19 julio 1992

El Gobierno italiano se decide a apresar como sea a la actual cúpula de la Mafia de Toto Riina, responsable de la guerra contra el Estado que comenzó con el asesinato del General Dalla Chiesa

Asesinado en Italia el juez anti-Mafia, Paolo Borsellino, el principal colaborador del también asesinado Falcone

Hechos

El 19.07.1992 fue asesinado en un atentado terrorista el juez D. Paolo Borsellino junto a sus cuatro guardaespaldas.

Lecturas

EL ‘PADRINO’ DE PALERMO

Toto Riina, el capo de los corleoneses de Palermo, prófugo de la justicia es considerado como la persona que ordenó el crimen.

20 Julio 1992

La Mafia asesina en Palermo al 'delfín' del juez Falcone

Peru Egurbide

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Palermo, la capital de la Sicilia occidental, parecía ayer el Beirut de los peores tiempos de la guerra. La tremenda explosión de un coche bomba que destrozó la fachada de un edificio de apartamentos puso fin, al filo de las seis de la tarde, a la vida de Paolo Borsellino, de 54 años, magistrado decisivo en la lucha anti-Mafia, que se esperaba que sucediera al superjuez Giovanni Falcone. Este último había corrido ya la misma suerte el 23 de mayo en un atentado de características similares al que ha costado la vida a Borsellino.

Los cinco guardaespaldas de Borsellino -uno de los cuales era una mujer- fallecieron en el mismo atentado, que produjo, además, 15 heridos, según las primeras estimaciones.Tres grandes columnas de humo que podían verse a gran distancia señalaban el lugar del crimen. Cristales, ventanas, incluso trozos de fachada y de balcones del edificio más afectado se desperdigaban por los alrededores. Una gran mancha de aceite quemado, numerosos automóviles convertidos en un amasijo de hierros retorcidos y despojos de carne humana, que, según testigos presenciales, dejaron en el aire un olor a chamuscado, componían un paisaje que parecía el de una tierra devastada por un bombardeo aéreo.

Pero la explosión no la causó un B-52, sino un coche bomba como los que la Mafia ha utilizado ya en tres atentados, incluido el de Falcone. Las autoridades sospechan que esta tecnología implica una colaboración con grupos criminales del otro lado del Atlántico, o sea, las mafias de Colombia o Estados Unidos.

La carga era, según las primeras estimaciones, más potente incluso que la que hizo volar casi 100 metros de carretera para segar la vida del que fue pionero de los magistrados s1cIlianos anti-Mafia. Tres Fiat Croma blindados fueron los más directamente alcanzados por la explosión de ayer.

El coche con los explosivos estaba aparcado ante la casa de la madre de Borsellino, enfrente de una escuela donde, por fortuna, no había niños por ser día festivo. En el momento en que se produjo la detonación, el magistrado, acompañado por sus escoltas, se dirigía hacia su vehículo. Borsellino acababa de visitar a su familia en una calurosa tarde de domingo. Palermo estaba desierta. Sus habitantes, en la playa. Pero, como ocurrió en el caso de Falcone, los criminales habían logrado saber cuál sería el programa, siempre imprevisible, del magistrado. A éste, la bomba le cogió de lleno, antes de que hubiera llegado al coche. Costó mucho trabajo identificarle.

Sobre las medidas de seguridad en torno a este magistrado, hay pocas dudas, ya que, tras la muerte de su amigo Falcone, había sido propuesto por el ministro de Justicia, el socialista Claudio Martelli, como candidato asuperfiscal, la dirección de una especie de nuevo FBI italiano. Falcone era, a su vez, el candidato oficial a ese cargo, aún no cubierto, cuando fue asesinado.

