3 noviembre 1933

El diario ABC informó de que March había 'abandonado' la cárcel, mientras que LA LIBERTAD respaldó al guardia que le ayudó en su fuga

El banquero Juan March, candidato a diputado, se fuga de la cárcel tras dos años preso sin ser juzgado

Hechos

El 3.11.1933 D. Juan March Ordina, elegido diputado en 1931 y candidato a diputado en 1933, se fugó de la cárcel en la que estaba recluido desde 1931.

Lecturas

El banquero Juan March Ordinas, encarcelado desde 1932, se fuga de prisión. El periódico Informaciones de Juan Pujol Martínez, cuya empresa propietaria, Prensa Castellana, es propiedad de March Ordinas titula que March Ordinas ‘ha abandonado’ la prisión. El mismo verbo escoge en su titular el ABC de Juan Ignacio Luca de Tena Álvarez-Ossorio. El periódico Ahora de Luis Montiel Balanzat replica esta forma de titular de esos periódicos a los que identifica como “periódicos enemigos del régimen”.

 El señor March llevaba preso más de diecisiete meses. En ese año y medio no ha conseguido que se le acuse y se le juzgue (…) ni siquiera se le había hecho notificación de cargos. (ABC, 4-11-1933)

El señor March estaba bajo la acción de la justicia (…) pero ha ido pasando el tiempo sin que la justicia de la República, que puso mano sobre el señor March haya sabido cumplir su misión. (…) El señor March “abandona” la prisión de Alcalá de Henares – como dicen los periódicos enemigos del régimen – (…) El oficial que le abrió la puerta contesta: “Procedí así porque me lo dictaba la conciencia” ¿Pero qué es esto? ¿Qué país es este en el que los presos se marchan de las cárceles porque los funcionarios del Estado le hacen traición? (AHORA, 4-11-1933)

En el diario LA LIBERTAD, cuyo accionista mayoritario en ese momento era el propio Sr. March, se publica en portada un artículo de ‘Azorín’ defendiendo al patrón.

No ha cometido delito alguno  ese hombre al abrir las puertas de la cárcel a D. Juan March. ¡Basta ya de fango, sangre y lágrimas. Don Juan March no dependeía ni de los Tribunales ordinarios, ni de la Diputación permanente de las Cortes, ni de las autoridades gubernativas. No le tenía nadie preso y estaba en la cárcel. No estaba legalmente preso y no podía gozar de libertad. ¿Qué tribunal podrá condenar a ese empleado de prisiones que ha cumplido con su debe? ¿Quién le pedirá responsabilidades? ¿Ante quién y en nombre de qué se le va a pedir? (…) Señores. El segundo acto del frama va a comenzar ahora. ¡Atención a los tres golpes sobre el tablado del escenario! (Azorín, LA LIBERTAD, 4-11-1993).

03 Noviembre 1933

Una víctima que se libera de la brutal persecución demagógica

LA NACIÓN (Director: Manuel Delgado Barreto)

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Mediado el día cuando ya hemos escrito nuestros editoriales, llega la noticia sensacional. Don Juan March y Ordinas, ex diputado de las Constituyentes y vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales, retenido en prisión cruelmente desde hace diez y siete meses por un poder arbitrario, que aunque hubiera sido legítimo dejó de existir al disolverse las Cortes, porque era algo esporádico, inventado por la política persecutoria, cruel y desleal de los famosos hombres de Casas Viejas, ha salido de la prisión de Alcalá, en la que se iba consumiendo su existencia.

No hemos de enjuiciar el acto en este momento. El Sr. March, en la epístola emocionada que dirige a su abogado pide perdón por este gesto de rebeldía. Una rebeldía a los diez y siete meses de tortura, cuando ninguna jurisdicción constitucional que merezca reconocimiento retiene a un hombre en prisión, mientras los tiranos y los verdugos intentan pasearse tranquilamente por España, aunque el país les haga difícil el propósito tal vez requiera otro calificativo menos crudo y más humano.

Pero importa en estos instantes, siguiera someramente, recordar los hechos.

Los revolucionarios le pidieron a D. Juan March unos millones de pesetas para hacer la revolución o repartírselos; eso, allá ellos. El Sr. March los negó. Y entonces fue amenazado con que si la revolución triunfaba se le perseguiría despiadadamente.

