16 octubre 1977
El dirigente del PCE, Manuel Azcárate, escribe una tribuna en EL PAÍS cargando contra la obra que es replicada por su autor
Premio Planeta 1977 – El ex dirigente del PCE Jorge Semprún publica unas memorias fuertemente críticas contra el partido y contra Santiago Carrillo
Hechos
El 15 de octubre de 1977 el libro «Autobiografía de Federico Sánchez» fue premiado con el Premio Planeta.
Lecturas
El XXVI edición del Premio Planeta, el premio que concede la editorial de D. José Manuel Lara Hernández ha estado marcado por la polémica. El mismo día de la votación dimitió un miembro del jurado, Sr. Martín de Riquer, reemplazado por el profesor D. José María Valverde.
El premio es concedido al político D. Jorge Semprún Maura por su obra ‘Autobiografía de Federico Sánchez’ en la que narra como fue expulsado del Partido Comunista de España (PCE), derrotando a las obras ‘Vida, pasión y muerte en Río Quemado’ de D. Manuel Barrios Gutiérrez y ‘Divorcio para una virgen rota’ de D. Ángel Palomino Jiménez. Los derrotados reaccionaron con ira considerando que el Sr. Lara Hernández había impuesto al jurado a que dieran por ganadora a la obra del Sr. Semprún Maura cuando su libro, según aseguraran, ni siquiera había terminado de escribirse. D. Manuel Barrios Gutiérrez denunciaría en una entrevista en ABC el 18 de octubre de 1977 que el propio D. José Manuel Lara Hernández le llamó antes de que se reuniera el jurado para informarle de que no iba a ganar y ofrecerle medio millón de pesetas si retiraba su candidatura y no exteriorizaba reproche alguno. El Sr. Barrios rechazó esa oferta.
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PREMIO PLANETA PARA EL EX COMUNISTA
D. José Manuel Lara Hernández presidente de la editorial Planeta, firme franquista desde la Guerra Civil, pero que desde la muerte del dictador ha apoyado por la reconciliación, es el máximo responsable de que por primera vez su prestigioso premio Planeta haya ido para un antiguo comunista como es D. Jorge Semprún, aunque en su libro ‘Autobiografía de Federico Sánchez’ arremeta contra los líderes comunistas. El gran derrotado fue el escritor de D. Manuel Barrios que también esparaba el Premio Planeta de ese año.
LAS PRINCIPALES ACUSACIONES DEL LIBRO DE SEMPRÚN CONTRA DIRIGENTES DEL PCE
«Para hablar tan sólo de los que conozco, los principales dirigentes de la organización clandestina del PCE en el campo de concentración de Buchenwald: los compañeros Nieto, Lucas, Lacalle y Celada, todos ellos comunistas vinculados a resistentes en Francia (…) fueron sometidos a esa investigación y sancionados. Y también es cierto que el máximo responsable de esas encuestas y sanciones era Santiago Carrillo «
«Anótese el cúmpulo de estupideces que formuló el pobre Gregorio – mejor dicho Gregori, como ahora suelen llamarse (cuando acusó de traidores a Claudín, Francesc Vicens y a mí). También es Gregorio López Raimundo uno de los dirigentes del partido más próximos y fieles a Carrillo, instrumento de este en el PSUC en los años de Comorera, uno de los que mejor conocen los secretos de mierda y de sangre del PCE. Desde los paseos del 36 hasta las ejecuciones sumarísimas de la época de las guerrillas del 45/48, pasando por la liquidación del POUM, uno de nuestros grandes tiburones pragmáticos y desmemoriados».
«La participación de Julián Grimau en la represión contra el POUM quedaba claramente establecida por aquel testimonio que fue censurado en el los libros oficiales del PCE».
«Te asombra una vez más comprobar que selectiva es la memoria de los comunistas (…) Romero Marín cuenta que en febrero de 1939 cogió un avión en Tolouse y regresó a Madrid, que en el avión iba a Hidalgo de Cisneros, pero no recuerda que también iba Enrique Líster. Y es que Hidalgo murió siendo miembro del Comité Central y Líster vive expulsado del partido. Líster es un no-ser, por tanto Enrique Líster ya no existe en la memoria de Romero Marín. Recuerda a Dolores Ibarruri y a Togliatti, pero ni recuerda a Enrique Líster ni a Fernando Claudín. También estuvo, pero Romero Marín no le vio, naturalmente. Fuera de la Iglesia no hay salvación, fuera del PCE tampoco. En fin de cuentas y para decirlo pronto y mal: la memoria de Romero Marín es una memoria de mierda. No es una memoria testimonial, sino de falso testigo. Romero Marín se acuerda de lo que le conviene acordarse. Funciona igual que la de Carrillo, igual que la de Gregorio López Raimundo, igual que Marcelino Camacho, Simón Sánchez Montero…
«En aquellos años a finales de los cuarenta era Antonio Mije, el dirigente del PCE con el que tenía una relación más constante. El hecho de que Antonio Mije haya muerto no me impedirá decir que era todo lo contrario a lo que uno e imagina que pueda ser un dirigente comunista a los 20 años, cuando ingresa en el partido por emoción histórica y moral. Antonio Mije era superficial, retórico, dicharachero, improvisador, oportunista, de acero bolchevique con los subalternos y de suave terciopelo con los que se encontraban por encima de él en la jerarquía de la organización. Pequeño burgués en sus gustos y en su concepción de la vida, acomodativo y de una vulgaridad mental increíble. Que en paz descanse, o mejor dicho, siga descansando, porque nunca destacó Mije durante su vida por una real afición de trabajo.
