyuntura nuevas divisiones políticas dramáticas en un futuro quizá no lejano? Hasta ahora, las medidas que se observan en el terreno político-ideológico son muy tradicionales y no ofrecen garantía de estabilidad. Se aprietan los frenos y se pretende reforzar una unidad burocrática y dogmática. Eso puede funcionar en las oficinas de Pekín, y en algunos círculos del aparato. Pero la sociedad más dinámica, en Shanghai, Cantón y otras ciudades, está ya en una onda distinta y la capacidad de influencia del aparato burocrático-ideológico es escasa. Pronto se presentaría a los dirigentes la opción dramática de desatar una ola represiva contra los sectores que, alejados ya del «socialismo de cuartel», son los que permiten al desarrollo económico chino causar la admiración del mundo.

Para escapar a ese dilema se empieza a hablar de la necesidad, una vez muerto Deng, de reabrir la discusión sobre la represión que aplastó el movimiento democrático de Tiananmen de 1989. Al parecer, el propio veterano Yang Shangun no se opondría a una apertura de ese tipo. Ello permitiría recuperar al ex secretario general Zao Zhiyang, eliminado de ese cargo a causa de esos acontecimientos, pero que sigue siendo miembro del partido en su jubilación dorada. Zao, que tiene la edad de Deng cuando éste inició su marcha reformadora, podría dar a la dirección china una imagen mucho más moderna. Tal hipótesis, que aterroriza al grupo de Li Peng, sería una verdadera revolución: como ha ocurrido hasta ahora al morir los grandes jefes.