29 noviembre 1979

Romero asegura que Auger le da mucho más libertad que la que le dio Domingo López en EL IMPARCIAL

El director de INFORMACIONES, Emilio Romero, replica desde INTERVIÚ a la revista comunista LA CALLE por llamarlo ‘ultra’

Hechos

El 16.11.1979 la revista LA CALLE publicó un reportaje sobre D. Sebastián Auger y su decisión de nombrar a D. Emilio Romero como director de su diario INFORMACIONES.

Lecturas

La revista LA CALLE dirigida por el comunista D. César Alonso de los Ríos publicó un amplio reportaje sobre el editor D. Sebastián Auger, del Grupo Mundo, entre otras cosas por su decisión de nombrar a D. Emilio Romero como director de INFORMACIONES.

16 Noviembre 1979

Pactar con el diablo

Martínez Reverte - Claret

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Las dificultades económicas a que deben hacer frente Auger, sumadas a las múltiples presiones institucionales que ha sufrido por la línea editorial mantenida por los periódicos barceloneses de su propiedad, se habrían unido para convencerle de que su lugar no era ese, que había que cambiar de campo.

En una entrevista concedida a la revista INTERVIÚ, Auger se expresaba en lenguaje conciliador respecto al Opus Dei, institución que abandonó hace algunos años para dedicarse al negocio más rentable de la prensa progresista. Despreciado por el Gobierno, acosado por los sindicatos y perdiendo dinero con sus empresas, sólo quedaría una salida, según esta hipótesis: pactar con algún grupo la venta de sus periódicos catalanes y reanudar su actividad editorial desde perspectivas ideológicas muy diversas. La  jugada de INFORMACIONES y DIARIO REGIONAL (que debería completarse con la compra de un diario andaluz) estaría orientada en este sentido.

Cuando se produjo la crisis de INFORMACIONES, que costó el relevo del cargo a su director, Guillermo Solana, Auger pasó varios días buscando el hombre adecuado para iniciar una nueva etapa. Algún interlocutor de Auger recuerda que cuando se le sugería la posbilidad de dar el empleo a Emilio Romero, el empresario levantaba los brazos escandalizado al tiempo que decía: «Pero si es un hombre gastado». No debieron ir muy bien las gestiones para conseguir otra persona, porque Romero acabó siendo el director, y su editorial del periódico, desde entonces, llegaron a rozar el golpismo ultraderechista. Emilio Romero quizá no estaba tan muerto como el propio Auger suponía. Claro que el editor había tomado sus precauciones y al fichaje del director había añadido el de un incógnito personaje firmante bajo seudónimo de ‘Anubis’, figura mitológica egipcia cuya misión consistía en guiar a lso muertos. Todo encajaba.

El Gobierno no comprende.

Previamente Auger había acudido a Presidencia del Gobierno (no está claro a instancias de quién) donde se entrevistó, entre otros, con Josep Melía. Los objetivos de Auger parecían ser obtener el apoyo del Gobierno para su proyecto transformador, incluyendo entre éstos una pequeña ayudita para liberarse de un redactor al cual acusó (dossier en mano) de ser agente del KGB soviético. Meliá no trató muy bien a Auger. Pocas slaidas le quedaban ya fuera del acercamiento a sectores de la derecha ajenos al Gobierno y bien dotados económicamente. Habrá que veraahora si le sale.

Reverte & Claret

29 Noviembre 1979

FILÍPICA A LOS INDOCUMENTADOS

Emilio Romero

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LA CALLE es una revista comunista bien hecha; pero luego hay que ver sus contenidos, o cómo está escrita, cómo resulta valorada. El apellido Lagunero – tan unido a LA CALLE – me suena muy bien; y me ha caído bien siempre Cid [Ricardo Cid Cañaveral]; y he admirado desde mucho tiempo atrás a Vázquez Montalbán; y tiene un buen director, que es César Alonso de los Ríos. LA CALLE tiene más cosas, pero éstas podrían ser las referencias más próximas a mí. Por eso, cuando leo un artículo, o un informe, o un dossier, en el que se me menciona, y se me desfigura, no me cabreo por mí, puesto que estoy bastante acostumbrado a la desfiguración, sino por LA CALLE, que es una revista que independientemente de su parcialidad política o ideológica, debe salvar la credibilidad de sus informaciones.