«Eduardo García, el malvado Eduardito, encaramado en la secretaría de Organización por obra y gracia de Carrillo, perro de presa de Carrillo que éste azuzó contra nosotros. Perro policía, espía en la ejecutiva de los servicios especiales rusos, perro del KGB, se ha visto. Luego mordería la mano paternal de Carrillo. No voy a enternecerme por ello, quien siempra perros, recoge hijos de perra, hijos de puta policiacos del KGB»
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De todos los dirigentes citados, el único que respondió en un artículo fue D. Manuel Azcarate, al que el Sr. Semprún acusaba en su libro de haber vendido a su compañero Field en las purgas por el estalinismo.
13 Diciembre 1977
Un test para Carrillo
Carrillo que en su reciente conferencia de prensa moduló una vez más sus análisis generales con el carácter abierto a que nos tiene acostumbrados, giró en redondo, como un respingo, en un asunto aparentemente incidental, pero, le guste o no al líder comunista, todavía clave para la plena credibilidad democrática que se esfuerza en ganarse: el asunto de la expulsión del PCE de Jorge Semprún y Fernando Claudín, traído a primer plano, una vez más, por el reciente libro del primero, “Autobiografía de Federico Sánchez”.
He aquí el crispado chiste del Sr. Carrillo a la nada chistosa pregunta de un periodista sobre tal libro: “No lo he leído, ni pienso hacerlo, porque dada la gran cantidad de libros que se publican, tengo que sacrificar los que no son interesantes. En cualquier caso, nunca creí que Semprún escribiría una cosa así”. ¿Cómo sabe Carrillo que el libro de Semprún ‘no es interesante’ si no lo ha leído, ni piensa hacerlo? ¿Acaso confunde el líder comunista lo no interesante con lo no conveniente para él? Interesante o no, el libro dice cosas, y cosas extremadamente graves, que conciernen no sólo a la interioridad del PCE, sino a la propia historia de España, es decir, a nosotros, a todos. No se trata, por tanto de dilucidar lo que resulta o no interesante al Sr. Carrillo, sino su versión de los hechos, de si Semprún miente o dice la verdad, cosa que Carrillo eludió el otro día y, al parecer, piensa seguir eludiendo. Lástima por su esfuerzo en hacernos creer que ha abandonado todo rastro de las prácticas stalinistas, pues tal respuesta entra de lleno, con todo el añadido humorístico que se quiera, en la mejor ortodoxia del menos gracioso comportamiento staliniano.
Porque la pregunta del periodista, incidental en apariencia, camufla una cuestión de fondo: ¿Es el PCE un partido con práctica interior democrática? ¿El asunto Semprún y Claudín no es acaso una de las claves para conocer la respuesta al interrogante anterior? Y, finalmente, ¿cabe la lucha exterior por la democracia en un partido que no la practica interiormente, según nos asegura con lujo de datos el ‘tan poco interesante’ – para Carrillo – libro de Semprún?
Miguel Ángel Aguilar
01 Enero 1978
Comentarios personales sobre la "Autobiografía de Federico Sánchez"
Me asaltan dudas al ponerme a escribir estas líneas: ¿No voy a ser un factor más de la campaña en curso para airear el último Planeta? ¿Sería mejor callarme? Si a pesar de todo sigo escribiendo es porque el libro de Semprún contiene una serie de informaciones que considero unilaterales, caricaturescas, falsas, sobre cuestiones que en parte conozco, que en parte he vivido. No tengo tiempo de consultar textos ni de intentar un análisis de los períodos a los que el libro se refiere; pero creo que, incluso, unos apuntes a vuelapluma pueden ser útiles para desmontar algunos engaños.Se trata de comentarios personales de Manuel Azcárate; es triste tener que decir perogrulladas; pero aún perdura esa imagen según la cual se atribuye al Partido (con mayúscula) cualquier texto, cualquier comentario, porque está suscrito por una persona con responsabilidades en su dirección. Dejemos cada cosa en su sitio. El partido tiene su misión propia, sus órganos para elaborar una opinión colectiva, para actuar; pero no se mete en comentar libros.
