17 marzo 2014

Desgarro de Ucrania: La Rusia de Vladimir Putin se anexiona Crimea para asegurarse el control de Sebastopol y el veto a la OTAN en el acceso al Mar Negro

Hechos

El 17 de marzo de 2014 se proclamó la República Independiente de Crimea, hasta ese momento integrada en Ucrania.

27 Febrero 2014

Alto riesgo en Ucrania

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El rechazo de Putin al Gobierno de Kiev y la volátil situación de Crimea constituyen un cóctel explosivo

Ni la revolución en Ucrania se ha acabado, ni siquiera está claro el signo de su desenlace, pese a la destitución de Yanukóvich y a la instalacion en Kiev de un presidente y un Gobierno provisionales. La declaración de Moscú ayer considerando que el nuevo Gobierno no es de unidad nacional, la alerta fronteriza de las tropas rusas o la ocupación del Parlamento de Crimea por rusófilos armados son otras tantas señales ominosas de hasta qué punto es posible el regreso al caos o una desastrosa secesión violenta.

Los acontecimientos ilustran una clara estrategia de presión del Kremlin. Su rotunda descalificación del Gobierno de Kiev es más grave por producirse en idénticos términos a los empleados, también ayer, por el cleptómano Yanukóvich, que pese a sus crímenes sangrientos denuncia como extremista al Ejecutivo que dirige Arseni Yatseniuk. La realidad es que ese Gobierno de vida necesariamente breve, aprobado a regañadientes por el Maidán, es una hechura de Yulia Timoshenko. Tanto el presidente interino, Turchinov, como el primer ministro son hombres de la cuestionada y otrora heroína de la Revolución Naranja. Con la ayuda de la UE y EE UU, ese Gobierno deberá adoptar inmediatas medidas económicas destinadas evitar una fulminante bancarrota. En su vértigo actual, el país no está en condiciones de adquirir y mantener otros compromisos a medio plazo, imprescindibles para su estabilidad.

En Ucrania convergen elementos de un cóctel explosivo. La revolución cívica ha liquidado algunos de los aspectos más intolerables de la realidad, pero el orden postsoviético vigente desde la independencia no ha sido eliminado. El Maidán sigue siendo un poder popular vigilante, pero aunque hable por todo el país ni es el único actor ni representa al conjunto de la dividida Ucrania. En algunas de las zonas rusófilas donde se rechaza el desenlace de Kiev, la posibilidad de secesión está viva. Crimea, la península autónoma de mayoría rusa, devuelta por la URSS solo en 1954 y base de la estratégica flota del Mar Negro, es el eslabón más débil, pero no el único.

En escenarios tan volátiles y emocionalmente cargados, cualquier incidente puede desencadenar una situación fuera de control. Nada es más urgente, en línea con lo advertido ayer por Washington y la OTAN, que Moscú deje de pretender obtener ventaja de los acontecimientos. Putin debe hacer buena su promesa de cooperar con Occidente para atajar la crisis de Ucrania.

03 Marzo 2014

Europa, a examen en Ucrania

Ana Palacio

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El espejismo de que los ucranianos iniciaban una nueva era se ha esfumado

Ucrania nos ha inundado y sobrecogido con imágenes fuerza: los manifestantes de la plaza de Maidan de Kiev resistiendo con valentía meses de frío lacerante, embestidas policiales y balas de francotiradores; el oro de los accesorios de baño de la opulenta residencia del presidente depuesto Víktor Yanukóvich; Yulia Tymoshenko saliendo de la cárcel en silla de ruedas para dirigirse con voz quebrada a sus compatriotas. En un momento en que la autoconfianza de Europa atraviesa sus horas más bajas, el arrojo de que han hecho gala los ucranianos para derrocar un sistema político corrompido nos ha recordado cuáles son sus valores fundamentales, que son los nuestros. La cuestión es qué respuesta va a dar Europa.

La autorización por la Duma del envío de efectivos militares rusos a Ucrania (es significativo que no se restringe a Crimea), solicitada por Putin, consolida la fuerte presencia de facto de tropas rusas ya existente en Crimea y progresivamente más allá. El espejismo de ver en la destitución de Yanukóvich una señal de que Ucrania se adentraba en una nueva era, se alejaba inexorablemente de Rusia y buscaba refugio en el redil democrático europeo se ha esfumado. Sorprendidos por una realidad que deberían haber previsto, nuestros líderes han de reconocer que Ucrania se enfrenta a profundas divisiones internas y fuerzas geopolíticas en conflicto.

