19 febrero 1997

Elogiado por sus reformas económicas, pero con un legado manchado por la matanza de Tienanmen

Muere Deng Xiaoping, líder supremo de la República Popular China

Hechos

  • El 19.02.1997 murió Deng Xiaoping, miembro del Comité central del Partido Comunista de China y presidente de las comisiones militares.

Lecturas

«NUESTRO QUERIDO CAMARADA…»

La dictadura del Partido Comunista de China honró a Deng Xiaoping con honores de Jefe de Estado en su funeral y como tal fue tratado siempre por gobernantes de todo el mundo puesto que nadie ignoraba que era el gobernante supremo del país. No obstante, ante la peculiar circunstancia de que no ocupaba ningún cargo que justificara ese poder (no era ni Presidente, ni primer ministro, ni secretario general del Partido Comunista) los medios de comunicación se limitaron a informar de que ‘Nuestro querido camarada Deng Xiaopin ha fallecido». El mandatario chino recibió el mayor funeral de Estado que se vivía en China desde la muerte de Mao Zedong.

¿UNA DICTADURA SIN DICTADOR?

Jiang Zemin  ocupa el cargo de Secretario General del Partido Comunista de China desde 1989 (a propuesta de Deng Xiaoping) y presidente de la República Popular China desde marzo de 1993 (también a propuesta de Deng Xiaoping), por lo que ahora que desaparece este, Zemin pasa a ser la cabeza de la dictadura comunista y, sin embargo, no se prevé que se establezca un culto a su persona al nivel de Mao Zedong o Deng Xiapoing, dejando un mando más colectivo en la estructura del Partido Comunista.

20 Febrero 1997

Jiang carece de rival claro para suceder a Deng

Teresa Poole

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Tras la muerte anoche del patriarca chino Deng Xiaoping, un hombre destaca sobre el resto de sus pares para sucederle. Ya hacetres años, cuando los máximos dirigentes de China celebraban el centenario del nacimiento de Mao Zedong, el presidente Jiang Zemin se mostraba orgulloso en el podio del Gran Salón del Pueblo. Se dirigió a una audiencia de 10.000 personas, colocándose claramente como el sucesor con mayores posibilidades.

Tristemente para Jiang, de 70 años, la analogía histórica que más a menudo se le asigna no es la del presidente Mao, ni la de Deng Xiaoping, sino la de Hua Guofeng. Hua fue el sucesor elegido por Mao en 1976, pero en sólo dos años Deng Xiaoping le usurpó el puesto y tomó las riendas del poder. Del mismo modo, mucha gente ve a Jiang como una figura de transición más que como el futuro máximo líder. Sin embargo, no se le debe descartar demasiado a la ligera; el largo declive de Deng antes de su muerte significa que Jiang ha tenido suficiente tiempo para situarse ante la lucha por el poder que se avecina.Jiang fue la tercera elección de Deng como heredero. Los dos candidatos anteriores, Hu Yaobang y Zhao Z¡yang, ambos reformistas, se quedaron en el camino durante la década de los ochenta. El último fue depuesto tras la matanza deTiananmen y Jiang fue catapultado a través de las filas del Partido Comunista hasta la secretaría general. Fue una figura de compromiso que resultaba tolerable tanto para los reformistas como para los conservadores, y, para ampliar su reputación, fue rápidamente calificado por Deng como el «centro» de la «tercera generación» de dirigentes que llevaría a China al siglo XXI. Para 1993, a instancias de Deng, Jiang también había acumulado los cargos de comandante jefe del Ejército y presidente de la República Popular.

En el opaco sistema político chino, sin embargo, los títulos no son garantía de status. El poder político está más a menudo ligado a alianzas probadas y a una efectiva red de contactos entre bambalinas. En este aspecto, Jiang está algo menos seguro. ¿Tiene la visión para conducir el país hacia un sistema más maduro de gobierno? Muchos analistas occidentales tienen dudas al respecto.

El ascenso al poder de Jiang se inició en 1982 cuando fue elegido miembro del Comité Central. Para 1985, ya era alcalde de Shanghai. Entró en el Politburó en 1987 y al año siguiente era jefe del partido en Shanghai. Aún así sólo llegó a formar parte del comité permanente del Politburó en junio de 1989, debido a su inesperada promoción al cargo de secretario general del partido tras la matanza de Tiananmen.

La maquinaria propagandística del Estado ha trabajado para crear una imagen apropiada de Jiang como un hombre del pueblo. Los perfiles oficiales le describen como «modesto y cortés», así como muy versado en poesía clásica china. Habla inglés, ruso y rumano, y le gusta el arte.