El libro lleva en su portada interior la palabra «novela». No alcanzo a comprender el significado de esa indicación. Una novela implica creación de un mundo por el autor. Semprún pretende todo lo contrario: dar testimonio, denunciar hechos que él presenta como reales, no como imaginados:, con nombres y señales propios, etcétera. Surge la duda de si la palabra «novela» es una forma ambigua de tomar distancias con respecto a lo denunciado.
Las falsedades
Que el libro contiene falsedades de hecho es cosa para mí evidente. Un ejemplo: habla de mí ya en la página nueve, y me sitúa en una reunión en la que no estuve; y dice que era miembro del Comité Central del Partido Comunista de España en un momento en que no lo era. ¿Facilita acaso la indicación «novela» el tomarse libertades de ese género?
Pero ello es contradictorio con el esfuerzo que ha hecho Semprún por releerse una serie de textos, por presentar «documentos», por hacer de su libro un testimonio personal; un alegato (en ciertos momentos parece casi un informe fiscal), tendente a demostrar determinadas tesis, determinadas proposiciones sobre la política, la actividad y los dirigentes del Partido Comunista de España.
Entrando ya en el contenido del libro, creo que se pueden distinguir tres temas principales, en torno a los cuales giran, en cierto modo, las tesis políticas que se desprenden de los testimonios de Semprún:
A) El estalinismo del PCE. A este respecto, Semprún reproduce textos y narra hechos de finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, cuando el PCE consideraba a la URSS como el modelo ideal y estaba profundamente influido por el estalinismo.
Al releer esos textos, yo mismo me sorprendo. Ha pasado mucho tiempo y han ocurrido muchas cosas. Y es facilísimo provocar, a partir del ambiente que reina hoy entre los comunistas, y en la sociedad en su conjunto, una reacción de sorpresa, incomprensión, incluso indignada, ante textos y actitudes de aquel período estaliniano.
Pero la descripción de ese período no se hace en el libro para presentar (y explicar) un fenómeno histórico; se lanza como una especie de arma de condena contra los dirigentes del PCE. Parece como si Semprún hubiese roto con el estalinismo, y los demás, los que somos comunistas, no.
Para una persona enterada, lo que el libro recuerda, o demuestra, es que el Partido Comunista ha cambiado desde entonces. Y eso es verdad.
La ruptura con el estalinismo no ha sido una pequeña cosa. Ha sido una transformación profunda, y no sólo en el terreno político; también en lo teórico, en lo moral.
El problema es que nuestra ruptura con el estalinismo ha sido mucho más profunda, en mi opinión, que la de Semprún. Porque el proceso no ha desembocado en un irse individualmente a casa. Y en «tirar el niño con el agua sucia del baño», como dicen los franceses. Los errores no anulan una historia de luchas, sacrificios, aciertos políticos, de presencia permanente del Partido Comunista.
Nuestra ruptura con el estalinismo ha consistido en contribuir (cada uno con su grano de arena, y desde luego el papel de Santiago Carrillo ha sido fundamental) a que todo el partido, en su conjunto, sacase hasta el fondo la lección de los errores de aquella época; crease una política adecuada a la realidad española y capaz de abrir una vía a la libertad y al socialismo; lograse, una vida interna cada vez más democrática; conquistase una independencia total con relación a la Unión Soviética; limpiase nuestra teoría, el marxismo, de las excrecencias que le habían esclerotizado, dándole así nuevo vigor.
b) La otra tesis que el libro alimenta es que, en 1964, la discusión de las discrepancias políticas planteadas por Claudín y Semprún llevó a la expulsión del partido de las personas que representaban una actitud renovadora, basada en un análisis más real de la situación española, y en una política de mayor independencia con respecto a la Unión Soviética.
Un examen histórico serio de este problema exigiría contrastar exactamente las posiciones que entonces se enfrentaron; analizar los cambios en la situación del país; suponer el impacto que una u otra política hubiese tenido. Aunque nunca se puede «reescribir» lo que ya es historia, un examen serio quizá podría tener interés. Pero lo que hace Semprún no es eso. Presenta una versión unilateral, parcial. Mi opinión sobre el contenido de esa discusión es completamente diferente. Yo empecé a trabajar en la dirección del partido muy poco después de ese problema. En todo caso, tal como figura en mi memoria (no tengo posibilidad ahora de ponerme a consultar textos), el debate se centraba principalmente sobre el significado de la «liberalización» que entonces era bandera de algunos de los grupos del Gobierno franquista; si esa «liberalización» anunciaba una nueva etapa en que el capital monopolista se pondría a gobernar con métodos nuevos, no fascistas, y por tanto nuestra táctica debía variar para aprovechar nuevos espacios. Recuerdo un detalle, quizá anecdótico, pero significativo: el de si el partido debía plantearse las posibilidades (¿cuáles?) que ofreciesen las comisiones de las Cortes franquistas…
Mi opinión es que Claudín y Semprún exageraban ciertos cambios en el capitalismo español y proponían una orientación derechista. Creo, por ello, que ha sido positivo el rechazo de esa posición para la causa de la democracia.
