14 marzo 2000

Los dirigentes del PSOE Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Francisco Vázquez critican a PRISA y a su editorialista, Javier Pradera, de haber marcado la agenda del PSOE durante la legislatura 1996-2000

Los medios ante los resultados de las elecciones generales del 2000: Conmoción en el Grupo PRISA por la mayoría absoluta de Aznar y pitorreo de sus rivales

Hechos

Tras la derrota electoral del PSOE en las elecciones del 12.03.2000, varios columnistas periodísticos y dirigentes del propio PSOE implicaron al Grupo PRISA entre los responsables de la derrota.

Lecturas

Reacciones en el Grupo PRISA: Haro culpa a la moderación de Felipe González.

Los comentaristas del Grupo PRISA no se tomaron demasiado bien el triunfo del PP. Don Enrique Gil Calvo, en un artículo titulado ‘Zanahorias’ tildó de «asnos» a los ciudadanos que optaron por votar al PP. Doña Maruja Torres, en su artículo ‘Esto es tragar’ comparó la euforia audiencia del PP congregada en la calle de Génova la noche de las elecciones con el Ku Klux Klan y no duda en afirmar que «las rubias de cualquier edad vociferaban el triunfo de la democracia que ellos nunca se trabajaron». Al tiempo que tanto ella como el Sr. Sampedro hablaban de la gomina de Alcázar y Pedrín, como si la gomina fuera de uso exclusivo del PP y de las mujeres con mechas. Pero el más duro fue el columnista D. Eduardo Haro Tecglen que culpó de la derrota a la moderación del PSOE de D. Felipe González.

Reacciones en el PSOE: Culpa del Grupo PRISA

Los dirigentes del PSOE, D. Juan Carlos Rodríguez Ibarra (presidente de Extremadura y cabeza visible del sector ‘guerrista’ del PSOE) y D. Francisco Vázquez (alcalde de A Coruña) culparon a la ejecutiva de D. Joaquín Almunia de haber hecho una política demasiado seguidista de PRISA. El Sr. Rodríguez Ibarra culpó expresamente a D. Javier Pradera: «Había un tal Javier Pradera que nos decía todos los días lo que teníamos que hacer y lo más curioso es que era así».

Pitorreo de ABC y EL MUNDO contra el Grupo PRISA

Tanto el director del diario EL MUNDO, D. Pedro J. Ramírez, como el columnista D. Jesús Cacho, como el columnista de ABC, D. Jaime Campmany, se burlaron de la derrota polanquista.

14 Marzo 2000

LA DERROTA DE 'LOS FELIPANCOS'

Jesús Cacho

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Dicen que en la madrugada del lunes una pareja de la gendarmería francesa vio desfilar a Jesús Polanco Gutiérrez con una pesada maleta de madera sujeta con cuerdas en cada mano, cruzando la frontera por Le Perthus. A su lado caminaba Javier Pradera, intentando explicar a su atribulado jefe la teoría del éxodo pendular y la maldición de las Españas que han de helarte el corazón, querido Jesús. En Le Boulou se encontraba ya Juan Luis Cebrián, que habla idiomas, arreglando cuestiones de intendencia, mientras, en Figueras, un rezagado Tusell, historiador oficial de la cosa, tomaba nota para la posteridad del último exilio del siglo. O el primero, según se mire.

Afortunadamente, en la España de hoy pueden ganar en las urnas las izquierdas o las derechas sin que nadie tenga que abandonar el país. Ni siquiera sentirse humillado. Mi opinión es que el 12 de marzo no perdió el PSOE, y mucho menos sus militantes, esa militancia que ha visto tanta veces escamoteada su voluntad de cambio. Y no ha perdido porque su candidato no era Joaquín Almunia (que el domingo hizo lo único coherente y sensato que cabía hacer), sino un Borrell a quien el felipismo se encargó de dinamitar, sin dejarlo siquiera asomar a la ventana de unas generales.

Los verdaderos perdedores del 12-M son los felipancos, ese grupo de presión que desde finales de los 80 viene tratando de imponer una visión hegemónica de la sociedad con el recurso a la manipulación de la realidad como fuente de poder. Un grupo convertido a partir de la segunda mitad de los 80 en factor retardatario del progreso de la sociedad española, porque los intereses del dueño -la chequera de Polanco- iban por un camino y las reformas necesarias para hacer realidad una España abierta y plural, por otro.

