10 mayo 1978

Moro era un firme partidario del acercamiento entre los democristianos y los comunistas

Los terroristas de ‘las Brigadas Rojas’ (comunistas) asesinan al líder de la Democracia Cristiana en Italia, Aldo Moro

Hechos

El 16.03.1978 D. Aldo Moro fue secuestrado y sus escoltas asesinados en una operación reivindicada por ‘Las Brigadas Rojas’. Su cadáver apareció en el maletero de un coche en la Via Caetani el 9 de mayo.

Lecturas

reppublica_moro_muerto En su edición del 21 de abril, el diario La Reppública ya se daba por hecho que el Sr. Moro tenía las horas contadas.

EL PAPA PABLO VI ESCRIBIÓ UNA CARTA ABIERTA A LAS ‘BRIGADAS ROJAS’ IMPLORANDO POR LA VIDA DE MORO

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«Os escribo a vosotros hombres de las Brigadas Rojas: Restituid a la libertad. a su familia a la vida civil, al honorable Aldo Moro. Yo no os conozco, ni tengo posibilidad alguna de ponerme en contacto con vosotros. Por eso os escribo públicamente, aprovechando el margen de tiempo que queda al plazo de la amenaza de muerte que vosotros habéis anunciado contra él, hombre bueno y honesto, que nadie puede acusar de escaso sentido social o de falta de servicio a la justicia Y a la pacífica convivencia civil.Yo no tengo ningún mandato en relación con él, ni estoy unido a él con algún interés privado. Pero lo amo como miembro de la gran familia humana, como amigo de estudio y a título completamente particular, como hermano de fe y como hijo de la Iglesia de Cristo. Yo me dirijo a vosotros en el nombre supremo de Cristo que ciertamente no ignoráis. Me dirijo a vosotros desconocidos e implacables adversarios de este hombre digno e inocente. v os pido de rodillas, liberad al honorable Aldo Moro, sencillamente, sin condiciones, no tanto por mi humilde y afectuosa intercesión, sino en virtud de su dignidad de común hermano en humanidad, y también a causa del algo que yo espero tenga una fuerza en vuestra conciencia: un verdadero progreso social, que no debe ser manchado de sangre inocente ni atormentado con superfluo dolor.

Ya debemos llorar y lamentar demasiadas víctimas por la muerte de personas empeñadas en el cumplimiento de su propio deber. Todos nosotros debemos temer el odio que degenera en venganza o que se inclina a sentimientos de desalentada desesperación.

Y todos debemos temer a Dios vengador de los muertos sin causa y sin culpa.

Hombres de las Brigadas Rojas dejadme a mí, intérprete de tantos conciudadanos vuestros la esperanza de que anide aún en vuestra alma un victorioso sentimiento de humanidad. Rezando y no obstante todo armándoos, espero la prueba».

Paulus PP. VI. Vaticano. 21 abril. 1978.

17 Marzo 1978

Una amenaza para Europa

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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EL SECUESTRO de Aldo Moro, que ha costado la vida a cinco servidores del orden público, escoltas del presidente del Partido Democristiano y ex presidente del Gobierno italiano durante la experiencia del centro-izquierda, se inscribe en la estrategia global de las maniobras desestabilizadoras en el sur de Europa.La extrema izquierda y la extrema derecha, unidas entre sí por la búsqueda del mismo objetivo y organizadas en tramas rojas o tramas negras de ámbito internacional, utilizan desde hace años la violencia y el crimen como sustitutivo de su impotencia para conseguir la adhesión electoral de esos conciudadanos a los que pretenden salvar de la opresión capitalista o de la amenaza comunista. Pero, sin duda, también la perspectiva de una Europa unida, soberana,. próspera y democrática es una posibilidad histórica, cargada de promesas para un planeta amenazado por el hambre y cautivo de cruentas dictaduras, que las agencias secretas y los servicios paralelos de las grandes potencias desean destruir.