No quiero decir con esto que no quepan a este respecto opiniones diferentes. Ni que todas las posiciones que defendió entonces la mayoría de la dirección fuesen justas. En todo caso, y de este período ulterior sí he podido ser testigo (y creo que los hechos están ya bastante claros para cualquier observador imparcial), el proceso que ha seguido el partido desde 1964, tanto en el plano de la política interior como exterior, ha sido de renovación profunda; ha sabido materializar la política de reconciliación nacional, plasmándola en un proceso complejo, dinámico, de colaboración y unidad con el conjunto de las fuerzas democráticas. Ha impulsado, con formas nuevas, los movimientos de masa, sobre todo en el seno de la clase obrera; en las barriadas; en sectores profesionales; ha contribuido al surgimiento de un movimiento campesino joven, con rasgos originales.
Los esfuerzos del PCE
El PCE ha hecho esfuerzos serios, en ese período, por abordar, desde el punto de vista del marxismo creador, rompiendo esquemas prefijados, problemas que la realidad histórica planteaba, como los siguientes:
- – El nuevo papel de la ciencia y de los intelectuales, con la formulación de la tesis de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura.
- – La relación entre marxismo y cristianismo, y la presencia de los cristianos en el Partido Comunista.
- – La liberación de la mujer, y la posición cada vez más feminista del partido.
- – La nueva relación entre democracia y socialismo, la vía democrática al socialismo
En el plano internacional, la afirmación de la independencia del partido y de actitudes críticas cada vez más sólidamente fundadas sobre las degeneraciones del socialismo en la Unión Soviética y otros países, etcétera. En consecuencia, una aportación española, que creo nadie discute, al importante fenómeno del movimiento progresivo y revolucionario contemporáneo que es el eurocomunismo.
c) La tercera tesis que se desprende del libro es que el debate sobre las posiciones de Claudín y Semprún, en los órganos dirigentes del PCE, se llevó a cabo de una forma poco limpia, antidemocrática; lo que podría alimentar la idea de que, en 1964, el estalinismo seguía prevaleciendo en los métodos del PCE.
El recuerdo que yo tengo de ese problema es muy diferente. En condiciones de clandestinidad (lo que implica a priori una limitación muy seria de las posibilidades democráticas) creo que ese debate se llevó, con una gran amplitud, a todo el partido. Recuerdo un momento en que, prácticamente, toda la organización de la Universidad de Madrid se distanció del partido; y fue solo a través de una discusión concreta de las posiciones respectivas, de los textos, como se reincorporó.
El comité ejecutivo hizo entonces algo quizá sin precedentes en el movimiento comunista: publicar en un número especial de Nuestra Bandera el texto de las posiciones de Claudín, junto con las observaciones de la dirección del partido, y distribuir ese texto a todas las organizaciones del partido. Por tanto, la decisión que se tomó sobre ese caso (y en cierto modo Semprún lo confirma en su libro al citar, por ejemplo, cartas de dirigentes comunistas que estaban encarcelados) reflejó la opinión de la aplastante mayoría de los comunistas.
No quiero decir con esto que no se hubiese podido hacer mejor; que todas las informaciones fueron perfectas; que no se cometiesen errores; incluso que el conflicto quizá hubiese podido concluir de otra manera. Pero la impresion engañosa, que el libro de Semprún alienta, es que el Partido Comunista, en aquella circunstancia, actuó con métodos estalinianos. Eso no fue así.
Las acusaciones
Aparte de esas tres tesis políticas, el libro contiene una acumulación de acusaciones y semiacusaciones contra dirigentes comunistas. En todos los terrenos, desde lo trivial hasta lo criminal. Algunas, como las que se refieren a mí, se hacen en forma de interpelación: ¿Hablará acaso Manuel Azcárate?» Eso se coloca en una página en la que se habla de Beria, de los procesos estalinianos, etcétera. Es una forma de acusar, no en concreto, sino por asimilación.
Hace mucho que yo he hablado. Y a cuantos les interesen mis recuerdos de la actividad que tuve durante la segunda guerra mundial; cuando fui responsable de la organización del partido en la parte de Francia ocupada por el ejército hitleriano; cuando trabajé con Monzón en Francia; cuando vi en Suiza a Field algunas veces, estoy dispuesto a contarlos. Para escribir mis memorias, no tengo tiempo. Y menos para «contestar» a esa interpelación absurda de Semprún.
Por cierto, no recuerdo que jamás, en los períodos que nos hemos tratado, me haya preguntado sobre esos temas. Otros camaradas han tenido esa curiosidad. Él nunca.
En todo caso, todo lo que yo sé no tiene nada que ver con lo que se da a enterder en el libro.