Como todo el mundo sabe, yo dirijo periódicos desde hace muchos años y he tenido siempre una gran aprehensión a los indocumentados, a los retóricos de mala muerte, a los fabricantes de invenciones para la lisonja o para el descrédito, a los ramplones del barullo por el escándalo,  a los periodistas con recursos para tapar y no para descubrir. En esta clasificación, y en el apartado que proceda, no tengo otro remedio que meter a un compañero del oficio llamado Andreu Claret, y a otro que se llama Jorge M. Reverte, y que me suena mucho, porque seguramente tiene bastante que ver con el otro Martínez Reverte, también comunista, y que hice yo corresponsal en Londres, y luego en París, y que me llevó algún recado a Santiago Carrillo en el exilio, y que es un periodista de primera nota. Estos señores se han puesto una esterilla en los ojos ante mi biografía y se han fabricado una especie muy rara de mi persona para poder golpearla con impunidad; y como esta gente escribe a mucha gente crédula que no tiene ninguna obligación de saber quién es auténticamente Emilio Romero, algo tengo yo que decir cuando se me menciona malamente, y naturalmente no dirigido a los señores Claret y M. Reverte, porque ya los he archivado en mi larga cartulina de las indiferencias. Por lo pronto y a lo largo de un cuarto de siglo – cuando no había libertad de prensa – dirigí un periódico que me entregaron en 20.000 ejemplares y cuando lo entregué a mi sucesor, su tirada era de 220.000 ejemplares. La línea política de este periódico podría ser la del socialismo que se llevaba, o se toleraba en aquella época, y que aterró no pocas veces al mundo integrista y conservador del antiguo régimen. Por eso el alcalde de Lérida pidió, en 1944, mi expulsión de la ciudad, cuando era director de aquel periódico diario – LA MAÑANA DE LÉRIDA – y por ello el Gobierno Civil de Alicante me detuvo en 1946 en mi propio domicilio y tuve que escapar a Madrid cambiando de aires. Y finalmente por razones próximas a éstas fui cesado en PUEBLO de Madrid en 1954, adonde regresaría dos años después, y quien lo hizo fe Juan José Pradera, el hijo del gran tribuno del tradicionalismo, vicesecretario general del Movimiento y después embajador. De los directores de periódicos de Madrid de aquella fecha fui el más expedientado y mis conversaciones con mi admirado amigo y director general de Prensa, Adolfo Muñoz Alonso, y posteriormente con otro personaje brillantemente equipado, Manuel Fraga, hubieran merecido las cintas magnetofónicas. Ni en el mundo eclesiástico, ni en el mundo económico, he tenido nunca alojamiento; por esa razón no he podido ser nunca tildado ‘de hombre de derechas; mucho menos de ultraderecha, porque estas áreas políticas o ideológicas se equipaban por razones de interés económico o de alistamientos religiosos o clericales. Yo he sido siempre un socialista del siglo XX, cuando los socialismos y comunismos españoles estaban todavía anclados en el siglo XIX. Y cuando empiezan a despegar hacia el siglo XX es ahora mismo; por esa razón yo nunca estuve tampoco en la izquierda. He sido siempre un escritor con la conciencia liberal y social de la época sin necesidad de apuntarme a ningún partido liberal o socialista. Y ahora mismo estoy en el espacio, que es un lugar desde donde se ve prodigiosamente la tierra y sus pequeñeces, en un entendimiento metafórico de la política. Ni tengo prejuicios ni resentimientos. Y por supuesto no figuro tampoco en la numerosa lista de los pasotas porque conozco los defectos de la organización política presente y tengo las soluciones, probablemente utópicas. Pero hay alguna cosa que ni el autoritarismo del viejo régimen, ni la autocracia de ahora mismo, conseguirán, ni consiguen, volar de mi persona; su característica más usual, que es la imaginación. El cultivo y la rienda suelta de la imaginación es mi oficio.