En el epílogo de El negocio de la libertad se dice que «el mayor peligro que sigue amenazando la libertad y prosperidad de los españoles es la acción concertada de ese espurio matrimonio de intereses formado por Felipe González y Jesús Polanco, una pareja que, empeñada en la reconquista del poder en provecho propio mediante el artero sistema de elevar a categoría de verdades oficiales sus mentiras, sigue teniendo una asombrosa capacidad para menear el árbol de la paz social y crisparlo hasta la extenuación».

Ayer mismo, Javier Pradera, el ideólogo de la casa/cosa común, hablaba de una victoria «ensuciada» por el hecho de que el candidato popular se negara a conceder entrevistas al grupo que, al margen de toda legítima discrepancia ideológica, ha intentado día tras día zaherir su imagen con un grado de sectarismo que nadie hubiera podido imaginar años atrás en aquel periódico que tan importante contribución realizó al restablecimiento de las libertades democráticas.

El domingo, los que a partir del referéndum de la OTAN hicieron de la libertad un negocio, se volvieron a equivocar. Los apóstoles del sectarismo han cosechado la derrota que se merecían. El pueblo soberano los ha puesto en su sitio.

Y, con los felipancos, ha sido derrotado ese mundo del dinero, de las grandes fortunas, de los grandes apellidos, los Ybarra, los March, los Entrecanales, esa élite madrileña con casa y finca en los Montes de Toledo, que sigue paralizada por el miedo a hablar, que todo lo fía al oscurantismo, aferrada a su visión cainita de la sociedad, que discurre por las cuentas de resultados con una vela puesta al Dios Polanco y otra al BOE y al poder político que lo maneja.

Estaban todos juntos en la boda del primogénito de Juan Abelló con la hija de Isidoro Alvarez, caballeros en torno a la mesa redonda -Rodés, Juncadella, Arango (el señorito mexicano que esconde en sus VIPS los libros que no son del agrado de su amigo)- de Jesús Polanco, todos juntos y su mundo aparte, refugiados en el gueto de su soberbia.

«Los progresos realizados en esta legislatura van a permitir acometer en el futuro y sin dramatismo, las reformas de base que de otra manera hubieran sido muy difíciles llevar a la práctica», se dice también en el epílogo de El negocio de la libertad. «Hemos entrado en un modelo de crecimiento con baja inflación, donde es posible financiar los costes fijos del sistema y al mismo tiempo que quede dinero para invertir en infraestructuras, en I+D, en la profesionalización del ejército, etcétera, algo que no se podría hacer con una economía parada. En estas circunstancias, con un déficit que permite una financiación más holgada de la economía, será la propia sociedad la que pida al gobierno que acometa esas reformas, lo cual implica un cambio cultural profundo».

Eso es lo que la sociedad española pidió el domingo a Aznar. ¿Qué quiere usted? ¿Necesita una mayoría holgada para poder acometer las reformas sin el freno de mano de esa gestoría de intereses que es CiU? Ahí la tiene. A ver qué hace con ella. Le pediremos cuentas dentro de cuatro años.

¿Ha entendido Aznar el mensaje? Es el mensaje de un electorado que ha votado con la cabeza más que con el corazón, que ha primado una gestión, y que espera resultados concretos en términos de creación de riqueza y empleo, pero también de regeneración democrática y ensanche de las libertades individuales. Y más competencia. Y mano dura con los oligopolios. E iniciativas ejemplares en la Justicia (¿para cuándo la corrección de la tropelía cometida con Javier Gómez de Liaño?). Que no se equivoque Aznar. No es un cheque en blanco. Son votos prestados a una expectativa de futuro, votos dispuestos a andar -del brazo de una ideología que muchos de ellos no comparten- un camino de progreso.

Durísimo varapalo a los tres tenores: Polanco, González, Pujol. Y una ventana abierta a la regeneración del PSOE. Los felipancos van a tratar ahora de escamotear cualquier intento de renovación en el Partido Socialista mediante el recurso de elevar a los altares al recambio que desde hace tiempo tenían preparado para un Almunia condenado a perder: Javier Solana, el hombre que, con el respaldo del Departamento de Estado, conviene a sus intereses. ¿Lo permitirá la militancia socialista?