El caso de Grimau
Pero, dejando lo personal, ¿cuál es el método que emplea Semprún en sus acusaciones?
Tomemos un caso, el de Julián Grimau. Son los párrafos del libro que más me ha costado leer, porque me han herido, indignado.
Semprún parte de una impresión suya completamente subjetiva: en las reuniones en las que participaban Carrillo y Grimau, «me había llamado la atención esa extraña relación de dominio y de sometimiento entre ambos. Pero nunca me propuse indagar sus razones. Eran cosas del pasado, suponía… Los oscuros secretos de la sangre». (El subrayado es mío.)
Una vez realizado esto, Semprún repite más o menos las tesis difundidas por la propaganda franquista sobre el caso. Pero ahora potenciadas, «justificadas», por el testimonio que él aporta.
Yo he conocido y tratado a Julián Grimau. Le he visto con Carrillo, decenas, cientos de veces. Afirmo que lo que escribe Semprún es falso; invención pura. Pero, ¿en qué medida podrá lo que yo digo deshacer el impacto de acusaciones lanzadas en una gran operación editorial-comercial como el premio Planeta?
Creo que un aspecto inaceptable del libro de Semprún es que está lleno de acusaciones «por síntomas», «por indicios», «por sugerencias», «por impresiones». Son acusaciones moralmente descalificadas. En el juicio de un tribunal no son admitidas. Pero en un libro… Beaumarchais lo ha explicado maravillosamente; luego Rossini le ha puesto música.
Me he referido solamente a una de las muchas acusaciones que contiene el libro: pero he intentado con ello mostrar la inmoralidad del método empleado por Semprún: el de utilizar verdades a medias, aproximaciones, conjeturas, sensaciones subjetivas, interrogantes, para provocar en el lector la idea de que existen zonas de sombra, incluso de delincuencia, en la conducta de numerosos dirigentes del Partido Comunista.
Quizá esto pueda servir para hacer revivir concepciones anacrónicas sobre lo que somos los comunistas, sobre todo entre ciertos lectores.
No creo que ello añada gran cosa a la literatura española, ni al conocimiento de nuestra historia reciente.
Manual Azcárate
08 Enero 1978
Contrarréplica a Manuel Azcárate, sobre la "Autobiografía de Federico Sanchez"
Creo que hay que felicitarse de que Manuel Azcárate haya tomado la iniciativa personal de comentar mi Autobiografía de Federico Sánchez, y de que haga ese comentario en un tono diferente al de su compañero del comité ejecutivo del PCE y diputado por Sevilla, Fernando Soto. Este último, en un MUNDO OBRERO del pasado mes de diciembre -y, tal vez, también por iniciativa personal- se limitaba a conminar violentamente a Vázquez Montalbán a hacerse una autocrítica radical de su primera lectura de mi libro, que sólo sería, según Soto, «un montón de basura vertido sobre las más elevadas cimas de la dignidad humana». La intervención de Manuel Azcárate, en cambio, por endeble que sea desde un punto de vista histórico y político, permite la iniciación de un debate.Y de eso se trataba, de iniciar un debate político -desde la izquierda, genéricamente, y con vistas a reforzarla- sobre algunos temas candentes de la experiencia del PCE. De no haber sido éste uno de mis objetivos, no se habría publicado esta Autobiografía de Federico Sánchez, en el concreto momento en que lo ha sido. Y es que, si se lo piensan mejor los que me reprochan «excesiva pasión» y «rencor personal», podrán percatarse de que tanta pasión, y tamaño rencor no me han impedido esperar pacientemente catorce años antes de publicar este ensayo de reflexión autobiográfica (y autocrítica). Esperar a que el PCE sea un partido legal, con iguales derechos que todos los demás, en un sistema de democracia parlamentaria. Esperar un momento que se sitúa, muy precisamente, a medio camino entre las primeras elecciones libres y el primer congreso legal del PCE leído por los militantes del PCE y del PSUC. No sólo por ellos, desde luego, pero también por ellos.
Esto lo ha comprendido muy bien Mario Vargas Llosa, con su habitual lucidez, cuando dice que hay en la Autobiografía de Federico Sánchez «como un esfuerzo, inconsciente, oscuro, pertinaz, por seguir discutiendo con sus viejos camaradas, pese a que ellos clausuraron ya el debate, por seguir persuadiéndolos de la urgencia de un cambio radical de mentalidad y de actitiud para la victoria de su causa, y apelando para ello, en última instancia, al argumento más drarnático: el ejemplo de una despiadada autocrítica».
