30 mayo 2005

Fracasa la Constitución Europea: El NO votado por los franceses acaba con el proyecto invalidando así el SÍ dado por los españoles tres meses atrás

Hechos

En mayo se celebró el referéndum en Francia para consultar si los habitantes de este país ratificaban o no el texto de la propuesta de Constitución Europea que había sido ratificado por España en febrero.

28 Mayo 2005

EL 'SI' FRANCES SERIA UN LEVE AVANCE; EL 'NO', UN GRAN RETROCESO

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Francia decide mañana sobre la Constitución Europea con el resto del continente pendiente del resultado de las urnas, ya que el triunfo del sí o el no implica consecuencias muy distintas. Si gana el sí, Europa dará un pequeño paso más hacia su integración política y económica -que atraviesa un momento crítico tras la última ampliación- y hacia su consolidación como potencia mundial.

Si gana el no, ese proceso de integración europea sufriría un importante retroceso, con una caída del crecimiento económico, un debilitamiento del proyecto político y un resurgir de los nacionalismos, el viejo demonio familiar que tanto daño ha hecho en la historia de este continente.

Las últimas encuestas realizadas ayer daban una clara victoria del no por una ventaja de diez puntos pese al dramático llamamiento televisivo de anteanoche de Chirac, que subrayó que la derrota del sí propiciaría una «profunda división» en Europa. Decidan lo que decidan los franceses, hay que reconocer que, a diferencia de lo que sucedió en España en la consulta de hace tres meses, ha habido en esta campaña un intenso y apasionado debate, en el que se han implicado todos los estamentos del país. Tres de los diez libros más leídos en Francia tienen relación con la Constitución y la identidad europea.

Tal y como dijimos cuando se votó en España, la Carta Magna que se somete a consulta no es un texto perfecto ni resuelve los grandes desafíos de Europa. Pero sí es el mejor de los proyectos posibles en estos momentos. Defiende los grandes valores de la cultura europea, garantiza la unión del continente y sirve de hoja de ruta hacia un futuro de cooperación en todos los ámbitos.

Muchas de las críticas que se han formulado a la Constitución son justas. Tal vez, sus autores podrían haber ido más lejos en el diseño de una Europa federal, pero el peso de los estados ha hecho imposible avanzar hacia esa utopía.

Con todas sus imperfecciones, la Constitución supone una apuesta por seguir avanzando en el proceso iniciado tras la II Guerra Mundial, que ha traído una época de paz y prosperidad sin precedentes.Nadie ha sido capaz de formular un texto alternativo, que ofrezca una fórmula más atractiva para Europa.

Sin embargo, el no cuenta con amplios respaldos en Francia, que van desde la extrema derecha a la izquierda trostkista, pasando por los sectores del socialismo francés, liderados por Laurent Fabius.

Los argumentos de quienes se oponen a la Constitución Europea no son coincidentes, pero sí reflejan, como común denominador, un malestar por la falta de participación ciudadana en las instituciones comunitarias y un deseo de castigar a la clase dirigente francesa, especialmente a Chirac, que ha pretendido utilizar la consulta como un plebiscito personal.

Pero lo que probablemente no han evaluado quienes se oponen a la Constitución es el abismo que se abriría en la construcción europea si gana el no, pues implicaría la parálisis de muchs de las iniciativas que tanto ha costado poner en marcha y un vacío difícil de llenar.

Es impensable que la Constitución Europea pueda entrar en vigor sin el respaldo de Francia, uno de los países fundadores de la UE. Pero ello no justifica la convocatoria de un segundo referéndum sobre el mismo texto, como propuso ayer Giscard, poniendo la venda antes de la herida. La palabra la tienen mañana los franceses.

30 Mayo 2005

Después del 'no'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Francia ha rechazado la Constitución europea. Con el escrutinio prácticamente cerrado, los votos contrarios al tratado eran el 54,86%. Uno de los países fundadores y con mayor impronta en la historia de la UE ha decidido echar el freno a lo que hasta ahora ha sido un éxito sin precedentes en la historia de las relaciones internacionales y en la construcción de un continente próspero y en paz. El debate sobre la Constitución ha sido probablemente de una intensidad insólita en la propia historia francesa, y no digamos ya del conjunto de Europa, y tiene el indiscutible aspecto positivo de haber implicado a millones de ciudadanos en la discusión sobre el futuro de la Unión.