Jueces anti-Mafia

Siciliano como él, casado y con tres hijos, el propio Borsellino había contado en un reciente programa de televisión cómo las organizaciones de jueces anti-Mafia -los llamados pool- nacieron precisamente de una conversación suya con Falcone: «Empezamos a hablar y nos dimos cuenta de que estábamos persiguiendo a las mismas personas y a veces incluso por los mismos delitos. Ahí vimos la importancia de que todos los magistrados empeñados en la lucha contra la Mafia nos comunicáramos nuestras investigaciones».

También la zona donde se produjo el atentado de ayer debería de haber estado bien vigilada, ya que en ella, a unos 50 metros del lugar de la explosión, se encuentra el domicilio de otro célebre juez anti-Mafia, Giuseppe Ayala, que hoy es diputado republicano. Por esa circunstancia, Ayala, que se encontraba en su casa, fue uno de los primeros en llegar a la calle Autonomía, convertida ya en escena de horror. Preguntado por el sentido de esta nueva tragedia, un Ayala visiblemente confuso respondería poco después a la televisión estatal italiana: «No lo sé. Confieso que tengo dificultad para lograr una explicación de estas manifestaciones de prepotencia y de un desafío mafioso como hasta ahora no habíamos visto».

Para la misma hora, algunos palermitanos habían comenzado ya a congregarse ante la que fue la casa de Falcone, en la vía Notarbartolo, que se ha convertido en un punto habitual de protesta contra la Mafia, y centro de manifestación de cuantos viven con indignación que el poder de la delincuencia haya llegado a expandirse hasta este punto.

No fue ésta la única concentración. En Catania, más de un millar de personas se manifestaron espontáneamente ante el Palacio de Justicia para protestar contra el atentado. En la ciudad de Verona, al norte del país, los 17.000 asistentes a una representación de ópera guardaron compungidos un minuto de silencio por las víctimas. Al mismo tiempo, la Confederación de Sindicatos Italianos convocaba a una jornada de huelga general en Sicilia para mañana, día en que se celebrarán los funerales por el magistrado Borsellino.

«Sujeto en peligro»

El ex alcalde de Palermo, Leoluca Orlando, expresó su consternación a través de algunos medios de comunicación. El mismo, en estos días, ha pasado a ser clasificado como «sujeto en peligro» por el Ministerio del Interior. Hasta ahora, Orlando había sido simplemente «sujeto de riesgo». Su situación actual implica que, en opinión de las autoridades, no sólo es alguien que podría ser asesinado, sino alguien al que la Mafia ha decidido ya asesinar y ahora mismo estaría tratando de hacerlo. Por ello, los policías que protegen a Orlando han pasado de cinco a 12.

«Si me mataran, no lo haría sólo la Mafia, aunque sin duda ésta sería utilizada. El delito nacería del cruce entre Mafia y política», manifestaba ayer Orlando a un diario italiano. En la misma entrevista, Orlando comentaba su situación con su esposa, Milly. A las siete de la tarde de ayer, la esposa de Borsellino seguía preguntando por el estado de su marido. Nadie se había atrevido a decirle todavía que había muerto.

Que Paolo Borsellino estaba amenazado, se sabía desde hace tiempo. Un arrepentido, Vicenzo Calcara, había incluso declarado a la justicia que él estuvo encargado de asesinar al magistrado muerto ayer y que la orden le había llegado de la Mafia de Trapani, pero que luego se desistió de ejecutarlo.

Aldo Rizzo, actual alcalde de Palermo, manifestaba ayer: «Aquí no gobierna la democracia, sino el terror y la muerte».

21 Julio 1992

¡Esto es la guerra!