Entre los «viejos camaradas» que mi discurso interpelaba nominalmente, invitándole a decirnos la verdad de su memoria, se encuentra Manuel Azcárate. Por desgracia éste considera que mi interpelación es «absurda». Dice que no tiene tiempo pára escribir sus memorias. Dice algo más grave: que ya ha hablado de su experiencia de responsable del PCE en Francia, durante la ocupación alemana, cuando trabajó con Jesús Monzón y cuando vio a Noel Field en Suiza. Pero cuándo habrá hablado Azcárate, ¿y con quién?; ¿y dónde habrá sido? No queda constancia documental de ellos que yo sepa. Habrá sido en el secreto de la confesión, digo yo. En el secreto de los dioses y los jefes que tienen derecho de pernada olímpica sobre los turbios secretos del pasado. Ahora bien, como Azcárate añade -un tanto contradictoriamente- que está dispuesto a contar sus recuerdos de esa época a cuantos les interesen, se me antoja que el próximo congreso del PCE sería una estupenda ocasión para esclarecer históricamente esta cuestión. A los cientos de jóvenes militantes delegados a dicho congreso les interesará, sin duda, conocer las interioridades de ese período de la historia del PCE, saber, entre otras cosas, por qué fue calumniado Monzón como agente del enemigo. En función particularmente de sus relaciones con Field (y éste sí que fue un agente del enemigo número uno del movimiento obrero, quiero decir un agente de Stalin).
Cabe esperar que Manuel Azcárate, sordo hoy ante mi «absurda» interpelación, responda un día a la interpelación de los simples militantes del PCE que necesitan vitalmente reconstruir una memoria colectiva, histórica y crítica, de su organización. Entretanto, analicemos las cuestiones que suscita Azcárate, comenzando por una de las más vidriosas. Y me refiero, como es lógico, al caso de Julián Grimau, al caso de su detención y asesinato en Madrid.
El caso de Grimau
Dice Azcárate que estos son los párrafos del libro que más le ha costado leer. No me sorprende. Son también los que más me ha costado escribir. Los que hasta el último momento no he sabido si incluirlos en el libro. Y los he incluido, finalmente, porque la autocensura de las verdades que conozco sobre dicho episodio hubiera hecho que mi trabajo perdiera, ante mí mismo, toda credibilidad, toda autenticidad.
Añade Azcárate que «Semprún repite más o menos las tesis difundidas por la propaganda franquista sobre el caso». Y es extraño, provoca disgusto y mal estar, que un dirigente del PCE recurra a un argumento tan manido, tan marcado por el sello de otros tiempos. Durante decenios se ha dicho, en efecto, -o sea, hemos dicho, he dicho yo mismo- que Trotski, Ciliga, Koestler, Rakovski, Souvarine, Serge, Castoriadis o Lefort (por hablar tan sólo de algunos críticos de izquierda del sistema estaliniano) estaban repitiendo los argumentos de la propaganda burguesa, imperialista, franquista, sobre la Unión Soviética. Hasta que un día sube Nikita Jruschev a la tribuna del XX Congreso del PCUS y confirma la verdad de todas aquellas críticas. Y el propio Azcárate, en estos comentarios personales a mi libro, ¿no repite tesis de la propaganda franquista, al hablar de «las degeneraciones del socialismo en la Unión Soviética»? ¿No ha hablado de «degeneraciones», muchos años antes que él, los publicistas de la propaganda burguesa, imperialista, franquista? (elíjase el adjetivo que más convenga).
Seamos serios, por consiguiente. El problema no consiste en saber si la propaganda franquista ha dicho o ha dejado de decir esto o aquello sobre el caso de Grimau. El problema consiste en saber si pueden rebatirse, si se puede demostrar que son falsas las afirmaciones que hago. Y no pueden rebatirse. No puede demostrarse que son falsas. Hay documentos y testigos para certificar lo que afirmo, para probar públicamente que existen, en efecto, «zonas de sombra, incluso de delincuencia, en la conducta de numerosos dirigentes del Partido Comunista».
Los estalinistas
a) El primer tema que Azcárate aborda es el del estalinismo del PCE. Proclama, para empezar, que él mismo se ha sorprendido ante algunos de los textos que en mi libro se reproducen y que ponen de relieve la cancerosa proliferación de los métodos estalinistas en el PCE. Puede predecirse que la sorpresa de Azcárate, hija natural de su desmemoria, alcanzará cotas todavía más altas a medida que vayamos haciendo -y a ese esfuerzo consagraré una parte de mi trabajo de los próximos meses y años, para completar lo que en la autobiografía ha quedado a menudo en forma de esbozo forzosamente subjetivo-, que hagamos, pues, la verídica historia del PCE, sobre todo en la época de la guerra civil y en los años inmediatamente posteriores a ésta.
