13 noviembre 1998
Hijo del histórico ex ministro, es el tercer Director General del ente público desde la llegada al Gobierno del PP
El cambio de López Amor por Pío Cabanillas Alonso al frente de RTVE es interpretado como un giro al centro por parte del Gobierno
Hechos
El 13.11.1998 el Gobierno anunció el nombramiento de D. Pío Cabanillas Alonso como nuevo Director General de RTVE reemplazando a D. Fernando López Amor.
Lecturas
El diputado del PP D. Fernando López Amor fue designado Director General de RTVE en febrero de 1997 tras la repentina dimisión de su antecesora Dña. Mónica Ridruejo. Durante su etapa al frente de la televisión pública TVE se ha alineado en la llamada ‘guerra digital’ (la guerra por las plataformas de televisión por satélite) con Vía Digital y en guerra constante con el Grupo PRISA y su plataforma, Canal Satélite Digital.
Su cese puede interpretarse como un deseo del Gobierno de reflejar su tensión con el Grupo PRISA dado que el nuevo director general de RTVE, D. Pío Cabanillas Alonso ha sido durante años un destacado directivo en el Grupo PRISA desde su filial televisiva Sogecable.
El mandato de D. Pío Cabanillas Alonso durará hasta mayo de 2000 cuando será reemplazado por el periodista D. Javier González Ferrari.
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D. Fernando López Amor, el gran defenestrado, seguía negando que fuera a ser destituido horas antes de que se hiciera público.
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EL FIN DE ‘QUIÉN SABE DÓNDE’ EN TVE
D. Francisco Lobatón
Una de las primeras decisiones del nuevo equipo de RTVE encabezado por D. Pío Cabanillas Alonso será poner fin al programa ‘Quién Sabe Dónde’ del Sr. Paco Lobatón por considerar que este espacio ya ha terminado su ciclo.
14 Noviembre 1998
La tercera oportunidad
La sustitución de Fernando López-Amor como director general de Radiotelevisión Española (RTVE) por Pío Cabanillas, un profesional de reconocida capacidad en la gestión de empresas audiovisuales, obedece seguramente al deseo de José María Aznar de reforzar la imagen centrista y de intentar arreglar la catastrófica situación económica del ente. López-Amor ha sido el responsable de una etapa significativa de la radio y televisión públicas, que a la vista de los resultados debe ser juzgada con severidad.Existe un acuerdo general en que la gestión económica de López-Amor al frente de RTVE ha sido mediocre y refractaria a cualquier crítica e intento de modernización. El director general saliente no sólo ha sido incapaz de reducir el gasto faraónico de la radio y televisión públicas, sino que lo ha aumentado -a casi 270.000 millones de pesetas en 1999- a límites insoportables para un Gobierno que profesa una política de austeridad en el gasto. La megalomanía se traduce en unas pérdidas de 160.000 millones para el próximo año, lo que elevaría la deuda a 765.000 millones. Bajo su gestión, el endeudamiento de RTVE ha devenido ni más ni menos que en un problema económico de Estado. La dirección de RTVE no ha sabido poner fin al despilfarro endémico con un plan de empresa riguroso y bien articulado, ni de ordenar un plan de aumento mínimo de los ingresos. Por el contrario, ha irritado a las televisiones privadas y a la propia Comisión Europea con la aplicación de un sistema de doble financiación, pública y procedente de publicidad privada, denunciado en repetidas ocasiones como abusivo y limitador de la libre competencia. Su único objetivo ha sido mantener el liderazgo de la audiencia, al precio que fuese.
López-Amor ha encadenado sus carencias como gestor -evidentes en el empobrecimiento de la calidad de los programas informativos y de entretenimiento de la televisión pública- con una radical inflexibilidad política. Podía hacer lo que le viniese en gana por el amparo político que le concedía el Ejecutivo (de ahí su incredulidad cuando se enteró de su destitución). Se ha enfrentado a la oposición con una hostilidad arrogante y ha exhibido una preocupante falta de tacto en acontecimientos decisivos, al punto de convertir el homenaje a Miguel Ángel Blanco en la plaza de toros de Las Ventas en un festival sectario que, lejos de mantener el clima de consenso ciudadano que provocó aquel asesinato, provocó una irritación generalizada ante la utilización partidaria de ese acto cívico.
