21 mayo 2005

Karimov controla el país desde 1990 cuando aún formaba parte de la URSS

El dictador de Uzbekistán, Islom Karimov, logra aplastar una revuelta contra él evitar que se produzca una ‘revolución naranja’ como en Ucrania

Hechos

Fue noticia en mayo de 2005.

14 Mayo 2005

Ahora, Uzbekistán

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La confusa revuelta de Uzbekistán, donde al menos una decena de personas han muerto a manos del ejército del presidente Islam Karímov, sigue aparentemente el patrón de las protestas populares iniciadas hace dos años en la ex república soviética de Georgia. Los levantamientos, que prendieron el año pasado en la vasta Ucrania, propagan ahora sus ondas, de manera más violenta, a los parajes de Asia central, en cuyos palacios de Gobierno anidan algunos de los más conspicuos déspotas de nuestro tiempo.

Los acontecimientos en Uzbekistán, todavía imprecisos y fragmentarios debido en parte a una eficaz censura, tienen la impronta de una rebelión contra los excesos de la dictadura de Karímov, dueño absoluto desde 1990 de los destinos del enclaustrado país. Y la importancia de producirse en la más poblada de las cinco antiguas repúblicas soviéticas de Asia central, un país musulmán de 26 millones de habitantes, casi del tamaño de España, tan empobrecido como rico en recursos energéticos y de gran importancia estratégica. No por casualidad la ciudad foco de la revuelta es vecina de Kirguizistán, donde violentas protestas populares provocaron hace dos meses la caída del presidente Askar Akáyev.

Las revueltas que están liquidando encadenadamente algunas de las dictaduras instaladas en los antiguos dominios de la URSS aportan lecciones singulares. Una es la vacuidad de quienes, por diferentes motivos, descartaban que lugares como Georgia, Ucrania o Kirguizistán pudieran ser escenario de insurrecciones ciudadanas triunfantes. Otra, mucho más relevante, el hecho de que estas explosiones populares surgen alimentadas por los más diversos agravios y desembocan en el desplome de regímenes, casi siempre clientes del Kremlin, que parecían inconmovibles. En el caso de Uzbekistán, la chispa de la protesta es la represión sistemática de un islamismo, ocasionalmente militante, que no comulga con la versión única apadrinada por el Estado. Islam Karímov mantiene encarcelados a miles de disidentes políticos y los grupos proderechos humanos denuncian el generalizado uso de la tortura en sus prisiones.

En Kazajistán, Tayikistán, Turkmenistán o Uzbekistán se mantienen en diferentes grados implacables y corrompidas tiranías a cargo de antiguos jerarcas comunistas encaramados al poder tras la disolución de la URSS. Mucho más grave que las simpatías de Putin es que algunos de estos regímenes, caso del de Karímov, gocen de la absoluta benevolencia de Washington -que tiene en Uzbekistán una importante base aérea- en aras del apoyo que prestan, político y logístico, a la cruzada antiterrorista de Bush en el vecino Afganistán.

21 Mayo 2005

Masacre en Uzbekistán

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Aunque está por conocerse el horror completo de lo ocurrido en Uzbekistán hace una semana, es ya evidente que en la ex república soviética se ha producido uno de los peores casos de violencia cometidos en tiempo de paz contra civiles desarmados. Si el Gobierno del déspota Karímov habló inicialmente de algunas decenas de muertos, admite ya casi dos centenares, y el testimonio convergente de testigos, personal médico e informadores eleva al menos hasta 500, entre ellos mujeres y niños, el número de personas asesinadas indiscriminadamente por el Ejército uzbeko para reprimir la revuelta popular de Andiyán.

Mientras siguen apareciendo nuevas fosas con cadáveres, Karímov se ha opuesto a la demanda de Kofi Annan y a la exigencia de la UE de una investigación internacional. La postura del dictador uzbeko es que Occidente está dando crédito a las versiones de los «terroristas islamistas». Ésta es la muletilla que el régimen del antiguo jerarca comunista aplica a todos sus oponentes en un país petrificado política y económicamente, donde el extremismo islamista, especialmente activo en el este de Uzbekistán, suele ser manifestación desesperada frente a una insoportable pobreza y una represión brutal. Karímov parece dispuesto a todo para evitar ser el siguiente en la lista de líderes defenestrados en la región: sus tropas retomaban el jueves el control de otra ciudad fronteriza con Kirguizistán donde se han reproducido protestas similares a las de Andiyán, agravando el riesgo de exportar la inestabilidad al país vecino, que en marzo se liberó pacíficamente de su moderado dictador.

Bush, que hace unos días viajaba por otras repúblicas de la ex Unión Soviética bendiciendo los cambios democráticos encadenados, afronta un dilema. O apoya, en congruencia con su doctrina, a quienes se rebelan contra un régimen corrupto y brutal, o, por el contrario, mira hacia otro lado en aras de la colaboración militar que el presidente uzbeko le presta en su lucha contra el terrorismo islamista en Afganistán. Ninguna democracia puede a estas alturas permitirse el menor gesto de indulgencia o complicidad con personajes como Karímov.