Almunia ha asumido su parte alicuota de responsabilidad en el batacazo del PSOE. Pero es seguro que quienes desde la sombra han movido los hilos del guiñol se abstendrán de hacer lo propio. Praderita ya lo ha insinuado: la culpa es de Aznar por haber ganado. Los responsables de una campaña donde se ha dado la mano la manipulación más grosera con el falseamiento de la realidad, no tienen nada de qué arrepentirse. Ellos seguirán haciendo un periódico de partido a paso seco. Un periódico apocalíptico entregado a las meninges vengativas de un Felipe González convertido en el gran enemigo del futuro del PSOE. Un periódico plagado de titiriteros, badulaques del intelecto ofrecidos a mejor postor, historiadores de pitiminí en busca de patrón dispuesto a cobijarlos. ¿Cómo hacer la renovación del PSOE con el fantasma de FG encima? ¿Cómo abordar el cambio sin el freudiano «matar la padre»?

Aznar ha demostrado que se pueden ganar elecciones, incluso por mayoría, con la oposición total de los Polancos. El Kane hispano ya no quita ni pone gobiernos, y eso es un cambio estructural de importancia histórica. El cántabro está llamado en el futuro inmediato a ser un importante empresario -cada día sometido a un mayor grado de competencia- pero ya no será el poder fáctico que fue durante la época dorada del felipismo y que aspiró a ser ad infinitum.

Hay quien piensa que Polanco, prisionero de una estructura de secta que se ha hecho fuerte en su Grupo, una estructura muy ideologizada reñida con cualquier consideración de orden gerencial, no tiene futuro, a menos que se decida a quitar el poder a esa secta, empezando a cortar cabezas. Pero, ¿puede hacerlo? La respuesta sólo la conocen quienes están en el secreto de los verdaderos lazos que unen al editor con Felipe González, lazos que parecen mucho más fuertes que la simple ideología.

De momento, adiós al monopolio. Y a Dios gracias, porque, como dice Galbraith, «el monopolio es la fuente de poder de una sociedad pobre; un país rico invita a la gente a buscar alternativas».

Jesús Cacho

14 Marzo 2000

EL YEYUNO

Jaime Campmany

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Ya decía yo que estas elecciones más que perderlas Joaquín Almunia, las iba perder Jesús Polanco, aunque el que ha dimitido haya sido Almunia y Polanco no. Los medios del ‘grupo de presión’ (Iñaki Gabilondo dixit, oh, el divino subconsciente), PRISA digo, a pedida que avanzaba la noche electoral se ponían enloquecidos, igual que las hormigas cuando alguien les ciega el hormiguero. Los rodrigones de la Casa también. Daba ternura escuchar en televisión a Miguel Ángel Aguilar negar los datos del escrutinio y agararse a la brocha cuando ya la realidad habíaquitado la escaler, no rendirse ni ante la evidencia y repetir como un papagayo en rojo el editorial de EL PAÍS de aquella mañana electoral. Cuitadiño.

Desde el principio de la campaña y de la precampaña, Jesús Polanco había enviado todas sus huestes a luchar contra el Partido Popular, y el sábado de reflexión y el domingo de urnas seguían batallando casa por casa, elector por elector. Los micrófonos de la SER continuaban dando discursos de Joaquín Almunia mientras las urnas se llenaban de papeletas de Aznar, y los redactores y tertulianos de la emisora lanzaban proclamas sobre los pacíficos ejércitos de votantes tratando de remediar lo que ya parecía irremediable. La SER dejaba de ser un medio informativo para convertirse en un altavoz del frente y planteaba la confrontación electoral como una arenga para llamar a una nueva pelea a muerte entre idoelogías.

El Partido Popular hubo de presentar dos denuncias, una ante el Juzgado de guardia y otra ante la Junta Electoral Central. Aquello que hacía la SER era una forma de perturbar el libre ejercicio del sufragio, y proseguir la propaganda cuando ya los colegios electorales tenían las puertas abiertas y las urnas dispuestas. Pero lo más chusco de todo cuanto se dijo por aquellos micrófonos polanquistas en el soleado domingo de las urnas fue lo de ‘la derecha que mató a García Lorca’. En un espacio de la SER titulado ‘El Mirón’ informaron galantemente al personal votante de que ‘a Federico García Lorca lo asesinó la derecha por ser maricón, y esa misma derecha es la que hoy puede ganar las elecciones’.

Se supone que ante tal anuncio todos los maricones del Reino que estuvieran al loro correrían desalados hacia los colegios electorales para votar a la izquierda, ante el temor de que los pasaran a todos a cuchillo o los degollaran y acabaran con ellos como Herodes acabó como los Santos Inocentes. Pero es que, además, el intrépido periodista y galardonado escritor Fernando G. Delgado (nunca he sabido de qué palabra es inicial esa ‘G’, aunque ahora puedo imaginarlo) abundó en el argumento y afirmó, también por los micrófonos de la SER, que los mismos que ‘asesinaron a García Lorca o lo que queda de ellos votan al PP’. Suponiendo que los que fusilaron a García Lorca tuvieran entonces 25 años, ahora tendrían 89. Un aguerrido piquete de votación.