Ucrania es un país desgarrado por tensiones culturales arraigadas, resultado de una historia de ocupación a manos de potencias extranjeras. En el siglo XVII, la lucha entre cosacos, rusos y la mancomunidad de Polonia-Lituania por el control de Ucrania dio lugar a una división a lo largo del río Dnieper. Y, pese a que la separación desapareció formalmente tras la segunda partición de Polonia en 1793, su legado se mantiene vivo aún hoy.

La geografía de Ucrania también ha contribuido a la vigencia de líneas de falla. Tras la devastadora hambruna de 1932-1933, entre 2 y 3 millones de rusos repoblaron las zonas agrícolas abandonadas en el sur y el este de Ucrania, lo que no hizo sino ahondar las divisiones etnolingüísticas que perduran hasta nuestros días. Si a eso añadimos una corrupción endémica, oligarcas poderosos y poco escrupulosos y díscolos partidos políticos, resulta fácil entender las dificultades a que se enfrentan los ucranianos en su lucha en pos de un sistema auténticamente democrático. Y los desafíos no se agotan en las fronteras de Ucrania. Por el contrario, las discordias internas de Ucrania operan dentro del contexto de una amplia y cambiante pugna reproduciendo divisiones que parecían enterradas con el fin de la guerra fría.

Europa parece haber reconocido más responsabilidad estratégica

Desde el inicio de las protestas de la plaza de Maidan, de forma soterrada por la proximidad de los Juegos Olímpicos en Sochi, Rusia viene enviando señales claras de que su planteamiento con respecto a Siria (y su apoyo a El Assad) no era un fenómeno aislado, resaltando, así, la carencia de visión estratégica y la, al menos temporal, menguante influencia global de EE UU. No le faltaba razón al líder ruso: EE UU, abstraído en sus problemas internos, no determina hoy la agenda internacional. La muy publicitada conversación de 90 minutos, el sábado pasado, entre Obama y Putin, cuyo magro resultado fue la amenaza de hacer descarrilar la cumbre del G8 prevista en Sochi el próximo mes de junio, da testimonio de los límites actuales del poder americano. Ni siquiera alcanza las tímidas propuestas formuladas la semana pasada por el antiguo asesor de Seguridad Nacional de EE UU, Zbigniew Brzezinski, centradas en el establecimiento de sanciones financieras o la revisión del estatus de Rusia en la Organización Mundial de Comercio.

La naturaleza cambiante de las relaciones transatlánticas no hace sino complicar aún más la situación. La buena noticia es que Europa parece haber reconocido finalmente la necesidad de asumir una mayor responsabilidad estratégica, y buen ejemplo son las misiones encabezadas por los franceses en Malí y en República Centroafricana. Pero el proceso de construcción de una estrategia de seguridad común para la UE apenas ha comenzado, y los avances, no cabe duda, serán lentos.

La UE carece en la actualidad de la experiencia y conocimiento que EE UU acumuló durante las décadas en las que se erigió como potencia hegemónica internacional. Esta deficiencia quedó patente en noviembre pasado, cuando la UE ofreció a Ucrania un acuerdo de asociación que no tenía en cuenta la vulnerabilidad financiera del país. Ello permitió al presidente de Rusia, Vladímir Putin, implicarse de lleno, y obligar a Yanukóvich a sabotear el acuerdo a cambio de una promesa de 15.000 millones de dólares en préstamos y subsidios a la energía.

Resalta además que Alemania, renuente líder europeo, ha venido actuando en defensa de sus propios intereses económicos y energéticos, manteniendo una estrecha relación bilateral con Rusia. Berlín envía hoy señales confusas. Parece otorgar cada vez más importancia a los valores —del imperio de la ley a los derechos humanos— en su trato con Rusia a lo largo del último año, pero no está claro si llegará a asumir el liderazgo de una iniciativa fuerte en nombre de la UE. Así, que el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Frank -Walter Steinmeier, fuese acompañado de sus homólogos franceses y polacos a las negociaciones que tenían como fin alcanzar el acuerdo de la semana pasada en Kiev prueba las dudas de Alemania, que no se decide a ir por su cuenta. Ello contradice la conferencia reciente en Múnich del presidente la República Gauck, que proclamaba la ambición alemana de jugar un papel más activo en los asuntos globales, de la que no cabía deducir, en absoluto, que Alemania tuviera intención de alinear su política con la de la UE.

Resalta la carencia de visión estratégica y la menguante influencia global de EE UU.