El programa se ha cumplido. Los Tribunales auténticos tuvieron que declarar que D. Juan March no había incurrido en el delito de que le acusaba el rencoroso Galarza. Y entonces se inventó una jurisdicción especial: la famosa Comisión de Responsabilidades, que, mediante un procedimiento también especialísimo, procesó y encerró en la cárcel al Sr. March sin que durante más de un año se le explicase satisfactoriamente por qué se atropellaba su derecho ciudadano y su inmunidad de representante del país.

Elegido vocal del Tribunal de Garantías. Disueltas las Cortes y con ellas la Comisión de Responsabilidades, el Sr. March seguía en la penitenciaría de Alcalá sencillamente porque sí, porque los hombres vengativos lo habían dispuesto y aún tenían bastante influencia en la España oficial para que no se contrariasen sus instintos de odio y de persecución.

El Sr. March no estaba sometido ahora a ninguna jurisdicción; pero seguía en la celda extenuándose, muriéndose lentamente, sin que nadie le hiciera caso.

Antes de morir asesinado – son muchas las formas de asesinato que el código no define – ha salido de la cárcel, arrastrando sus dolores, y se ha marchado de España, reiterando su amor hacia esta y confiando en que pronto, bajo un régimen de justicia pueda retornar a su patria.

Estamos seguros de que la opinión pública, sensible a toda monstruosidad que se parte de los sentimientos humanos, de la letra de la ley y del espíritu de la justicia, pensará del hecho lo mismo que nosotros pensamos al escribir precipitadamente estos renglones: que no estaría mal que la celda que ha dejado el Sr. March la ocuparan inmediatamente sus perseguidores hasta que comparecieran ante la justicia para responder de la tragedia de Casas Viejas y de tantos otros horrores como han cometido, entre ellos el de hundir y deshonrar a España.

04 Noviembre 1933

El señor March y sus enemigos

INFORMACIONES (Director: Juan Pujol)

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Durante el día de ayer fue objeto de todos los comentarios el abandono de su prisión de Alcalá por nuestro ilustre y querido amigo don Juan March, preso inicuamente durante diecisiete meses y sin que sus peticiones de justicia tuvieran ni la esperanza de ser atendidas. Algunos periódicos, al recordar la evasión de Monsieur Leon Daudet afirman que no hay entre ambos casos ninguna semejanza. En efecto, no la hay. Monsieur Daudet estaba cumpliendo una condena impuesta por un Tribunal legítimo. Don Juan March estaba siendo víctima de un secuestro, decretado por una Comisión revolucionaria; es decir, por una banda de enemigos suyos que durante más de un año ni siquiera se molestó en tomarle declaración. Por eso resulta de una singular impertinencia que nadie hable aquí de escándalos en relación con esta ausencia del Sr. March. El escándalo ha consistido en que el secuestro se prolongue tanto tiempo, y sobre todo desde que la Comisión revolucionaria, al disolverse las Cortes, se acabó. El escándalo no consiste en librarse por si mismo de la injusticia, sino en tolerarla, en ampararla en prolongarla poniendo a su servicio el influjo que de momento se tenga, y eso contra la conciencia jurídica de todo el país. Si el Sr. March se ha ido es cuando, terminado su inicuo proceso, filtrada su vida entera por la saña de sus verdugos, estaba conclusa el acta de acusación, y de ella resaltaba su inocencia, como no se le crea autor de esa pintoresca guerra entre España y Francia, que iba a estallar por una simple carta suya y no se produjo por el pacifismo del vecino país.

Ahora se dice que su martirio iba a terminar. Lo mismo se dijo cuando las víctimas de las deportaciones a Villa Cisneros se evadieron de aquel confinamiento ilegal. Lo cierto es que se ha hecho todo lo posible por prolongarlo con diversos pretextos procesales que no se tienen en pie. De lo que se trataba era de cumplir no sabemos qué pactos clandestinos con los enemigos del Sr. March a quienes secundaba con ese fariseísmo de inhibirse siempre que se iba a resolver la situación, como si tratándose de un desafuero tan monstruoso la inhibición no fuera una manera de colaboración. Aquí nos conocemos todos.

Y es claro que si los electores de Mallorca creen que deben eleigrlo diputado lo harán. Del mismo modo que los de Madrid pudieron elegir y lo hicieron a los socialistas que estaban cumpliendo condena en un penal. Son ellos quienes lo han de decir.