Un cuadro ajustado de la gestión como máximo responsable de RTVE de Fernando López-Amor sería incompleto si no se insistiese en que una parte importante de su fracaso se deriva de la incapacidad del Gobierno para resolver sus diferencias internas sobre la forma de afrontar el problema de la deuda del Ente Público. RTVE es, además de un instrumento poderoso de información y convicción pública, una empresa que requiere soluciones con urgencia casi agónica.
Estamos ante el tercer intento desde que Aznar llegara al poder, hace dos años y medio. Su nueva y tan publicitada vocación centrista debería medirse en un campo de pruebas como el de RTVE. Es hora de revisar a fondo el modelo de nuestra televisión pública: en términos de independencia política y también de una razonable viabilidad económica. Como servicio público tendrá un coste, pero no la desmesura actual.
14 Noviembre 1998
López Amor
Siempre dúctil, siempre objetivo, siempre ecuánime, siempre atento y constructivo. ¡Ay, Fernando López-Amor, cómo harán algunos leña del árbol caído! Es la hora cainita del Partido Popular porque casi tres años en el poder el tiempo para que el hacha de los leñadores descargue sobre los troncos altivos, para que los escoberos diligentes barran escombros y dignidades ofendidas. La Historia es un eterno retorno. En sus telares se tejen siempre los mismos tapices. He conocido a pocas personas tan serias en su trabajo, tan responsables, tan infatigables como López-Amor. La debilidad de su jefe inmediato ha segado su gestión cuando más frutos podía dar. Sería injusto no dejar en esta página palabras de reconocimiento a un hombre que cae pero que mantiene intacto un futuro esperanzado. López Amor es un político de raza. Los que ahora le derriban volverán a contar con él.
Luis María Anson
13 Noviembre 1998
RTVE: El Gran fracaso del Gobierno Aznar
«El Gobierno ha conducido a la Radiotelevisión Pública a una situación de extrema gravedad, con un exorbitante nivel de endeudamiento, una quiebra práctica y un total descontrol del gasto». Este diagnóstico, perfectamente aplicable a día de hoy, lo hizo el PP en su programa electoral del año 96.
Dos años y medio después de llegar al Gobierno, José María Aznar está a punto de nombrar a su tercer director general de RTVE sin haber solucionado ni uno solo de los problemas estructurales de este organismo público. La gestión del Ente es el gran fracaso de este Gobierno. Primero fue Mónica Ridruejo, un fichaje de Rodríguez, a la que el puesto le vino grande. Después, saltándose a la torera su compromiso de no designar a un militante del PP, nombró al diputado Fernando López-Amor. El hasta ahora director general llegó al puesto casi por casualidad, al no aceptarlo Pedro Antonio Martín Marín.
En este tiempo, la deuda de RTVE ha ido creciendo -a finales de este año alcanzará los 800.000 millones- sin que el Gobierno haya presentado el plan de reestructuración que prometió en su programa electoral.
La realidad es verdaderamente escandalosa. La cifra de la deuda acumulada equivale al Presupuesto de la Defensa Nacional. Recientemente, el Círculo de Empresarios decía en un informe que las pérdidas anuales del Ente son mayores que el dinero destinado al Ministerio de Justicia. La Comisión Europea ha anunciado la apertura de un expediente sancionador contra nuestra televisión pública por la doble financiación.