La incertidumbre de Occidente respecto de Ucrania contrasta con la nítida visión de Rusia. Putin sabe que una Ucrania pro-Occidental y pro-OTAN representaría un gran obstáculo a la dominación rusa de Eurasia, podría cortar el acceso de Rusia al mar Negro y, lo que es aún más importante, servir de modelo a los opositores en su país. Su actuación en los últimos días confirma que está dispuesto a jugar fuerte, provechar el descontento (real o inducido) de la población de etnia rusa de Ucrania, sobre todo en Crimea —que alberga la flota rusa del mar Negro—.

En este contexto, si dejamos que viejos conflictos y rivalidades persistan, y determinen la política, las imágenes que irán emergiendo de Ucrania progresivamente contrastarán con las esperanzas de la plaza de Maidan, y nos retrotraerán a las que vimos en 2008, 1979, 1968 o 1956. La comunidad internacional debe lograr un equilibrio entre la necesidad de que Ucrania no se convierta en objeto de una lucha de poder, y el imperativo de frenar las deletéreas ambiciones de Putin. El conflicto de Ucrania entraña una realidad crítica: la comunidad atlántica y Rusia se necesitan mutuamente. Es, por lo tanto, urgente que los EE UU y Europa hagan saber a Putin que no le dejarán las manos libres en Ucrania.

Ana Palacio

05 Marzo 2014

II Pacto germano-ruso

Federico Jiménez Losantos

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ES DIFÍCIL resistir a la tentación de ver en la política de Alemania ante la crisis de Crimea manejada a su antojo por Putin una reedición del Pacto germano-soviético –también llamado Molotov-Ribbentrop– por el que Hitler y Stalin se repartieron la Europa del Este en sendos lebensraum o «espacios vitales». Hitler tuvo así dos años para sojuzgar a la Europa del Oeste, contando con la complicidad de los partidos comunistas, que celebraban como propios los éxitos del nazismo contra la «plutocracia capitalista franco-británica». La colección de los años hitlerianos del periódico comunista francés L´Humanité es prueba elocuente de hasta dónde llegó el entusiasmo de los rojos de París-Moscú con los pardos de Berlín. Sólo la invasión de la URSS acabó con la camaradería de los dos partidos «obreros», porque el de Hitler, aunque posterior al de Pablo Iglesias, se llamaba, sí, Partido Socialista Obrero Alemán.

Pero la URSS nunca abandonó el lebensraum pactado con Hitler. De hecho, Yalta fue una ampliación del reparto de Europa que llevó el poder militar soviético de Vladivostok a la mismísima Puerta de Brandemburgo. Y Putin sigue siendo el agente del KGB destacado en Berlín Oriental para delatar a los vopos del Muro a quienes trataban de huir del socialismo real. Incluso luce, a fuerza de tironeos físicos y tratamientos químicos, la misma piel de celuloide que la momia de Lenin. Pero mientras Lenin tenía el arma política de la Komintern, Putin tiene más: el arma económica de Gazprom. El II pacto germano-soviético (quitando el famoso tren blindado que el Kaiser puso a Lenin para que atacara desde dentro al régimen zarista y que en la creación de la URSS es más importante que la toma del Palacio de Invierno) está basado en la renuncia de Alemania a la energía nuclear y a un ejército propio a cambio del gas ruso, lo que le convierte en socio económico preferente y aliado político de Moscú en la Unión Europea.

Los USA se han replegado a sus líneas bobas de 1918: Wilson, la Sociedad de Naciones y el principio de autodeterminación, que vale para Kosovo y no para Crimea, o sea. Dice Obama que Putin no engaña a nadie. ¿Y él? ¿Va a reeditar Omaha Beach en el Mar Negro? Podría nombrar verificador en Crimea a Schroeder, empleado de Gazprom desde que dejó la cancillería alemana. O antes.

06 Marzo 2014

Invadir Crimea

Salvador Sostres

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UNO NO es nadie si de vez en cuando no tiene ganas de invadir Crimea. Todo el mundo critica a Putin, pero no por lo que hace, sino porque le tienen miedo. Putin es el único carácter fuerte que queda en Europa, y en el mundo civilizado, aunque lo de civilización con respecto a Rusia es cierto que habría que ponerlo entre comillas, o entre paréntesis.