Si uno cayera en la tentación de responder en el mismo terreno, sería posible decir que esos que venían de matar a García Lorca y votaban al PP lo hacían para evitar que ganaran las elecciones los que venían de asesinar a Calvo-Sotelo. Y ya estábamos en los garrotazos goyescos. Decir eso en un día de elecciones democráticas es peor que una perversidad. Es una gilipollez, gilipolluá, que decía el pobre Tip. Lo más cachondo de este caso es que el autor de la frase no duraría ni tres minutos en una conversación sobre García Lorca, porque ése no ha pasado del ‘Romancero gitano’ y habría que sentarlo antes en un pupitre a estudiarse la edición de su vecino de página García Posada. Cuitadiño también el Yeyuno.

Jaime Campmany

06 Marzo 2000

Zanahorias

Enrique Gil Calvo

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Cuando la campaña electoral dobla su ecuador, cunde la sospecha de que Aznar va a obtener por defecto una inmerecida reelección. Y digo por defecto porque su ventaja efectiva en los sondeos es tan reducida que todo dependerá, una vez más, de cómo se distribuya a derecha e izquierda el imprevisible déficit de participación electoral. Y si se confirman los augurios, habrán sido los abstencionistas quienes el próximo domingo reelegirán por omisión al presidente Aznar, avalando así su pasada ejecutoria de ilegítimo abuso de poder. ¿Cómo es posible que un electorado ideológicamente progresista pueda reelegir a un gobernante como Aznar, aunque sea por defecto u omisión?La mayoría de los analistas, influidos por la metáfora que convierte a la democracia en un mercado, lo achacan a factores de oferta, atribuyendo el previsible éxito de Aznar a la ventaja comparativa que presenta su programa y su campaña respecto a las de la izquierda plural. Y en este sentido, la clave residiría tanto en los masivos medios de que dispone el régimen de Aznar, que tiene comprada a la casi totalidad de la opinión publicada, como sobre todo en la muy superior astucia demostrada por Rajoy respecto a Ciscar, como artífices de las campañas de Aznar y Almunia. Es verdad que, en un comienzo, el hallazgo del pacto con Frutos le concedió al PSOE una efímera iniciativa. Pero en seguida contraatacó Rajoy, barriendo a Ciscar con un diseño de campaña que está siendo calificado de magistral.

Se trata de un goteo de zanahorias fiscales que se ofertan a plazos como si fuesen letras de cambio regaladas a crédito para mantener muy elevada su tasa de interés electoral. Y esto les parecerá muy brillante a los admiradores del poder, pero desde luego es hacer trampa truncando el juego limpio que debiera presidir toda campaña. Los programas deben presentarse al público antes del pistoletazo de salida, y no a mitad de carrera y mucho menos después del final, que es para cuando los electores podrían esperar cobrar las promesas a plazo fijo de la oferta de Aznar. De ahí que deba hablarse de zanahorias, haciendo de los votantes unos asnos que se acercan al molino de las urnas tentados por un señuelo aplazado que quizá no lleguen a catar.

En contraste con un marketing tan mañoso, la campaña de la izquierda plural sería torpe, gris y roma, sin ninguna habilidad para vender un caduco producto que los electores resabiados se resisten a comprar. En efecto, se diría que ni PSOE ni IU se creen su propio programa común, y por lo tanto no lo saben explicar con suficiente credibilidad. En consecuencia, a sus votantes potenciales tampoco les merece crédito, sintiéndose tentados de no acudir a las urnas. Y en esto podría influir la mala conciencia de unos y otros, que aún se resienten recordando los pasados errores de socialistas y comunistas, todavía pendientes de explicar. El elector de izquierdas ni olvida ni perdona, y lo demuestra negándose a votar a estas izquierdas, las únicas que hay.