La participación ha superado todas las previsiones. Hay que remontarse para hallar un nivel similar al referéndum de 1969 sobre la regionalización, que arrojó también un resultado negativo y fue interpretado por el general De Gaulle como una desautorización personal, algo que quiere evitar ahora Chirac. A falta de una dimisión presidencial, el propio Chirac ya anunció anoche una remodelación del Gobierno, que deberá gestionar la nueva situación tras la desautorización que ha sufrido el presidente.

El voto negativo, principalmente polarizado en los extremos, ha federado el descontento político que suscita el propio presidente Chirac, la debilidad del Gobierno de Jean-Pierre Raffarin, la insatisfacción por la ampliación de la UE a 25 miembros, la perspectiva de entrada de Turquía o los temores a la pérdida de las protecciones sociales de un Estado de bienestar necesitado de profundas reformas. Son muchas las circunstancias de política interior que explican este rechazo rotundo de los franceses a la Constitución, pero el resultado es que la Unión Europea se halla a partir de hoy sin rumbo. Aunque la presidencia semestral luxemburguesa insista en seguir el calendario de ratificación, está claro que sin Francia no se puede seguir, y tampoco cabe pensar que se maquille la Constitución para que Francia vuelva a votar de nuevo.

La crisis que se abre hoy en Francia, y también dentro de sus dos principales formaciones políticas, es asimismo una crisis europea. Ahora es responsabilidad de los dirigentes de los Veinticinco evitar que este enorme tropiezo se convierta en un parón de funestas consecuencias, en un momento internacional en el que el protagonismo europeo es más necesario que nunca.

30 Mayo 2005

EL INMOVILISMO EGOISTA FRANCES, UN DRAMA PARA EUROPA

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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La victoria del no en el referéndum francés rompe la inercia positiva de la construcción europea y abre un periodo de incertidumbre e introspección. El Tratado Constitucional, firmado por los jefes de Estado el pasado 29 de octubre, no podía entrar en vigor sin la aprobación de los 25 Estados miembros. Y así como el rechazo de una potencia pequeña o incluso mediana podría dar lugar a una nueva votación, el de Francia, fundador y motor de la UE, deja a la Constitución en vía muerta. Sobre todo porque, al contrario que en España, la votación ha tenido lugar después de un debate de gran intensidad democrática, y porque la alta participación ha otorgado al resultado una fortísima legitimidad.

La responsabilidad de este fracaso es en primer lugar del presidente francés, que si tuviera dignidad política debería dimitir. Muchos de los electores que ayer votaron no lo hicieron para castigarle a él. Chirac consiguió revalidar su cargo como consecuencia de una carambola que obligaba a elegir entre él y Le Pen; carga a sus espaldas con acusaciones de corrupción; ha sido incapaz de articular un discurso europeo coherente y atractivo frente a la movilización de sectores de la izquierda y la extrema derecha; y ha demostrado no tener ni la capacidad ni la voluntad política necesarias para sacar a Francia de su parálisis. Esto último ha sido decisivo en la derrota ayer del sí. La pésima situación económica francesa, con una tasa de paro del 10% y un crecimiento paupérrimo, ha alimentado los temores de quienes ven en la Constitución un instrumento del detestado liberalismo y la puerta hacia una Europa ampliada al Este que traerá más desempleo y deslocalización.Ello ha acentuado la natural tendencia de los franceses al inmovilismo más egoísta, a la cerril defensa de sus privilegios y de un sistema de protección social que no pueden sostener. Estos resortes han sido manejados con demagogia y habilidad tanto por los movimientos antiglobalización y el Partido Comunista, como por el número dos del Partido Socialista, Laurent Fabius, que con el resultado de ayer gana puntos a costa de Hollande.

La gran pregunta es ¿y ahora qué? Se ha dicho que Europa no tenía un plan B en caso de que triunfara el no en Francia, y es verdad.Si las probabilidades de un resultado parecido en Holanda ya eran altas, ahora lo son todavía más, lo que enterraría definitivamente la Constitución. Que vaya a seguir en vigor el Tratado de Niza no es un consuelo, porque es un acuerdo superado por la realidad.Se abren, por tanto, varios escenarios, todos ellos plagados de incertidumbres. Por un lado, habrá quienes aboguen por intentar rescatar algunos de los elementos clave del texto de Giscard, como el ministro europeo de Exteriores, un presidente estable de la UE, o el reparto de poder en función de la población. Pero el consenso de los 25 entorno a estos puntos se vislumbra imposible.Más bien todo indica que la unión política que perseguía la Constitución se frenará y la UE incidirá más en la cooperación económica y en los acuerdos bilaterales entre países. Volvemos, pues, a la era de los egoísmos nacionales y la defensa del interés particular frente al compromiso y la solidaridad. Una mala noticia para Europa y para España, que hasta ahora ha sido una de las grandes beneficiarias de la construcción de la UE.

