16 junio 1978

Dimite el Jefe de Estado de Italia, el Presidente Giovanni Leone (Democracia Cristiana), en un año marcado por la muerte de Aldo Moro

Hechos

El 15 de junio de 1978 Dimitió el Presidente de la República de Italia, Giovanni Leone.

16 Junio 1978

Nueva política para Italia

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LA DIMISION del presidente Leone representa una nueva fase en la cuenta atrás en que parece implicada Italia desde el 9 de mayo pasado. Aquel día en que apareció el cadáver de Aldo Moro, secretario general de la Democracia Cristiana, la República sufrió una gran conmoción cuyo significado no podría, ni debería, agotarse, en la mera reprobación de la violencia criminal. Porque la muerte de Moro suponía también, en cierto modo, el agotamiento de un modo de gobierno practicado en su larga permanencia por la Democracia Cristiana. Tanto este crimen. como las pruebas electorales del pasado mes -elecciones administrativas- y del último fin de semana, referéndums de dos leyes, han puesto en relación, tanto por el examen de las reacciones del pueblo italiano ante el magnicidio y por su conducta ante los comicios, diversas motivaciones que parecen evidenciar un resultado común: la República italiana necesita con urgencia un cambio en su sistema político.Si la muerte de Moro llamaba una vez más la alerta ante el peligroso fenómeno del terrorismo, la máxima aberración a que conduce la esterilidad de un sistema de partidos caducos, las graves acusaciones contra Leone, su dimisión, nos introducen ya en ese mundo donde se combinan altas decisiones políticas y enjuagues económicos también altos. Un mundo que, por lo demás, se completa perfectamente con aquel de los terroristas: inmoralidad en las alturas y violencia en la base. Italia, desgraciadamente. vive su «Comedia dell’arte».

El asunto Leone podría ser una manifestación de inmoralidad personal y no tener más trascendencia que la que se desprende de la falta de honorabilidad particular de un presidente de la República. Mucho nos tememos, sin embargo, que a través de él todo un partido, la Democracia Cristiana, y su larga gestión gubernamental, serían duramente puestos en entredicho. Por lo demás, si es que el país manifiesta resueltamente su descontento con este escándalo, cierto es que ya se conoció a través de los análisis electorales realizados tras los referéndums del pasado fin de semana. En un país como Italia donde a la crisis económica se unen graves defectos en el sistema político, las consultas a los votantes tienen siempre significaciones plurales que rebasan, con mucho, los puros términos planteados en las preguntas. Cuando además se produce un frecuente uso de las consultas, más allá de los normales procedimientos electorales, puede pensarse que falla la debida comunicación entre gobernantes y gobernados, que la población no se halla debidamente representada en los partidos o por las normas electorales.

Es sabido que normalmente todo referéndum se gana por el Gobierno que lo plantea. Una vez obtenido el triunfo, las consecuencias del mismo se obtienen -con un valor demostrativo que suele considerarse mayor que el de las elecciones normales- de los porcentajes a favor, de las negativas y de las abstenciones. La ratificación por los votantes italianos de las leyes sobre el orden público y sobre la financiación de los partidos pudo considerarse, por tanto, como un triunfo pírrico para el Gobierno Andreotti dado el elevado número de abstenciones y el número, también alto, de personas que se manifestaron contra la ratificación. Una y otra cifra, la de las negativas y la de las abstenciones, han superado todas las previsiones, cosa que se considera como una censura al actual sistema político del país.

El referéndum italiano registró el consenso más bajo que nunca se haya dado entre los votantes respecto a la sociedad política, un consenso que normalmente se deterioraría aún más con el escándalo Leone. Referéndum y escándalo no hacen sino evidenciar, consagrando una tendencia más o menos continuada, la creciente separación respecto a los modos de gobierno de un partido de eterna presencia al frente de los destinos italianos, partido que sufre graves males de esclerotización y burocratismo y que no sólo parece frenado en su evolución interna, también en la posibilidad de formulación de políticas de más amplio contenido. Un partido, finalmente, cuya moralidad se pondría ahora también gravemente en entredicho.

Considerando fríamente las cosas, en el sentido del progreso necesario para la vida italiana, pudieron ser grandes los perjuicios políticos ocasionados por el asesinato de Moro. Su muerte, desgraciadamente, sólo pudo jugar, en un principio, en favor de todo aquello que suponía el afianzamiento de las actitudes más continuistas de la Democracia Cristiana. Por el contrario, la dimisión del presidente Leone, pocos meses antes del término de su mandato, no debería actuar sino en el sentido de los sectores progresistas del partido y de la ampliación de juego político italiano. Esto es lo que parece hacer falta para el pueblo de Italia, estupefacto ante líderes asesinados y líderes corruptos, descontento de tanto ministerialismo mediocre y deseoso de fórmulas que saquen al país del estancamiento político y social en que vive.