Ahora bien, después de proclamar su sorpresa, Azcárate liquida muy ligeramente esta cuestión. Lo primero que intenta hacer es desbancarme como testigo. como participante en la lucha contra el estalinismo. Dice textualmente que «nuestra ruptura con el estalinismo» (o sea, la de ellos, la de los actuales dirigentes del PCE) «ha sido mucho más profunda, en mi opinión, que la de Semprún. Porque el proceso no ha desembocado en un irse individualmente a casa». Será necesario recordarle a Azcárate que yo no fui Individualmente ni a casa ni a ningun sitio. Que fui expulsado del PCE y que fue ese pequeño detalle el que me impidió proseguir, desde que las filas del partido, y con los que estuvieran dispuestos a ello, la lucha contra el estalinismo. Bien pobre argumento, en verdad, el que utiliza Manuel Azcárate. Muy poco digno de un intelectual comunista.
A renglón seguido, hace Manuel Azcárate una serie de afirmaciones triunfalistas. Aunque sea muy someramente, responderé a las más importantes.
Dice primero que la ruptura del PCE con el estalinismo ha consistido en que «todo el partido, en su conjunto, sacase hasta el fondo la lección de los errores de aquella época», y esto es dudoso. Sin duda, se han dado pasos, en ese camino, desde 1956, pero queda mucho por hacer. Tal vez lo esencial. ¿Dónde y cuándo se ha sacado hasta el fondo la lección de los errores estalinianos del PCE en cuanto a la política de alianzas durante la guerra civil, en cuanto a la represión contra el POUM y las organizaciones cenetistas? ¿Dónde y cuándo se ha -hemos- sacado hasta el fondo la lección de los errores estalinianos de la campaña contra Monzón, contra Comorera, contra el titismo? Tan sólo doy estos ejemplos candentes, pero podría ampliarse la lista de cuestiones no resueltas.
Dice también Azcárate que la ruptura con el estalinismo le ha permitido al PCE crear «una política adecuada a la realidad española y capaz de abrir una vía, a la libertad y al socialismo, y realmente es mucho decir. Demasiado, sin duda. Lo de la vía a la libertad no puede apuntarse en el haber exclusivo del PCE, objetivamente. Y en cuanto al socialismo, está por ver si la táctica del Gobierno de concentración, o sea de consolidación de la democracia burguesa, mediante la alianza con las fuerzas centristas del capital monopolista español, es capaz de abrir la vía al socialismo. Mucho me temo que el asunto sea asaz más complicado.
Añade Azcárate que en ese proceso de ruptura con el pasado, el PCE ha conquistado «una independencia total con relación a la Unión Soviética». Demos por buena esta afirmación, como hipótesis de trabajo, y para no alargar esta respuesta. Pero la independencia con relación a la Unión Soviética no es de por sí garantía y prueba de ruptura con el estalinismo. El Partido del Trabajo de Albania es totalmente independiente de la Unión Soviética y ello no le impide seguir practicando métodos de dirección estalinianos. Y en lo que se refiere al Partido Comunista chino, no puede decirse que su oposición abierta a la política rusa haya hecho extinguirse el estilo estaliniano de resolver los conflictos político s en la cúspide del poder, sin intervención real de la masas y de los militantes.
En realidad, para un partido comunista que no está en el poder, el mejor criterio de ruptura con el estalinismo ha de buscarse en el funcionamiento democrático de la organización. También a este respecto es Azcárate categórico. Personalmente, y por rigor intelectual, para no formular juicios apresurados, me reservo mi opinión sobre este punto hasta examinar los resultados y las decisiones del próximo congreso del PCE.
Mi expulsión
b) El segundo tema que Azcárate aborda se refiere a la discusión habida en 1964 en el Comité Ejecutivo del PCE, que terminó con la expulsión de Fernando Claudín y Federico Sánchez. Llama la atención el tono defensivo, prudente, con que Azcárate aborda esta cuestión. Se admite hoy que no todas las posiciones que defendió entonces la mayoría de la dirección del PCE eran justas. Algo es algo, desde luego.
Hace Azcárate un resumen del núcleo esencial de aquella discusión. (Y por cierto, lo hace de memoria, «porque no tengo posibilidad ahora de ponerme a consultar textos», según dice. Lo mismo ha dicho ya al comenzar sus comentarios. Ya, a uno le preocupan las condiciones de trabajo de los dirigentes del PCE. ¿Tan precarias son tan mal están los archivos que no pueden encontrarse los documentos necesarios para refrescar la memoria? En mis tiempos, y eso que estábamos en la clandestinidad, no era tan difícil tener a mano los documentos. Pero, en fin, sea como sea, Azcárate resume así las cosas: «El debate se centraba principalmente sobre el significado de la liberalización que entonces era bandera de algunos de los grupos del gobierno franquista, si esa liberalización anunciaba una nueva etapa en que el capital monopolista se pondría a gobernar con métodos nuevos, no fascistas, y por tanto nuestra táctica debía variar para aprovechar nuevos espacios,» Desde luego, es un resumen esquemático y unilateral.
Como yo tengo a mano los documentos, le diré a Azcárate que lo que estaba en discusión era la posibilidad misma, en una perspectiva más o menos próxima, de que la burguesía monopolista mantuviese su dominio sobre la sociedad prescindiendo de los métodos fascistas de poder. Fernando Claudin argumentó largamente esa posibilidad, en un informe al comité ejecutivo que va a ser editado en estas próximas semanas por el viejo topo, con otros documentos de aquella época.
