5 septiembre 2022

Derrota del Gobierno de Gabriel Boric: Chile rechaza su propuesta de nueva Constitución elaborada por la izquierdas

Hechos

El 5 de septiembre de 2022 la prensa informa del resultado del referendum en Chile.

05 Septiembre 2022

Chile abre una nueva etapa

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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El rechazo al actual texto de la Constitución impulsa una segunda fase de negociaciones con Gabriel Boric a la cabeza

Chile expresó este domingo su rotundo rechazo a la propuesta de nueva Constitución. El plebiscito convocado para validar el texto que debía sustituir al que entró en vigor en 1980 bajo mandato del dictador Augusto Pinochet (aunque fuertemente enmendado a lo largo de los años) obtuvo un 62% de votos en contra frente a un 38% a favor. Este resultado, avalado con una masiva participación del 84,5%, muestra una sociedad desencantada con un trabajo constituyente que a todas luces no ha logrado la madurez que requieren las leyes fundamentales. No se trata, sin embargo, de ningún fracaso del sistema democrático, como intenta hacer creer la ultraderecha, sino lo contrario. Lo que Chile pide ahora, y así lo ha reconocido su presidente, Gabriel Boric, es precisamente reactivar el proceso y “resolver las diferencias con más democracia, nunca con menos”.

Bajo esta premisa, es de esperar que en los próximos días se establezcan los cauces para reanudar la discusión constitucional en busca de una propuesta que, esta vez sí, concite un apoyo indiscutible. En ese camino, Chile no debería echar en saco roto los avances que se han conseguido estos años. El texto rechazado este domingo surge del intento de responder al estallido social de octubre de 2019. Redactado por una convención plenamente paritaria y votada expresamente para tal efecto, su labor contó al inicio con un amplio respaldo, reflejado en el plebiscito de octubre de 2020, en el que el 78% de los chilenos se mostró a favor de reformar la actual Constitución. Con estos pilares, la iniciativa derrotada este domingo consagraba el Estado social y democrático, aseguraba la igualdad de género, asumía el reto medioambiental y potenciaba la autonomía de los pueblos originarios.

Frente a estos avances se han dado lagunas que, a la postre, han resultado decisivas. A las torpezas y escándalos de la propia Asamblea Constituyente, cuyo prestigio declinó rápidamente, se han sumado una pésima pedagogía política y la fuerte polarización surgida en torno a elementos tan sensibles como la plurinacionalidad y la alteración del equilibrio de poderes (en la relación entre el Senado y la Cámara de Diputados, y en la nueva configuración del Poder Judicial). Todo ello enturbió la propuesta, dándole una pátina de radicalidad y alejándola de las zonas templadas del electorado, incluida parte de la izquierda moderada.

Desde esta perspectiva, el triunfo del rechazo es inapelable y golpea a un Gobierno que hizo bandera de la defensa del proyecto. Esa apuesta ha llevado a que el referéndum sea vivido por muchos como un plebiscito a la Administración de izquierda. Los inquilinos de La Moneda, con menos de seis meses en el poder, deben analizar cuidadosamente este factor y tomar las medidas oportunas para una situación que en ningún caso supone un punto final al proyecto.

La gran mayoría del pueblo chileno sigue rechazando la Constitución vigente y reclama un texto acorde con sus necesidades actuales. Hacia este fin se ha dirigido fallidamente este primer intento, y ahora, con la lección aprendida, toca dar nuevos pasos. Ese es el mensaje profundo emitido por las urnas y que Boric, quien aún tiene un largo mandato por delante, parece haber asumido con su invocación a la “unidad nacional” y su petición a los chilenos a “ponerse de acuerdo” con un gran diálogo. Es hora de restañar heridas, apoyarse en los sectores moderados y hacer los ajustes necesarios para que el Gabinete se acople a la realidad. Chile necesita y quiere otra Constitución y es obligación del Gobierno trabajar para que ese propósito se fragüe con el porcentaje más alto posible de aprobación.

05 Septiembre 2022

Chile: Constitución e ideología

Pablo Iglesias

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La clave del cambio en la voluntad de la mayoría chilena es atribuible a la acción sostenida en el tiempo de los principales actores ideológicos: los poderes mediáticos

El triunfo de los partidarios del “Rechazo” a la nueva Constitución en Chile ha sido contundente. Las encuestas anticiparon esta victoria, pero los resultados finales la han hecho aún más inequívoca de lo que cabía esperar.

Sospecho que, con estos resultados, muchos sectores progresistas en Chile, y en el mundo, harán un análisis con las claves que voy a exponer a continuación.