Y falta a la verdad conscientemente quien atribuya al Sr. March hostilidad a la República. Lo que el Sr. March como todo hombre de negocios desea es vivir en un régimen de derecho, en una sociedad estable, donde la vida la libertad el peculio de las gentes sean respetados. A la República en abstracto ¿por qué ha de tenerle hostilidad el Sr. March? Esa es una invención de Carner, pérdidamente lanzada para inutilizarlo, en beneficio de un grupo de financieros catalanes que querían despojarle de sus negocios de África, y con los que el propio Carner tiene relación. A quienes no ha podido mostrar adhesión ni antes ni después del 14 de abril es cuanto la República se reintegre a la vida del Derecho y del orden – ya lo dice en su carta el interesado – se apresurará a volver aquí, como espontáneamente lo hizo cuando todavía podía pensarse que hasta en el odio de sus enemigos habría un mínimum  de respeto a los dictados sustantivos de la justicia y de la humanidad. Muchas veces lo ha repetido. En la medida en que se nos suponga influidos por él, muchas veces hemos hecho aquí idéntica protesta. No sentíamos ninguna prevención, ninguna animosidad contra una forma de gobierno que en muchos países coincide con la paz interna, el orden y la prosperidad. La hubiera servido lealmente, por qué es tan adversario de las revoluciones como de las contrarrevoluciones. Pero ¿cómo había de plegarse ante los hombres que tanto estrago han causado en el país? Sólo que éstos no quieren otra República sino la que ellos tiranicen, gobiernen y exploten. La República son ellos y nada más que ellos. Quien les combata a ellos combate a la República. Burda superchería y pobre habilidad, con la que habrían inferido a la misma República daño gravísimo si el buen sentido popular no hubiese desde el primer momento hecho por sí mismo la diferenciación.

04 Noviembre 1933

El tormento por la esperanza

José Martínez Ruiz 'Azorín'

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Un preso está en la cárcel. Su estancia en la cárcel es injusta. El preso, D. Juan March, no ha cometido ningún delito. El delito que se le importa es ilusorio. Lo constituye un hecho declarado por el Tribunal Supremo. Más tarde, un indulto ha borrado ese supuesto delito. Don Juan March no ha querido dar su dinero para una revolución fantástica. Se halla, por otra parte, D. Juan March en posesión de un negocio en Marruecos que completaría otro negocio que otros ciudadanos tienen en el mismo Marruecos. Si ese negocio de March lo tuvieran esos ciudadanos, su negocio se redondearía y prosperaría. Se procesa por un grupo de diputados a don Juan March. Siendo al régimen parlamentario un régimen de publicidad y de opinión, este proceso singular se lleva con el mayor sigilo. Diríase que se trata de un Tribunal del Santo Oficio. Nos arrepentimos en seguida de haber escrito lo dicho: la Inquisición tomaba declaración a los acusados: este Tribunal no ha tomado declaración a D. Juan March. De cuando en cuando aparecen en los periódicos noticias sensacionales alarmantes, inquisidoras, relativas al proceso de March. Y continúan pasando los días, las semanas, los meses. Como no existe materia delictiva para inhabilitar a March, el Tribunal político, grupo de enardecidos diputados, se ingenia con las mayores sutilezas para encontrar una base en que fundar la inhabilitación. A eso se aspira a la inhabilitación total definitiva de D. Juan March.