Es curioso. José María Aznar y su Gobierno han sido capaces de pactar con los nacionalistas contra muchas previsiones, de iniciar contactos con ETA dando un viraje a su estrategia política y de ofrecer unos datos económicos que no esperaban ni los más optimistas. Pero no son capaces ni siquiera de encarar el problema de RTVE. La inexperta Mónica Ridruejo esbozó un plan de saneamiento que no contó con el respaldo del Gobierno. El proyecto se guardó en un cajón y Fernando López-Amor está a punto de ser relevado después de una gestión en la que ha primado el uso de RTVE como un instrumento político-electoral. Bajo su mandato, la forma de competir deslealmente, pagando sumas astronómicas por acontecimientos deportivos o televisando la boda de la hija de la duquesa de Alba, ha encontrado su apogeo. La retransmisión en directo de este evento de la prensa del corazón es un hito del concepto que el ex diputado del PP tiene de lo que debe ser un servicio público.
El relevo de López-Amor tendrá una lectura política clara. Aunque quiera desvincularse de él, el vicepresidente Alvarez Cascos fue su principal valedor, por lo que su despido será un nuevo desaire del presidente al que ha sido su mano derecha. Los tiempos cambian y ahora Aznar ha encargado a su nuevo hombre de confianza, Josep Piqué, la búsqueda de una salida al inviable modelo de televisión pública. A él se refiere sin duda el incauto López-Amor cuando habla de los que intoxican sobre su cese.
El Gobierno asegura que quiere encarar la reforma estructural de RTVE. Bien está. Ha perdido 30 meses preciosos, pero si cumple su promesa electoral, más vale tarde que nunca.
11 Octubre 1999
Un modelo preelectoral de televisión pública
Tras la vuelta de vacaciones, los telediarios de TVE han estrenado un formato fijo de gran originalidad que, aunque construido sobre antiguos ensayos, se presenta ahora con una depuración casi perfecta: primero, el presidente, José María Aznar, o alguno de sus ministros económicos, Rodrigo Rato de preferencia, ensalzan los logros de su Gobierno; luego, Javier Arenas, sustituido en ocasiones por su antiguo número dos, Manuel Pimentel, introduce duras acusaciones y críticas contra la oposición socialista, confrontadas a la solidez y al firme «avance en el progreso» del Partido Popular; finalmente, el PSOE aparece en pantalla bajo la forma de procesamientos, de divisiones internas o hablando de otra cosa políticamente inocua. Los restantes partidos tienen la suerte de existir raramente. Y los deportes, los sucesos y las noticias del corazón completan el resto de los informativos.El ritual narrativo es tan fielmente seguido cada día y en cada edición que podría ser anunciado con once días de antelación, como manda el reciente decreto del Gobierno, excepto en caso de «sucesos ajenos a la voluntad del operador». Y su más grave consecuencia no es tanto la presunta y dudosa rentabilidad electoral como el insulto a la inteligencia de los telespectadores que implica.
La sorprendentemente escasa polémica levantada sobre esta burda y sistemática manipulación de la televisión pública, salvo debates parlamentarios puntuales, podría explicarse por varios factores. En primer lugar, el hecho de que estas técnicas no desentonan del doctrinal dominante en los restantes programas informativos, especialmente en las tertulias y «debates», y hasta resultan superadas por el sectarismo reinante en los contenidos de Radio Nacional de España. Pero, sobre todo, porque la dirección general de Pío Cabanillas ha disfrutado desde su nombramiento de un prolongado periodo de gracia, más que proporcional a las expectativas que suscitó. Quizás por el renombre negociador de su apellido o por su perfil profesional. O por la suerte de encontrarse con un consejo de administración todavía más mermado y menos díscolo. En buena medida, seguramente porque la gestión de Fernando López Amor -llamado luego a más altas misiones en los satélites españoles- pareció tocar el suelo de la degradación del servicio público.