En España hemos sido testigos y víctimas de esas tristes hazañas, perpetradas por los parientes políticos de las Brigadas Rojas italianas que han reivindicado el secuestro. En el oscuro túnel de los grupos conspirativos y de las organizaciones de gángsters que se autodenominan políticas, todos los gatos son pardos; en el doble sentido de que resulta imposible verificar el pelaje ideológico de unos criminales cuyos objetivos son congruentes con los delirios, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, y de que la destrucción de las instituciones democráticas en Europa sólo podría dejar, hoy, el campo libre para dictaduras fascistas émulas de las que asolaron el continente hace cuatro décadas.

Mientras las posibilidades de instauración de la dictadura del proletariado en Italia, Francia o España mediante la lucha terrorista de organizaciones ácratas, maoístas o nacionalistas son iguales a cero, la desestabilización de los sistemas pluralistas y parlamentarios tienen una alternativa autocrática improbable, pero no imposible, para el mantenimiento del modo de producción occidental con procedimientos que se ensayaron en Alemania bajo Hitler.

Por otra parte, si los secuestros y los asesinatos de funcionarios del orden público perpetrados por los GRAPO y por ETA tienen como objetivo primordial impedir la consolidación de las instituciones democráticas en España o la pacífica negociación de la autonomía para el País Vasco, la emboscada tendida al señor Moro parece destinada a tener repercusiones continentales. No es casualidad que se haya producido en la misma semana que el señor Andreotti presentaba ante la Cámara su programa de gobierno, por vez primera respaldado parlamentariamente por los votos comunistas, y que los electores franceses tienen que decidir la composición de la Asamblea y poder ejecutivo, tras una primera vuelta en que la izquierda ha salido -aunque mínimamente- ganadora.

En el nivel ideológico, este crimen puede ser atribuido, sin necesidad de otras hipótesis, a grupúsculos de extrema izquierda. Pero en el terreno propiamente político, la naturaleza de las cosas y la dirección de los acontecimientos hacen difícilmente concebible que esta sangrienta operación no cuente con las bendiciones y los apoyos de quienes desean impedir que los socialistas afronten sus responsabilidades de gobierno en Francia y que los comunistas italianos y galos pongan a prueba su credibilidad democrática.

La democracia europea, todos los partidos que la animan y la encarnan, se enfrenta desde hace años con la difícil tarea de defender el sistema de libertades y de gobierno representativo frente a sus enemigos mediante procedimientos que, a la vez, resulten eficaces y sean congruentes con el espíritu de las instituciones a las que se trata de salvaguardar. Es una tarea difícil. La impunidad de los criminales que, desde la extrema izquierda o la extrema derecha, de forma independiente o en connivencia con los servicios secretos de las grandes potencias, asesinan y destruyen para sembrar el odio y provocar la discordia, pondría en serio peligro la estabilidad del sistema democrático y el necesario apoyo que éstas precisan de instituciones, estamentos y grupos ideológicos y de intereses. Por el contrario, si las necesarias medidas para la defensa de la democracia tomaran prestados de sus enemigos los procedimientos y los métodos, podríamos asistir al progresivo deterioro de las libertades y del gobierno representativo; y, a través de esa insensible contrarrevolución pasiva, los secuestradores del señor Moro y los asesinos de los funcionarios del orden público en toda Europa terminarían por lograr lo que con sus crímenes no alcanzaron.

10 Mayo 1978

Algo más que un asesinato

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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PESE A que las amenazas de las Brigadas Rojas nunca dejaron margen para dudar de su propósito de asesinar a Aldo Moro, la noticia de que el cadáver del presidente de la Democracia Cristiana ha sido abandonado por sus verdugos en el centro de Roma suscita una sensación de sorpresa dolorosa y de indignación incontenible.Los secuestradores habían mantenido al ex presidente del Gobierno italiano en cautiverio durante casi dos meses, habían logrado sembrar elementos de desunión en las filas del arco constitucional italiano, habían creado las condiciones para que el señor Moro -un hombre clave en el diseño de la estrategia democristiana y un cauto abogado de la eventual conveniencia del «compromiso histórico» con los comunistas- hubiera quedado fuera del juego político en el caso de ser liberado. Pero el logro de esos objetivos, que ha dado a los pocos centenares de miembros de ese grupúsculo la posibilidad de modificar durante 55 días el complejo paisaje político italiano, no era suficiente para los criminales. Frente a un poder público respaldado por millones de ciudadanos que ejercen su derecho al voto en el marco de una sociedad democrática, las Brigadas Rojas manifiestan con su asesinato su propósito de constituirse en contra-Estado y de arrogarse, sin más legitimación que su propio delirio, los atributos siempre temibles del poder.