Y el preso continuaba en la cárcel, sus deudos, sus abogados, sus amigos hace esfuerzos para defenderle. La opinión pública se percata del caso. Ya se sabe en toda España que D. Juan March es víctima de una sañuda venganza. La Subcomisión de Responsabilidades en su incasante esfuerzo por encontrar materia para la inhabilitación, descubre que en 1922 una carta de D. Juan March pudo ocasionar una guerra entre Francia y España. ‘Si no estalló la guerra – dice la subcomisión – fue gracias al espíritu conciliador de Francia’. Ríe a carcajadas España entera se indigna luego con la enorme y burda superchería. Pero D. Juan March sigue en la cárcel. Han pasado y a muchos meses desde que se le prendió, a primeros de junio de 1932. Como la superchería imaginada es tan enorme, ni los deudos, ni los defensores, ni los amigos, ni nadie en España concibe que el proceso puede prosperar y la prisión prolongarse. Comienza en este punto el sutil, pérfido, refinado supremo tormento por la esperanza. Un cuentista francés ha imaginado esta ternura: a un preso se le pone, cauta y atentamente, en el trance de que se fuguen. En cierta ocasión, el preso observa en su cárcel ciertos descuidos; en otra, nota determinadas negligencias. El preso advierte, lleno de gozo, que puede fugarse. Y un día, de pronto, se lanza a la empresa liberadora. Y cuando ya está a punto de respirar, ansioso y esperanzado, el aire libre, cae en poder de sus torturadores, que se ríen sarcásticamente y le tornan a la prisión. Son sus torturadores tan crueles, que para atormentar con más refinamiento a este preso han desde esa bárbara tortura por la esperanza. Y este es, de otro modo, el tormento que en España, país civilizado, en el siglo XX, cuando ya el tormento ha desaparecido de todas las naciones, se ha venido aplicando durante meses y meses a D. Juan March. Ante la enormidad de la imputación – la supuesta querida de 1922 – todos creíamos que, clamando en caso ante las gentes, no se lograría el bárbaro intento. Y esta fue una de las más fundadas esperanzas. Se desvaneció pronto. El escrito en que D. Juan March pedía su libertad fue rechazado, tras días de angustiosa espera. Pasaron más días: alentó otra esperanza: cayó el Gobierno del nefasto bienio. “Ahora sí – pensábamos – la libertad de D. Juan March se logrará”. Don Juan March lo creía y lo esperaba; todos los creíamos y la esperábamos. Había desaparecido el Gobierno del ‘fango, la sangre y las lágrimas’. La esperanza no podía estar más sólidamente cimentada. Un hombre todo corazón presidía el nuevo Gobierno. Y ese hombre derribado por una repugnante intriga, no tuvo tiempo para hacer la justicia que demandaba España. Se desvanecía otra esperanza. Del alborozo caía D. Juan March en el más profundo abatimiento. Pasaban los días y las semanas. Don Juan March había salido triunfante en las elecciones de vocales para el Tribunal de Garantías. Los miembros de ese Tribunal gozan de inmunidad. Don Juan March había podido ser elegido lícitamente porque no estaba perseguido de oficio por ningún Tribunal jurídico. La esperanza era también ahora fundadísima. Estaban ya contados los días de la prisión. Al reunirse el Tribunal. Don Juan March saldría de la cárcel.

Se reunió el Tribunal. Y no fue excarcelado D. Juan March. La esperanza se desvanecía otra vez. No había sido excarcelado March: pero podría serlo. Afloraba una nueva esperanza. Se interpuso un recurso. Esperaba D. Juan March que sería admitido. Las razones para que así se procediera eran evidentes. Se había disipado una esperanza y nacía otra. Y llego el instante esperado. El recurso discutido, combatido, defendido, pasó a ser estudiado por un ponente. Otra vez la esperanza en sus dramáticos y angustiosos vaivenes, se esfumaba en el horizonte. No sabía D. Juan March en esos días de zozobra, de tráfico esperar y desesperar, si sal fin recurso sería adraltido. Todas las anteriores esperanzas, fundadas todas, naturales y lícitas todas, se habían disipado. Se hallaba ahora March en el último trance del esperar.  Y llegó la reunión del jueves 2 del presente mes. No se tenía ni la menor noticia de lo que sería la ponencia. ¿Saldría de la cárcel D. Juan March? ¿Continuaría en ella, enfermo, achacoso, débil, enervado dolorosamente por ansia de esperar y el abatimiento del desengaño? ¿Continuaría en ella con peligro de su vida? Se celebró la sesión del Tribunal de Garantías. La esperanza se desvanecía una vez más. El Tribunal acordó pedir nuevos datos para el estudio del acta de March. Se vería de nuevo el asunto en la sesión del próximo lunes. Así estaban las cosas. EL próximo lunes, esta esperanza de ahora se hubiera disipado también. Con toda seguridad, para prolongar y el tormento por la esperanza, se hubiera pedido una ampliación y datos para nuevo estudio.

Un hombre de corazón ha rasgado, con ademán de alta y magnífica nobleza, está urdimbre irágica. No ha cometido delito alguno ese hombre al abrir las puertas de la cárcel a D. Juan March. ¡Basta ya de ‘fango, sangre y lágrimas’. Don Juan March no dependía ni de los Tribunales ordinarios, ni de la Diputación permanente de las Cortes, ni de las autoridades gubernativas. No le tenía nadie preso y estaba en la cárcel. No estaba legalmente preso y no podía gozar de libertad. ¿Qué Tribunal so podrá condenar a ese empleado de Prisiones que ha cumplido con su deber? ¿Quién la pedirá responsabilidades? ¿Ante quién y en nombre de qué se le ha podido pedir? ¿Se le pedirán en representación de ese ‘fango’, esa sangre y esas lágrimas invocadas con elocuencia conmovedora por el actual presidente del Consejo?