Carlos Fresneda

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Un ramo de flores rojas sobre un capó ennegrecido. El único soplo de vida en medio de este cementerio de chatarra retorcida, neumáticos quemados, cristales crujientes, zapatos sin dueño, regueros de sangre. El día del fin del mundo cayó como una tormenta de plomo sobre este rincón de la maltrecha Palermo: via Mario D’Amelio. El nombre de este callejón sin salida, apenas cien metros de infierno, quedará grabado en los ojos de cientos de apacibles vecinos que ya nunca volverán a ser los mismos… …Gente como el joven Marco, 23 años, que escuchaba tranquilamente música con los cascos puestos cuando sintió crepitar el suelo. «No sé… Al principio pensé que era la televisión, qué sé yo, una película de guerra. Pero miré alrededor y vi que se me caían los libros, que saltaban los cristales. Me asomé corriendo por la ventana y no lo pude evitar: vomité de puro asco al ver todo eso». «Todo eso» son cincuenta coches reventados, columnas de humo negro que podían verse desde toda la ciudad, una lluvia de cristales en un kilómetro a la redonda, edificios de ocho plantas resquebrajados, gritos, sollozos y, sobre todo, sangre, la sangre inocente de seis cadáveres carbonizados, sus restos esparcidos a lo largo y ancho de este pedazo de Beirut en el norte de Palermo. Marco no recuerda más. Mejor dicho, prefiere no recordar. Dice que no lloró de pura rabia y que le faltó valor para ayudar a trasladar a los seis muertos y a la veintena de heridos. «En mi propio piso hubo gente que se cortó con los cristales, poca cosa al parecer. Les ayudé un rato nada más; no podía con mi cuerpo. Después me fui a pasar la noche con mis tíos y así hasta hoy, que he venido a recoger mis cosas. Llevaba viviendo aquí más de un año como inquilino. Ya no tiene sentido volver; aquí no hay quien viva». No hay quien viva, no. Más de un centenar de familias han sido evacuadas porque las viviendas amenazan con ceder de un momento a otro. La potentísima bomba dejó sin cristales a todo un edificio de 13 pisos a la entrada de la calle. En el número 19, donde vivía la madre del juez Borsellino, la explosión arrancó de cuajo algunos balcones del primer piso. Lucía Minneci, la portera del inmueble, se libró porque era domingo: «Gracias a Dios que además estamos en verano; si no, a esas horas la calle estaría llena de críos jugando a la pelota». Lucía, que vive a un par de kilómetros de la zona, sintió el temblor. «Fue como un terremoto. Supe que había pasado algo, pero no me enteré hasta que lo vi en televisión». En cuanto pudo, cogió a su marido y se acercaron en autobús. Bien entrada la noche, cuando aún flotaba en el aire un denso olor a goma quemada, contemplaba el apocalipsis haciendo esfuerzos por no perder pie. «iEsto es la guerra!», decía. «iPodían habernos matado a todos!». Bebiendo grandes sorbos de una botella de agua, la frente empapada en sudor, Lucía se esforzaba en recordar al juez Borsellino: «Era un hombre seco, de pocas palabras, pero simpático con quienes le conocían. Solía venir a menudo a ver a su madre, sí, casi todas las semanas. A veces sin escolta. Desde que pasó lo de Falcone cambió la cosa; cada vez se le veía con más policías alrededor». A Lucía no le temblaba la mano al señalar dónde cayó «el señor juez»: «Fue ahí, delante del porteroautomático de la entrada, junto a esa farola». Al cabo de una hora, justo en el lugar indicado, una mano femenina dejó caer un ramo de flores. No quiso dar el santo y seña; le bastó con escupir tres secas palabras: «Bisogna ammazzare tutti» («Hay que matarlos a todos»). A lo largo de la noche fueron llegando también hasta la via Mario D’Amelio numerosos compañeros de los cinco agentes de la escolta que perdieron la vida en el atentado, jóvenes inocentes, como la rubia Emanuela Loi, de 24 años, la primera mujerpolicía abatida por la mafia. Para Emanuela, después de dos años en la profesión, incorporarse a la guardia personal de Borsellino fue como un ascenso. El domingo, su cuerpo hecho pedazos fue despedido hasta la copa de un árbol. Decenas de policías fueron haciendo piña en la calle del infierno y gritaron al paso de las primeras autoridades: «¡Bufones!, ¡Bufones!». Armado de una potente linterna, Pietro Valenza, propietario de una tienda de recambios junto al lugar del atentado, intentaba hacer balance de lo poco que le quedaba entre un mar de escombros: «Nada, ya no me queda ninguna razón para quedarme aquí. Fíjate que casi todos los domingos vengo a la tienda para adelantar trabajo y me traigo a la niña pequeña para que juegue con la bicicleta, justo ahí, donde han puesto la bomba… Toda la gente honesta deberíamos irnos de Palermo, dejarles solos a ellos, que se maten, y después volver. Hay que escapar de aquí, hay que escapar como sea». A primera hora de la mañana, abriéndose paso en el desolado cementerio de automóviles, aterrizaba en el lugar de los hechos el juez Giovanni Tinebra, el mismo que llevará a partir de ahora las investigaciones. Un espontáneo le preguntó en voz alta: «¿No parece la guerra, señor juez?». Y Tinebra respondió secamente: «Si no es la guerra, se le parece mucho».