En suma, esta óptica mercantil, que analiza la abstención desde el lado de la oferta, termina por culpar sólo a los políticos por su propia incapacidad para seducir a los electores. Ahora bien, las cosas parecen muy distintas si las contemplamos desde el lado de la demanda, que es precisamente la posición de la ciudadanía. ¿Qué son ante todo los electores: clientes o ciudadanos? En su reciente artículo El cansancio de la democracia (publicado en el número 99 de la revista Claves), Francisco Laporta señala que el déficit democrático que aqueja a la política europea no cabe atribuirlo tanto a los políticos (pues no hay más cera que la que arde) como a los ciudadanos: en definitiva, cada sociedad tiene los gobernantes que se merece, y a los que vota por acción u omisión. Pues bien, apliquemos esta evidencia a nuestro caso: si Aznar es reelegido no será tanto por culpa de Almunia y Frutos como por culpa de nuestros conciudadanos, que demuestran carecer de escrúpulos sea para votarle, sobornados por sus zanahorias fiscales, o sea para consentir con su abstención que le reelijan los asnos.

13 Marzo 2000

Esto es tragar

Maruja Torres

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Me di cuenta de que todo estaba perdido cuando Jordi Pujol salió en TVE-1 admitiendo que su formación había perdido un escaño por Gerona, no por Girona. Y comprendí que no todo estaba perdido, al menos no a largo plazo, que es la forma en que pensamos quienes queremos dejar el mundo mejor que lo encontramos, y no sólo mejorar simplemente nuestras condiciones de vida, cuando Joaquín Almunia reconoció las razones del fracaso, advirtió de lo que se nos avecina (vino a decir que perdemos capacidad de control sobre el poder), y dimitió irrevocablemente. Paco Frutos estuvo en su discurso, como siempre ha sido, mezquino. Debería preguntarse por qué su presencia en el pacto ha restado en vez de sumar. Con lo limpito que tiene su partido el currículo: sobre todo, limpio de mandar. Nunca estuvo, salvo en alcaldías.Pero que Almunia dimita es sólo la solución de una parte del problema. El problema, mejor dicho, son sus colegas: con Císcar el rapsoda a la cabeza.

Quisiera, sin embargo, regresar por un momento a la esquizofrenia del nacionalismo catalán oficial. Hubo otro impagable instante en que Xavier Trías, al admitir implícitamente que el PP les había laminado en frío y que por ello les podía eliminar de sus intereses, tuvo los sagrados escrutinios (en realidad, quería escribir escrotos) de decir que ello era porque España va bien, y que a eso había contribuido CiU. O sea, que se suicidan y encima cantan.

Hablando de cantar, fue un alivio escuchar de nuevo (yo lo hice en Tele 5) el grito de guerra favorito de Génova-PP: «Pujol, enano, habla castellano». Como que las cosas volvían a estar en su sitio, junto con la impresión de Ku Klux Klan que producían las numerosas banderas blancas, que ante la imposibilidad de desplegarse se constituían en su modalidad natural de cucurucho. Conforme avanzaba la noche, reaparecían las banderas españolas que estuvieron rigurosamente prohibidas durante la campaña del PP. Y las rubias de cualquier edad vociferaban el triunfo de la democracia que ellos nunca se trabajaron.

No toda la culpa, o el mérito, lo tienen los partidos. Somos un pueblo que ha aceptado con enorme entusiasmo pertenecer a una mayoría aletargada. Esto es tragar, pero aquí estamos, cada cual en su sitio. Vamos a ser otra vez el asombro de Europa. Al autoritarismo por el voto. Dentro de cuatro años, veremos. Se os atragantarán las palomitas, encantos. O no. Francamente, me da igual. Yo tendré entonces 61 años (una hora menos en Canarias), el exilio interior alicatado hasta la calvicie, y una fe en la comunidad comparable a la que tengo en los productos milagrosos contra la celulitis.

Estaré jodida y tragando, pero me queda un último hálito de venganza. Labordeta va al Congreso. No me lo quiero ni imaginar.

Hala, a vivir. Que son dos días.

(Ahora que lo pienso, no sé si el presidente Aznar dijo anoche que «hemos culminado» o «hemos fulminado»). Lo que sí dijo es que somos un gran país plural. Me lo voy a hacer mirar por el chistecólogo.