El derechismo del PCE
Por su parte, la mayoría del comité ejecutivo negaba rotundamente esa posibilidad. En el número cuarenta de Nuestra Bandera, de enero de 1965, destinado a refutar la argumentación de Claudin, se dice lo siguiente: « Cualesquiera que sean los momentos, las situaciones que surjan, el sentido del proceso histórico en la fase de hoy es claro: la liquidación de las formas fascistas y el establecimiento de libertades políticas, aun venidos por vía pacífica, significan la apertura de un proceso revolucionario… El que en España se establezcan el sufragio universal, libertades políticas, instituciones democráticas, significará crear una situación revolucionaria.» Y por si no estuviera bastante claro, se remacha un poco más lejos: «Aquí el error de Claudin es subestimar las posibilidades revolucionarias de una situación de libertades democráticas: no comprender que esa situación es un golpe tremendo no sólo a las formas políticas, sino a todo el sistema de dominación del capital monopolista.»
El propio Azcárate, con un mínimo de buena fe, y con sólo consultar un poco los documentos que no tenía a mano, podrá comprobar que en este punto concreto se equivocaba la mayoría del comité ejecutivo del PCE. No sólo la burguesía monopolista ha sido capaz de hegemonizar el proceso de transición, no sólo la liquidación de las formas fascistas no ha puesto en entredicho el sistema de dominación social, no sólo no se ha creado una situación revolucionaria, sino que, haciendo un brusco viraje, es el PCE una de las fuerzas políticas más empeñadas; en congelar la situación y en refrenar las virtualidades ofensivas de amplios sectores de las masas. Y si lo primero era previsible, lo último ya no tiene justificación.
c) El último tema que aborda Azcárate en sus comentarios es el que se refiere a la forma en que se desarrolló la discusión en el comité ejecutivo y luego en el Comité Central del PCE.
Como prueba de que dicha discusión fue democrática -lo más democrática posible dentro de las condiciones de la clandestinidad- Azcárate se refiere precisamente a ese número de Nuestra Bandera a que he aludido, en el que se publicaban las opiniones de Claudin y su refutación por la dirección del PCE. Y al valorar lo que este hecho significa comete Azcárate un lapsus muy significativo. Dice que aquello fue algo «quizá sin precedentes en el movimiento comunista». Naturalmente Azcárate hubiera debido decir: en el movimiento estalinista. Porque en el movimiento comunista, antes de la glaciación estaliniana, era corriente y moliente que se publicaran todos los textos en discusión, las plataformas de las diversas tendencias del partido, etcétera. Con ese método pudo el partido de Lenin fundirse realmente con las masas y preparar la toma del poder. Y mientras no se restablezca ese método de la libre discusión interna serán incapaces los partidos comunistas de organizar la conquista de la hegemonía, no sólo política, sino también social, por las clases y capas asalariadas y explotadas de una u otra forma. Si yo fuera político burgués, dormiría bien tranquilo mientras perduren en los partidos comunistas los rasgos de monolitismo, de unanimidad de opiniones, de sumisión acrítica ante los virajes improvisados por los dirigentes: no hay posibilidad de que un partido así transforme la sociedad actual.
O sea, para terminar con este tema: la discusión de 1964 fue, sin duda, mucho más amplia y serena de lo que eran -o mejor dicho, no eran- las discusiones de la época de apogeo del estalinismo. Pero estuvo muy lejos de ser todo lo amplia y democrática que las condiciones mismas, por restrictivas que fuesen, de aquel momento permitían. Ahora bien, y con esto quiero concluir esta respuesta a Manuel Azcárate, esta primera intervención en el debate de hoy -que se sitúa a otro nivel, y con otras exigencias y perspectivas que el de 1964-, aquella discusión truncada hubiera fortalecido al PCE. Sin duda, hubiera estado en mejores condiciones para abordar todos los problemas estratégicos que hoy se le plantean.
Jorge Semprún
«LA POLÉMICA SEMPRÚN-AZCARATE ES UN ‘JUEGO ENTRE SEÑORITOS'»
D. Enrique Líster, Secretario General del Partido Comunista Obrero Español (escisión pro-soviética del PCE), fue preguntado por la reyerta entre los Sres. Semprún y Azcarate, ante lo cuál este comentó que la pugna era un simple «juego entre señoritos». El Sr. Lister descalificaba a ambos políticos por servir a la misma trampa y callar ambos lo que les interesaba callar aunque, eso sí, matizaba que para él la trayectoria del Sr. Azcarate era más siniestra por haber colaborado con el Sr. Carrillo en las purgas internas del PCE en los años cuarenta y cincuenta como el caso de Dña. Carmen de Pedro.