Este infame crimen persigue metas específicas dentro de Italia. El blanco inmediato es torpedear la primera fase del «compromiso histórico» entre democristianos y comunistas, limitada por ahora a la formación de una mayoría parlamentaria que apoya al Gobierno monocolor de Andreotti, e impedir su prolongación en un Gobierno de coalición. Pero todavía más allá de ese objetivo concreto, las Brigadas Rojas, cuyo lenguaje se halla mucho más cerca del lenguaje de la vieja izquierda sectaria de obediencia estaliniana que de la nueva izquierda posterior a mayo de 1968, apunta contra los mecanismos de la vida democrática y a favorecer una involución hacia fórmulas autoritarias de poder. De esta situación, sólo la extrema derecha puede beneficiarse a corto plazo y de manera tangible; pero los dogmáticos delirantes de la extrema izquierda creen que, a la larga, ellos pueden ser .los únicos y definitivos ganadores de esa guerra.

El asesinato del señor Moro no puede, sin embargo, encuadrarse sólo en el ámbito de la política italiana. Cada vez va perfilándose con mayor nitidez, a escala europea, el diseño de esa pesadilla terrorista que pretende socavar la confianza popular en la capacidad de los Estados democráticos para mantener la paz y la tranquilidad ciudadanas. Las armas son el asesinato de funcionarios del orden público, el secuestro de dirigentes políticos o de grandes industriales y la creación de un clima de inseguridad en la calle.

Dos familias ideológicas, situadas en los extremos opuestos del espectro político, sirven de cantera, al parecer inagotable, para el reclutamiento de esas bandas asesinas que, independientes entre sí y movidas en el plano doctrinal por motivaciones de signo inverso, trabajan en la misma dirección y jamás -hecho notable y que merece la mayor atención- se combaten entre sí. Los grupos de la trama negra, que operan, sobre todo, en España y en Italia, sueñan con implantar el milenio que Hitler no pudo lograr; los grupos de la trama roja luchan por ese paraíso del proletariado cuya naturaleza real se ha puesto sobradamente de manifiesto en el Gulag. Pero unos y otros tienen en común el mismo adversario las instituciones de la democracia pluralista. Poco importa que los primeros las consideren una diabólica creación de la conspiración judeo-masónica, y los segundos, el fruto de la maléfica connivencia de los políticos burgueses y de los dirigentes reformistas. Lo decisivo es que unos y otros combaten contra el mismo enemigo: contra el derecho de los ciudadanos a decidir libremente en las urnas quiénes son los partidos y los grupos que los, representen en el Parlamento y en el Gobierno.

Pero el diseño no acaba con la descripción de esos grupos. Hay que preguntarse también por aquellos centros de decisión, nacionales e internacionales, que protegen, cubren o fomentan esas acciones. En este sentido, los criminales que hacen el juego sucio quizá sólo sean peones en manos de los auténticos protagonistas de los procesos desestabilizadores. No hay razón para creer que se trate de una estrategia movida, como en una novela de James Bond, desde un solo foco. Hay intereses internacionales contrapuestos entre sí y que operan de muy distinta forma, según los países. La hipótesis de que los conflictos en el Magreb están estrechamente relacionados con las sangrientas hazañas en el territorio español no sólo del MPAIAC, sin también de los GRAPO e incluso de ETA, tiene fundamentos dignos de examen. Eljuicio bufo celebrado en Argelia el pasado domingo, en el que FRAP, el terrorismo independiente canario, la CIA y los servicios secretos argelinos se dieron una sorprendente cita en las declaraciones de acusados y testigos, basta para confirmarlo. En Italia, el secuestro y asesinato del señor Moro ha podido tener influyentes padrinos en aquella o aquellas potencias que no desean, que el proceso de aproximación de democristianos y comunistas llegue hasta sus últimas consecuencias gubernamentales.