Se dirá que la composición de la Convención constitucional, dominada por la izquierda y por figuras independientes y con la derecha sin capacidad de bloqueo, impidió que se generaran incentivos a los sectores conservadores para llegar a acuerdos. Se asumirá que el texto de la nueva Constitución era quizá demasiado avanzado para representar al conjunto de la sociedad chilena. Se dirá que la clave fundamental del fracaso es que el texto final solo representaba a la izquierda y se reconocerá que en las entrañas ideológicas de la sociedad chilena hay asentadas ideas muy conservadoras en lo que se refiere a la sanidad, la educación y las pensiones. Se querrá reconocer que es una característica intrínseca de la sociedad chilena, lograda por décadas de neoliberalismo, el miedo a lo público y la admiración aspiracional por lo privado. Se dirá seguramente también que la plurinacionalidad ha sido el talón de Aquiles del proceso por haber activado un nacionalismo antiindígena latente. Puede que se llegue a decir incluso que el feminismo del texto, elaborado por la ya malograda Convención, era demasiado para Chile y que, desde luego, cuestiones como los derechos de los animales han alejado al mundo rural chileno del texto. Si este análisis se impone, quedará claro que, de lograrse reactivar el proceso constituyente, este deberá dar lugar a un texto aceptable al menos para una parte de la derecha con la que hay que dialogar y pactar desde ya.

Estos planteamientos que he tratado de exponer sucintamente entroncan con las visiones dominantes de la historia política de Chile que interpretan que el proyecto del presidente Allende y de la UP empezó a morir desde el momento en que no pudo atraer a la Democracia Cristiana a una alianza histórica (Berlinguer teorizaría después esa alianza como compromiso ineludible) y que la principal lección de la Transición chilena y de las experiencias de la Concertación siguen vigentes. ¿Cuál es esa lección? Básicamente, que en Chile no se puede gobernar sin el consenso de una parte de la derecha.

Ni uno solo de los elementos de este análisis es una estupidez. Por el contrario, apunta muchas claves de la realidad política chilena de ayer y de hoy que casi parecen evidentes. Pero, a mi entender, este planteamiento pecaría de un derrotismo absurdo si no asumiera también la centralidad que siempre tienen (y aún más en este proceso) los mecanismos que determinan la ideología como principal terreno de combate político. Quédense con esto: la ideología y sus estructuras nunca son consensos, sino el resultado provisional de cruentos combates entre nuevos relatos y relatos ya asentados, muchas veces de manera contradictoria.

¿A qué me refiero? Pues a que lo más interesante del proceso que ha terminado en la derrota de los partidarios del “Apruebo” ha sido que los principales actores ideológicos partidarios del “Rechazo” han remontado y ganado con contundencia un partido que hace meses iban perdiendo. Pero la clave de que la voluntad de la mayoría chilena haya cambiado en estos meses no es ni mucho menos atribuible al texto final de la Constitución (supuestamente demasiado avanzado para la conservadora sociedad chilena), sino a la acción sostenida en el tiempo de los principales actores ideológicos: los poderes mediáticos. La sociedad chilena no es necesariamente conservadora; no lo fue ni en el estallido social, ni al hacer presidente a Gabriel Boric y hegemónica a la izquierda que representa. En las sociedades conviven y combaten diferentes valores y la lucha política e ideológica es, básicamente, activar unos u otros.

Al hablar de la acción de los medios de comunicación no me refiero solo a las fake news y a su notable eficacia, sino a la capacidad del sistema mediático chileno para activar los valores conservadores que, efectivamente, viven en buena parte de la sociedad. Pero, como digo, esos valores conviven con otros valores progresistas y avanzados que la izquierda no ha sido capaz de activar, básicamente por su profunda debilidad mediática. Cuando el combate ideológico es sostenido en el tiempo y no se da en contextos destituyentes de movilización (en los que un blitz es posible) es casi misión imposible activar esos valores frente al poder del adversario.

Nada hay tan ideológico como un debate constitucional; es un debate sobre los valores que definen el contrato social de un país. Si, además, es un debate sostenido en el tiempo que tiene como terreno de juego principal los medios de comunicación, ya vamos teniendo las claves del proceso que hemos vivido estos meses. He seguido de cerca ese terreno de juego y resulta evidente no solo el abrumador dominio reaccionario en la correlación mediática de fuerzas en Chile, sino que los propios portavoces del “Apruebo” que intervenían en los medios (del mismo modo que los portavoces gubernamentales) tenían básicamente que discutir de los temas y marcos (los “privilegios” de los indígenas, el carácter “expropiatorio” del texto, etc.) impuestos por su adversario mediático, además de tratar de desmentir un bombardeo continúo de fake news y bulos…

Hoy se inicia una nueva etapa llena de dificultades y desafíos en Chile que seguiremos mirando desde el exterior con mucho interés por las implicaciones que tiene para América Latina y para los proyectos de izquierdas en todo el mundo. Ojalá la izquierda entienda que reequilibrar la correlación mediática de fuerzas es condición de posibilidad para avanzar en el combate ideológico que es, en última instancia, la esencia de la política y de la transformación social.