En el frente militar, el presidente no tiene ni la estatura revolucionaria de la generación de la Larga Marcha ni experiencia en el Ejército. Así que durante los tres últimos años ha cortejado de forma activa a los generales, con visitas regulares a unidades militares y aumentos en el presupuesto de defensa. El apoyo tácito del estamento militar será crucial, dada su débil base política. La principal carta de Jiang es su designación oficial como sucesor. A corto plazo, también se beneficiará de que no hay otro candidato claro.

El primer ministro, Li Peng, es mucho más odiado debido a su apoyo a la represión de la plaza de Tiananmen. Zhu Rongji, el vice primer ministro responsable de las reformas económicas, es ampliamente respetado entre la nueva generación de tecnócratas, pero se ha hecho con poderosos enemigos en sus intentos por enfriar la economía. Qiao Xi, el presidente de la Asamblea Nacional del Pueblo, es cada vez más poderoso pero hasta ahora parece haberse alineado con el presidente. De momento, Jiang no tiene un rival claro.

LA SOMBRA DE TIANANMEN

La desaparición de Deng Xiaping deja un asunto pendiente: la revisión de lo sucedido en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989, cuando el Ejército, apoyado por carros de combate, aplastó sin contemplaciones la rebelión estudiantil causando cientos de muertos. «Tarde o temprano tendrá que haber una revisión», dice un diplomático occidental en Pekín. Pero aquí nadie se hace demasiadas ilusiones. A menos que las más altas esferas del Partido Comunista sufran grandes cambios, es poco verosímil que esto pase.Desde hace varios años se escuchan en China numerosos llamamientos en este sentido por parte de activistas políticos y de disidentes. En 1994, siete estudiantes participantes en la demostración de Tiananmen enviaron una carta a la Asamblea Nacional Popular en la que pedían que el Gobierno abandonara su lenguaje más agresivo. Para el Ejecutivo, aquella manifestación en demanda de libertad y democracia fue «una rebelión de contrarrevolucionarios» o «un disturbio». No son los únicos que piden un cambio. También intelectuales, académicos y activistas se han sumado a la idea, reclamando, además, la liberación de los que fueron encarcelados tras la revuelta de 1989.

Hasta ahora, las peticiones en ese sentido han caído en oí dos sordos. Durante su vida, el propio Deng obstruyó, con éxito, cualquier revisión de las tesis oficiales. Incluso prohibió que se hiciera después de su muerte. El liderazgo chino también defendió, de manera invariable, la decisión de Deng de mandar tropas del Ejército Popular de Liberación. El presidente Jiang Zemin declaró en una ocasión: «Si el Gobierno chino no hubiera tomado medidas firmes en aquel momento, el país no gozaría de la esta bilidad que tiene hoy».

Sin embargo, en cualquier lucha de poder tras la desaparición de Deng, tanto reformistas como halcones podrían tener un interés en cambiar la lectura de la historia y saldar así viejas cuentas con el pasado y ganar apoyo popular.

20 Febrero 1997

China sin Deng

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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CUANDO CHINA despierte… Es tanto el temor a que el gigante asiático -1.200 millones de personas, una quinta parte de la humanidad- asuma algún día un beligerante papel de superpotencia, o a una convulsión interna de imprevisibles consecuencias hacia el exterior, que lo primero que quiere Occidente, aun a costa de cerrar los ojos a tantas cosas que no le gustan, es que haya estabilidad. Para que China siga por su peculiar vía hacia el capitalismo, para que construya sin sobresaltos su enorme mercado de consumidores y productores, para que las reivindicaciones sobre Taiwan y sobre la zona marítima del sur no degeneren en conflicto bélico, para que Hong Kong y Macao vuelvan al redil sin dejar de ser grandes puertas comerciales.El anciano Deng Xiaoping, cuya vida se ha apagado a los 92 años, fue la garantía de que las aguas no iban a salirse de su cauce. Aunque su actividad pública fuese nula desde hace años, destruido por la enfermedad, apartado del ejercicio directo del poder, seguía constituyendo una referencia imprescindible de ese confucionismo-leninismo que tiene más de lo primero.

Superviviente de la Revolución Cultural de Mao, indiscutible arquitecto de la reforma económica una vez muerto el fundador de la China moderna, ideólogo de la coexistencia de la vía china al capitalismo bajo una dictadura comunista férrea y centralizada, Deng no dudó en tomar la vía de la fuerza cuando se produjo el levantamiento de Tiananmen, en 1989. Los centenares de muertos con que se saldó la represión de aquella revuelta pegan mucho a la hora de enjuiciar la labor de Deng, pero no rebajarán el reconocimiento de la. historia a su papel de constructor de una China con vocación de integrarse en la gran corriente de la economía internacional.

La comparación con la situación en Rusia -donde no se ha podido construir ni un sistema económico que funcione ni una auténtica democracia- sirve de coartada a los dirigentes chinos para defender la teoría aplicada por Deng de que, por ahora, la prioridad es el desarrollo y no la libertad, aunque no basta para justificar la persecución implacable de la disidencia.