Putin es el único hombre en el mundo que tiene sentimiento de imperio y compararlo con Hitler es una derrota para quienes tal comparación profieren. Reagan tuvo carácter y voluntad de imperio, y también la magnífica señora Thatcher, única y tal vez irrepetible, y a quien tanto echamos de menos. Bush hijo también sabía que América era algo más que esta insufrible visita a las tías en que Obama la ha convertido. Juan Pablo II derribó el comunismo con su amor y su agonía fue un mensaje de esperanza que traspasó cualquier frontera.

A Occidente le falta un carácter masculino y emergente, y por eso estamos en regresión, en crisis, en decadencia. A nadie de los nuestros se le ha pasado ni por la cabeza invadir Crimea, y por eso Putin podrá hacerlo cuando lo desee. Lo peor de algunos pueblos no es que no tengan la bomba atómica, sino que no la quieren.

Putin es la tensión en que la libertad tendría que vivir siempre. Así avanza el mundo, y así progresa, y la única respuesta posible a los que intentan asustarnos es darles más miedo del que nos dan ellos. Es lo que ha hecho Putin en Ucrania, sin necesitar un solo muerto.

La barbarie arraiga y se fortalece en el terreno que por temor o por pereza le dejamos. Enseñar de entrada la fuerza es la mejor manera de no tener que utilizarla luego.

Mientras Europa se esconde y tiembla, Putin se exhibe y con su mirada azul y fría detiene el tiempo justo allí donde le conviene. El enviado de Obama, John Kerry, parece una versión anciana de la señora Doubtfire yendo a hacer pam pam en el culete a los enemigos de Occidente. Es así, exactamente así como se pierde.

En el vigor de Putin está la nostalgia de cuando queríamos ganar, y ganábamos, porque sentimiento y destino son una sola cosa. Así derrotamos a Hitler y a Milosevic, así cayó el Muro y Sadam fue ajusticiado. Uno no es nadie si no siente ganas de invadir Crimea de vez en cuando.

08 Marzo 2022

Por qué estamos con Rusia

Juan Manuel de Prada

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Si lee «Los hermanos Karamazov» comprenderá lo que Occidente ofrece a los mozalbetes de la plaza Maidán
PARA tratar de entender la crisis de Ucrania, usted puede tragarse la alfalfa tertulianesa o puede leer a Dostoievski y a Solzhenitsyn. Si lee Los hermanos Karamazov comprenderá lo que Occidente ofrece a los mozalbetes de la plaza Maidán: «Nosotros les enseñaremos –dice el Gran Inquisidor– que la felicidad infantil es la más deliciosa. (…) Desde luego, los haremos trabajar, pero organizaremos su vida de modo que en las horas de recreo jueguen como niños entre cantos y danzas inocentes. Incluso les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Les diremos que todos los pecados se redimen si se cometen con nuestro permiso, que les permitimos pecar porque los queremos y que cargaremos nosotros con el castigo. Y ellos nos mirarán como bienhechores al ver que nos hacemos responsables de sus pecados ante Dios. Y ya nunca tendrán secretos para nosotros. Según su grado de obediencia, nosotros les permitiremos o les prohibiremos vivir con sus mujeres o con sus amantes, tener o no tener hijos, y ellos nos obedecerán con alegría».
Esta es la «felicidad de hormiguero» que Occidente promete a Ucrania. Y contra esta promesa siempre se ha alzado Rusia, como lo hizo España durante siglos; sólo que España ha traicionado este designio, desfondada, mientras que Rusia persevera en él, con la misma terquedad con que el zar Alejandro I defendió Europa de las doctrinas divulgadas por la Revolución francesa. Dostoievski resume el designio ruso por boca del asceta Paisius en Los hermanos Karamazov: «Ciertas teorías afirman que la Iglesia debe convertirse, regenerándose, en Estado, dejándose absorber por él, después de haber cedido a la ciencia, al espíritu de la época, a la civilización. Si se niega a esto, sólo tendrá un papel insignificante y fiscalizado dentro del Estado, que es lo que ocurre en la Europa de nuestros días. Por el contrario, según las esperanzas rusas, no es la Iglesia la que debe transformarse en Estado, sino que es el Estado el que debe mostrarse digno de ser únicamente una Iglesia y nada más que una Iglesia». Dostoievski profetizó la revolución bolcheviche, anticipando su signo radicalmente anticristiano e inhumano, como un castigo divino arrojado sobre Rusia, para purificarla; y profetizó también la regeneración de Occidente, que sólo podría alcanzarse a través de Rusia. Y así, escribió en Diario de un escritor: «La caída de vuestra Europa es inminente (…) Todas esas doctrinas parlamentarias, todas las teorías cívicas profesadas hoy en día, toda la riqueza acumulada, todo eso será destruido en un instante y desaparecerá sin dejar rastro». A los que están empachados de alfalfa tertulianesa estas palabras de Dostoievski se les antojarán lucubraciones misticoides. Pero por defender tales lucubraciones muchos rusos entregaron su sangre en el Gulag; y alguno que sobrevivió al Gulag las siguió defendiendo después, como por ejemplo Solzhenitsyn, quien en El roble y el ternero escribió: «En cuanto a Occidente, no hay esperanza; es más, nunca debemos contar con él. Si conseguimos la libertad, sólo nos la deberemos a nosotros mismos. Si el siglo XX comporta alguna lección para con la humanidad, seremos nosotros quienes la habremos dado a Occidente, y no Occidente a nosotros: el exceso de bienestar y una atmósfera contaminante de sinvergonzonería le han atrofiado la voluntad y el juicio».
Por eso quienes leemos a Dostoievski y a Solzhenitsyn y no nos dejamos cloroformizar por la alfalfa tertulianesa estamos con Rusia. Y no olvidamos, por supuesto, la profecía del monje Filoteo: «Bizancio es la segunda Roma; la tercera será Moscú. Cuando esta caiga, no habrá más».

