19 octubre 1977

El veterano franquista recuerda que como alcalde de Madrid "no puede discriminar a nadie"

El alcalde de Madrid franquista, Juan de Arespacochaga, criticado por el diario EL ALCÁZAR por saludar en público al PCE

Hechos

El 19 de octubre de 1977 D. Juan de Arespacochaga, alcalde de Madrid, dirigió una carta al director de EL ALCÁZAR, D. Antonio Izquierdo, contestando sus críticas por haber saludado en público a dirigentes del Partido Comunista de España (PCE).

19 Octubre 1977

Carta abierta a D. Antonio Izquierdo

Juan de Arespacochaga

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Sr. Izquierdo:

En un artículo que publica ayer EL ALCÁZAR me alude Vd, en forma que reputo incorrecta, al referirse a mi saludo a los dirigentes del Partido Comunista el pasado domingo.

Para invocar mi conocido anticomunismo me califica de ex franquista histórico. Se equivoca. Fui algo más importante: fui beligerante frente al comunismo con las armas en la mano, cosa que no hizo Vd. y lo volvería a ser en circunstancias análogas a aquellas, cosa que no sé si haría Vd. Por ello, quizá no entienda lo que hay de nobleza en un saludo entre adversarios cuando se quiere sellar sinceramente la paz. Es más fácil para un antigüo combatiente sentir este anhelo de futuro hecho entre todos y abrigar la esperanza de que ello depende de nuestro mutuo entendimiento.

Por lo demás, hice en el pasado pocas pruebas de franquismo porque no las necesite para nada. Si las he hecho ahora, porque mi respeto y admiración por lo que se realizó en años que son historia, no me nubla el deseo de hacer al presente todo lo posible para que la concordia de los españoles nos permita de nuevo avanzar como un pueblo sin odios.

Finalmente, el puesto que ocupo de Alcalde de Madrid por designación y no por elección, me lleva a no discriminar a sus ciudadanos. No es un servilismo, es una obligación que Vd., al parecer, no entiende.

No confunda el patriotismo con el partidismo y no se sonroje de mi actitud si desea que nadie recele de que la suya es sectaria.

Le saluda.

Juan de Arespacochaga y Felipe

 

20 Octubre 1977

En Reposición

Antonio Izquierdo

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A una sola línea de ‘La Ventana Indiscreta’ (‘Mañana será tarde, 18 de octubre) contesta don Juan de Arespacochaga y Felipe, alcalde de Madrid, con una carta. No es un abuso de autoridad. Es una explicación tan lamentable que lo generoso hubiera sido no publicarla. Como el señor Arespacochaga entenderá lo contrario, accedemos, sin embargo. Dije – y vuelvo a decir – «hemos asistido con sonrojo, al servil comportamiento de un Alcalde, ex franquista histórico, que inclinaba la cabeza ante Dolores Ibarruri o Santiago Carrillo…» Pues bien: no hay que suprimir ni una sola coma. Si alguna duda me cabía al respecto, hoy ha quedado aclarada: más o menos era de común conocimiento el juicio de que Arespacochaga no pasará a la historia de Madrid alineado con los grandes alcaldes de la Villa y Corte, si bien es verdad que esta falta de estatura puede disculparse en la medida de que su gestión se ve agobiada por la agitación marxista que, planificada en Bucarest, cerca día y noche a la Casa de la Villa. Lo malo es que desde hoy todos vamos a estar en el secreto de que también es un mal político. La explicación de su presencia en la Casa de Campo no puede ser más endeble, ya que sólo en la medida que pudiera acreditar su presencia en otras asambleas de partidos o festejos ideológicos, cabría una excusa tan gruesa. Que su anticomunismo sea conocido no añade ni quita nada a la cuestión de la presencia del Alcalde de Madrid en la Casa de Campo. Que fuese beligerante y combatiente, frente al comunismo, es cuestión de la que no soy responsable. Duda de mi posición antimarxista y de mi resolución de combatirlo en caso necesario. Sólo puedo asegurar dos cosas: en 1936 tenía cuatro años; en 1977 tengo los suficientes para haber elegido, en libertad, mi posición. Soy fiel a lo que él fue fiel y ya no lo es y estoy más cerca del honor  de la Medalla Militar – perdónenme la inmodestia – ganada por un antecesor suyo en la Casa de Campo que de su sumisión, pareja a la que tantos otros que entregaron una victoria al adversario y que derribaron un Régimen que no les pertenecía por entero.

