15 noviembre 2002

Relevo en la Dictadura Comunista de China: Jiang Zemin es reemplazado por Hu Jintao al frente del partido único

Hechos

El 15 de noviembre de 2002 se produjo el relevo en la secretaría general del Partido Comunista Chino.

28 Agosto 2002

La cuarta generación

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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China se dispone a iniciar una transición política generacional sin precedentes desde la revolución de 1949 con la renovación del Partido Comunista Chino (PCCh) que celebrará su XVI Congreso a partir del 8 de noviembre. No se trata sólo de que una nueva generación asuma el liderazgo del país, sino también de hacer que entren y participen en estos órganos centrales del poder en China emprendedores y empresarios de renombre. Pues aunque se mantenga oficialmente la doctrina de la dictadura del proletariado, el PCCh es posiblemente el único partido comunista que ve reforzada su legitimidad no sólo con un sostenido crecimiento económico del país más poblado de la Tierra, sino con el avance hacia una economía de mercado.

China, en su vía particular hacia un capitalismo, que, sin duda, será sui géneris, sigue avanzando en la línea que marcara Deng Xiaoping. Ahora es el líder Jiang Zemin, de 76 años, que debería retirarse en noviembre a un segundo plano aunque manteniendo en sus manos importantes palancas de poder, el que quiere que los estatutos del partido incorporen su Doctrina de las Tres Representaciones: de las fuerzas productivas avanzadas, de la cultura avanzada y de los intereses generales de la ciudadanía. Si lo consigue, y el reciente cónclave de la cúspide política parece haberlo avalado, Jiang Zemin entrará en la historia china junto a Deng Xiaoping y el Gran Timonel, Mao Zedong. Ahora bien, más allá de que las actuales riadas lo aconsejen, el retraso en dos meses sobre la fecha inicialmente prevista del congreso del PCCh indica que en la opaca trastienda del sistema se está librando una inevitable lucha por el poder.

En principio, el Congreso, la renovación de la mitad del Politburó al rebasar la edad límite, ahora estatutaria, de 70 años, y la sustición de cargos cruciales como el de presidente, secretario general y otros, indica que está a punto de empezar un maremoto político, si bien controlado, que ha de llevar a la cúspide a la llamada cuarta generación, nacida en los años treinta y cuarenta, bien educada, y que, aunque carece de unidad, está representada por el actual vicepresidente Hu Jintao. A la vez, la entrada prevista de empresarios en el Comité Central del partido, ya sea como miembros plenos o sustitutos, es un paso sin precedentes: puede llevar a este órgano a las fuerzas más dinámicas de la sociedad, pero sería también la primera vez que intereses privados estuvieran representados en la cúpula comunista. Las resistencias a dar tal paso se han dejado notar con un incremento de las inspecciones fiscales no sólo de empresarios, sino también de artistas, algunos encarcelados por evasión de impuestos.

La gran pregunta es si el partido comunista, que pretende conservar el monopolio de la organización de masas (de ahí la persecución de la secta Falun Gong), es compatible con el avance hacia el capitalismo. La respuesta que intenta Jiang Zemin, antes de dar otros pasos hacia el pluralismo o la democracia, es la de incoporar el capitalismo al partido, para que éste conserve su poder, en un país de 1.200 millones de habitantes que cuenta ya con una clase media de entre 60 y 100 millones de personas.

10 Noviembre 2002

El cambio chino

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Nada anticipa que la cuarta generación de jefes comunistas que debe emerger del actual Congreso del PC chino vaya a diferenciarse mucho de la tercera, representada por Jiang Zemin. Al margen de quiénes sean los siete del Politburó que dirigirán los destinos del país más poblado del mundo, la aportación fundamental del XVI Congreso ha sido establecida en el discurso inaugural de Zemin: permitir a los ‘nuevos estratos sociales’ (empresarios, profesionales independientes, autoempleados) o ‘fuerzas productivas avanzadas’ que se incorporen al partido. El comunismo chino redecora sus raíces proletarias para acomodar y representar también a los nuevos ricos y los exitosos. A los capitalistas.

Algo imprescindible, esta savia nueva, no sólo para apuntalar al agonizante partido único, sino también para alcanzar ese ‘moderado bienestar’ perfilado como meta colectiva por el presidente chino y evitar el colapso de una economía a medio reformar, que necesita alumbrar al menos 8 millones de empleos anuales si quiere mantenerse a flote. El riesgo del nuevo paso adelante es que acentúe aún más la relacion simbiótica entre el poder político y los negocios, causa fundamental de la corrupción -soborno, amiguismo, nepotismo-, denunciada el viernes por el propio Zemin como un flagelo para el país que, pobre y aislado, comenzó hace un cuarto de siglo un proceso de cambio.

La transición sin necesidad de elecciones que se consagrará en el cónclave comunista es tan opaca y antidemocrática como las anteriores. Los más de dos mil delegados reunidos en Pekín para santificar el relevo son convidados de piedra. El hombre llamado a sustituir a Zemin la semana próxima, el vicepresidente y relativamente joven Hu Jintao, un burócrata de perfil incierto, ha hecho un noviciado de diez años sin dejar ninguna huella política relevante antes de convertirse en nuevo jefe del PC y próximo jefe del Estado.