Lo que ahora importa es si Deng ha dejado la situación bajo control o si, como llevan anos pronosticando algunos agoreros, todos posible ahora, desde una explosión social provocada por las disfunciones de un desarrollo capitalista desigual hasta una descomposición del país causada no tanto por motivos étnicos como por, la existencia de tremendas diferencias entre unas regiones y otras.Y es que, junto a megalópolis como Shanghai o zonas especiales como Shenzhén, existe aún la vieja China agrícola que sólo con enormes esfuerzos se deja arrebatar cada grano, de arroz imprescindible para subsistir. Y hay millones de campesinos que vagan hacia las ciudades en busca de trabajo.

La garantía de estabilidad se llama Jiang Zemin. Es presidente, secretario general del partido y jefe de la poderosa Comisión Militar. Controla, al menos en teoría, el poder político, económico y militar. Y todo indica que, como su mentor Deng, es un pragmático a ultranza. Pero la historia tiene sus momentos clave, y puede que ahora esté comenzando una nueva era, no exenta de incertidumbres, como la que marcó la muerte de Mao.

Uno de los mejores biógrafos de Deng, Richard Evans, ha escrito que «el pueblo de China tendrá que emitir un juicio sobre el hombre que le ha dirigido durante todos los años menos dos desde la muerte de Mao. Muchos encontrarán no pocas manchas en su historial, como el aplastamiento de la democracia en 1989. Algunos de ellos verán más negro que blanco. Pero la gran mayoría verá más blanco que negro, aunque sólo sea porque Deng les ha elevado a un nivel de vida que sus padres ni conocieron m pudieron soñar».

20 Febrero 1997

Adiós al último emperador

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez Codina)

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Gobernaba China hasta ayer a través del débil sonido que salía de sus labios y que sólo su hija, Deng Rong, era capaz de interpretar. Con la muerte de Deng Xiaoping -cuyo anuncio fue realizado mientras sus compatriotas dormían como corresponde al oscurantismo que pervive en la cultura china- desaparece el líder que ha marcado los últimos veinte años de la historia del país más poblado del mundo y el político capaz de enterrar el maoísmo.

Deng era uno de los dirigentes históricos que ayudaron a Mao a conquistar el poder. Había participado en la Larga Marcha de 1935 y había logrado alcanzar el rango de viceprimer ministro en 1952, convirtiéndose de hecho en el número tres del régimen tras El Gran Timonel y Chu En Lai.

Fue apartado brutalmente de sus cargos durante la Revolución Cultural de 1966, acusado por los guardias rojos de «revisionista» y «burgués reaccionario». Deng había tenido la osadía de iniciar una reforma agraria en la que se permitía a los campesinos vender parte del excedente de sus cosechas. Lo que fue una medida para aumentar la producción le costó ser desposeído de todos sus privilegios y confinado en una granja.

Deng volvió al poder en 1973, tres años antes de la muerte de Mao, pero fue apartado de nuevo por «la banda de los cuatro». Hua Kuo Feng le rescató del ostracismo en 1977, rehabilitándolo tras la expulsión del partido de la mujer de Mao y sus seguidores. Al año siguiente, el Comité Central del Partido Comunista aprobó las ambiciosas reformas económicas planteadas por Deng, convertido de facto en el principal dirigente de la nación.

Deng, que en su juventud había estudiado en París y había sido obrero de Renault, se concentró durante una década en desmantelar la herencia de Mao, que había dejado arrasada la economía china tras experiencias tan desafortunadas como «El gran salto adelante». Desmontó el comunismo centralizado, reconoció la iniciativa privada y abrió el país a las grandes inversiones extranjeras. El resultado fue un impresionante y desigual crecimiento económico que transformó la faz de China en los años 80.

Pero este espectacular cambio económico no fue acompañado nunca de una democratización del régimen ni de reformas institucionales. China era -y lo sigue siendo- un enorme país, regido por una reducida camarilla burocrática. Deng fue el gran responsable de la matanza de Tiananmen en 1989, ya que instigó la represión y se mostró incapaz de comprender las reivindicaciones de los estudiantes.

Ese mismo año el líder chino decidió retirarse y abandonó todos sus cargos. Pero reapareció en 1992 para defender sus reformas y, concretamente, las zonas económicas especiales, cuestionadas por Chen Yun, su gran rival. En sus últimos años, Deng mantuvo su apoyo a Jiang Zemin, presidente y jefe del partido y del Ejército.

Jiang Zemin es, a pesar de todo, un líder poco sólido y cuestionado desde diversos sectores. ¿Seguirá gobernando la China después de Deng? Un enigma sin respuesta, como casi todo lo referente a este lejano y complejo país.