Soy director de INFORMACIONES de Madrid sin ninguna pretensión de haberlo sido. Escribía en el periódico y un buen día me llamó la empresa – en función de mi veteranía y no de otra cosa – para que le ayudara en la tarea de nombrar director de INFORMACIONES, y me pedía unos nombres. Y se los di. Me ayudó en esto un hombre que está vivo, y a quien acudí en demanda de que me diera algunos, puesto que a mí se me habían ocurrido otros. Este personaje es Antonio Herrero Losada, director de EUROPA PRESS y uno de los mejores profesionales que tiene el periodismo contemporáneo. Y cuando acudí a la reunión con mis nombres se examinaron al lado de otros que llevaba la empresa y decidieron pedirme al final que el director de INFORMACIONES fuera yo, decisión sorprendente, contra la que me defendí lo que pude, porque yo estaba harto de dirigir periódicos. No estaba ‘quemado’ como dicen los incombustibles señores Claret o M. Reverte sino que ya no me daba la gana aspirar a eso, por pereza, por deseos de pasarlo mejor, por gozar de mi libertad personal, por liberarme de compromisos y por todo eso que lleva aparejada la función de dirigir periódicos. ¡Una lata! Al final acepté. La empresa conocía sobradamente mi biografía, y no se le ocurrió decirme una sola palabra sobre el método de dirigir un periódico. Lo dirigía como lo había hecho siempre: con libertad, y con mi peculiaridad. Y Sebastián Auger, el editor del periódico, tuvo conmigo el enorme afecto y respeto de darse por satisfecho con mi aceptación, sin indicarme modos de dirigir como aquel analfabeto banquero de EL IMPARCIAL. Esta es la historia y no otra. No ha habido ninguna maquinación política, ni periodística en mi designación.

¿Qué hice entonces? Pues sencillamente lo que había intentad sin acierto al refundar EL IMPARCIAL. Intentar hacer n periódico en la democracia que fuera plural, que archivara respetuosamente el pasado que fuera una tribuna de todas aquellas gentes que puedan decir cosas de interés, cualquiera que fueran sus encuadramientos políticos o su ideologías. Lo dirigía de cara al país, y a los lectores sin convertirlo en instrumento ni del Gobierno, ni de los partidos, ni de las centrales obreras, ni de las patronales, ni de los grupos de presión. Un periódico libre e independiente. Esa es la operación de INFORMACIONES con mi nombre bajo su cabecera. Lo de centro izquierda, como lo de centro-derecha. Me parece más un piso que una ideología.

Hay otro pintoresco descubrimiento en el informe de Claret y de M. Reverte y es que Sebastián Auger tuvo que designar a Anubis para compensar políticamente a Emilio Romero. Tampoco en eso aciertan los indocumentados. Anubis es el seudónimo de un escritor que admiro mucho, y que es un doctor en Filosofía y Letras. Le invité a escribir en INFORMACIONES a los pocos días de hacerme cargo de la dirección, Sebastián Auger no sabe quién es.

En cualquier caso, cuanto traspasé el quicio de la puerta del viejo caserón de INFORMACIONES, un periódico del primer tercio de este siglo, el decano de la prensa de la tarde de Madrid, volví a sentir la emoción joven del periodismo eterno, y que es una mezcla de riesgo, de gozo, de adversidad, de masoquismo, de erotismo y de desdicha; volví a la refriega contra la vanidad de otros, y erizado el espíritu crítico de uno. Este es un oficio que si no se tienen esas emociones hay que dejarlo en seguida, porque es desagradecido, paga mal, y sus placeres son efímeros. Es eso que nace y envejece en una hora, como la vida de algunos insectos. Antes de llegar donde estoy, me habían olvidado los necios y los cabrones. Ahora empiezan a florecer otra vez. Los siento a mi alrededor como antes. Coño, esto no me sorprende. Pero no he querido hacer otra cosa en la vida que periodismo. Tengo el deber de aguantarme. Y ahora, cuando un redactor podría acercarse cualquier día a mí con un relato ignorante, insidioso y no documentado, se me ocurre en seguida decirle que lo rompa, y que no siga haciendo esos méritos delante de mí para que no me obligue a dejarle sentado. Estas actitudes serias y responsables se sienten a lo mejor un poco tarde. Pero me permito recomendárselo a César Alonso de los Ríos, director de LA CALLE, compañero que me cae muy bien, porque es la única manera como se puede justificar ante sí mismo un profesional, cualesquiera que sean sus ideas políticas.

Emilio Romero