30 Mayo 2005

Bofetada a la francesa

Gustavo de Arístegui

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De nuestro reciente y precipitado referéndum de la Constitución Europea, podemos recuperar algunos importantes argumentos. Por ejemplo, que el texto tiene luces y sombras y que, si bien las primeras son más importantes que las segundas, no es menos cierto que las sombras que tiene el Tratado tienen su trascendencia.El texto es perfectible y la marcha de la UE nos marcará el camino.Sin embargo, es esencial dejar claro que no todos los franceses son antieuropeos. Es más que probable que incluso entre los que han votado no haya fervientes europeístas que le han negado su respaldo al Tratado por creer que es lo mejor para Europa, aunque las alternativas sean bien poco claras en estos momentos.

Es evidente que un no francés tiene una trascendencia mucho mayor que el de países no fundadores o menores en tamaño, peso económico, político o demográfico. Por todo ello resulta sorprendente e incluso insultante que el presidente del Gobierno socialista de España haya dicho en su campaña que el sí es un voto de izquierdas, ignorando de manera deliberada que una importante parte de la izquierda francesa se ha opuesto rabiosamente al Tratado Constitucional y que la UMP, el partido de Chirac, ha cumplido con creces con su obligación y se ha volcado en la campaña en la que me cupo el honor de participar con mi colega diputado y amigo Georges Fenech en Lyón. El maniqueísmo político debe ser denunciado: Rodríguez Zapatero tiene una tendencia verdaderamente acentuada hacia el sectarismo, identificando siempre lo positivo con su ideología. Un poco de respeto al adversario sería francamente deseable, ése que él mismo se fijó como meta al principio de esta legislatura.

En Europa el debate se plantea intenso y es posible que no hayamos sido capaces de explicar las ventajas de tener un Tratado imperfecto.Es seguro que nadie, especialmente en Francia, ha sabido explicar las graves consecuencias que un no en un país importante de la UE puede llegar a tener para nuestro futuro.

Conviene analizar los elementos que han propiciado un apoyo tan importante del no, que ha sido seguido con inmensa preocupación por toda Europa al comprobar cómo casi una treintena de sondeos daban la victoria al rechazo al Tratado. El debate constitucional ha generado una agria controversia en el país, reflejo de las profundas e importantes dudas que genera también en buena parte del continente. La arrogancia de algunos de sus redactores ha irritado extraordinariamente a los europeos de diferentes países, entre ellos muchísimos franceses -¡ésa no se la esperaban Giscard y compañía!-, pero los españoles, a pesar de nuestro Gobierno, supimos ver el bosque a través de los árboles.

El primer elemento que ha provocado el rechazo de los franceses es el sistema de representación en el seno del Consejo. No sólo no es adecuado porque España saliese peor parada que en Niza, que también, sino por la enorme desconfianza que ha generado entre países medianos y pequeños pero no minúsculos, en los que existe un sentimiento nacionalista fuertemente arraigado. No conviene olvidar que Dinamarca votó en contra del Tratado de Maastricht y que Irlanda lo hizo en contra del de Niza. Ambos países, con una sólida fuerte personalidad e identidad nacional, temían, no sin cierta razón, que ciertos diseños de la construcción europea pudieran llegar a diluir su identidad en una especie de inmenso magma informe en el que se podría convertir la UE si no tomamos medidas.

¿Pero entonces por qué Francia, un país aparentemente favorecido por la Constitución, expresó un rechazo tan importante al texto? En primer lugar porque se quiebra por vez primera después de la II Guerra Mundial el histórico equilibrio entre Francia y Alemania. Hasta el Tratado Constitucional los dos países tenían el mismo peso en el seno de las instituciones europeas. Hoy, aunque Alemania tenga mucha más población que Francia, no parece lógico romper un principio básico sobre el eje París-Berlín (antes París-Bonn) fundamentado en la paridad entre los dos principales motores de la construcción europea.

Por otra parte, hay cuestiones de orden estrictamente europeo que han generado muchas dudas en una parte importante de la opinión pública francesa. La primera que no se entendió en toda su extensión ha sido justamente la ampliación de la UE, que ha generado más controversia en Francia que en otros socios. Los franceses hubiesen querido pronunciarse, quizá hasta en referéndum, sobre esta ampliación, que para muchos ha sido precipitada, mal diseñada y peor ejecutada.Esta, entre otras, ha sido la causa esencial de que el posible ingreso de Turquía se haya convertido en un argumento central de la campaña, pues los sondeos indican con claridad que un número muy significativo de franceses, y también de europeos de otras nacionalidades, rechazan la posibilidad de que la UE extienda sus fronteras hasta el convulso Oriente Próximo. Una vez completada la ampliación, tenemos que hacer lo necesario para que la UE no pierda impulso y esencia en un momento fundamental de nuestra historia.