Desde noviembre del pasado año, la nueva dirección de RTVE ha puesto el acento en sus logros financieros, especialmente en la reducción de la deuda acumulada, cuyo descenso previsto frente a 1998 ha sido calificado incluso de «hito histórico» de la década. Sin embargo, y sin restar méritos gerenciales a Cabanillas, es evidente que el factor fundamental de esas cifras estriba en los espléndidos regalos concedidos por el Gobierno: compensación -justificada ciertamente- por la privatización de Retevisión, devolución millonaria del IVA e incluso permiso para vender la participación en el satélite digital que el Gobierno impulsó aventureramente en la entonces calificada de plataforma «pública». Los restantes méritos ostentados son ya, desgraciadamente, clásicos en TVE: el liderazgo de audiencias como meta máxima, no necesariamente consustancial a la televisión pública; un fuerte incremento de la captación publicitaria difícilmente compatible con el servicio público y con la propia legislación; más reducción de empleo, que nada dice de las nuevas cooptaciones producidas.
Esta generosidad económica del Gobierno, sin traducción en unas subvenciones formales ridículas, no impedirá que la deuda de RTVE ascienda en el próximo fin de año a la astronómica cantidad de 580.000 millones de pesetas y sitúa las previsiones oficiales para finales del año 2000 en poco menos de 700.000 millones de endeudamiento. RTVE sigue, pues, estando en situación de quiebra técnica y legal, y continúa en un agujero negro económico sin viabilidad ni salida divisable.
A cambio de esas relativamente leves quitas de deuda, el Gobierno ha impuesto la continuidad de los principales responsables de información y contenidos, ha ninguneado a la subcomisión creada en el Congreso durante más de año y medio y aprieta ahora el acelerador de la tergiversación informativa cuando todavía, asegura, no está en campaña electoral.
De la misma forma que consiguió aplazar sine die la creación de una autoridad audiovisual independiente, homologable a la existente en todos los países desarrollados, ahora el portavoz gubernamental, Josep Piqué, anuncia que el nuevo modelo de RTVE se pospone a la próxima legislatura.
Hace casi un año, en estas mismas páginas, escribí proponiendo, además de la «dimisión» del director López Amor, un auténtico pacto de Estado que cambiara paz y equilibrio económico por pluralismo democrático en RTVE. Y ello no sólo porque así lo manda el Estatuto de 1980 (objetividad, veracidad, imparcialidad, respeto al pluralismo), sino especialmente porque en un terreno tan simbólico y sensible, y deteriorado en España, como es el de la televisión pública resulta inimaginable un modelo económico equilibrado de futuro sin un amplio consenso político y social, una viabilidad financiera sin previa recuperación de la credibilidad.
Lamentablemente, en mi opinión, Cabanillas ha seguido el consejo al revés y ha cambiado una precaria comodidad económica por una manumisión sostenida y acrecentada de la información y los contenidos. Corre así el riesgo de acreditarse como buen administrador de una empresa que avanza lenta pero inexorablemente hacia la ruina y como mal negociador en un puesto que resulta inevitablemente político. Pagará así un alto coste hasta las elecciones generales y, presumiblemente, deberá afrontar un coste cada vez más caro por futuros regalos financieros.
No serviría ahora de mucho pedir la dimisión de Cabanillas, que con seguridad vendría a ser sustituido por un gestor peor e igualmente complaciente. Pero, más allá de estas circunstancias concretas, y en previsión de los tiempos preelectorales que se avecinan, habría que reclamar a todos los partidos políticos y candidatos un compromiso público y explícito, a fechas fijas, con un auténtico modelo independiente y plural de servicio público televisivo en RTVE y en los canales regionales vigilado por autoridades audiovisuales autónomas. Como piedra de toque decisiva de su talante democrático, como prueba a contrario de su voluntad autoritaria y de su desprecio por los ciudadanos.
Pese a que corren ciertamente malos tiempos para la lírica comunicativa, hay síntomas esperanzadores, como la promesa ejemplar en ese sentido de Pasqual Maragall respecto a la televisión pública catalana o la ampliación del consejo de EITB, que aun de forma minoritaria ha introducido a representantes de entidades ciudadanas en la gestión y control.
Ojalá otros partidos y políticos sepan apreciar pronto también el aburrimiento y el hartazgo que estos «formatos» preestablecidos en las televisiones públicas nos producen hasta a los más sinceros y fervientes partidarios de su pervivencia.
Enrique Bustamante es catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad en la Universidad Complutense.