14 Marzo 2000

Perdón, perdón, perdón

Eduardo Haro Tecglen

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Quién verá un día a Felipe González, con un traje talar morado, pidiendo perdón. Como el Papa. Pero el Papa ya apenas tiene creyentes -tiene sociedades, intereses, acostumbrados- y tampoco los tendrá Felipe González. O su biznieto. Perdón por destrozar la izquierda. Por la invención del pelotazo y el cambio de sentido del trabajo, por los GAL y por haber creado en torno suyo un enjambre de ladrones; por haber abandonado la Internacional, el puño en alto; por haber devorado a sus antepasados del partido obrero, y enterrado las doctrinas de Pablo Iglesias y el esfuerzo de los socialistas durante cien años, y cualquier recuerdo del Frente Popular; y (sin desenterrar el hacha de la guerra civil) por no sostener la idea del sacrificio que costó mantener una izquierda. Por haber subido los alquileres, contenido los salarios, refrenado las pensiones, aprisionado la seguridad social. Por haber declarado la guerra al partido comunista. Por haber atacado a quienes querían juzgar a Pinochet, por haber enviado una fragata a la guerra del Golfo, por haber reconvertido el pacifismo de su primera campaña electoral en la primera guerra de la OTAN conducida por uno de sus ministros -aún le sacó la semana pasada a pedir votos-, por haber convertido en general al guardia civil Galindo de Intxaurrondo, por haber servido al neocapitalismo, por creer en Margaret Thatcher. Por imaginarse que era de izquierdas pero que la derecha le admiraría y le preferiría a los suyos propios. Por haberse rodeado de mediocres cuando gobernaba y cuando iba a dejar de gobernar; por haber permitido las primarias y haberlas anulado después; perdón por (y a) Borrell, Almunia, Morán. Perdón por el euro, la globalización, la mundialización, el acuerdo de Schengen, las pateras hundidas, el mantenimiento de las escuelas católicas, privadas y concertadas; por no haber llegado a tiempo a la constitución de las parejas de hecho, por no dejar terminadas las leyes del aborto. Perdón por haberse enfrentado con la libertad de prensa, por haber influido pesadamente en la radio y la televisión. Perdón por haber hecho creer que todo eso era la izquierda, con sus conversos y sus amanuenses y sus acólitos y su inmensa soberbia política. Tendrá en su casa, supongo, el vídeo del día en que ganó las primeras elecciones, y España brindaba, sacaba su champaña y sus viejas canciones y sus banderas y sus risas perdidas. Otro tiempo. Aquella etapa terminó el domingo.

02 Abril 2000

Aznar se fuma un puro sin PRISA

Luis María Anson

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“No se pueden ganar las elecciones, presidente, teniendo enfrente al Grupo PRISA. Debes hacer algo para atraértelos”, le decían a Aznar en el otoño pasado. “Acuérdate del 96, en pleno escándalo de corrupción del PSOE solo sacaste trescientos mil votos al PSOE”. “Hay que rendirse a la evidencia. Ahí están las elecciones municipales y autonómicas. Con EL PAÍS y la SER en contra no hay nada que hacer, presidente. Has retrocedido, se han perdido Asturias, Aragón, Baleares y muchas capitales”. “Haz algo, José María. Es una locura no conseguir al menos una cierta neutralidad por parte de EL PAÍS, Polanco manda un huevo”.

Apoyado en el informe Sanchís, que, por encima de las encuestas, daba un empate técnico al PP y al PSOE, EL PAÍS y la SER desencadenaron una campaña partidista a favor de los socialistas y en contra de los populares como no recuerda la historia del Periodismo español. Estaban en su derecho. La libertad de expresión ampara también las visceralidades y las posturas radicalizadas. Comentaristas, articulistas, tertulianos, entrevistados y editorialistas de EL PAÍS y la SER, todos a una, cabalgaron atronadoramente sobre Aznar y el PP para machacarles y pulverizarles. Sólo al final, cuando las encuestas seguían impertéritas desmintiendo el empate técnico del informe Sanchís, EL PAÍS solicitó una entrevista a José María Aznar para publicar el viernes 10 de marzo. El presidente, sabiamente, se negó. Quería demostrar que podía ganar las elecciones con el Grupo PRISA sin una fisura.

El 12-M se derrumbaron los mitos. El grupo mediático más potente de España cayó derrotado. No tuvo influencia para que ganase el PSOE, ni siquiera para dejar al PP en una victoria precria. Aznar se alzó con una holgada mayoría absoluta y demostró que para triunfar en la vida española. En la política, en el arte, en la literatura, en el cine, en el teatro, no se necesita para nada a EL PAÍS y a la SER. Buen aviso para navegantes y otras aves trepadoras.

El 13 de marzo, el presidente celebró la victoria en la intimidad. Almorzó en Moncloa y tras recrearse en el pertinaz helado de café, pidió un cigarro habano, lo encendió con parsimonia y se lo fumó sin prisa.

Luis María Anson