A los franceses les ha preocupado extraordinariamente también la deslocalización, la posibilidad de competencia desleal por parte de los nuevos socios (especialmente por sus costes laborales muy competitivos) o el hecho de que una extensión excesiva de la UE pudiese diluir su esencia y sentido.

Otra cuestión fundamental ha sido el temor de muchos franceses a que la Constitución pudiese llegar a limitar seriamente el Estado del Bienestar, verdadera seña de identidad europea. Debe ser reformado para equilibrar solidaridad y competitividad, y es esto justamente lo que ni la izquierda europea ni la mayor parte de la opinión pública francesa alcanzan a entender.

Otra de las controversias centrales de esta campaña han sido las loas, en ocasiones desmedidas, que se hicieron del Tratado de Niza por parte francesa (a buen seguro defendiendo el legado de la Presidencia que lo alumbró) y que la Constitución diseñada para gestionar la ampliación fuese aprobada después de la misma y no antes.

La polémica y el fuerte apoyo del no tiene, también, unas raíces fuertemente arraigadas en la política interior francesa. Lo que va de mandato del presidente de la República ha acelerado notablemente el rechazo a su política, a la falta de iniciativas audaces que den respuesta a las preocupaciones del francés medio. Hacen falta reformas legales, administrativas y sobre todo económicas que dinamicen una economía que sigue siendo la más estatalizada y centralizada de la UE, lo que ha supuesto una seria pérdida de competitividad de la economía de nuestro vecino, agravada por el dislate económico-laboral de las 35 horas semanales.

El presidente Chirac no acabó de entender en toda su medida el mensaje que le mandó el electorado francés cuando lo eligió con nada menos que el 82% de los votos frente a Jean Marie Le Pen. Una parte sustancial de ese apoyo provenía de la izquierda francesa, que optó por cerrarle el paso a un impresentable filofascista votando por una opción que no les gustaba nada, con lo que Francia dio una lección de civismo y democracia al mundo, pese a la vergüenza de que un personaje como Le Pen llegase hasta el final de la liza. Ayer votantes de la izquierda y de la derecha han querido dar un puntapié a Chirac en el trasero del Tratado Constitucional, y eso ha tenido un reflejo muy claro en la altísima participación y en el resultado. No parece creíble que Chirac diga que ha entendido el mensaje que los electores le han enviado con los sondeos y el resultado final si la opción es que sustituya al primer ministro Raffarin por su favorito, el brillante ministro del Interior, que es un sólido tecnócrata que jamás ha hecho política de verdad en la calle pidiendo el voto a los ciudadanos. Dominique de Villepin es de ésos que, como dice un brillante político español, «nunca se han presentado ni a la Presidencia de su comunidad de vecinos».Sería una reacción profundamente contraproducente y equivocada.Todos estos motivos han movilizado masivamente a los electores franceses y han mandado un mensaje contundente a su Gobierno con un instrumento equivocado que puede resultar peligroso para el resto de Europa, en la que el efecto contagio en Holanda o el Reino Unido puede ser ciertamente preocupante.

Nada se dice de las consecuencias. He podido escuchar algunos de los más lúcidos análisis por parte de algún euroescéptico, que ha dicho con gran acierto que, no gustándole la Constitución, la alternativa es realmente sombría. Un no francés, aunque se empeñe Giscard d’Estaing en conseguir una segunda vuelta, puede provocar una paralización del indispensable proceso de reformas, que podría hacer que Europa pierda el tren del futuro. El claro rechazo de ayer afectará seriamente a la credibilidad del proyecto de construcción europea y con él a nuestro peso en el mundo y a la salud del euro. Muchos que pensaron que un no español no tendría consecuencias tendrán que reconocer que el de Francia las puede tener muy graves. Que se abrochen el cinturón porque podemos entrar en zona de violentas turbulencias.

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Gustavo de Arístegui es diplomático y diputado del Partido Popular.