12 Marzo 2014

La escalada

Lluís Bassets

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En otras circunstancias históricas, como las de 1914, la guerra europea ya habría comenzado

Cada tanto sube al marcador como una victoria definitiva, pero luego la perspectiva lo sitúa como una jugada más de una larga partida. El primer punto fue para Putin cuando consiguió que Yanukóvich renunciara al acuerdo de asociación con la Unión Europea. El segundo se lo apuntó la oposición ucrania cuando convirtió la renuncia en la chispa del Maidán: uno a uno. El tercero fue de nuevo para la oposición: Yanukóvich huyó y fue destituido: uno a dos y tanteo muy desfavorable para Moscú, pues significaba que Ucrania y Kiev, la vieja capital medieval de los rusos, salen de su área de influencia histórica.

Pero se equivocó quien se precipitó en el balance: la súbita invasión de Crimea, desde dentro, mediante un ejército anónimo desplegado por Rusia, situó de nuevo las cosas en empate, territorial incluso, una vez el Parlamento declara la independencia de la península y el pueblo soberano la ratifica este domingo. Otra pérdida, probablemente sin marcha atrás: Ucrania se quedará sin Crimea. Será difícil que esta baza entre en una futura negociación, que partirá al menos de la realidad rusófona de la península, de su peso simbólico para Moscú y de la permanencia de la flota rusa.

Si la destitución de Yanukóvich enerva a Moscú, la separación de Crimea hace lo propio en dirección a Occidente. Como en toda partida de ajedrez, cada parte ya piensa o incluso anuncia a veces imprudentemente sus intenciones futuras. Cuando se trata de la amenaza de sanciones, que son las cartas occidentales, el anuncio puede llegar a ser perjudicial si no tiene consecuencias, como hasta ahora es el caso. Hay en juego cartas más sigilosas: un navío estadounidense en rumbo hacia el Mar Negro, doce cazabombarderos que aterrizan en Polonia; mientras, al otro lado, hay maniobras terrestres muy cerca de la frontera ucrania; y lo que no sabemos.

Moscú tiene ya las siguientes jugadas esbozadas. La primera, proceder en la Ucrania oriental y rusófona como ya ha hecho en Crimea. Fuerzas anónimas que se identifican como autodefensas, algunas autoridades locales prorusas y unos puñados de manifestantes bastan para otra invasión desde dentro que tiene mucho de golpismo y poco de insurrección. De triunfar, ya no estaremos ante la secesión de Crimea, sino abriendo en canal a Ucrania entera, para dejar a las minorías rusófonas dentro de la esfera de Moscú.

En Kiev hay quien empuja en esta misma dirección. La inicial anulación del ruso como lengua oficial trabaja por la independencia de Crimea, al igual que la petición de entrada en la OTAN trabaja por la partición de Ucrania en dos. Yanukóvich ya señala el siguiente movimiento, con su amenaza de recuperar el poder en Kiev. También hay algunos datos positivos aunque escasos, en esta extraña confrontación: tras la matanza de Maidán, ahora no hay enfrentamientos, apenas unos tiros al aire; Putin habla largamente por teléfono con Obama y Merkel, y Obama; no hay opciones militares encima de la mesa. Es una escalada, pero en otras circunstancias, por ejemplo las de ese 1914 que ahora celebramos, la guerra ya habría estallado.