Comparto, en cambio, su anhelo de futuro. Pero me temo que si el futuro está determinado por la liquidación de los Crucifijos de las instituciones públicas; por la libertad sin condiciones, de asesinos a sueldo; por el atropello a la Ley y por permanecer impasiles ante manifestaciones en las que se amenaza a un sector de la población española, asegurándola que sólo le quedan tres meses de vida, puedo garantizar que ese futuro no me interesa nada o me interesa desde una óptica distinta a la suya. No hay ánimo de reconciliación en el marxismo, sino de abierta revancha. El Sr. Arespacochaga estuvo en la Casa de Campo y pudo escuchar gritos intampestivos contra los Reyes de España o contra aquellas cuestiones que acaso defendió ardorosamente durante la contienda civil. Su actitud ante La Pasionaria no fue noble, fue incongruente y lo más que puede reportarle a cambio, créame, es una patente de ‘tonto útil’. Si fue servidor del Régimen – subsecretario si mal no recuerdo – acaso no permaneerá impasible ante la expulsión de las efigies de Francisco Franco de ayuntamientos y diputaciones, a la mutilación de monumentos a los Caídos – los caídos fueron, en gran parte, sus camaradas muertos ¿o no? – a toda suerte de ofensas, vejaciones, que se vierten sobre los hombres y las cosas del Estado del 18 de Julio.

De ese Estado, no fui nada, salvo súbdito. No ocupé cargo alguno ni recibí más monedas que las que gané con mi trabajo cada día. No fui siquiera concejal. Nada debo al franquismo ni al Régimen. Pero en cambio me debo a mí mismo cierto respeto. Y como muchas veces grité hasta enronquecer aquello de ‘Franco sí, comunismo no’, sigo en mis trece. Pertenezco  a una generación desdichada que ha visto envilecerse a muchos de sus maestros, achicarse a algunos de sus mayores y evolucionar atropelladamente, a quienes usufructuaron una victoria por el sólo hecho de permanecer en unos puestos con honores y prebendas.

Desde mi posición de hombre libre, de periodista modesto, de español de filas, estoy en el derecho de mirar con un infinito desprecio a cuantos no han tenido la gallardía de defender un Estado de Derecho, ni de alzar una sola voz – una sola hubiera bastado – en defensa de la memoria del más importante estadista de nuestra historia [Francisco Franco]. Desde esa posición dos cosas sí puedo garantizar: jamás aspiraré a ser alcalde, pero jamás me veré en la obligación de inclinar la cabeza ante asesinos [por Dolores Ibarruri y Santiago Carrillo].

No sé si será Arespacochaga un buen o mal Alcalde, porque hace mucho que no ando en eso de la crónica municipal, pero tengo derecho a suponer que su visita a la Casa de Campo no está entre las obligaciones estrictas que le otorga la presidencia de la Casa de la Villa. Yo no confundo el patriotismo con el partidismo. Tanto es así que no pertenezco a partido alguno. Creo en pocas cosas, pero firmemente. Y por desgracia he tenido que eliminar de esas pocas cosas en las que creía, a muchas figuras que han dado a España y al mundo una insólita lección de cobardía. Sépalo usted, señor Arespacochaga: ante algunos enemigos, fieles a sus ideas y leales con su pasado, por más borrascoso que resulte, me descubro. Ante su ‘gesto’, me tiro al suelo de risa. Discúlpeme, sea bueno y no me escriba más.

Antonio Izquierdo