02 Junio 2005

Segundo 'no'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Tres días después del rechazo francés, el todavía más rotundo no de los holandeses a la Constitución europea certifica el estado terminal de este proyecto larga y duramente gestado. Es de esperar que cuando los jefes de Estado y de Gobierno de los Veinticinco se reúnan el 16 de junio en Bruselas marquen claramente hacia dónde debe dirigirse la reflexión que sugiere Chirac sobre las causas de lo ocurrido en estos dos países fundadores de la UE y la dirección a tomar. Ni Francia ni los Países Bajos están dispuestos, de momento, a contemplar la eventualidad de repetir sus referendos en el caso, por lo demás improbable, de que los demás socios comunitarios completen sus procesos de ratificación. Nueve países lo han hecho ya, pero ni siquiera es seguro que los que tienen difíciles plebiscitos por delante, como el Reino Unido o Polonia, mantengan sus compromisos. Los checos fueron ayer los primeros en sugerir que el plazo previsto para la ratificación se prolongue más allá de 2006, algo que constituye toda una señal.

Tanto en Francia como en Holanda ha habido un claro voto de castigo al Gobierno de turno. En Holanda también ha contado el rechazo al incremento de la inmigración que abanderó el asesinado Pym Fortuyn. Y si los franceses tienen miedo a una Europa que no controlan, los holandeses temen que esta Constitución les reste peso político e influencia, algo que ya ocurre. Además, la consideran insuficientemente democrática. Y para colmo, han tenido que apretar el cinturón de sus cuentas públicas, mientras a Francia y a Alemania se les ha dispensado de cumplir las reglas de la Unión Monetaria. En la protesta ha tenido también influencia la carestía de la vida, que se ha vinculado a la entrada en vigor de la moneda única. Para completar el cuadro se ha sumado un hartazgo manifiesto por la elevada contribución holandesa al presupuesto comunitario.

El de ayer fue el primer referéndum en la historia de Holanda, con una participación (62%) muy superior a la esperada. De haberse votado en el Parlamento holandés, la Constitución europea hubiera contado con un apoyo masivo, igual que hubiera ocurrido en la Asamblea francesa. El resultado de ambos referendos plasma un preocupante divorcio entre los ciudadanos y sus representantes. Las consultas populares son un sistema discutible de decisión porque obligan a pronunciarse de forma tajante sobre cuestiones muy complejas. Pero habrán servido para sopesar ese brecha, y lo primero que deberá hacer el próximo Consejo Europeo es asumir este hecho para empezar a pensar a continuación en cómo remediarlo.

10 Julio 2005

Luxemburgo, sí

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los ciudadanos de Luxemburgo dieron ayer su voto mayoritariamente favorable al tratado constitucional europeo en un referéndum que el Gobierno de este pequeño país fundador de la UE había insistido en celebrar pese al voto negativo habido en las consultas de Francia y Holanda. El 56,5% de los electores luxemburgueses votaron afirmativamente, tal como solicitaba la totalidad de la clase política, con su primer ministro, Jean-Claude Juncker, a la cabeza. Éste había anunciado que dimitiría en el caso de que el resultado fuera negativo. Juncker ha sido uno de los políticos europeos que más decididamente han apostado por continuar el proceso constitucional pese a los dos gravísimos reveses sufridos en las consultas francesa y holandesa

Luxemburgo es el decimotercer país de la Unión en ratificar una Constitución europea cuyo futuro es extremadamente incierto. Todos los demás países que habían decidido una ratificación por referéndum -salvo España, que ya había optado por el sí como primer país en consulta popular- decidieron posponer su referéndum. Se podía esperar un resultado positivo al ser uno de los países que viven más directamente el proceso de construcción europea desde sus inicios y se ha visto enormemente beneficiado por el mismo. En este pequeño país entre Francia, Alemania y Bélgica, están ubicadas numerosas instituciones europeas, como el Tribunal de Justicia de la UE, el Tribunal de Cuentas y el Banco Europeo de Inversiones (BEI), y cuenta también con sedes del Parlamento Europeo y de la Comisión, al igual que Bruselas y Estrasburgo. Esta masiva presencia institucional europea y su secreto bancario son las causas de un bienestar en permanente expansión que hoy se traduce en una renta per cápita de 52.000 euros anuales, la mayor de la Unión y que prácticamente dobla la de los dos grandes vecinos, Alemania y Francia. De ahí que quizás lo más destacable del resultado es que haya habido tantos luxemburgueses, más de un 40%, que han votado en contra, y parece evidente que lo han hecho movidos por el rechazo francés a la Constitución.

El sí luxemburgués supone un pequeño consuelo para Juncker, que sufrió como pocos la crisis que culminó en la catastrófica cumbre de fin de la presidencia luxemburguesa. Y puede animar a quienes, como el propio Juncker, insisten en que el no de dos países no debe pesar más que el  de ahora trece. Pero el proceso constitucional sigue en suspenso de facto y nadie sabe aún cómo va a continuar.