21 Julio 1992

El desafío

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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EL ASESINATO del juez Paolo Borsellino, cometido por la Mafia en Palermo el domingo pasado, es un desafío directo y frontal al Estado italiano. No puede considerarse como uno más de los numerosos atentados que la banda criminal ha llevado a cabo en los últimos años. Lo mismo que ocurrió hace dos meses con el asesinato del juez Falcone, la Mafia ha demostrado de nuevo dos hechos de suma gravedad: que está infiltrada en los aparatos de seguridad, incluso en sus núcleos más secretos, y que se mofa de los sistemas de protección montados para defender a las personas que ella amenaza. Y, por otra parte, que está resuelta a utilizar un terrorismo salvaje para impedir que el Estado italiano, después de años de lamentables fracasos, ponga en pie una organización eficaz de lucha contra la Mafia.De ahí que pueda hablarse de desafío global. El Ejecutivo de Amato, que ha puesto en lugar prioritario de su programa de gobierno la lucha contra el crimen, no puede contentarse con declaraciones generales, por rotundas que sean. Un experto del Ministerio del Interior ha dicho algo muy serio: «Conocemos a muchísimos de los mafiosos. ¿Por qué no los detenemos ya?». No se puede olvidar que, en el famoso proceso de Palermo de 1986, 338 mafiosos, después de ser condenados a largas penas, fueron liberados por trucos de procedimiento. Se trata, pues, de saber sí la ley se aplica a la Mafia; de poner fin a un estado de impunidad en que ésta se mueve. La realidad del momento presente es que el Estado se halla a la defensiva ante los ataques criminales de la Mafia. Intenta proteger -con escasa eficacia- a las personas más amenazadas, pero las acciones judiciales se dispersan, sin una centralización indispensable, para poder llegar a los responsables de la acción criminal.

La principal dificultad para que el Estado italiano pueda reaccionar con verdadera eficacia es, sin duda, política. Las complicidades con las que cuenta la Mafia en ciertos medios políticos es algo admitido como una singularidad dé la vida italiana. Leoluca Orlando, el antiguo alcalde de Palermo -el italiano hoy más amenazado-, ha declarado: «Sime mataran… el delito nacería del cruce de la Mafia y la política». No se trata -como explicó en su tiempo el juez Falcone- de que algunos partidos utilicen a la Mafia para sus fines. Es más bien lo contrario: la Mafia recluta y tiene a su disposición a determinados políticos, que le prestan servicios de diversa índole, tanto para sus actos criminales como para desarrollar sus empresas inmobiliarias, financieras, de tráfico de droga, etcétera, que hoy alcanzan gran amplitud y se extienden incluso al norte de Italia.

Hace dos meses, la ola de indignación provocada por el asesinato de Falcone sirvió de acicate, en un momento de confusíón, para la elección de Scalfaro como presidente de la República. Ahora, el atentado contra Borsellino, pone en términos más dramáticos aún la urgencia de que el Estado italiano demuestre su voluntad de rechazar la ofensiva del crimen.