Todo este oscuro movimiento orientado hacia la desestabilización de la democracia europea tiene como trasfondo la grave recesión económica por la que atraviesan las sociedades desarrolladas, la crisis civilizatoria que la acompaña y el callejón sin salida en que se encuentran la mayoría de las alianzas y combinaciones políticas mediante las que han sido gobernadas las naciones del Mercado Común después de la segunda guerra mundial. El crecimiento del paro, la desorientación de las nuevas generaciones, la ausencia de claras alternativas al poder público, el aferramiento a valores ya periclitados y la inmadurez de los que están destinados a sustituirlos son algunos de los elementos que ayudan a dar algún sentido al absurdo y macabro hecho de que unos jóvenes quieran cambiar el rumbo de la historia mediante el asesinato de hombres como Moro.

09 Febrero 1979

Moro: ¿del terrorismo a los crímenes de Estado?

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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LAS REVELACIONES del semanario italiano L’Espresso sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro no suministran, probablemente, todas las claves sobre este oscuro crimen. Sin embargo, las declaraciones del juez instructor del sumario de que al menos una parte de la información corresponde a la verdad invierten dramáticamente las perspectivas desde las que hasta ahora los medios oficiales y la opinión bien pensante consideraban el caso. Aun sin coincidir con las líneas que la sensacional información de Gianluigi Melega apunta, ya Leonardo Sciascia, uno de los hombres de letras que enlaza con la mejor tradición de lucidez y pasión por la verdad de la intelectualidad europea, había señalado, casi en solitario, la necesidad de una interpretación política global para entender el abominable crimen.Y fuera de Italia, las sospechas de que el terrorismo contemporáneo es alimentado y apoyado desde inverosímiles instancias de poder político y social adquieren pleno derecho de ciudadanía. No es la imaginación calenturienta de los periodistas, ni el gusto enfermizo por inventar conjuras, ni la voluntad consciente de mentir para inculpar al adversario, ni la propensión a la paranoia lo que mueve a rechazar muchas de las versiones oficiales acerca de esa «enfermedad del siglo» que es el terrorismo. Simplemente, es que los datos no encajan en las hipótesis simplistas a que nos tienen acostumbrados nuestros tutores.

En el debate televisivo del pasado lunes, los cuatro protagonistas del espacio coincidieron en dar por buena una notable tautología: los crímenes terroristas se explican porque los terroristas son unos criminales. Ese necio retroceso hacia la antropología del mal evita, naturalmente, cualquier planteamiento acerca de los efectos patógenos de la pobreza y de la miseria, de la ausencia o mediocridad de la enseñanza, de la socialización de los estereotipos autoritarios a través de la estructura familiar y productiva, del desempleo generalizado, etcétera.

La tendencia a explicar el crimen por la naturaleza demoníaca de su autor evita analizar las causas históricas y sociales que explican, aunque no justifiquen, dicho crimen. El derecho a la vida es el primero y básico de cualquier declaración de derechos del hombre. Pero impedir los asesinatos exige no sólo desarmar y detener a los que los realizan, sino erradicar también las causas de fondo que hacen posible las levas de homicidas. De otro lado, y esta es la enseñanza que se desprende directamente de la información de L’Espresso, la teoría del criminal, animalizado como perro o como hiena, es una tupida y maloliente cortina de humo detrás de la que pueden operar, con la mayor impunidad, los estrategas de los crímenes de Estado.

Algunos políticos se jactan de que España figura, hoy día, a la cabeza de los sistemas democráticos. Esa arrogante presunción puede ser rebajada en algunos grados, precisamente comparando la reacción del Estado y de la judicatura italianos en el «caso Moro» con la sorda pared edificada por el ministro español del Interior, que hizo pública la otra noche en Televisión sus bodas con el comisario Conesa hasta que su cese en la cartera los separe, ese mismo comisario tan eficaz, a quien, según informaciones publicadas y no desmentidas, el magistrado Cruz Cuenca telefoneó dos días antes de su muerte para comunicarle la hora en que acudiría a su despacho el día que lo asesinaron y solicitarle protección.