Señores: El segundo acto del drama va a comenzar ahora. ¡Atención a los tres golpes sobre el tablado del escenario!

Azorín

04 Noviembre 1933

El caso March

AHORA (Director: Luis Montiel)

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Ni hemos atacado ni hemos defendido al Sr. March. Nuestro elemental respeto al Estado, nuestra obligada fe en las instituciones y la íntima convicción que tenemos en que todo lo que sea contribuir al desprestigio del régimen es provocar una situación desastrosa para el país nos ha llevado a rehuir sistemáticamente todo aquello que pudiera convertir el ‘caso March’ en pleito político.

El Sr. March estaba bajo la acción de la justicia y fuese inocente o culpable, la misión de los ciudadanos que no tienen propósitos subversivos previos era únicamente esperar el fallo de esa justicia, en la que todo espíritu conservador tiene que tener fe si no quiere verse sumado a las campañas anarquizantes de los que creen que el descrédito del Estado puede traer algún beneficio a la nación. Sin entrar en el fondo de la cuestión, eso sí, hemos señalado cuando la ocasión llegaba las anomalías que en el proceso podían advertirse.

Pero ha ido pasando el tiempo sin que la justicia de la República, que puso mano sobre el Sr. March haya sabido cumplir su misión, como los ciudadanos que pusimos nuestra fe en ella cumplíamos la nuestra. Pasaban los meses y ni se concretaba la acusación contra el Sr. March ni se le juzgaba. Y poco a poco ha ido ocurriendo algo que merece toda la atención. El Sr. March, enemigo del pueblo, acusado por la opinión, reo político ante el Parlamento, que le parta y le relaja al brazo ejecutivo de la justicia, iba día tras día substanciando su proceso desde la celda misma en que se le había necerrado, y un buen día nos encontramos con que nate los ojos de la opinión pública el señor March, culpable, se ha convertido en acusador. De reo ha pasado a ser juez. La Comisión de Responsabilidades podía seguir teniéndole encerrado; pero la verdad era que el recluso de Alcalá se había trocado en el testimonio de acusación contra la República.

En esta situación lamentable llegamos al lamentable suceso de ayer. El Sr. March ‘abandona’ la prisión de Alcalá de Henares – como dicen los periódicos enemigos del régimen – sin que se alce en el país una voz escandalizada. El oficial de Prisiones que se le abrió la puerta se va después a dormir con la conciencia tranquila y cuando se le llama a declarar contesta con todo su aplomo: “Procedí así porque me lo dictaba la conciencia’.

Pero ¿qué es esto? ¿qué país es éste en el que los presos se marchan de las cárceles porque los funcionarios que el Estado ha puesto para custodiarlos le hacen traición? ¿Qué Estado es éste que cree posible subsistir con tales funcionarios y tal ambiente en la opinión? No tendría ninguna importancia el hecho de que el Sr. March que dispone de cuantiosos recursos, hubiese podido comprar con su dinero a unos guardianes; esto puede ocurrir en cualquier parte. Lo que no puede ocurrir, lo sintomático, lo verdaderamente catastrófico es que los funcionarios que le dejaron ir y los periódicos y la opinión pública consideren el suceso como normal e incluso plausible porque ‘creían que el Estado estaba cometiendo una injusticia con el Sr. March’. Cuando se cree esto no hay más que un desenlace fatal: la ruptura con el Estado.

Esta perspectiva revolucionaria quizá satisfaga al as derechas que osan llamarse conservadoras y a las izquierdas que, estando en el Poder desde hace dos años y medio, todavía siguen llamándose revolucionarias. Pero a los que no creemos posible más que un reajuste de las instituciones fundamentales del Estado, a los que, por encima de todo, ponemos nuestras esperanzas en el orden  y en la justicia, no se nos puede llevar a ese estado de anarquía mental que consiente que cada cual se tome por su mano lo que él crea su justicia. Ni podemos aceptar que la República persiga injustmaente al Sr. March, ni nos avenimos a que el Sr. March pueda marcharse tranquilamente de su prisión cuando esté cansado de lela. Quizá los gobernantes no vean la importancia decisiva que para el Estado tiene el suceso de ayer.