China tiene por delante tareas hercúleas -desde mantener la calma social hasta su consolidación como gran potencia- que exigen un criterio firme y poderoso, más alla de las capacidades iniciales del heredero Jintao. Las prioridades del gigante asiático, en cualquier caso, han sido definitivamente marcadas en los trece años de reinado de Zemin, y nadie las ha desafiado en el críptico sanedrín gobernante. Atañen básicamente a su apuesta final por el capitalismo, su apertura económica internacional (consagrada por el ingreso en la OMC) y sus buenas relaciones con EE UU, la única superpotencia.

15 Noviembre 2002

Un dragón más joven, pero anquilosado

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El XVI Congreso del Partido Comunista Chino alcanzará hoy su clímax cuando se alineen, conforme a un orden ritual de jerarquía descifrable sólo por los iniciados, los siete miembros del comité permanente del Politburó. Este comité, elegido teóricamente por el Comité Central del partido, es la instancia donde reside el poder real del país más poblado del mundo y se encargará de designar al vicepresidente Hu Jintao como próximo secretario general y jefe del Estado. Culminará así la mayor limpieza política de las últimas décadas en el gigante asiático y el primer relevo ordenado del poder desde el triunfo comunista en 1949. Las transiciones previas han estado marcadas por purgas, conspiraciones o baños de sangre, como el que llevó a la cúspide, después de Tiananmen, a Jiang Zemin, el hombre que ha cedido el testigo en loor de multitudes a la cuarta generación de dirigentes.

Pero el cambio producido en el Congreso, el acontecimiento por antonomasia de la política china y cuyas bambalinas siguen siendo soviéticas en sus procedimientos, es más aparente y numérico que real. En la rigurosamente antidemocrática China, lo relevante se decide en prolongados conciliábulos de una élite añosa que se coopta a sí misma. Jiang Zemin, tras trece años al timón, deja su sucesión bien atada. No sólo se reservará, muy probablemente, como hiciera su antecesor Deng Xiao Ping, la jefatura de las Fuerzas Armadas, un poder de dos millones y medio de hombres, sino que entre los siete de la fama, o quizá nueve, aquellos que junto con el nuevo líder y presidente Hu Jintao adoptarán las decisiones trascendentales, tendrá a un buen número de sus acólitos. De hecho, y mientras el nuevo secretario general y jefe del Estado vaya construyendo su base política, será Jiang Zemin quien desde la sombra controle los resortes fundamentales del poder, algo ya ensayado por Deng Xiaoping.

Esta lenta transición china es una cuestión generacional, no de principios. Pekín tiene claro que debe afrontar sus formidables retos con gente más joven, algo que no sólo está explícito en la designación de Hu Jintao, de 59 años, como jefe supremo tras diez años en la pista de despegue, sino también en los relevos anunciados en la cúpula castrense. Todos los generales mayores de 70 años dejan el Comité Central del partido para ser reemplazados por hombres más curtidos en los aspectos tecnológicos de la guerra moderna y familiarizados con Occidente; y presumiblemente capaces de institucionalizar los ahora inexistentes lazos entre civiles y militares.

El mayor acontecimiento del XVI Congreso ha sido el cambio en las normas del languideciente partido único para dar cabida en él a los hasta hace poco excluidos como explotadores capitalistas. Jiang Zemin rechazó, ya en la apertura del cónclave, la semana pasada, cualquier posibilidad de que en China se implante el multipartidismo, lo que acentúa la incongruencia de un sistema que mantiene a 1.300 millones de personas inmersas en un proceso explosivo de cambio social y económico, pero sometidas a la vez a la dictadura de una élite que se perpetúa esgrimiendo como evangelio un dogma caduco. El PCCh, sideralmente distanciado del pueblo en virtud de su opacidad consustancial, necesita con urgencia sangre nueva para seguir llevando el timón de un país desmesurado y sometido a enormes fuerzas centrífugas, un crisol donde se multiplican los agravios entre las grandes ciudades y el campo, donde dos tercios de la población subsisten con la tercera parte de la renta media.

El abrazo fraternal del comunismo chino al capitalismo o ‘las fuerzas productivas avanzadas’, en palabras de Jiang, una de las patas del trípode condensado en su metafórica teoría de las Tres Representaciones, forma parte en cualquier caso de un proyecto irreversible de modernización. Pero en la China del siglo XXI, que ha optado hace tiempo por un compromiso con el mundo exterior y por una plaza en los engranajes económicos, políticos y militares que definen a las grandes potencias, es un anacronismo insoportable la concentración absoluta del poder en un puñado de personas al margen de cualquier elección democrática.

Pekín ha entrado con un sistema político esclerotizado en una fase crítica de sus reformas económicas, en la que el gran desafío va más allá de combatir la corrupción o mantener el orden social en un entorno cada vez menos dócil y más inestable. El partido único, si no quiere propiciar un desplome a la soviética, debe ser capaz de hacer pasillo a un marco político nuevo y plural, capaz de acomodar un proyecto en el que la mayoría de los ciudadanos chinos se sientan por primera vez representados.